La ligereza de ‘Dazed and Confused’ (‘Movida del 76’)

Low Rider

 

Mike, Tony y Cynthia se dirigen a una fiesta. En la radio del coche suena Low Rider, un tema interpretado por los War que captura perfectamente el espíritu de Movida del 76 (Dazed and Confused, 1993). Los tres personajes mueven sus cabecitas al ritmo de la música y filosofan sobre la etapa vital que están atravesando. Mike, que viaja en el asiento trasero, se embarca en un monólogo alucinado sobre su misantropía e intenta explicar a sus dos amigos cómo, mientras hacía cola en la oficina de correos, ha descubierto que ya no quiere estudiar Derecho para ayudar a la gente porque, en realidad, odia a la gente. Cuando Tony le pregunta qué es lo que quiere hacer, él baja la mirada, arruga el rostro y se queda en silencio durante unos segundos. Su respuesta es un grito de angustia desatada, un quejido que sale directamente de sus entrañas: “I wanna dance!”. Esta es una de las escenas más divertidas de Movida del 76 y también uno de los momentos que mejor expresa esa tensión entre la liberación y la opresión que está en el corazón de la película.

 

Liberación y opresión. En SubUrbia (1996) este volverá a ser el conflicto central, expresado a partir de la dialéctica temporal entre presente y futuro y de las diferencias de clase, raza y estatus que se dan entre los distintos personajes. En Movida del 76 –donde el universo estudiantil se organiza en grupos y cursos, produciendo así sus propias categorías de dominación y servilismo que se extienden fuera de los límites del instituto–, la tensión entre estas emociones es constantemente regurgitada gracias a las dos anécdotas argumentales que funcionan como resortes para mover la trama: las crueles novatadas de las que son víctimas los alumnos de primer año y la nota de compromiso que debe ser firmada por los jugadores del equipo de fútbol. Pero Movida del 76 tiene la gracia de no acentuar nunca nada, de no detenerse para enfatizar la gravedad de un momento ni para subrayar la belleza de un plano. En ella todo es ligero y flotante, y el final de una escena se funde con el comienzo de la siguiente.

Si Slacker (1991), el anterior filme de Richard Linklater, se construía a partir de viñetas casi independientes y de trayectos que nos llevaban de la una a la otra, en Movida del 76 el cineasta se aleja de esta estructura en bloques y hace que su filme avance sinuosamente, al ritmo de los cruces y los encuentros entre sus criaturas. Pink se convierte en un comodín para el director porque, al llevarse bien con todo el mundo y frecuentar a gente de distintos grupos, le permite moverse con libertad de unos personajes a otros. La música –a veces utilizada de forma irónica, otras como portadora del espíritu de la película– es otro hilo conductor a partir del cual Linklater explora las posibilidades de la simultaneidad y la multiplicidad, construyendo un espacio común y compartido por los personajes incluso cuando estos no se encuentran en el mismo lugar.

Movida del 76 está llena de momentos de desenfreno, de diálogos stoners antológicos y de pequeños detalles que pasan ante nuestros ojos dejando una impresión fugaz y parpadeante. Los actores parecen tan cómodos en sus papeles que es difícil imaginarlos en otra película y Linklater disfruta capturando sus interacciones, sus idas y venidas, sus rituales sociales, su manera de estar en el mundo (la dulzura del freshman Mitch que explota en el contraste entre su relax corporal y su hiperexpresividad facial, la incomodidad neurótica de Mike, la manera en que Slater arrastra sus palabras y su cuerpo…). En ocasiones, el aura que desprenden estos personajes y la emoción que los asalta en una determinada situación contagian a la forma y a la cadencia del filme –como en ese momento-homenaje a Malas Calles (Mean Streets, Martin Scorsese, 1973) en que Wooderson, Pink y Mitch hacen su entrada triunfal en el Emporium al ritmo del Hurricane de Bob Dylan–.

Y, en medio de todo esto, Linklater todavía tiene tiempo de filmar una de mis escenas favoritas: el flirt entre Cynthia y Wooderson, un breve encuentro antes del amanecer que es hermoso porque es totalmente impredecible. Dos coches que se cruzan, dos personajes que hablan a través de las ventanillas bajadas, y la sonrisa tímida pero irrefrenable de Cynthia que, para horror de sus amigos nerds, no puede ocultar la emoción que le embarga cuando es halagada por Wooderson, ese personaje carismático pero vulgar, que coquetea con ella de una manera totalmente frontal, básica y sincera.

 

Sin embargo, este no es más que otro momento entre muchos, una escena que esparce su encanto y después desaparece, dejando solo su estela. Porque Movida del 76 es todo movimiento y esto es, precisamente, lo que hace de ella la teen movie perfecta y una película con una energía cinematográfica verdaderamente especial. En este filme Linklater se postula como el supremo low rider, conduciendo despacio por una carretera despejada, sintiendo el asfalto bajo las ruedas y la brisa del verano en la cara, efectuando giros por puro placer y aminorando la marcha para saludar a conocidos. Y, mientras tanto, su cámara se desliza con la serenidad zen de un fumeta que ha alcanzado el estado de gracia.

 

© Cristina Álvarez López, junio 2013