Apolo 10 ½: Una infancia espacial

La conquista de una mirada

* En Transit publicamos en 2013 un dosier dedicado al cine de Linklater, que vamos ampliando con el paso de los años. Se puede leer aquí.

Ya muy avanzado el metraje, encontramos en Apolo 10 ½: Una infancia espacial (Apollo 10 ½: A Space Age Childhood, 2022), el último largometraje de Richard Linklater, un plano que nos recuerda poderosamente a otro anterior del mismo realizador. Stan, el joven protagonista, sale junto a tres de sus hermanos de un túnel con el que acaba el recorrido de una excitante montaña rusa, en el parque de atracciones AstroWorld. Mientras el vagón aminora y la luz del sol vuelve a cubrirles, Stan levanta la mirada hacia el cielo con aire meditabundo y los ojos entornados, gesto que vemos en un primer plano picado y ligeramente ladeado. Es una toma que recuerda a otra de Boyhood (Momentos de una vida) (Boyhood, 2014) en la que Mason mira al cielo con una expresión parecida, un plano indudablemente emblemático dado que se convirtió en la imagen del póster comercial del film. Está también, por supuesto, la analogía entre los dos títulos: el término boyhood parece cubrir un periodo vital algo más amplio que childhood —en inglés, uno puede referirse a un joven que ha dejado ya atrás la infancia como boy, chico, pero no como child, niño— pero ambos son conceptos muy cercanos que aluden al primer tramo de la aventura humana. Y es evidente que ambas películas nos hablan del paso de la superación de la infancia de sus protagonistas. Pero lo interesante es que ese relato, en términos de forma cinematográfica, se traduce en un estudio de los rostros de Mason y Stan, un seguimiento en primer plano que nos lleva a la conquista de esa mirada entornada, esa mezcla de desencanto y de pacificación que se dibuja en sus ojos a medida que se adentran en los primeros compases de la adolescencia. Boyhood, de hecho, acaba precisamente con esa mirada escrutadora de Mason oteando el horizonte, fuera de campo, en una imagen final cargada de futuro, tan sencilla como bellísima.

Miradas al cielo en «Boyhood» y «Apolo 10 ½»

Hay, eso sí, una notable diferencia. Seguimos las andanzas de Mason a lo largo de un amplio arco temporal, desde los seis años hasta la entrada en la universidad. En cambio, la acción de Apolo 10 ½: Una infancia espacial se desarrolla en apenas unos meses entre 1968 y 1969, el periodo en el que Stan se ve forzado por las circunstancias a madurar a toda velocidad. Al inicio del film, mientras juega en el colegio en plena hora del patio, es captado por dos agentes de la NASA en calidad de joven altamente capacitado para las ciencias. Su secretísima misión consistirá en realizar el mismo vuelo que el Apolo 11 con unos días de antelación y en completa soledad para ensayar sin testigos lo que poco después será difundido como una primicia heroica cuando sean Buzz Aldrin y Neil Armstrong los que se paseen por la Luna. Podemos pensar con esto que Linklater ha querido realizar algo así como una continuación ligera y luminosa de la crónica de Elegidos para la gloria (The Right Stuff, 1983), la película de Philip Kaufman que adapta el texto homónimo de Tom Wolfe sobre los primeros compases de la carrera espacial desde la perspectiva estadounidense. Pero el desarrollo del film nos invita a pensar que la estimulante aventura de Stan es más bien una excusa para hablarnos de algo mucho más apegado a la filmografía de Linklater y que no es otra cosa que la conquista de esa mirada adolescente, el esplendor final de la infancia que acontece justo cuando uno empieza a comprender ciertas cosas y hacerse mayor.

La vida suburbial adolescente en «Apolo 10 ½»

En realidad, la expedición espacial del protagonista ocupa sólo una parte del metraje, mucho más centrado en sus avatares cotidianos antes y después de pisar la Luna. Stan es ante todo un niño que juega mucho durante el film; juega en el patio del colegio, en la sala de estar de su casa y en el vecindario con sus hermanos y sus amigos… Y, entre juego y juego, antes ya de embarcarse en la misión Apolo 10 ½, va aprendiendo a mirar el mundo con otros ojos. Un proceso parecido al que viven los chicos de Escuela de rock (School of Rock, 2003) y Una pandilla de pelotas (Bad News Bears, 2005), quizás dos de los títulos más engañosos de Linklater, pues pueden parecer comedias de poca entidad pero atesoran un incisivo espíritu rebelde y una madura observación de la infancia, entre otras virtudes. Podemos fabular una tetralogía no declarada sobre la superación de la niñez que formarían Escuela de rock, Una pandilla de pelotas, Boyhood y Apolo 10 ½: Una infancia espacial; cuatro realizaciones, además, repartidas en casi veinte años de carrera de Linklater, lo cual nos invita a pensar que se trata de un tema mayor de su cine. Sumemos a estos títulos otros como Me and Orson Welles (2008), donde el joven protagonista accede a la vida adulta bajo la tormentosa tutela del director de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), y el díptico espurio que forman Movida del 76 (Dazed and Confused, 1993) y Todos queremos algo (Everybody Wants Some!!, 2016), dos comedias sobre el tránsito de la high school a la universidad de sendos grupos de chavales un tanto gamberros a finales de los años setenta y principios de los ochenta. El resultado es que el cine de Linklater, tan aparentemente dispar, tiene una suerte de columna vertebral que consiste en el relato de las fases de la vida, especialmente del paso de la infancia a la juventud y el aprendizaje de la melancolía que comporta ese proceso.

