Diario del Xcèntric 2018 (4): Pat O’Neill + David Gatten
A merced de las aguas
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Aunque no suele ser lo habitual en las sesiones del Xcèntric, ya había visto Water and power (1989), la película (55 minutos) de Pat O’Neill que se proyectó el pasado jueves, junto a tres cortometrajes suyos realizados durante la década de los setenta. La vi en mi televisor, hace algunos años, y me reencontré con este realizador estadounidense en 2016 en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam, que proyectó su último filme hasta la fecha, Where the chocolate mountains (2015). Me acordé entonces de aquella ya lejana mañana en que vi Water and power, de que me había resultado cuanto menos intrigante, pero finalmente mi itinerario en la ciudad holandesa, en la que el viento hacía bailar bufandas y zarandeaba los paraguas hasta convertirlos en una suerte de árboles metálicos pelados, me llevó por otros derroteros.
Pero siempre tiene interés volver a ver películas que ya has visto y comprobar lo traicionera que es la memoria. Por otra parte, está claro que no es lo mismo ver un filme de O’Neill, en el que ocurren muchas cosas en la pantalla, en una televisión que en una pantalla de cine. El plano con el que se inicia la película, ese puente alzándose sobre unas rocas al crepúsculo, me resultó vagamente familiar. Recordaba esos interludios textuales, como versos enigmáticos que dan cuenta de pequeños instantes privilegiados, a menudo inconclusos, de ese fluir del tiempo. O’Neill funde en la pantalla valles y perfiles montañosos con las ciudades que los preceden, con las que comparten la geografía, y nos muestra los flujos de vehículos y personas que pasan por esos lugares. Mediante técnicas como el collage, la superposición continua de elementos o el uso de animaciones, el cineasta resignifica los espacios que filma, o los bifurca, desdoblando literalmente el tiempo y el espacio.
Water and power me hizo pensar en el cómic Aquí de Richard McGuire, que precisamente se originó a partir de una historieta que el autor publicó en 1989, el mismo año en que vio la luz la película de O’Neill. Dicha historieta partía de una habitación para aventurar, superponiendo viñetas que van adelante y atrás en el tiempo, qué pudo haber en ese espacio y qué podría haber en el futuro. O’Neill cuenta en una entrevista, reproducida en la hoja de sala de la sesión, que el lugar que inspiró la poesía de capas y estratos que es Water and power es el valle de Owens, al nordeste Los Angeles, una zona tradicionalmente agrícola que fue vital para la expansión de la ciudad en las primeras décadas del siglo XX, al ser adquirida por el Departamento de Agua y Energía del condado. Esa circunstancia forzó progresivamente a los granjeros que allí había a abandonar sus tierras. Hay breves instantes en los que a través de la orografía de ese valle parece materializarse un pasadizo hacia el mundo de Twin Peaks (1990-1991, 2017), la ficción de David Lynch y Mark Frost que también escruta los recodos más oscuros del corazón de Norteamérica. Hablo de momentos como aquellos en los que un fogonazo hace aparecer en pantalla a alguno de los músicos que le proporcionan texturas sonoras a la película de O’Neill.
En Sidewinder’s delta (1976), una de sus piezas breves, también es palpable esa fascinación por los escenarios por antonomasia del western, que nos muestra vacíos, espectrales, puestos del revés. En un plano posterior, en el que un cactus y una bombilla cambian de color en la oscuridad, vemos luz también en el interior de una cabaña, en la que alguien podría estar esperando algo. Sus cortos son más agrestes, más inesperados si cabe: es sorprendente cómo mutan los escenarios y las técnicas, las distintas intervenciones sobre el fotograma, como si O’Neill practicara una especie de escritura automática teñida de melancolía.
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Tres días después llueve y hace casi tanto frío en Barcelona como aquella vez en Rotterdam, quizá más. El sábado por la tarde, de camino a un cumpleaños, cada vez que me detengo en la calle a escribir mensajes de Whatsapp sin importancia noto cómo se me hielan los dedos. Vengo de ver Zama (2017), de Lucrecia Martel, una película en la que el agua, presente en su primer plano y también en el último, es prácticamente un hechizo que tiene atrapado a su protagonista. En los cortos que se proyectan el domingo en Xcèntric el agua ejerce diversos tipos de influjos sobre Stan Brakhage, J. J. Murphy y David Gatten. Hay días en los que uno termina arrastrado por la corriente, y este es uno de esos días: mientras veo estas películas, impelido por la poética del corte de Brakhage y la belleza sencilla y al mismo tiempo intrincada de los dispositivos fílmicos de J. J. Murphy, me pregunto si estas crónicas no se están amarrando peligrosamente a una especie de zona de confort o si mi voz suena demasiado engolada; originalmente, había imaginado una especie de novela intermitente de aventuras, como las que David Gatten parafrasea en las diversas entregas de What the water said (1998-2007).
Al salir de la sesión, un conocido me dice que lo de Gatten le ha parecido una tomadura de pelo, y le reconozco que es un tipo de pieza que quizá emociona sobre todo al cineasta que la lleva a cabo, formulando una pregunta cinematográfica cuya respuesta no es fácilmente interpretable. Gatten introdujo película sonora en el interior de una trampa para cangrejos, asida a una cuerda, y la lanzó al mar durante tres días seguidos, en un primer periodo, y durante una tormenta, nueve años después, para comprobar y comparar qué es lo que el mar le devuelve, qué rastro, qué mensaje queda inscrito en esos fotogramas expuestos al agua. A su vez, traza un paralelismo entre esos fotogramas y varios fragmentos de novelas del siglo XIX, de Hawthorne, Poe y Defoe, y un poema de Pessoa: todos ellos describen escenas de amenaza marina, de personas a merced de las olas, como esos trozos de película que, en la pantalla, no muestran otra cosa que sus rasguños y sus hermosos cambios cromáticos a la vez que oímos también el rumor de las aguas, de intensidad variable. Y, continuando esa conversación que en realidad no continuamos con esa persona al salir de la proyección, puedo decir que durante las dos partes de What the water said regresaron a mi pensamiento, como devueltas por las olas, algunas de las preguntas que me hice o que quería hacerme cuando empecé a escribir estos textos: qué se viene a ver aquí, qué clase de sensaciones se persiguen, qué preguntas, qué respuestas, y a quién incumbe todo esto, si es que incumbe a alguien. Supongo, en todo caso, que está bien volver de vez en cuando al punto de partida. O incluso naufragar estrepitosamente e ir a dar con tus huesos en alguna isla misteriosa, como la que se tragó a Arthur Gordon Pym.
© Toni Junyent, enero de 2018
* Este artículo es el tercer capítulo del “Diario del Xcèntric 2018”. El primero, dedicado a José Antonio Sistiaga y Leslie Thornton, se puede leer aquí. El segundo, dedicado a Peter Nestler, se puede consultar aquí. El tercero, centrado en Michele Fleming, está disponible aquí.