SEFF 2013 (3): Límites personales, espacios en construcción
Dos amigos / El desconocido del lago / Les salauds / Pola X
Pettring / Taller de flamenco
“Éramos así”: primeras palabras anotadas en el bloc a raíz de mi primer visionado, Dos amigos (2012), en el SEFF X. El debut de Polo Menárguez narra el regreso de dos colegas de infancia al pueblo originario de ambos, ahora fantasmagórico y abandonado. No se trata de protagonistas que fueron niños en los sesenta o los setenta, como los de El futuro o el de El triste olor de la carne (objeto de nuestra crónica anterior), sino nacidos en los ochenta que han llegado a los treinta sin perspectiva de horizontes claros, a quienes algunos (nos) llaman generación perdida. La película se concentra en el territorio de lo íntimo, en el fin de semana que pasan juntos recordando los lugares comunes de su infancia y adolescencia, así como la crudeza con la que el presente les devuelve una imagen poco gloriosa de sí mismos, más acomodaticia que la que proyectaron y que el otro, buen conocedor, se atreverá a cuestionar. Las dos palabras textuales iniciales les sirven para justificar algunas conductas infantiles que ahora consideran no demasiado éticas.
El filme de Menárguez podría incluirse dentro de esa familia de películas que retratan una amistad masculina de referencia y que durante una puesta al día se quiebra, en la línea de Old Joy, Humpday o Gerry —con un interesante tratamiento de las figuras de los dos amigos en una árida e imponente orografía castellanoleonesa (antigua ciudad celtíbera de Tiermes)—. Las aristas e inseguridades de los personajes van quedando al desnudo progresivamente, defendidos con eficacia por Font García y Jorge Monje —que se mueven también con espontaneidad en los momentos cómicos—. En el retrato no faltarán el alcohol y las drogas para facilitar que afloren las viejas rencillas, los puntos flacos, algunas fronteras atravesadas, las emociones cambiantes (de los estallidos puntuales de efusividad a una profunda melancolía)…
El inconveniente más sonado del largometraje descansa en el acompañamiento musical, poco adecuado para el despojamiento que propone la historia y que, además, remarca sin necesidad y con insistencia el dramatismo de determinados instantes. Pero en conjunto Dos amigos es un filme honesto y fresco con unas cuantas secuencias poderosas (por ejemplo, la de la cueva) y aunque uno lo vea venir, dada la importancia que se concede a las respectivas novias de los chicos (en fuera de campo), la película pone sobre la mesa reflexiones de peso nada complacientes sobre los balances vitales, los límites de la amistad y la desaparición, también física, de los espacios en los que el pasado tuvo lugar.
La amistad, el paisaje y las fronteras físicas y éticas se erigen también en claves del Giraldillo de Oro de esta décima edición del festival, El desconocido del lago (L’inconnu du lac, 2013). El filme de Alain Guiraudie transcurre íntegramente en un enclave bien acotado, como si se tratara de un escenario teatral, pero en plena naturaleza. Un aparcamiento, el lago del título, la playa anexa, unas rocas colindantes y el bosque próximo donde la espesura de la vegetación permite a los visitantes practicar nudismo y cruising con total desinhibición y libertad. Sobre la repetición de acciones, encuadres específicos y habilidosas elipsis, Guiraudie construye un efectivo relato de suspense donde la irracionalidad del deseo y la irracionalidad del miedo pugnan temerariamente. El protagonista, Franck, víctima de un ineludible enamoramiento, va adentrándose en la boca del lobo pese a haber sido testigo del asesinato cometido por Michel, el objeto de su deseo, quien funciona en el filme de Guiraudie como una especie de homme fatale. Por otro lado, Franck conoce en esa tierra de hombres a Henri, el único sin intención de cancanear allí, y se hacen amigos.
Como ya demostrara en 2009 con Le roi de l’évasion, el realizador francés posee una gran capacidad para retratar con naturalidad la desnudez y el sexo, presentes con atípica y espontánea explicitud en esta cinta y también para combinar géneros, pues este thriller con cierta inspiración hitchcockiana conjuga también elementos del melodrama clásico y de la comedia surrealista (especialmente cuando el policía que investiga el caso entra en escena).
En Franck no hay lugar para la duda o la simple sospecha, pues lo que ha visto lo ha visto con nitidez. No estamos ante un caso ambiguo donde un registro fotográfico deja entrever algo que no se puede llegar a confirmar, como le sucedía a Thomas en ese clásico que es Blow-up. Franck simplemente acepta lo que ha visto y decide ignorarlo sumergiéndose en el placer del sexo y la pasión y atraído también, seguramente, por la curiosidad de ver hacia dónde le conduce el peligro —y ahí descansa también la histórica relación entre la pulsión de deseo y la de muerte—. Pero hay límites que una vez cruzados no pueden desandarse y la última imagen no puede ser otra que el desvanecimiento de la figura protagónica en la oscuridad. Mientras trata de asegurarse de que la amenaza esté lejos, la silueta de Franck, que vimos antes (y repetidas veces) orgásmica a contraluz, queda atrapada, indistinguible, en las tinieblas a las que conduce, literalmente, el fundido a negro que cierra el filme.
