Diario del Xcèntric 2018 (2): Peter Nestler

Elogio de un documentalista alemán

 

Las películas de Peter Nestler, en resumidas cuentas, me produjeron una honda impresión. A veces, alguien me pide que le sugiera algo para ver en el cine, o en casa, y ello siempre me lleva a acabar dándole vueltas a la idea imprecisa de un canon flotante, en constante revisión, de aquello que merece la pena ver o a la siempre ingrata tarea de llegar, como cronista de cine, a alguien más que a otros críticos o a las personas familiarizadas con eso que llamamos cinefilia. Existe ese muro, quizá hecho en parte de prejuicios por ambas partes, que postula que aquellos filmes o autores que llaman la atención de la crítica, que la hacen palpitar y sentirse viva, a menudo serán de difícil recepción para las personas no instruidas o introducidas en ciertas formas de narrar, en ciertas cadencias. Existen también, es algo que por supuesto no ignoro, nuestros privilegios como personas a las que nos ha sido dado el tiempo para instruirnos, para buscar la belleza incansablemente, mientras que hay personas, muchas, cuyas condiciones de vida les han impedido desarrollar ese tipo de aficiones. De eso habla, por cierto, el cine de Nestler. Entre otras cosas. A lo que quiero llegar es a que, incluso teniendo en cuenta que hay filmes que difícilmente podrán apelar al interés de la persona que enchufa la televisión por las noches para matar las horas previas al sueño reparador o la que va al cine de vez en cuando con la única intención de entretenerse, es estimulante buscar e identificar, en ocasiones, películas que dan la impresión de ser necesarias sin ser demasiado exigentes. Que aciertan a decirnos algo sobre nosotros mismos sin esperar a cambio otra cosa que un rato de nuestra atención y nuestros ojos generosos. Y puede que, además, contribuyan a la formación de una conciencia de nuestro lugar en el mundo. Claro está que, para acotar todo esto, habría que formular definiciones de términos como necesario, entretenimiento, tiempo, belleza, conciencia y otros. Las mías son apreciaciones subjetivas, no pretenden ser otra cosa. Lo que ocurrió es que el jueves, viendo algunas de las pequeñas sinfonías rurales que Nestler rodó en Alemania a lo largo de la década de los sesenta, sentí que cualquiera debería ser capaz de conmoverse ante esas sucesiones de imágenes, acompañadas a veces por música o por una narración, y con la forma aparentemente sencilla que tiene el cineasta de poner en valor las vidas y las ocupaciones de las personas que aparecen en los filmes, su lugar en el ecosistema productivo. El domingo vimos algunas piezas educativas que el cineasta rodó con Zsóka, su mujer, para la televisión sueca y también me impresionó cómo en piezas de apenas treinta minutos, de carácter divulgativo, es capaz de enunciar con ligereza y sin renunciar a la fuerza intrínseca de la imagen algunas de las principales vicisitudes de la Historia, esto es, la vieja historia, no por repetida menos cierta y dolorosa y actual, de los que tienen y los que no tienen.

Am siel, de Peter Nestler

“No sé si al pueblo le gustará ser filmado”, se interroga el dique de Am siel (1962), al cual Nestler otorga la voz narrativa que nos cuenta algunas cosas de la vida de los habitantes de un pequeño pueblo costero. Irónicamente o no, Nestler acabaría abandonando Alemania debido al escaso apoyo que recibió su cine, defendido sin embargo por gente como Jean-Marie Straub. Al parecer, los alemanes no se sentían cómodos con alguien que mostraba cómo los vestigios del pasado nazi convivían de forma orgánica con el presente, entendiéndolo como algo que formaba parte del todo, puesto que para saber hacia dónde vamos como sociedad hay que saber de dónde venimos.

En esas primeras películas, Nestler filma lo que tiene delante. Calles, bares, lugares de trabajo, rostros, siluetas. Se interesa por cómo y dónde viven las personas. Pensando en la fluidez musical de Mülheim/Ruhr (1964), leo más tarde que Nestler y su compañero Kurt Ulrich trabajaban con película que les sobraba a otros cineastas, y por lo tanto debían elegir con rigor e intención aquello que filmaban. Ello me hace apreciar todavía más la armonía con la que las imágenes se suceden. Ödenwaldstetten (1964) muestra las transformaciones en las formas de vida y subsistencia de otro pequeño pueblo y tiene algo del tono didáctico de los documentales para televisión que el cineasta realizará en Suecia. Su plano final no puede ser más poético y elocuente: vemos la silueta de una mujer, trabajando un campo, mientras la voz en off concluye que “lo que pertenece al pasado ha sido segado. Un pueblo cambia su cara”. Die Donau rauf (1969) es, según el documentalista Hartmut Bitomsky, el filme donde late con más fuerza la esencia del cine de Nestler. De las cuatro películas alemanas que vi es la más sinuosa, en términos narrativos. Durante un rato largo, el narrador guarda silencio, y ahí nos quedamos, remontando el Danubio. Antes y después de ese interludio, la narración da cuenta de las historias que el río ha venido arrastrando desde los tiempos más pretéritos: desde Jasón y los argonautas mitológicos en pos del vellocino de oro a las derrotas sufridas por los húngaros en la Segunda Guerra Mundial, pasando por una revuelta campesina del siglo XVII que se prolongó durante décadas y amenazó las jerarquías del momento. Peter y Zsóka Nestler rodaron la película, la única en color de entre las siete programadas en las dos sesiones, a bordo de un barco húngaro.

Ödenwaldstetten, de Peter Nestler

Die Donau Rauf, de Peter Nestler

Los dos documentales que pude ver el domingo, si me permitís una yuxtaposición de ideas algo inusual, me recordaron a la época en la que jugaba a videojuegos de estrategia en los que había que construir, por ejemplo, minas para recolectar materias primas que permitieran construir armas. En los videojuegos, al menos, no hay dobles morales: el fin último del progreso material es la aniquilación del enemigo. En el Civilization de Sid Meier, que trazaba un completo arco de la evolución del conocimiento humano, podías pactar con otras potencias, pero con vistas a terminar subyugándolas. Hay un momento especialmente significativo en Mining/Ironworks, Pt. 2 (1974-75) en el que el narrador afirma su incredulidad ante la idea misma del progreso, el hecho cierto de que los avances científicos y tecnológicos podrían servir tanto para el bien como para el mal pero, no obstante, por alguna razón, las posibilidades nocivas de estos avances rara vez dejan de explorarse y ponerse en práctica. Y mientras la mano de obra reemplazable malvive y se consume en las minas, los industriales que rentabilizan su fuerza de trabajo hacen visitas turísticas y brindan por las guerras que vendrán.

 
 

© Toni Junyent, enero de 2018

 

* Este artículo es el segundo capítulo del “Diario del Xcèntric 2018”. El primero, dedicado a José Antonio Sistiaga y Leslie Thornton, se puede leer aquí.