El fantasma de Le Prince

Ausencia y presencia del inventor del cine

Cuando se visita un lugar del que ya no queda nada, salvo la constancia de lo que pasó ahí un tiempo atrás, se debe recurrir a esa figura que tanto gustaba a Derrida, el fantasma. Como él bien acertó a ver, su doble naturaleza lleva consigo tanto una presencia como una ausencia. En aquellos lugares en los que sucedió un hecho histórico, dicho suceso queda ahí presente, aunque es necesario que sea nuestro imaginario el que le otorgue la presencia necesaria para darle cuerpo. De eso precisamente trataba la tarea que debía llevar a cabo cuando visité Oakwood Grange, en Roundhay, a las afueras de Leeds. Tenía que imaginar la presencia que yo mismo, con mi suerte de peregrinaje, proyectaba sobre la inevitable ausencia de lo que un día hubo allí. Y qué mejor figura, la del espectro, para caracterizar lo que en aquel lugar nació un día: el cine.

1. Roundhay Garden Scene

Era 14 de octubre de 1888, domingo. Tras la pertinente comida familiar dominical, Louis Aimé Agustin Le Prince se propuso probar su nueva cámara de una lente, en una versión mejorada de su predecesora y después de descartar la fallida de dieciséis lentes. Su hijo, Adolphe, se colocó frente a la puerta principal de la mansión de los Whitley, suegros de Le Prince, y empezó a tocar una melodía con el acordeón, acompañándola con una ligera danza. Le Prince encendió la cámara y, esta vez sí, filmó exitosamente a su hijo, en una secuencia de la que por lo menos nos han llegado veinte fotogramas, los mismos que en la posterior escena que filmó.

 

En esta, Adolphe, el señor y la señora Whitley y su dama de compañía emprenden un tímido baile en el mismo jardín de la casa. Esta secuencia de tan solo unos dos segundos de duración tiene, sin embargo, un halo de misterio que la rodea y la empapa. Primero, Annie Hartley, la dama de compañía, se queda durante un instante inmóvil y mirando a la cámara. Las demás figuras se mueven con un cierto aspecto fantasmal, como si estas primeras imágenes todavía se preguntaran sobre su verdadera naturaleza. En segundo lugar, ya fuera de plano, Sarah Whitley se desploma tras la toma, aquejándose de una enfermedad que se le prolongaba. Como un macabro augurio del poder vampírico del cine, al modo de Arrebato (Iván Zulueta, 1979), moriría tan solo diez días después del rodaje.

Por último, y ahora detrás de la cámara, el prometeico inventor de esa máquina de fantasmas encarnaría a la perfección su propia creación cuando el 16 de septiembre de 1890, en un viaje entre Dijon y París, Le Prince desapareció y nunca más se supo de él. Quedaban por perfeccionar tanto la cámara como el proyector para poder haber hecho al fin una exhibición pública y ser reconocido de esta manera como el inventor del cine. Quedaban también, sin embargo, unos pocos fotogramas, una idea y un nombre, suficientes para dar cierto cuerpo a esa ausencia y moverse subrepticiamente en la Historia hasta nuestros días.

2. Fantasmagorías

La definición de la invención de Le Prince era, según la patente americana de 1886, “el arte de producir fotografías animadas de escenografías naturales y de la vida en cristal, lona u otras superficies preparadas para ello”. De tal modo, ya la concebía tanto como un arte como una herramienta para la reproducción de la realidad. Uno de sus objetivos, no obstante, era el ideal burgués de hacer entrar a las masas en razón. Y eso no era tanto mostrar la naturaleza en su propio estado, sino una visión de la realidad que no se prestase a ser respondida. Dos son los precedentes que posiblemente inspiraron directamente a Le Prince para llevar a cabo su proyecto. Uno es un espectáculo de magia que vio en el teatro del famoso ilusionista francés Robert-Houdin durante su luna de miel. Las ilusiones visuales y el uso que el mago hacía de la tecnología en sus trucos atrajeron la atención de un Le Prince que siempre unió el arte y la tecnología como un par indivisible. El otro precedente, los panoramas, en los que estuvo trabajando como coordinador para una compañía en Estados Unidos entre 1885 y 1887. A partir de las linternas mágicas que se utilizaban para pertrechar los inmensos dibujos que ocupaban la vasta estructura circular que envolvía a los espectadores, se le ocurrió que la sensación de realidad sería mucho mayor si en vez de pintar las figuras e intentarles dar sensación de dinamismo, se reprodujeran directamente.

