Charles Bukowski: Barfly / Factotum

If you are going to try, go all the way

 

Cuando la comunidad es una trampa mortal gobernada y sobrepoblada por idiotas, orientada a fines faltos de ética y arte, el individualismo es la única salvación provisional. Desde la Madame Bovary de Flaubert hasta el Stephen Dedalus de Joyce, la literatura europea experimentó el desapego general hacia la realización burguesa del sujeto, formada con una mezcla de religión, nación, familia e identidad profesional y económica.

Sin embargo, es en Estados Unidos donde esa tendencia, en reacción al esperpéntico american way of life, condujo al cuestionamiento de la cultura moderna en dimensiones más amplias. Desde John Steinbeck hasta Malcolm X, entran variables en juego —los obreros y la etnicidad— que, en Europa, siempre han pasado más desapercibidas por la influencia que la aristocracia y la burguesía han ejercido en la formación del concepto de cultura. Europa dificilmente pudo haber generado los discursos más radicales (y más interesantes) a este respecto.

Ni pudo haber generado a un Bukowski. Él eligió como motivo literario aquello que el creador de The Wire (2002-2008), David Simon, consideraba que era el foco principal de su ya clásica serie: toda esa masa de gente que el capitalismo ni necesita ni quiere. La literatura del borracho de Los Angeles se erige como un non serviam ebrio e intransigente que rechaza formar parte de un suicidio colectivo disfrazado de éxito y sonrisas de atención al cliente. Fotografiando el lodazal en el que viven los perdedores, la mugre de la sociedad, se mostrará la paradoja: el arte no solo se halla en las cloacas, sino que debe emanar de ellas.

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Seguirle los pasos a esta conciencia desgraciada no es tan sencillo, y los intentos por trasladarla a la gran pantalla reflejan esa complejidad. Ha habido varias adaptaciones al cine centradas en el alter ego de Bukowski en su época de trotamundos y trotabares (una way of life alternativa a la normativa, inspirada por John Fante), pero yo me referiré aquí solo a dos de ellas: Barfly (dirigida por Barbet Schroeder en 1987, pero escrita por el mismo Bukowski) y Factotum (Bent Hamer, 2005). En la primera nos encontramos a un Chinaski demacrado y sobreactuado por Mickey Rourke, causante de risas pero no muy convincente; en la segunda, el personaje, esta vez interpretado por Matt Dillon, no está tan estereotipado, pero quizás peca de lo contrario y cae en un perfil literaturizado.

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Bukowski solía decir que no se consideraba un escritor de ideas, sino de imágenes. Él quería fotografiar su mundo, y confiaba en la fuerza pictórica de lo que escribía como justificación suficiente. Entonces, ¿por qué es tan difícil efectuar una buena representación fílmica de un autor que se consideraba fotógrafo?

Por mucho que se quiera, no existe una estética pura sin discurso, y cuando Bukowski se refería a sí mismo como fotógrafo, quería colocarse al margen de una comunidad intelectual que sobregeneraba discursos. Sin embargo, en sus novelas y poesías hay contenido: la celebración del aislamiento de la conciencia desgraciada como insulto a la sociedad autosatisfecha. Y, en mi opinión, Barfly no llega a reflejarlo bien, y se queda en una divertida parodia de personajes pintorescos. De hecho, a Bukowski no le acabó de gustar la interpretación de Rourke, por exagerar ciertos rasgos que no añaden realismo a la narración. Por otra parte, en Factotum (la película) hay un detalle que intenta dar forma a este problema: se opta por añadir al final de la narración un fragmento del poema Roll the Dice que, pese a no pertenecer a Factotum (la novela), aporta cierta aclaración que en la prosa a veces queda implícita y dejada a la empatía del lector:

If you’re going to try,
go all the way.
Otherwise, don’t even start.

This could mean losing girlfriends,
wives, relatives, jobs and
maybe your mind.

[…] It could mean jail,
it could mean derision,
it could mean mockery,
isolation.
Isolation is the gift,
all the others are a test.

[…] If you’re going to try,
go all the way.
There is no other feeling like that.
You will be alone with the gods
and the nights will flame with fire.

You will ride life
straight to perfect laughter,
it’s the only good fight there is.

Esta es una dificultad que se plantea al adaptar obras literarias al cine: ¿se ha de ser fiel al contenido literal, o ha de buscarse una interpretación, apostar por ella, y tratar de trasladarlo al lenguaje cinematográfico, incluso si ello conlleva recurrir a otros referentes, saliéndose de la novela como guión? En mi opinión, la adaptación de Schroeder opta por lo primero  mientras que la de Hamer apuesta por lo segundo (del mismo modo que hizo Raúl Ruiz en Le temps retrouvé, d’après l’oeuvre de Marcel Proust (1999) al añadir un fragmento de otro volumen de la À la recherche du temps perdu para captar mejor su sentido). En este caso, al añadir fragmentos de la poesía de Bukowski se intenta realizar una interpretación general. No obstante, podría recriminársele que de este modo se ha literaturizado demasiado la narración. En todo caso, este modo de proceder permite señalar un sentido ético y estético que, de otro modo, queda demasiado en el aire.

En el caso de la novela no se puede realizar ese reproche, puesto que la extensión y la cantidad de información permite que el lector pueda deducir por sí mismo, si es atento, un conjunto de información de segundo orden que dota de significación a  la obra. Pero en el caso de una adaptación cinematográfica, esa sutileza implica, quizás, pedir demasiado al espectador, a no ser que este esté familiarizado con la obra original.

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Así pues, el problema del traslado al cine de una obra literaria se traduce en términos de recepción, es decir, en presuponer un tipo u otro de espectadores que cuentan o no con un background sobre lo que se va a proyectar. En todo caso, atenerse a la fidelidad narrativa como guión, en aras de no mojarse, por así decirlo, suele acabar en error; mientras que la segunda opción, pese al riesgo de caer en interpretaciones susceptibles de equivocación, permite un trabajo de adaptación más efectivo. Parafraseando al mismo Bukowski, se le podría sugerir a los directores que quieran llevar una novela al cine lo siguiente: “If you are going to try, go all the way; otherwise, don’t even start”.

En el caso de Factotum el personaje de Chinaski queda más definido. El aislamiento, las borracheras, los chupitos, la cerveza, el humo omnipresente de los cigarros, los trabajos alienantes y la peligrosa estrategia capitalista de presentarlo como una realización, la promiscuidad, los amores fatales, los ligues pasajeros, la falta de compromiso con instituciones, las resacas, el nomadismo… en fin, todo ello ayuda a comprender el significado de esa risa perfecta de la que se habla en el poema, el consuelo de la conciencia desgraciada rodeada por una comunidad sucia en la que no merece la pena participar y de la que hay que alejarse dejándose llevar, de vez en cuando, por las peligrosas sendas ebrias del nihilismo cómico.

 

© Xavi Dorado Ferrer, noviembre 2013