Sitges 2016 (‘Voyage of Time’, ‘Swiss Army Man’ ‘Melanie. The Girl…’, ‘Proyecto Lázaro’)

¿Quiénes somos? ¿Quién soy yo?

 

Nada mejor que unas preguntas existencialistas para empezar este último capítulo de las crónicas de esta edición de Sitges, porque precisamente a preguntas avasalla Terrence Malick en su nueva película, Voyage of Time (2016). El film, al que pondríamos unas necesarias comillas si lo definiéramos como documental, es un recorrido a lo largo de la creación del Universo y, sobre todo, de la vida en la Tierra. Malick, que apela a la madre Naturaleza como creadora superior (y a ella se dirige su narración en voz de la actriz Cate Blanchett), no oculta su falta de fe en la Humanidad, a la cual muestra en su actualidad bajo la granulación del vídeo (¿no somos seres merecedores de la alta definición bajo la que muestra al resto de seres vivos?) y siempre atareada en algún ritual, a menudo con violencia y muerte como protagonistas. No es que Voyage of Time nazca de un misántropo, pero es cierto que su propuesta se acerca más a un sentimiento biocéntrico que a la espiritualidad o al humanismo.

Voyage of Time, de Terrence Malick

Voyage of Time, de Terrence Malick

En efecto, muchas de las imágenes de la película son idénticas a las de El árbol de la vida (2011) (el reciclaje en este caso poco tiene que ver con la ecología), pero precisamente ahí se esconde uno de los puntos interesantes de la última etapa de Malick como director: ¿cuántas historias se pueden narrar a través de combinaciones de un mismo grupo de imágenes? No es que esta sea la tesis del director, ni mucho menos, y obviamente tal afirmación es falaz, pero la crítica acérrima hacia ese uso reiterado nos parece gratuita, cuando se puede dar la vuelta al argumento para acercarse a través de esa pregunta.

Voyage of Time es sin duda una película de Malick en la que, a su manera, con su inconfundible estilo, narra otro de sus temas larger than life (hasta el punto, en algún momento, de recordar a 2001. Una odisea en el espacio, Stanley Kubrick, 1968). Lo hace, además, con la belleza de su mirada y con la habitual voz en off que acompaña a sus films, guste o nos parezca un subrayado gratuito, pero lo que está claro es que Malick tiene una personalidad propia, tiene unos intereses en los que sigue indagando y que, por mucho premio o crítica que reciba, continuará siendo el misterioso director que lidia con lo inasible.

Si en Voyage of Time las imágenes hablan por sí mismas y la voz funciona como un elemento evocador complementario pero no vital, en Proyecto Lázaro (2016) no podemos evitar sentir que Mateo Gil está escribiendo una novela ilustrada. Una de las pocas propuestas de ciencia ficción del festival no acaba de ser convincente en su planteamiento, bajo escenarios en croma y de fotografía quemada, de una serie de temas existencialistas basados en mitos tan interesantes como los de Frankenstein o Lázaro. Un hombre decide optar por la criogenización cuando se le detecta un cáncer que le da a duras penas unos meses de vida. Su despertar en un tiempo futuro no tendrá nada que ver con lo imaginado, sobre todo porque Mateo Gil decide (y creemos que con ello sí acierta) convertir a su protagonista en un especimen de laboratorio que deberá permanecer en todo momento encerrado.

Proyecto Lázaro, de Mateo Gil

Proyecto Lázaro, de Mateo Gil

La película explora la lenta recuperación física y mental de este particular Lázaro resucitado, lo que su curiosa composición a lo Frankenstein significa para la comunidad científica y también cómo esta está supeditada a intereses empresariales y publicitarios en los medios de comunicación. A pesar de que, en efecto, existe un momento de rebelión del monstruo contra su creador (el cual, por cierto, se llama Victor como homenaje al mad doctor de la novela de Mary Shelley), Proyecto Lázaro se pierde en los múltiples laberintos temáticos que propone: una historia de amor, el entorno y los recuerdos como esencia de la identidad (recuerdos que, por cierto, son filmados emulando el estilo de Malick en El árbol de la vida pero con muy poco acierto), las limitaciones éticas de la ciencia, los humanos como conejillos de indias… En todo momento, en parte debido a esa voz en off que se dirige a los humanos del futuro, la película parece un monólogo reflexivo, un ejercicio de introspección que, si está presentado en formato cinematográfico, es por pura casualidad.

