Bernie

La leyenda funeraria

 

Un bonito cadáver

Una de las frases de consuelo ineludibles en un velatorio suele hacer referencia al presunto buen aspecto del finado. “Parece que esté durmiendo”, “Ya descansa en paz”, “Lo han dejado muy bien”… son fórmulas que no solo rebajan la crudeza de la muerte sino que convierten la pérdida de un ser querido en un paso sereno, en una suerte de tránsito a una vida mejor. Precisamente, en el tramo inicial de Bernie (Richard Linklater, 2011), una mujer se emociona recordando las técnicas de maquillaje funerario empleadas por el tanatopractor que da nombre al filme: “Hacía desaparecer todas tus arrugas, y si tenías una sobremordida, conseguía disimularla (…). Lograba que todos se vieran hermosos: es una lástima que estuvieran muertos”. Dicho así puede resultar macabro, pero lo interesante del testimonio es constatar la importancia que la puesta en escena cobra en las labores de una funeraria. No en vano, un ritual de despedida solo transmite un efecto tranquilizador si se cuida al detalle la representación y disposición de todos los elementos que entran en juego en el velatorio, el funeral y el entierro.

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Nos referimos a la tanatopraxia, pero también al acompañamiento en el duelo, a la elección del féretro más adecuado, a la decoración floral del lugar de la ceremonia, a las palabras del orador, a la música que se interpreta en la despedida e incluso a la paloma blanca que se libera en algunos entierros como símbolo del espíritu del difunto… Infinidad de aspectos que nos muestra Linklater para situarnos en el universo de Bernie Tiede, un individuo que trabajó en una funeraria de Carthage (Texas) a finales del siglo XX y que acabó asesinando a Marjorie Nugent, una viuda adinerada de esa localidad. El crimen se produjo, al parecer, porque Bernie se sentía dominado por la señora Nugent, con la que mantenía una relación posesiva equiparable (al menos en la ficción) a la de William Holden y Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses (Sunset Blvd., Billy Wilder, 1950); él es Jack Black, que ya había trabajado con Linklater, y ella, otra diosa caída: Shirley MacLaine, quien 53 años antes encarnara a la adorable Ginnie Moorehead de Como un torrente (Some Came Running, Vincente Minnelli, 1958), una de las películas favoritas del cineasta estadounidense.

Alrededor de la ambigua figura de Bernie, que saltó a la fama en un reportaje publicado en 1998 por el Texas Monthly (1), nace este filme escurridizo, tragicómico y sofisticado, que aborda la imagen pública, la arbitrariedad de la justicia, la representación, la ética colectiva, los localismos texanos e incluso lo legendario. Es otro Linklater inclasificable.

 

El backstage funerario

En el documental observacional De funció (2006), Jorge Tur planta su cámara en las estancias ocultas de una funeraria, en el backstage de ese preciso teatro que suele ser un funeral. Desde una distancia tan clínica como respetuosa, el cineasta alicantino retrata el día a día de aquellos técnicos que hacen posible la puesta en escena de la muerte: los carpinteros, los floristas, los operarios, los tanatopractores… Todos permanecen detrás del telón del oratorio, donde transcurren unas ceremonias que nunca vemos en el encuadre.

En tanto que tanatopractor y vendedor de una funeraria, Bernie se asemeja a esos trabajadores invisibles de Tur, que desacralizan la muerte y la convierten en rutina. Sin embargo, su rol va más allá del oficio anónimo: Bernie es un actor que desea protagonismo y por ello participa activamente en todas las representaciones funerarias de Carthage. Su presencia constante se extiende también a otros espacios de la comunidad, donde es considerado un buen samaritano. Linklater potencia esa imagen pública positiva y nos descubre al personaje en todo su esplendor, más allá de las bambalinas: Bernie, el maestro de ceremonias; Bernie, el que consuela a quien está de luto; Bernie, el que lidera el coro de la iglesia; Bernie, el amigo de las viudas; Bernie el lector de bellos obituarios; Bernie, el conductor del concurso de misses para mujeres mayores; Bernie, el profesor teatral; Bernie, el benefactor de los vecinos… ¿Es un ser real? Más bien una construcción.

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No por casualidad la primera vez que le vemos en pantalla es encima de un escenario (presumiblemente el de una clase magistral universitaria), donde demuestra su talento como tanatopractor, pero también como comunicador. Ambos aspectos son indivisibles porque mientras Bernie expone cómo maquillar a un cadáver, controla los tiempos de su actuación y dirige una mirada seductora a la audiencia. Su tono de voz es calmado, seguro, y emplea con sumo detalle los utensilios necesarios para su ejercicio práctico. La tanatopraxia se vuelve, repentinamente, un oficio bello; un ejemplo manifiesto de prestidigitación, de puesta en escena. Tras la representación, los espectadores nos sentiremos embrujados por sus palabras y Linklater sacará partido de ello durante el resto de su perversa ficción. Sin apenas darnos cuenta, pasaremos a formar parte del vecindario de Carthage y, lo que es peor, simpatizaremos con un asesino. Como apunta Carlos Losilla, Bernie es un personaje que incide en el presente “transformando su moral y sus convenciones”.

