La «playlist» de Richard Linklater

Un cineasta rock

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No se le suele incluir entre los cineastas rock, pero es muy probable que Richard Linklater sea el representante más significativo de una categoría que, si existe, se asocia con mayor frecuencia a los documentalistas (Julien Temple sería el paradigma) o a directores de prestigio que han mostrado su apego por la música popular en repetidas ocasiones (como Martin Scorsese). Pero si al músico, cuando se sube al escenario, se le reclama actitud, Linklater la lleva demostrando desde su debut, el cortometraje Woodshock (1985), en el que ya contó con Daniel Johnston. Después llegarían títulos como Slacker (1991), donde sonaban Butthole Surfers o Crust y, por supuesto, la inteligente School of Rock (2003), que en España trató de venderse como un producto infantil (Dani Martín, de El Canto del Loco, fue el responsable de doblar a Jack Black), pero contenía bastante más ironía de lo que parece (sin olvidar la participación de Jim O’Rourke en el proyecto).

La aproximación de Linklater a la música resulta especialmente interesante en Dazed and Confused (1993) y SubUrbia (1996) (1), dos películas conectadas con la cultura rock de manera tangencial, pero que dotan a las canciones de sus bandas sonoras de un protagonismo fundamental en la articulación del discurso fílmico.

Dazed and Confused narra el último día escolar de 1976, justo antes de que los estudiantes de un típico instituto estadounidense comiencen las vacaciones estivales. Los sesenta quedaron atrás, el concepto de revolución ha cambiado y los adolescentes protagonistas del film solo quieren divertirse, como si no hubiera mañana. El punk está a la vuelta de la esquina, pero la música que todavía monopoliza las emisoras de radio es la que suena en la banda sonora: el hard rock de Aerosmith, Deep Purple, Alice Cooper, War, Ted Nugent, Nazareth, Black Sabbath, ZZ Top, Foghat, Black Oak Arkansas o Kiss, y algo de glam rock (Sweet, The Runaways). Tampoco conviene olvidar que Dazed and Confused es el título de un tema de Led Zeppelin, aunque no suena directamente en el film. Linklater busca al mismo tiempo un diálogo y una identificación con el espectador, usando la música más allá de su función narrativa y buscando lo que Anahid Kassabian (2) ha denominado “affiliating identification”. Según la autora, la inclusión de canciones pop preexistentes en el score aporta a la película los significados que han adquirido fuera de ella e interfieren en la percepción del espectador. Creando, añadimos nosotros, un nuevo vínculo en función del significado particular que poseen para cada uno de esos espectadores.

El proceso comienza por el propio Linklater, que contaba dieciséis años en 1976, época en que se desarrolla la película. El cineasta pone en marcha un mecanismo narrativo que no oculta su componente nostálgico para proponer una mirada al pasado desde la consciencia del presente, pero velada por el recuerdo nebuloso de la memoria. Así, la música contextualiza a la vez que sirve como refuerzo y reflejo de los estados de ánimo de los personajes.

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SubUrbia, en cambio, no es la película de un director que viaja hacia su pasado tratando de recobrar la inocencia adolescente, sino la de un hombre de 36 años que habla del presente, consciente de que la escena rock alternativa se ha convertido en un amplificador generacional de primera magnitud. Tan importante, de hecho, como el cine indie americano, corriente en la que se adscribe la cinta y de la que el rock va de la mano a menudo. Como los de Dazed and Confused, los personajes de SubUrbia (que, a diferencia de aquellos, ya han superado la adolescencia) también viven una larga jornada hacia la noche, pero esta vez la aproximación de Linklater está exenta de condescendencia nostálgica. Es el aquí y el ahora de una generación igualmente perdida, pero sin el atenuante de la perspectiva temporal, que siempre implica una cierta recuperación mítica de los hechos narrados. Por eso, mientras Dazed and Confused se ilustra con material grabado en los setenta, SubUrbia sirve para presentar nuevas canciones de Sonic Youth (que escribieron Sunday expresamente para el film), Elastica y Stephen Malkmus (Pavement), The Flaming Lips, Beck, Boss Hog o Superchunk. De este modo, la música ejerce de testigo de una época, o como ha dicho Ignacio Ramos Gay (3), de “documento de autoridad legitimador del tiempo recreado en la película”, con la salvedad de que ese tiempo es el presente y existe una voluntad clara de certificarlo, en lugar de recurrir a una banda sonora que fusionara épocas y estilos ofreciendo una visión atemporal de la acción. Una apuesta mucho más arriesgada, pero que también resulta más atractiva.

«Sunday comes and sunday goes
Sunday always seems to move so slow
To me, here she comes again
A perfect ending to a perfect day
A perfect ending, what can I say
To you, lonely sunday friend?
With you, Sunday never ends».

(Sunday, Sonic Youth)

 

 

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(1) Dazed and Confused se estrenó en España como Movida del 76 y SubUrbia, rechazando la solución de la mayúscula “U” para diferenciarla del filme homónimo que Penelope Spheeris dirigiera en 1984, con un explícito Suburbia, de Richard Linklater. En el texto se ha preferido utilizar la nomenclatura original.

(2) KASSABIAN, Anahid: Hearing film: Tracking. Identifications in Contemporary Hollywood Film Music, Nueva York/Londres, Routledge, 2001.

(3) RAMOS GAY, Ignacio: “Chavs, Yobs & Asbos: Rock y sociedad en el cine contemporáneo británico”, revista L’Atalante, núm. 14, Valencia, 2012.

 

© Eduardo Guillot, junio de 2013