Solos en la oscuridad

Intervenciones#9

 
fotograma-negro-500Tres películas españolas más o menos recientes me obligan a establecer ciertas asociaciones que van más allá de ellas. Nada más fácil, por otro lado, puesto que las imágenes que me interesan, de entre las que me proponen, no pueden ser más parecidas, más idénticas, si se me permite la expresión. Todo surge de Uranes (2013), el primer largo de Chema García Ibarra, que acabo de ver hace unos días. Esa película inusual, inquieta e inquietante, empieza con la pantalla en negro, un recurso que se repetirá a lo largo del segmento inicial, mientras una voz over desgrana la historia de un niño que nació con una extraña enfermedad que luego resultará no ser tal. Eso me lleva a unos meses atrás, a mediados de noviembre de 2013, cuando en el Festival de Sevilla me topé por primera vez con El futuro (2013), la emotiva crónica sentimental (aunque no lo parezca) de una generación a través de otra que ha compuesto Luis López Carrasco en su ópera prima. Pues también sus primeros fotogramas muestran una absoluta oscuridad atravesada por una voz, en esta ocasión una voz que procede del imaginario colectivo español, la voz de Felipe González en el discurso que pronunció tras vencer el PSOE en las elecciones de 1982. Y finalmente voy a parar, siguiendo este sinuoso hilo de Ariadna, a una película que descubrí hace ya tiempo y de la que ya he hablado aquí, que resurge periódicamente en mis reflexiones dando a entender que aún tiene mucho que decir. En efecto, en Invisible (2012), de Víctor Iriarte, las interrupciones en negro del discurso puntúan la película casi sintácticamente, como una ausencia de luz que tanto puede referirse a la interrupción del lenguaje que da forma a la identidad del que habla como a los agujeros de la memoria, a la imposibilidad de la representación de unos recuerdos que se resisten a tomar forma.

el-futuro-agujero-negro¿Por qué tres películas españolas, de ese cine joven y primerizo, pero también arriesgado e innovador, se quedan de repente sin luz? ¿Qué me quiere decir ese fenómeno que se produce más allá de la autoría, o quizá en determinados puntos de contacto donde varias autorías se entrecruzan? Hay un crescendo peculiar en esas tres des-apariciones, si se contemplan desde una perspectiva cronológica. En todas ellas es el cine mismo el que se muestra incapaz de figurar ciertas imágenes, las imágenes del amor o de la película, las imágenes de la realidad o de la ficción, imágenes que pertenecen al ámbito de nuestra vida íntima tras haber pasado por la vida pública: cuando nos quedamos solos después del amor (Invisible), cuando nos quedamos solos después del enardecimiento colectivo (El futuro), cuando nos quedamos solos para convertir esas carencias en relato (Uranes). La soledad, pues, es el origen de ese mundo oscuro, por lo que esos fotogramas bien podrían estar representando ese momento del cortocircuito, de la interrupción del flujo iconográfico, que se produce cuando lo que queremos decir no encuentra imágenes a su altura. ¿O quizá son precisamente esas las imágenes a su altura? La duda se presenta enseguida e incumbe al propio estatuto de una pantalla en negro, que sigue siendo una imagen. Las imágenes ausentes, como escribí también en esta misma serie de textos, siempre están superpuestas a otras que vemos, deben intuirse a través de ellas o entre ellas, se presentan como un fantasma o como una aparición repentina que después se desvanece. Un destello que se intuye y que se puede reconstruir a través del rastro que deja, esa estela de luz. En cambio, una imagen en negro no está ausente: está ahí, se impone en su oscuridad impenetrable, propone varias capas de negro que no se pueden disociar, es la densidad por antonomasia, aquello que nos va a dejar sin ojos para el análisis. Pero ¿nos deja sin conciencia para la escritura?

Arrebato-El-futuroYa que las cosas des-aparecen, habrá que re-crearlas. Empieza ahí un tanteo en esa oscuridad que es también un trabajo ímprobo. Invisible, El futuro, Uranes: ¿es la misma oscuridad? No basta con re-contextualizar esos fotogramas en negro, situarlos entre otras dos imágenes perfectamente visibles (Invisible), superponerles un superyó (Felipe González en El futuro) o un relato en el que la palabra es más palabra cuando se suma al negro (Uranes). Pues no se trata de sumar, sino de restar, es decir, de sustraer. En las tres películas, el negro nos dice que algo ha sido sustraído, robado, que se nos han escamoteado varias imágenes, o mejor, que las imágenes de la vida se han sustituido por la imagen de la ceguera, pues no otra cosa es esa imposibilidad de que la visión alcance algo más que una pared impenetrable. Es una imagen borrada de la memoria y por lo tanto del sentido, del discurso, del relato. Pero ¿quién la borra? ¿Quién se la ha llevado? En Arrebato (1980), la película seminal de Iván Zulueta de la que procede en gran parte este cine, aunque muchas veces eso resulte inconfesable, la realidad filmada se va viendo progresivamente invadida por fotogramas en rojo que se la comen, la devoran como un cáncer. Cada vez más frecuentes, dejan menos espacio para las demás imágenes, esas que reflejan la vida o por lo menos su simulacro. Menos espacio… De hecho, el relato y la ficción (o la no ficción, da lo mismo) son la expresión de una colectividad cuyo imaginario está en ebullición, que sabe inventar combinaciones de imágenes para darse a ver y dar a ver a sus individuos (el fenómeno de la autoría, sin ir más lejos). Cuando eso no sucede, cuando es imposible, es que se ha producido una vampirización mediante la cual el vislumbre de la muerte, o la fantasía de la desaparición, han tomado el lugar de la vida. En vista de la progresiva despoblación del imaginario español, en vista de que la invasión de los ladrones de cuerpos parece haber empezado por la televisión, en vista de que el cine de este país está siendo silenciado y borrado, quizá estas películas estén hablando también de esa extinción, de una imagen en negro que cada vez va cubriendo más fotogramas.

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© Carlos Losilla, enero de 2014