 

Las emociones

La estructura narrativa de la película, que alterna la recreación de la relación entre Bernie y Marjorie con una serie de entrevistas ficcionadas a los vecinos del pueblo texano (interpretados indistintamente por actores y por algunos de los personajes reales), proporciona al relato una engañosa pluralidad, ya que, salvo contadas excepciones, todos los habitantes de Carthage parecen coincidir en algo: Bernie es un buen tipo y no merece ser castigado por su crimen confeso. Las declaraciones de estos comentaristas subjetivos de la trama central, de esta suerte de coro griego de cotillas, resultarían graciosas si no se acercasen tanto a una cierta verdad. Porque, más allá del humor negro, de la beatería y de la doble moral que desprenden algunas de sus intervenciones, los hechos en que se basa el filme son inquietantes: el fiscal que procesó al verdadero Bernie Tiede desplazó el juicio a otro pueblo por miedo a que fuera absuelto por un jurado popular de Carthage.

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¿Cómo lidiar con tan extraña ética colectiva? ¿Cómo abordar lo irracional en una comunidad? ¿Cómo comprender esa ley no escrita al margen de la Ley? El acierto de Linklater está en no condenar, en no mirar por encima del hombro, en no (pre)juzgar. Dice el cineasta norteamericano que “nuestro sistema de justicia criminal [el de Estados Unidos] es algo bastante arbitrario, basado en emociones” (2) y su filme es coherente con esa idea, ya que nos hace sentir lo mismo que el resto de vecinos-testigos de Carthage. Descubrimos a Bernie a través de los ojos de esa comunidad y, al saber lo ocurrido, nuestra sonrisa se congela. ¿Acaso estamos tan seguros de cuál sería nuestro comportamiento en una situación similar? ¿No hubiésemos perdonado, ni tan siquiera, parcialmente, a nuestro benefactor, a aquel que incluso compartía su dinero con nosotros? Esta inclinación radical a favor del punto de vista del pueblo no impide, sin embargo, que Bernie sea un filme abierto a la reflexión, una obra que invita a cuestionar las construcciones sociales, ya que, tal y como hemos venido apuntando, una imagen construida (la de un individuo, la de un funeral, la de una ficción, etc.) puede llegar a condicionar completamente nuestra ética individual y colectiva.

 

Coda texana

La pista para intuir el papel que las emociones (y los localismos) jugarán en la película la hallamos en la intervención de uno de los vecinos, que describe con genuina parcialidad los distintos estados en los que se divide Texas. Si en School of Rock (2003) era un esquema de bandas trazado por Jack Black el que determinaba el universo musical del filme, aquí es un mapa virtual dibujado por el cineasta en el encuadre, mientras interviene dicho entrevistado, el que sitúa Bernie en un universo texano. Linklater, que nació en Houston y ha rodado parte de su filmografía en Texas, es consciente de las diferencias socioculturales entre El Paso, Dallas, San Antonio o Austin y se siente cómodo abordando las singularidades de un pueblo del este como Carthage. La resolución del juicio a Bernie se convertirá, al fin y al cabo, en una disputa clasista-emocional entre dos zonas de dicho estado que no parecen guardarse mucha simpatía.

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Si bien nuestras nociones de la idiosincrasia y la pluralidad de Texas son limitadas, sí reconocemos las citas sutiles de la película al western y al country folk, dos imaginarios que parecen congeniar en el plano de un vecino tocando con entusiasmo una guitarra. Su sentida interpretación es la de un storyteller que entona la historia de Bernie con estrofas tan deliciosas como la que sigue:

Oh, Bernie, Oh, Bernie

What have you done?

You killed poor Mrs. Nugent

You never even run”.

La canción alienta el nacimiento de un mito y consolida a Bernie en el imaginario colectivo de Carthage. ¿Alguien duda de que la leyenda se impondrá a su crimen?

 

 

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(1) El autor del artículo, titulado “Midnight in the Garden of East Texas”, es el periodista Walter Ned “Skip” Hollandsworth, que coescribió Bernie junto a Linklater.

(2) TOBIAS, Scott: “Interview. Bernie director Richard Linklater on the delicate art of the true-crime dark comedy”, A.V. Club, abril, 2012.

 

© Carles Matamoros Balasch, julio de 2013.