Sólo los amantes sobreviven

Después del atardecer

 

«Wherever she was, there was Eden».

The Diaries of Adam & Eve, Mark Twain (1905).

 

El potente inicio de The Canyons (Paul Schrader, 2013) consiste en una serie de imágenes del exterior e interior de varios cines abandonados; edificios decrépitos, letreros caídos y oxidados, patios de butacas carbonizados. Algunos de estos lugares vacíos y olvidados vuelven a aparecer puntuando como transiciones el thriller erótico-catatónico que Schrader utiliza para retratar los restos de un naufragio cinematográfico en toda su nitidez digital. En su primer largometraje en dicho formato, Jim Jarmusch también decide fijarse en un mundo que ya dejó atrás su punto álgido hace tiempo, pero toma como protagonistas no a los desechos que todavía lo habitan sino a los testigos inmutables de la barbarie. Una diferencia de óptica tan radical como el abismo entre la propia textura de las imágenes de las dos películas —ambas filmadas con una cámara Arri Alexa—, que en el caso de Sólo los amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive, Jim Jarmusch, 2013) el meticuloso Yorick Le Saux es capaz de acercar a la señorial riqueza de matices claroscuros del celuloide en quizás uno de los mayores logros hasta el momento dentro de la fotografía digital. Sus planos son bellos y elegantes, ahondando la siempre notable preocupación estética de Jarmusch. Nada más apropiado para una historia de embalsamamiento cultural protagonizada por vampiros que combaten su melancolía inmortal con una colección de fetiches, entre los que la imagen cinematográfica sería uno más.

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Pero volvamos a las ruinas. Los cines californianos de The Canyons riman con los desérticos paisajes industriales de Detroit que Adam (Tom Hiddleston) le enseña por las noches a su amada Eve (Tilda Swinton) cuando esta decide interrumpir su actual estancia en Tánger y visitar a su compañero de siglos, exiliado en la que una vez fue considerada como la capital estadounidense del automóvil. En el mismo año, dos industrias agonizantes —Hollywood en estado de negación, la Motor City en bancarrota— se reflejan en grandes construcciones arquitectónicas para las que ya no tienen uso mientras cineastas primordiales del cine independiente de los 80 pelean y ensayan nuevas formas de autonomía artística. Por su parte, Adam y Eve, dos individuos centenarios al margen de la Historia humana —”zombies” es como llaman con desprecio este par de no muertos a los seres humanos con necesidad de respirar—, entretienen su inmortalidad con la música, la literatura y los paseos que quienes les rodean utilizan para distraerse de la muerte. Podemos considerarlos los personajes jarmuschianos definitivos: cogen los tiempos muertos, unidad básica y reconocible del cine del director desde el inicio de su filmografía de cafés y cigarrillos, y los exprimen hasta convertirlos en la esencia existencial de sus vigilias. Todo tiempo es muerto para un no vivo.

A no ser que la sangre escasee. Conseguir hemoglobina y un lugar donde refugiarse del sol constituyen las únicas necesidades apremiantes de la condición vampírica. De hecho, de no ser por la irrupción desestabilizadora en la narración de Ava (Mia Wasikowska), la joven y atolondrada hermana de Eve cuyos arrebatos animales ponen en peligro el ennui controlado en el que Adam ha logrado edificar su existencia, Sólo los amantes sobreviven bien podría haber sido una película todavía más sencilla y despojada. Una crónica de la convivencia y complicidad sentimental entre una pareja centenaria de cuyo background nada puede interesarnos tanto como el aquí y ahora; un pasado común solidificado —durante siglos, nada menos— en los gestos de sus miembros, pero desconocido para la narración. Una Antes del anochecer (Before Midnight, Richard Linklater, 2013) que se permitiera el lujo de nacer de cero. El reverso simétricamente opuesto a Museum Hours (Jem Cohen, 2012); es decir, una historia que llega a su fin en vez de estar siempre empezando. Solo que aquí la arquitectura y el arte son lo que se erosiona y los amantes quienes permanecen.

Only Lovers Left Alive_Mia Wasikowska

Pero las estatuas también mueren, se nos dijo. Jarmusch decide plegarse un poco más a la convención del relato vampírico tradicional e introduce conflicto, emoción. Hay momentos de tensión, yugulares succionadas e incluso peligro de muerte para los protagonistas. No es que a ellos les haga mucha gracia que la ya mencionada Ava entre como un remolino de carnalidad y sed en su casa, pero esa llegada no es solo un resorte narrativo para sacudir el statu quo. También amplía la perspectiva del filme y nos dice que el mundo no tiene por qué ser un páramo tan gris como lo pintan Adam, Eve o su amigo mentor, nada menos que Christopher Marlowe (John Hurt). Ellos se han volcado por completo en la cultura desde el momento de su conversión —las referencias con las que Jarmusch salpica todo la película van desde Byron hasta Joyce, de Fibonacci a Jack White—, ya sea con ánimo diletante o como impulsores desde la sombra. ¿Y qué han obtenido a cambio, más allá de no ver sus nombres reconocidos y sí el de gente como Shakespeare? Solo saberse partícipes en la construcción de un mundo en declive, donde ni siquiera la sangre está fuera de duda y supone un peligro a causa de su contaminación. Ante esa situación, Ava —que con su «centenaria juventud» recuerda a la Claudia interpretada por Kirsten Dunst en Entrevista con el vampiro (Interview with the Vampire: The Vampire Chronicles, Neil Jordan, 1994)— al menos todavía posee toda la vitalidad sensual de la que su hermana y cuñado carecen. Ella tiene claro que el fin del mundo la pillará bailando. O vomitando sangre contaminada.

RZ6A7363.JPGOnly Lovers Left Alive_John Hurt

Así se hermanan dos perspectivas habituales de la cuestión vampírica: el romanticismo enquistado y la entrega sensorial y absoluta a la fascinación del horror. Jarmusch niega el enfrentamiento dual representado por Albert Serra en Història de la meva mort (2013): Casanova y Drácula no son contrarios, sino dos figuras que conviven en distintas caras de una misma moneda. Manteniéndose vinculada a las anteriores deconstrucciones de la disolución de géneros cinematográficos que tanto le gusta ensayar al director —el western en Dead Man (1995), el film noir en Ghost Dog, el camino del samurai (Ghost Dog: The Way of the Samurai, 1999), la comedia romántica en Flores rotas (Broken Flowers, 2005), el relato de espías en Los límites del control (The Limits of Control, 2009)—, Sólo los amantes sobreviven además aporta su propia pizca de mitología con esos guantes de cuero negro que Adam y Eve se enfundan antes de salir al exterior. Mientras otras revisiones actuales de la misma temática como Kiss of the Damned (Xan Cassavetes, 2012) o The Addiction (Abel Ferrara, 1995) ponen el acento en los aspectos más adictivos y oscuros del vampirismo —a fin de cuentas, los más vistosos conceptualmente—, la aproximación existencialista a la relación madura que tan bien bailan Tom Hiddleston y Tilda Swinton, “atrapados por una cosa llamada amor” aunque sea condenados a vagar por un vacío infinito, consigue que el film de Jarmusch destaque por méritos propios dentro del género mientras no deja de ser un relato romántico íntimo y hermoso. Igual que el beso que contemplan Adam y Eve al final: la vida palpitante se impone a las ruinas. Ante esa imagen, a nosotros, como a ellos, no nos queda otra opción que afilar los dientes y lanzarnos al cuello.

© Daniel de Partearroyo, enero de 2014