En cierta medida, y aunque adopten otra resolución formal, esta conclusión funciona de modo similar en el último puzle de Claire Denis, Les salauds (2013) (también comentada por Carles Matamoros junto al filme de Guiraudie a raíz de sendos pases en Cannes), e incluso en la desconcertante y apoteósica Pola X (1999), que también pudo verse en Sevilla dentro de la retrospectiva que le dedicaba el festival a Leos Carax —cuya trayectoria hemos abordado recientemente en Transit aquí y aquí—. Estas cintas ponen en escena siniestras historias familiares atravesadas por relaciones incestuosas que acaban desembocando en lo destructivo. A la citada clausura del filme de Guiraudie cabe sumar entonces la de Les salauds, cuyo final contiene las imágenes registradas en vídeo (y requisadas por la policía) que atestiguan el incesto frente al rostro, hasta ahora impasible, de la madre. Tras ellas, la cámara, como en un movimiento de retirada inevitable, efectúa un barrido que sumerge nuestra mirada en la pantalla negra final. En cuanto a Pola X, la imagen desoladora es la de las sucesivas ramas de los árboles a las que mira un ausente Pierre, trasladado en un furgón policial tras asesinar a su otrora amigo Thibault y después del suicidio de su deseada hermana Isabelle. Cuando Pierre y Thibault se reencuentran por primera vez, este le dice a aquel: “Nunca seremos como fuimos”. De los dos amigos tan solo queda ya una carretera perdida.
Aprendices
Mientras que sobre los últimos planos de El desconocido del lago, Les salauds y Pola X parece difícil seguir construyendo nada y para el espectador suponen clausuras bastante definitivas, pudimos ver otros dos títulos en el SEFF X que, apegados a una tradición más documental, registran el proceso contrario: no una degradación, sino algo que se está construyendo a la vez que la película. Tanto Pettring (2013) como Taller de flamenco (2013) se conciben dentro de un contexto de crisis nacional que puede entreverse bien en el apartado de la producción, bien en lo que directamente se nos cuenta. Siendo muy diferentes, firmada por un gallego emigrado la primera, Eloy Domínguez Serén, y por un andaluz regresado la segunda, Alfonso Camacho, ambas se hacen eco de vías alternativas a través de las que seguir proponiendo cine resistente, enérgico y honesto.
En Pettring, Eloy, su autor y protagonista, nos acerca su experiencia de cómo, tras terminar “la carrera en el lugar y el momento equivocados”, decidió emigrar a Suecia, país natal de su novia, ante la falta de oportunidades laborales en España. Allí el pontevedrés encuentra trabajo como peón en una obra, nada más lejos de lo esperado, y convierte a la cámara en testigo y compañera. A menudo con la de su propio móvil, va registrando anotaciones como si formaran parte de un diario y/o cuaderno de viajes. En vez de su voz en off, se sirve de la escritura en la pantalla para relatarnos sus vivencias con un efecto de intimidad y complicidad —un poco a la manera en que lo hace Andrés Duque, director de referencia para el gallego, también curtido como crítico y cofundador de A Cuarta Parede—. Esta crónica es un compendio de lo que Eloy ve con sus ojos de recién llegado y también de los obstáculos y problemas de adaptación que se encuentra en Estocolmo, empezando por las diferencias idiomáticas y continuando por la complejidad de los trámites burocráticos.
Pettring —que, por cierto, significa ‘aprendiz’ en sueco— trasciende la experiencia puramente individual de Eloy al encontrar en su propia familia un episodio de éxodo anterior no muy lejano: su propia madre es hija de emigrantes que tuvieron que marchar a Holanda. Estos veinte minutos de retrato en primera persona se hacen eco simultáneamente de la situación político-económica española actual y logran, también con habilidad, entablar un diálogo con nuestra memoria colectiva reciente.
Por su parte, Taller de flamenco hace justicia, literal y poética, a su nombre. Un grupo de personas se reúnen en un histórico espacio okupado —ya desalojado— para aprender cante (cómo respirar, cómo colocar la voz, cómo ejecutar el acompañamiento con la guitarra o toque…). La cámara de Alfonso Camacho (quien fuera editor de la revista Lumière) se integra en el espacio como un elemento más del taller, como si en algunos movimientos titubeantes, mientras efectúa pequeños reencuadres o marcados barridos, ella misma estuviera aprendiendo a moverse en ese espacio, con limitaciones, pero animosa por desarrollar también una capacidad para atrapar los detalles, los esfuerzos y tomar nota de los errores y la evolución de todos esos aprendices de cantaor.
En ese mismo lugar que acogió décadas atrás una antigua fábrica de sombreros, ha lugar para el intercambio de conocimientos entre generaciones, para el trabajo en grupo, para el mejor acondicionamiento de un espacio destartalado, así como para la reivindicación de otra imagen del flamenco, disciplina que a más de uno nos es difícil imaginar sin activársenos automáticamente en la cabeza una vestimenta vistosa. En ese sentido, y como ya sucedía en La leyenda del tiempo (2006) de Isaki Lacuesta o en la más reciente Bajarí (2013) de Eva Vila, el flamenco, arte que también ha sido instrumentalizado de manera “muy clasista” (como se expone en un momento de la ópera prima de Camacho), toma tierra para liberarse de ropajes e ideologías impuestas y reivindicar su misma esencia. Además, es interesante cómo la misma imagen del filme se irá transformando, virando de color, modificando su velocidad y, en consecuencia, lo hará nuestra percepción. ¿No es también Taller de flamenco una película que nos invita a reflexionar sobre cómo percibimos las cosas según su revestimiento? Hace mucho tiempo que sabemos que forma y contenido van de la mano (o habrían de tender a hacerlo). Tanto Eloy como Alfonso, en sendos espacios de creación, apuestan por las galas del menos es más.
© Covadonga G. Lahera, noviembre 2013.