Stephan Oettermann observa una doble función del panorama, tanto como “aparato para enseñar y glorificar la visión burguesa del mundo” como la de reproducción del “mundo real tan hábilmente que los espectadores pudieran creer que lo que estaban viendo era auténtico” (1). Es decir, las dos son complementarias y lo que intentan es naturalizar una determinada lectura del mundo. Según Walter Benjamin, estos fenómenos culturales se trataban -con la metáfora de su más antiguo predecesor- de fantasmagorías. Era este carácter fantasmal el que escondía la realidad, pero a la vez le permitía una segunda existencia. Y es que era precisamente en el cine donde acabarían desembocando todos los fantasmas del siglo XIX: el de los monstruos de la Ilustración, revividos por el Romanticismo; el de la ideología burguesa y su contraria, el movimiento obrero, que como vio Marx se extendía por Europa como un espectro; el del desarrollo tecnológico y la reificación del fetichismo de la mercancía en la sociedad…

Aquel fin de siècle vio cómo los desarrollos tecnológicos, sociales y culturales iban a desembocar casi inevitablemente en la invención del cine. En esos años, muchas personas estaban a la vez investigando en la misma dirección en diferentes partes del planeta. Algunos hicieron descubrimientos puntuales que ayudarían a diseñar definitivamente el cinematógrafo, como Muybridge y Marey respecto a la captura de imágenes, George Eastman y Ducos du Hauron en cuanto a la película cinematográfica, mientras que Le Prince y William Friese-Greene en Inglaterra, William Dickson y Thomas Alva Edison en Estados Unidos y Léon Bouly y los hermanos Lumière en Francia llegaron por sus propios medios a inventar la imagen en movimiento.

Muchas fueron las circunstancias que llevaron a Le Prince a situarse dentro de esta carrera hacia la imagen cinematográfica. Su padre, un comandante del ejército francés y oficial de la Legión de Honor, era amigo de Louis Jacques Mandé Daguerre, el inventor, junto a Niépce, de la fotografía. Un temprano daguerrotipo de 1847 muestra a toda la familia retratada por el mismo Daguerre. La vinculación entre este y el jovencito Le Prince no es clara en estos primeros años, pero sin embargo hay notables similitudes en la vida de uno y otro. Daguerre tuvo sus primeros éxitos con el diorama, una especie de panorama inventado en 1822, pero que dirigía la visión de los espectadores a un solo punto, lo que aprovechaba para añadir otros tipos de ilusiones, tanto visuales como sonoras, y crear un mayor espectáculo. Fue el afán de realismo lo que le llevó a embarcarse junto a Niépce en la invención de la fotografía. Tras la muerte de este, que ya había conseguido plasmar algunas imágenes en papel, perfeccionó la técnica hasta conseguir en 1839 el daguerrotipo. En los mismos años, William Fox Talbot llegaba a un mismo resultado en Inglaterra. No sé si Le Prince tendría en la cabeza seguir sus mismos pasos cuando fue a estudiar Química a la Universidad de Leipzig, o cuando aceptó formar parte de la empresa familiar de su amigo John Whitley, a la postre su cuñado, o cuando fundó la Leeds Technological School of Arts junto a su esposa. El hecho es que cuando se embarcó en su último proyecto se juntaron en él su experiencia como pintor, su trabajo en los panoramas y su conocimiento en fotografía, además de su experiencia como ingeniero y sus estudios sobre ópticas.

3. Traffic Crossing Leeds Bridge

Hay constancia de otra secuencia rodada por Le Prince. Se trata de una escena en el puente de Leeds. En ella aparece el agitado tráfico que ya había por esa época en el centro de la ciudad, mostrando su intenso y bullicioso comercio. Parece ser que estas imágenes sí se lograron exhibir alrededor de julio de 1889 en una o varias proyecciones privadas. Así lo confirmaron Jim Longley, su ayudante, y Richard Wilson, su amigo, que reconocen haberlas visto proyectadas. Es más, el último las describe de esta manera: “Las mejores imágenes que vi fueron las del puente de Leeds, en las que se veían los coches de caballos y todo el tráfico moverse, como si estuvieras tú mismo en el puente. Podía incluso ver salir el humo de la pipa de un hombre” (2).

