‘Waking Life’ o la película-experiencia

La aventura pluralista

 

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Una película-experiencia, eso es, antes que nada, Waking Life (2001). La experiencia, dentro y fuera del cine, es el conjunto de saberes anclados en actos, preferencias y hábitos que determinan la recepción y valoración de todo lo que se ve, se siente, se piensa y se imagina. Una película-experiencia desarticula ese entramado, ese orden simbólico. Waking Life hace visible la red de discursos de ese orden; es una operación estética no exenta de elegancia, amablemente libertaria, hasta incluso melancólica.

Sin duda, es la película más extraña y ambiciosa de Linklater y, como la mayoría de las obras importantes, no es inmune a malos entendidos. La novedad visual de Waking Life cubrió su verdadero poder intempestivo (no es la primera vez que una obra clave es venerada por sus piruetas). Una declaración de principios: Waking Life ha sido siempre mucho más que el descubrimiento del rotoscopiado y su aplicación técnica digital en sintonía con la transición ontológica que va de la naturaleza analógica del cine a un nuevo estadio digital.

Es cierto que Waking Life fue un antes y un después en la materia y que Linklater intentó yuxtaponer esos dos momentos clave en la ontología de la imagen. El pasaje que larga con el título “Holy Moment”, en el que Caveh Zahedi retoma el ABC del bazinismo, no es otra cosa que un deseo consciente de inscribirse en una tradición que el film intenta honrar pero que también supera dialécticamente. La esencia realista del bazinismo es esenciada (asimilada en su superación) en el constructivismo digital de Waking Life. No es poca cosa para una era digital que encuentra en James Cameron a su profeta (un profeta que cree en los números como ontología, creencia propia de una filosofía económica que basa su poderío en las cifras).

 

¿Qué es exactamente Waking Life? Por un lado es una película donde todas las obsesiones de Linklater como autor (y sujeto empírico) van de un lado al otro sin ningún condicionamiento narrativo que detenga la marcha de una especulación filosófica en perpetuo devenir. A pesar de los cientos de discursos que se pronuncian, el único motor narrativo está en un joven que nunca consigue dilucidar si está despierto o dormido. En este sentido, esta primera meditación cartesiana alcanza su mejor versión fílmica, inconmensurable respecto del intento reciente, tan torpe como sobrevalorado, en Origen (Inception,2010) de Christopher Nolan, el nuevo metafísico que ha inventado la vida espiritual de los superhéroes.

Como más tarde dirá Jesse en Antes del anochecer (Before Midnight, 2013) acerca de un libro que supuestamente escribirá, Waking Life –como ese libro del futuro– trata antes que nada sobre la percepción. Regla general de toda interpretación: todo lo que vemos lo vemos en el lenguaje. Regla particular de Waking Life: filmar el discurso como suplemento visual.

La forma material del film es un acierto estético y filosófico. La percepción de lo real, si bien siempre mediada por la palabra, es tentativa, epistemológicamente fallida. Un sistema de signos apoyado en sonidos y representaciones escritas ordena la percepción, que sin la mediación de la palabra captaría la materia viviente como un conjunto de entidades inestables en perpetuo movimiento. El carácter voluble de la imagen en Waking Life tiene un fundamento filosófico: se trata de materializar el fondo caótico e inestable anterior al uso de las categorías con las que pensamos, los a priori (históricos) que permiten toda experiencia.

Lo otro que importa en Waking Life es: ¿Cómo filmar la palabra? ¿Cómo filmar las palabras coreografiadas en y como discurso? ¿Cómo filmar las ideas?

Entre tantos intentos, Waking Life es un prodigio cinematográfico del pop estadounidense. Se trata de filmar todos los discursos posibles de una cosmovisión soñada: están los anarquistas, los neodarwinianos, los existencialistas, los posmodernos, los esencialistas, los hippies, los conservadores. Cada personaje aporta una línea de razonamiento y Linklater no postula una verdad discursiva excluyente, sino más bien una convivencia ininterrumpida de todos esos discursos en un espacio abierto de investigación permanente: el famoso universo pluralista de William James, el mismo que concibió Walt Whitman en Perspectivas democráticas, y que repiquetea en cada película de Linklater, como si se tratara del retorno de un sueño suprimido que nada tiene que ver con la acumulación infinita de riquezas.

¿No serán todas las películas de Linklater memorias dispersas de ese sueño? En toda su obra, y en especial en Waking Life, todos los discursos tienen su lugar y su legitimidad. Como siempre, las palabras definen la percepción (A Scanner Darkly, Waking Life), esclarecen los sentimientos (la trilogía Jesse-Céline, Tape), organizan un imaginario social complejo (Dazed and Confused, SubUrbia, Slacker, Una pandilla de pelotas, Bernie, School of Rock, Me and Orson Welles) y enuncian la indignación y el descontento (Fast Food Nation y Los Newton Boys). Círculo hermenéutico pop y politeísmo poético animado, Waking Life contiene todas las películas de Linklater de ayer, de hoy y probablemente del futuro, pues es la que mejor define el punto de vista desde el que todo se despliega.

“Nunca convencen la lógica y los sermones. La humedad de la noche cala hasta el fondo de mi alma. Solo es verdadero lo que vale para cada hombre y mujer. Solo lo que nadie niega”, decía Whitman en Hojas de hierba. Podría ser un buen resumen de Waking Life y del resto de las películas de Linklater.

 

© Roger Koza, julio de 2013.