«Genius loci», el espíritu del lugar

Como agua evaporada por el sol

 

“Era tarde, tarde al anochecer,

Los amantes habían partido;

Los relojes habían dejado de sonar,

Y el profundo río seguía fluyendo”.

Mientras paseaba una tarde, W.H. Auden

 

Es tarde, efectivamente, pero en esta ocasión es tarde al amanecer. Aún así, la historia es la misma. E idéntico el desenlace pues, sí, los amantes han partido pero la película no ha terminado. Como cuestionando su propio título, postergando el temido The End se obstina y persiste también después del amanecer. Tras la despedida de los amantes, Linklater regresa a los lugares que estos han habitado por unas breves horas y los filma de nuevo: la noria detenida con sus luces apagadas y las cabinas vacías, camiones de la basura en retirada, palés amontonados en un callejón que ya no servirán de improvisado asiento para confesiones noctámbulas, la terraza de un café sin su pareja de deseo insomne, una anciana que deja atrás una botella de vino vacía y dos vasos usados abandonados en un parque…

¿Qué busca Linklater en esa Viena documental que parece limpia como un lienzo en blanco que aguarda nuevas historias? ¿Nuevas historias? Preguntémonos más bien qué ocurre con las viejas historias una vez se han contado. ¿Aguardan nuevos lugares y nuevos cuerpos en un agujero en la pared como nos enseñó Mr. Chow? ¿Se desvanecen, sin más? Sabemos que no. Ya Antonioni en El eclipse (L’eclisse, 1962) se acercaba a los espacios vacíos por los que antes habían vagabundeado Piero y Vittoria, “una mostración –en palabras de Carlos Losilla– de lo que hay más allá del final de un relato”. O quizá una mostración de que el relato no termina nunca y las historias permanecen fijadas para siempre en ese espacio en el que han tenido lugar. Indisolubles, insolubles. Convertidas en cuento, en mito, en imaginario, en esa historia sobre los dos amantes de Nostalgia (Sehnsucht, Valeska Grisebach, 2006) que cuentan los niños del pueblo al final de otra película que se resiste a terminar. O encapsuladas en This Time, la novela de Jesse, o en A Waltz For a Night,la canción de Céline, en las que ambos vuelcan su recuerdo mutuo durante la elipsis de nueve años que media entre el amanecer y el atardecer.

¿Cuántas veces, al llegar por primera vez a un lugar, creemos percibir trazas de otras vidas que, como agua evaporada por el sol, humedecen todavía el recuerdo de experiencias que nunca hemos vivido? Presencias sin cuerpo, sombras sin luz, ecos sin sonido, recuerdos sin memoria, pues quienes sí las han vivido pueden no estar ya entre nosotros. Figuras humanas siempre transitorias que parecen disolverse en el fondo, como afirma Céline sobre los cuadros de Seurat. Pero como dijo Rafael Alberti hablando de la pintura: “La sombra es más azul cuando ya el cuerpo que la proyecta se ha desvanecido”, porque, lo sabemos también, el lienzo nunca está en blanco.

Ese azul intenso es el que busca Linklater al acercarse el día después a esos lugares aparentemente vacíos: sombras, huellas, ecos, vestigios fantasmales de la presencia/ausencia de los amantes. Lugares con historia, que son historia, -lugares que desbordan su espacio pues son en función de quienes en ellos han sido. En esos once planos fijos, Linklater encuentra y filma su Viena, la Viena de Céline y Jesse, la de Julie y Ethan, la de verdad; la Viena que ha sobrevivido a esta nueva representación de la historia más vieja del mundo. Jesse y Céline se han despedido ya y se alejan en sentidos opuestos pero se cruzan –se sobreimpresionan– de nuevo en el recuerdo de su one-night stand. Y por el mismo principio alquímico de superposición, su imagen y su voz permanecen en las calles de Viena. Fijados fuera del tiempo, casi como los amantes calcinados de Pompeya –presencias sin cuerpo, una vez más– que observan Alex y Katherine ante la cámara de Rossellini.

El verdadero lugar solo se revela cuando alguien lo vive, cuando unos ojos deseantes lo observan y, por qué no, cuando alguien, con una cierta pureza, lo filma. Vivir/mirar/filmar. Solo entonces se revela el genius loci, el espíritu del lugar, ese carácter particular, ese conjunto de capas, de significados –de vidas– que un determinado espacio ha ido fijando, atesorando y superponiendo a lo largo de los años.

 

Idea, texto y desarrollo: Jose Manuel López

Desarrollo y montaje: Covadonga G. Lahera

© Jose Manuel López, Covadonga G. Lahera, julio 2013