La familia en la última película de Linklater

Aunque asociamos tenazmente a Linklater con la ciudad de Austin, donde vive y rueda películas como Apolo 10 ½: Una infancia espacial, en realidad nació en Houston en 1960. Es decir, comparte grosso modo datos biográficos con el protagonista de su película. Además, el futuro paso de la educación secundaria a la superior de Stan podría ser coetáneo al de los chicos de Movida del 76 y Todos queremos algo. Linklater, pues, nos habla del crecimiento personal, la pérdida de la inocencia y la experiencia americana en pleno corazón del siglo XX desde una perspectiva indirectamente autobiográfica. La exquisita sensibilidad con la que refleja la infancia y la primera juventud en su cine es el resultado de la articulación de una voz íntima, sumamente personal, un estilo que por momentos nos hace pensar más en una voz literaria que cinematográfica. En ese sentido, fijémonos también en la sutileza con la que nos son descritos los miembros de la familia de Stan, entre los cuales, uno tiene debilidad por sus carismáticas hermanas; ese retrato de grupo tierno, socarrón y festivo nos recuerda a un film por lo demás tan diferente del que nos ocupa como Esperanza y gloria (Hope and Glory, 1987), de John Boorman, de inspiración también autobiográfica.

El cine de Linklater, pues, no desprende erudición de manera grosera sino una delicadeza adquirida a lo largo de un prolongado enamoramiento vital por los libros y por el cine, a la manera de François Truffaut. De hecho, los dos momentos en los que la narración de Apolo 10 ½: Una infancia espacial retrocede para explicarnos los acontecimientos en flashback nos recuerdan en cierta medida a la manera proustiana de evocar los recuerdos. Unos cinco minutos después del arranque de la película, una aparatosa vomitona en pleno entrenamiento astronáutico es congelada, en una suspensión temporal que casi parece una versión chistosa de la celebérrima madalena de Por el camino de Swann, el primer volumen de En busca del tiempo perdido. Y, en la segunda mitad del film, Stan está acostado en su habitación cuando le despiertan los requerimientos de su madre desde la sala de estar. Le está llamando para que vea la retransmisión en directo de la misión Apolo 11; Stan, no obstante, está reposando tras volver él mismo del espacio y, con los ojos entreabiertos, en un estado que nos remite también al Marcel Proust de los primeros compases de su novela, recuerda su propia expedición a través de una serie de secuencias que se alternan con las imágenes de su familia viendo en televisión la versión oficial de la llegada a la Luna.

Stan, en su viaje a la luna en «Apolo 10 ½»

Apolo 10 ½: Una infancia espacial puede parecer un film americano de hechura convencional pero esos flashbacks son un primer indicio de que no estamos ante algo precisamente rutinario. Son movimientos narrativos que nos recuerdan que la experiencia del tiempo, a veces, adquiere una dimensión revolucionaria en el cine de Linklater: doce años de vida registrados a lo largo de doce años reales en Boyhood, larguísimos diálogos filmados sin elipsis en la trilogía que conforman Antes del amanecer (Before Sunrise, 1995), Antes del atardecer (Before Sunset, 2004) y Antes del anochecer (Before Midnight, 2013), películas en las que, en el fondo, también vemos envejecer ante nuestros ojos los cuerpos y los rostros de Céline y Jesse, la pareja protagonista. Pero hay otro indicio más evidente aún de que el film que nos ocupa es cualquier cosa menos convencional: el uso de la animación por rotoscopia. Como en Despertando a la vida (Waking Life, 2001) y A Scanner Darkly (2006), Linklater ha rodado su película con personas reales y luego ha cubierto las imágenes con una capa de animación, un dibujo colorista y detallado que se mueve de una curiosa manera, paradójicamente realista e irreal a la vez. Bajo ese manto de manchas de color que se agitan ante nosotros, el film adquiere un tono falsamente naíf que en realidad nos obliga a mirarlo todo desde una singular distancia irónica.