 

Las imágenes fueron proyectadas con el proyector de dieciséis lentes a una velocidad de alrededor de siete fotogramas por segundo. Las imágenes eran acordes con las que se había propuesto rodar tras su regreso a Nueva York, en donde le esperaba su familia y tenía pensado hacer el gran estreno de su invento. La lista que escribió con algunos de los motivos que había pensado filmar allí contiene, entre otros, el río Hudson y sus barcos, la bahía de Nueva York, Broadway, Central Park, pero también un funambulista o a Buffalo Bill, suponemos que como el tema de una ficción. Por tanto, ya se aunaban tanto el gusto por el movimiento y el bullicio como por el espectáculo y la ficción. Tenía también pensado grabar una corrida de toros en España para la feria española que su amigo John Whitley estaba organizando para el verano de 1889. Esto habría inaugurado la otra colección de filmes sobre lugares y costumbres exóticos que más tarde los operadores de los Lumière y de Edison se encargarían de llevar a cabo.

4. Desaparición

Pero la verdadera historia que se desarrollaría a continuación superaría con creces la imaginación que se presuponía a estas primeras pequeñas películas. La desaparición de Le Prince contiene todos los motivos de una gran trama: intriga, misterio, conspiración y la siempre pululante figura del fantasma. El 16 de septiembre de 1890, Louis Aimé Augustin Le Prince se despidió de su hermano en la estación de Dijon para coger el tren de las 2.39 horas a París, donde le esperaba el matrimonio Wilson, con quienes viajaría hasta Inglaterra. Nunca llegó a París y ninguna persona le recordaba en el tren. La última persona que le vio, según su testimonio, fue su hermano, que le acompañó hasta la estación. Las hipótesis sobre su desaparición son muchas, algunas dignas de los más estrafalarios melodramas. Una de ellas, quizá la más cinematográfica, se decanta por una conspiración en la que habrían participado algunos agentes de Edison. Esta es la que sostenía la mujer de Le Prince, Elizabeth, que se acabaría enfrentando sin éxito con el magnate a causa de las patentes del cine. Un año más tarde, Edison anunciaría la invención de la imagen en movimiento y cierto tiempo después comenzaría a comercializar su kinetoscopio. En 1901, se encontró muerto en condiciones un tanto misteriosas durante una cacería a Adolphe Le Prince, quien había testificado a favor del invento de su padre. Por supuesto, no hay pruebas que justifiquen esta teoría de la conspiración, ni siquiera las condiciones tan favorables que le sobrevinieron a Edison en una guerra de patentes en la que no las tenía todas consigo. Si bien los abogados que defendían la causa del inventor anglo-francés acabaron por dejar fluir la cuestión y poniéndoselo en bandeja al polifacético inventor americano –al menos según la visión de Lizzie Whitley-Le Prince-, esto no hace sino probar el poder fáctico que Edison tenía en la sociedad americana, aunque no logra evidenciar nada más.

Otras hipótesis aluden al hecho de que en el momento de su muerte estaba en una situación económica más que delicada. Esto abre a su vez dos conjeturas. Le Prince fue a ver a su hermano para resolver el tema de la herencia de su madre, lo que pudo conducir a la posibilidad de un fratricidio, ya que el desacuerdo entre ambos los pudo llevar a este fatal desenlace. Otra posibilidad que se baraja también es la del suicidio, ya que pudo preferir verse muerto antes que no poder mantener a su familia. Existe una cuarta hipótesis, todavía más rocambolesca, que apunta a que la familia de Le Prince le forzó a una desaparición voluntaria para esconder, bien su condición económica, bien una supuesta homosexualidad que lo uniría con su cuñado John Whitley. Según esta fuente, Le Prince habría muerto en 1898 en Chicago.

En 2003 apareció una foto datada de 1890 en los archivos de la policía de París de un hombre ahogado que se asemejaba a Le Prince. Quizá ya era demasiado tarde y una imagen nos dice poco sobre la realidad como para que nos la creamos sin ponerla siquiera en entredicho. Probablemente prefiramos recordar la imagen de Le Prince como el hombre que desapareció sin dejar rastro y se convirtió en un fantasma que sobrevuela la historia del cine, entre la maldición de su no reconocimiento y la proeza de su invención.

(1) OETTERMANN, Stephan: Panorama: History of a Mass Medium, Zone Books, Nueva York, 1997, págs. 7 y 49.
(2) RAWLENCE, Christopher: The Missing Reel, Collins, Londres, 1990, pág. 239.