Like Someone in Love

Reflejos en cristales somnolientos

Nada más peligroso que una metáfora en expansión, una metáfora que no solo pretenda abarcar el mundo, sino también hacerlo comprensible. Por eso, Like Someone in Love (2012, Abbas Kiarostami) se salva cuando hace funcionar su engranaje simbólico sobre sí misma y sobre su entorno cultural. Los incesantes reflejos sobre los cristales de los coches o sobre las cristaleras de los bares hablan más del juego de espejos e identidades de la propia película que del mundo de apariencias en que vivimos cotidianamente. Para ello, las decisiones formales de Kiarostami surgen de la propia cultura en la que se sumerge, de ese Tokio ultracapitalista de tiendas y neones nocturnos en el que la apariencia se superpone a la realidad difuminando sus contornos (1). Una cultura que pretende envolver, suntuosa y superficialmente, su realidad con papel cuché, dejando que el reflejo, la imagen, canibalice y aturda al individuo.

Like_someone_in_love_Tokio

La noche y el día se despliegan como un díptico que desata nuestras contradicciones. La atmósfera es la gasolina de nuestros sentimientos y, por esta razón, el estado somnoliento de la protagonista encaja en esa hipnosis que la noche utiliza para borrar los contornos y aligerar las decisiones, para convertir la confusión y la duda en excusas perfectas para dejarse llevar, para que el azar dibuje nuestro destino. Nada es demasiado importante cuando una bruma lo recubre, cuando un reflejo lo difumina, aunque los efectos sean más letales, las risas más desatadas y las lágrimas más fluidas.

Son esos reflejos, esas marcas desvanecidas, lo que nos lleva a mirarnos en otros, a formar parte de la representación de su propia vida, a disolvernos en otras realidades que puedan salvarnos de la nuestra. Si el anciano de la película se salva cuando simula ser otra persona en la vida de la estudiante con el objetivo de sacarla de un apuro inmediato, ella comprueba más tarde el poder mesiánico de la empatía cuando, a su vez, cierra el círculo y representa otro papel en la vida de él.

En un mundo en constante tensión, a punto de explotar como el novio de la protagonista, aún nos queda el amor como salvación, un amor que es hijo de la ausencia y del vacío, que no tiene más referencia que la asunción de nuestras propias carencias. Kiarostami, como ha hecho durante toda su carrera, une ironía y compasión sobre el reflejo de lo que somos, sobre las ruinas de una determinada cultura. Reflejos empañados de tristeza, sobre la que asoma una cierta crueldad que todavía puede redimirse y sobre la que los sueños, como las expectativas, se diluyen para conformar nuestra identidad. Las máscaras, las barreras, las falsas identidades están ahí para salvarnos de una jungla en la que aún cabe algún vestigio de humanidad. Con una carveriana lasitud, Kiarostami ya no necesita subrayar las ideas, como hacía en Copia certificada (Copie conforme, 2010), ya que ahora se construyen solas, emergen de las rimas internas de la vida a través de su cadencia rítmica, de su movimiento y sus caricias, de la belleza encontrada de una manera eludida para el espectador, quizás relacionada con aquel relato de Kawabata en que los hombres acudían a la casa de las bellas durmientes de forma compulsiva pero inocente, sin reflexionar y sin llegar a saber que una mera presencia, una cálida belleza, puede salvar una vida condenada al abismo. El instinto de supervivencia, demasiadas veces, se salta las barreras de la razón.

Like_someone_in_love_Kiarostami

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(1) Recursos formales también muy utilizados en los retratos que hizo Edward Yang de otra ciudad ultracapitalista y ultratecnificada de Extremo Oriente: la Taipei de finales del siglo XX.

© Faustino Sánchez García Abril 2013