Antes del anochecer

El tiempo recobrado

 

Yo confieso: tengo unos meses más que Ethan Hawke, unos meses menos que Julie Delpy, y el día que las postales turísticas de Viena, vacías como playas en invierno, empezaron a sucederse ante mis ojos al final de Antes de amanecer (Before Sunrise, Richard Linklater, 1995), me resultó natural entender esa hermosa comedia romántica como la (primera) crónica de la educación sentimental de mi generación que no se avergonzaba por el hecho de camuflarse en lecturas intelectuales, citas rohmerianas y videntes callejeras. Es, de todas las películas post-generación X, la que mejor ha retratado la inflamación del amor ante un vinilo dando vueltas sobre sí mismo, y de las pocas que se ha tomado en serio la supuesta banalidad de la fantasía de la juventud. Quién iba a decirnos que era el primer capítulo de una saga sobre el tiempo y sus daños colaterales, en la que, como en uno de los sueños levitantes de Waking Life (Richard Linklater, 2001), íbamos a descubrirnos reflejados en el centro del encuadre, creciendo al mismo ritmo que los protagonistas, atravesando las mismas etapas de entusiasmo y decepción, para luego pensar que el cine, como el amor, es la línea más corta entre un sí y un no, o viceversa.

Lo primero que llama la atención en Antes del anochecer (Richard Linklater, 2013) es la osadía de su construcción dramática. En realidad el filme está dividido en cinco bloques-secuencia. La predilección por el plano largo y sostenido es idéntica a sus precedentes, aunque corregida y aumentada: en comparación, Antes de amanecer es una colección de instantáneas tomadas al vuelo. Si el tiempo se pudiera pesar, Antes del anochecer sería una película obesa. A esa presencia abrumadora del tiempo, magia potagia, Linklater le quita la fuerza de gravedad: a pesar de que Céline y Jesse pisan fuerte, de que tienen los pies en la tierra y transitan por una civilización en ruinas –la Grecia del pasado pero también la del presente, marco ideal para una crisis de pareja–, el filme es de una ligereza inexplicable, incluso en sus momentos más devastadores. Quizás sea por la sensatez con que se expresan sus protagonistas, quizás sea por la (falsa) transparencia con que Linklater los filma, quizás porque queremos creer que ese tiempo que les pesa también nos pesa a nosotros.

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Antes del anochecer / Un couple parfait

Es inevitable recordar el Te querré siempre (Viaggio in Italia, 1954) de Rossellini, cuya severa influencia en Antes del anochecer la hermana con dos películas que también reflexionan con crudeza sobre los sacrificios, las frustraciones, los terrores de la vida matrimonial, Un couple parfait (Nobuhiro Suwa, 2005) y Copia certificada (Copie conforme, Abbas Kiarostami, 2010). De la primera hereda la brutalidad de los reproches y la astucia con que se utiliza el escenario de una habitación de hotel para medir las volubles distancias emocionales que delimitan las palabras. De la segunda retoma una fascinante conversación en automóvil y la capacidad para subirse a un festival de tonos y registros en los que una palabra amable puede convertirse al instante en una puñalada cruel.

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Antes del anochecer / Copia certificada / Te querré siempre

Del amor idílico, aún sin contaminar, al amor conyugal, fatigado y sin maquillajes, pasando por el amor conjugado en futuro de Antes del atardecer (Richard Linklater, 2004), la trilogía al completo es una oda a la palabra filmada. A la palabra que implosiona el encuadre, que se transforma, que es una vibración cristalina, que trasciende la imagen, que tiende la mano al espectador para abofetearlo cuando menos se lo espera. En el largo tour de force de esta excepcional película, que ocupa su dilatado clímax final, los vaivenes de una discusión tan real que parece onírica ilustran sin histerias lo que podría considerarse el inicio de una ruptura, la grieta abisal de la madurez forzando la cerradura de un amor que empieza a ser desamor. Entre Céline y Jesse se abre un paréntesis vacacional en el que la oportunidad de estar solos y sin agendas, un tiempo muerto con cuenta atrás, es también la oportunidad de repensar sus destinos. De la batalla de palabras, el lenguaje sobrevive, con sus signos de exclamaciones y sus interrogantes torcidos, con sus golpes bajos y sus mareas negras, con Delpy y Hawke empeñados en ser verosímiles, y siéndolo en cada punto y aparte. Pero quizás lo más precioso de Antes del anochecer no es tanto lo que vemos en pantalla sino todo lo que queda por escribir después de que se termine. Los próximos nueve años, la vida desplegada en una furiosa elipsis que, un día, volverá a manifestarse en un paseo, en un reencuentro, en una boda ajena, en un funeral. Si ese futuro existe, no solo significará que Céline y Jesse están vivos sino que nosotros hemos vivido para contarlo, y el tiempo no habrá ganado la partida. Todavía.

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Antes del anochecer (Before Midnight, Richard Linklater, 2013)

 

© Sergi Sánchez, junio de 2013.