Andrei Rublev / The Secret of Kells

De luz y oscuridad

 

Del aire

Y si el Sueño finge muros
en la llanura del Tiempo,
el Tiempo le hace creer
que nace en aquel momento.

¡Ay, cómo canta la noche! ¡Cómo canta!

¡Qué témpanos de hielo azul levanta!

(La leyenda del tiempo, Federico García-Lorca)

No es un artificio literario: anoche soñé la secuencia con que Tarkovski abre Andrei Rublev (Andrey Rublyov, 1966). Soñé un modo de pensar la obsesión del ruso con el vuelo, con los cuerpos flotando en el vacío, con la materia del aire. A lo mejor fue por la huella que dejó en mí revisar ese magnífico vuelo en globo y otra secuencia de Tarkovski, el viaje alucinado por el cuadro de Brueghel que la cámara realiza en Solaris (Solyaris, 1972). ¿De qué materia está hecho el aire que los cuerpos surcan en estas escenas? “De acuerdo”, pensaba en mi sueño, “que el realizador parece obsesionado con el vuelo, un don que la naturaleza no ha concedido a los hombres. Pero las imágenes que lo representan pesan como las cosas atraídas a la Tierra por la ley de la gravedad.” ¿De qué materia está hecho el aire…? La misma pregunta surge en algunas secuencias de The Secret of Kells (Tomm Moore y Nora Twomey, 2009). El vuelo en globo de Andrei Rublev es aquí vuelo mágico, iniciático, y así como en Tarkovski el peso del cuerpo lo acaba precipitando contra el suelo, en la película belga de animación el vuelo es una lucha contra la oscuridad que lleva el cuerpo hacia una ingrávida luz. De tierra, el aire en Andrei Rublev está hecho de tierra y la ingravidez, en cambio, se manifiesta no en el cielo sino en la tierra, en el cuerpo de un caballo que parece flotar sobre el suelo. En The Secret of Kells el aire, en cambio, está hecho de impalpable luz y oscuridad. Pero hay otra materia que vincula las dos secuencias de vuelo: el tiempo…

 

Del arte y de la guerra

Andrei Rublev, de A. Tarkovski, cuenta la vida de un pintor de iconos que experimentará en sus carnes el horror de la guerra y su cuota de muerte. El dolor le roba la voz y el artista deja de hablar después de un sangriento episodio en que los tártaros saquean una iglesia en la que se refugian los habitantes de un poblado ruso. Será un niño el que salvará al pintor -en el último episodio de la película- de su mutismo y su incapacidad de crear. Se trata del hijo de un fundidor de campanas al que, tras la muerte de su padre, le encargan fabricar una. Afirma conocer el secreto de la campana, que en realidad su padre se llevó a la tumba, para lograr que suene. No hay fábula tan hermosa como esta sobre el arte y su potencial salvífico. La campana suena y el pintor de iconos se abraza al cuerpo del niño que llora liberado tras descubrir el secreto de la campana a partir de una fe inquebrantable en el trabajo, pero también en el arte. Y Andrei Rublev, con el tañido de la campana y el llanto del niño, recupera la voz para seguir iluminando el mundo con la belleza de sus imágenes. También The Secret of Kells nos cuenta una historia de guerra y dolor en la vida de Brendan, un miniaturista destinado a pintar un libro sagrado, y de la cegadora luz que el arte sigue arrojando en el mundo en épocas de oscuridad.