El espíritu de la colmena / Mi vecino Totoro / Yuki & Nina

Ana Mei Yuki

 

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La búsqueda parte de la curiosidad, de la necesidad de saber qué se esconde detrás de lo que se presiente como misterioso y extraño. Esa curiosidad o suerte de atracción suele venir acompañada de un grado de temor, que se activa irracionalmente cuando uno decide emprender un itinerario desconocido (más si uno es aún como Ana, como Mei o como Yuki). Pero frente al miedo, el grito disipador y reparador para lograr invertir las emociones, canalizarlas y optimizarlas. Ante el miedo, el grito, como reza el buen consejo del Dr. Kusakabe, el padre de Mi vecino Totoro (léase también Hayao Miyazaki). Y, por supuesto, las ansias de conocimiento para simplemente poder cantar, pero no sostener: “Vamos a contar mentiras” (El espíritu de la colmena). Y estos tres filmes (junto a los nombrados, Yuki & Nina) añaden: gritar (por dentro, hacia fuera y patalear) para acto seguido proseguir el recorrido, enfrentarse al viaje y aprender, de paso y solo un poco, de qué va esto de la vida.

Ana, Mei y Yuki, o sus “ojos”, representan muy bien lo descrito en contraste, además, con sus compañeras de fábula: Teresa, hermana de Ana; Satsuki, hermana de Mei; Nina, amiga de Yuki. Estas últimas, sin haber abandonado del todo el territorio de la infancia, actúan de guías y muestran en apariencia un mayor grado de lo que se denomina madurez. Son más realistas y, por ende, más ágilmente resolutivas, aunque logrando mantenerse (¡vaya ideal!) también en ese estado dulce donde la imaginación sigue valiendo como arma inocua y la inocencia manteniendo indeleble su capacidad para la sorpresa.

Ana quiere saber “por qué ‘el monstruo’ mata a la niña y por qué le matan luego a él”. Isabel ilustra, somnolienta y a regañadientes, una respuesta que a Ana no satisface: “Porque en el cine todo es mentira. Es un truco”. Pero Ana no se lo cree (ha visto y ha creído y las palabras se quedan cortas) y, por eso, va a buscar al “monstruo” para conocer y poder comprender de verdad. Se encuentra, entonces, con él y se convierte en su secreta y silenciosa camarada y le lleva el reloj de cuerda de su padre, un abrigo también de este y comida. Tic, tac. Y de repente Frankenstein se ha hecho real y, como ya ocurriera presenciando por vez primera (como Ana y como Ana Torrent) El doctor Frankenstein (¿la ficción de 1931?), el shock de Ana llega a raíz del asesinato del “monstruo”. Mientras tanto, sus mayores más cercanos mantienen el estatus de zombis de posguerra.

Mei quiere que su madre, convaleciente en un hospital, regrese a casa y rechista y no acepta retrasos ni imprevistos en el estado de su recuperación. El shock de Mei se produce cuando por su cabeza planea la posibilidad de un empeoramiento materno (la posibilidad de la muerte). Entonces, coge una mazorca y direcciona sus pies rumbo al hospital. Se perderá y el “espíritu Totoro” vendrá en su rescate y este enorme canto a la imaginación habrá ganado. Habrán ganado el viento y los árboles y el sendero-fuga que devolverá a Yuki a París, habiendo aceptado en su transcurso su próximo paso y la separación de sus padres. Érase otra vez…

[Disculpen el tono cursi (o no)]

 

“Si eres su amiga, puedes hablar con él cuando quieras. Cierras los ojos y le llamas (…)”

(Teresa en El espíritu de la colmena, V. Erice, 1973).

“¡¡Fue solo un sueño, pero no lo fue!!” (Al unísono, Mei y Satsuki en Mi vecino Totoro, Hayao Miyazaki, 1989).

 “Nos lo pasaremos bien en el bosque. Habrá duendes y elfos que me traerán comida” (Yuki en Yuki & Nina, Nobuhiro Suwa, 2009).