Swiss Army Man

Swiss Army Man, de Dan Kwan y Daniel Scheinert

El protagonista de Swiss Army Man (Dan Kwan y Daniel Scheinert, 2016) también está sumergido en el espiral de la instrospección existencialista, no en vano está perdido en una isla y, justo cuando decide que no merece la pena seguir con su vida, aparece un cuerpo que se convertirá en su amigo y guía. La ganadora de la Sección Oficial de este Sitges tiene un algo de Wes Anderson en la composición de sus planos, un tanto de Quentin Dupieux en la extrañeza de su propuesta, y un casi nada del escatologismo de Kevin Smith. Es un extraño cruce entre E.T., el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982) (sobre todo en cómo el protagonista debe ir enseñando a su curioso amigo a comportarse de manera social) y Náufrago (Robert Zemeckis, 2000) (con la pelota Wilson convertida aquí en un cádaver interpretado por Daniel Radcliffe). Ese muerto casi-viviente servirá a Manny (Paul Dano) para hacer un repaso vital a través de distintas etapas (nacimiento, infancia, adolescencia, juventud…) que le servirán para reflexionar sobre su propia existencia.

¿Saben aquello de que antes de morir uno ve su vida entera ante sus ojos? Swiss Army Man es el resultado de ese repaso de momentos existenciales previo a la muerte, al que se añade aquí un componente crítico. En ese lapso de tiempo en el que el superyo (Paul Dano) juzga al yo (su vida pasada), se va formando así el yo ideal en la figura del personaje de Radcliffe. Un ejercicio rebuscado, a la vez que sensible y evocador, que sin duda no ha dejado a nadie indiferente. Quizás no haya sido la mejor película del festival, pero sí una de las que más han sorprendido.

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The Girl With All the Gifts, de Colm McCarthy

También sorprendió Melanie. The Girl With All the gifts (Colm McCarthy, 2016), más por su condición híbrida que por motivos de contenido. A medio camino entre la comercialidad y la producción pequeña, la película expone el dilema entre humanos y mutaciones, explotado a otro nivel por sagas como X-Men. El punto de vista en este caso será el de Melanie, una muchacha despierta y vivaz que vive en unas instalaciones científicas protegidas por militares, porque (como ocurría en Proyecto Lázaro, pero con diferentes motivos) forma parte de un experimento. En efecto, Melanie es una zombi, pero en su camino de aprendizaje y evolución hará que propios y extraños se cuestionen sobre, precisamente, qué es la humanidad y cómo se muestra. La estructura es posiblemente lo más interesante del film, porque subraya el mensaje que quiere lanzar y que, por estar próximo su estreno, no desvelaremos en estas líneas. En cualquier caso, los zombis también entienden de problemas existenciales y, más aún, cuando son tratados a un nivel darwinista.

Sobre la identidad del festival nos cuestionábamos ya el año pasado, debido a la enorme presencia de thrillers en la Sección Oficial. Esa línea de programación ha proseguido en esta 49ª edición, incluso a pesar de haber tenido como centro temático la ciencia ficción de la saga Star Trek. Durante el festival, se pudieron ver muchos (y buenos) thrillers, desde Creepy (2016) de Kiyoshi Kurosawa hasta la española Que Dios nos perdone (2016) de Rodrigo Sorogoyen. También destacaron The Neon Demon (2016), de Nicolas Winding Refn, por su apuesta cada vez más estética y menos narrativa; The Handmaiden (2016), de Park Chan-wok, una película deliciosa en su estructura en tres partes y en cómo con ella vira la interpretación de la trama; y descubrimientos como Grave (Raw) (2016), de Julia Ducournau (en España se verá bajo el nombre de Crudo), un film sobre el despertar sexual (y, por tanto, también identitario) que cuenta con una de las imágenes más desagradables de este Sitges (por mucho que títulos como Tenemos la carne -Emiliano Rocha Minter, 2016- tratasen de alzarse con el título de película más incómoda). No son estas todas, ni tan siquiera las mejores, pero no me gustaría cerrar esta crónica sin mencionar el divertido pase de In the Valley of Violence (2016), el western cómico de Ti West; y la riquísima y profunda Le secret de la chambre noire (2016), la segunda película de Kiyoshi Kurosawa que veíamos en el festival y que, por su mezcla de fantasmagoría hitchkoniana a lo Vértigo (1958), y su reflexión baziniana que nos recordaba a Dorian Gray sobre la fotografía y la inmortalidad, bien merecía una mención y el madrugón del último día.

Le secret de la chambre noire, de Kiyoshi Kurosawa

Le secret de la chambre noire, de Kiyoshi Kurosawa

Quizás no muchas han sido de género fantástico, pero la programación oficial del Sitges de este año ha mantenido un nivel más que digno en sus propuestas. Para el que viene, ya celebrando la efeméride de su 50 aniversario, esperamos volver a estar allí para contarlo, disfrutarlo… y sufrirlo.

 

© Mónica Jordan Paredes, octubre 2016

 

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