Pienso a menudo que Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990) es quizás el film americano del que más influencias se detectan en el cine actual. Apolo 10 ½: Una infancia espacial comparte uno de los aspectos de la película de Martin Scorsese que más veces hemos visto en el cine posterior, imitado hasta la saciedad con suerte dispar: una vasta, detallista y luminosa evocación de los años sesenta y setenta rodada con un ritmo electrizante, profusión de temas musicales de la época y una deleitosa ambientación que nos devuelve las texturas de la vida cotidiana en esos años transcurridos entre la guerra de Vietnam, el verano del amor, el escándalo Watergate y el advenimiento del reaganismo. Linklater nos habla de la América de los prolegómenos de la llegada a la Luna con ese, digamos, estilo Goodfellas; e incidiendo particularmente en la visión estadounidense de la carrera espacial, que convierte a los astronautas en auténticas divinidades de una renovada mitología nacional. Pero, insistamos, todo ello nos es relatado desde la extraña distancia que impone la técnica de la rotoscopia. La animación lo cubre todo, incluso las imágenes de archivo que documentan el crecimiento de la ciudad de Houston, los fatuos discursos del presidente John F. Kennedy o los fragmentos reales de entrevistas y programas de televisión en los que vemos a personalidades de la época como Janis Joplin o Johnny Cash. La rotoscopia desactiva la aparente ingenuidad que podría achacarse a la crónica entusiasta de la vida americana en los años sesenta, convirtiendo Apolo 10 ½: Una infancia espacial en algo diametralmente opuesto a la muy tediosa Forrest Gump (1994), de Robert Zemeckis, pues Linklater nos deja entrever también, junto a cierta nostalgia, las venas abiertas de América del Norte.

Imágenes de archivo de John Fitzgerald Kennedy, Joni Mitchell y Johnny Cash en versión rotoscopiada

Decíamos que nuestro hombre está dotado de una voz cinematográfica con aires literarios; precisamente, como muchos insignes narradores de las letras americanas contemporáneas -pienso en Don DeLillo, Robert Ford, Paul Auster, Cormac McCarthy…-, Linklater nos transmite algo fino y cultivado pero también muy castizo. Richard Stuart Linklater es americano, muy americano, texano hasta las cejas. Y, en ese sentido, su cine encuentra filiaciones inesperadas con una determinada tradición, encabezada sin duda por John Ford, que siempre nos ha relatado con rara profundidad la experiencia americana, es decir, con la capacidad de mostrar a la vez cierto apego una determinada forma de ser y un hondo desencanto ante los claroscuros del sueño americano. Al fin y al cabo, la exploración del espacio fue definida por Kennedy como la conquista de la “nueva frontera”, estableciendo una analogía con la conquista del Oeste, elemento central del mito nacional estadounidense y tema capital del cine americano. Stan conquista esa nueva frontera en solitario y luego ve con sus propios ojos cómo se erige un mito de barro en televisión. Lo observa con esos mismos ojos entornados que han visto la desolación de la superficie lunar antes que nadie y que apenas pueden contener la modorra mientras Armstrong pronuncia sus pomposas palabras en directo desde el Mar de la Tranquilidad. La misma mirada entornada que, de hecho, nos impone la capa de animación por rotoscopia que media entre las imágenes y nosotros.

El cine es parte de la experiencia vital del joven protagonista de la película

Tampoco es un detalle casual que la narración de Stan en off ponga cierto énfasis en relatarnos su experiencia como espectador durante ese periodo crucial de su vida: la fascinación ante los colores de El mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), de Victor Fleming, el disfrute inocente ante Sonrisas y lágrimas (The Sound of Music, 1965), de Robert Wise, la maduración de una mirada menos ingenua a través del fantástico y la serie B, las proyecciones en los drive-in experimentadas casi como una suerte de cine expandido, el impacto de encontrarse en mitad de todo eso con 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968), de Stanley Kubrick… Inadvertidamente, se cultiva ante nosotros el terreno en el que florecerá el Nuevo Hollywood y el cine americano cambiará para siempre. Por eso, la verdadera nueva frontera que conquista el protagonista es esa mirada descreída y serena, esa madurez melancólica que, en otra fase muy diferente de la vida, adivinamos también en los ojos de Jesse y Céline durante los instantes finales de Antes del anochecer, cuando detienen por fin su discusión y su errancia para sentarse frente a la orilla del mar, fatigados, al final de su escapada. Linklater tiene la virtud de decirnos cosas de hondo calado respecto al cine y la vida con medios aparentemente muy sencillos; por eso, a su manera, un film tan humilde como Apolo 10 ½: Una infancia espacial contiene en sí mismo todo un relato entre líneas sobre la historia del cine americano, del esplendor al desencanto, del clasicismo a la modernidad, pulsiones que, en el cine de Linklater (¿o tal vez en todo el cine?), conviven armónicamente en el seno de cada imagen.

Una escena de «Apolo 10 ½» que plasma la placidez de la infancia, antes de la madurez

 

© Lucas Santos, abril de 2022