India Matri Bhumi / Tropical Malady

Invitación al viaje

 

 

1959. Roberto Rossellini filma India Matri Bhumi. Nos situamos en la última media hora de la película. Después de trazar un travelling de izquierda a derecha la cámara vira para, como quien pasa la página de un libro, trazar el recorrido opuesto, mediante una panorámica que lleva nuestra mirada de derecha a izquierda. Mágica metamorfosis que opera a nivel formal la transformación que se está dando en el corazón de la narración: pasamos del registro documental al de la fábula. Después de haber “pasado página” mediante la panorámica, irrumpe una nueva voz en off; pasamos de la distante tercera persona del documental a la cercanía de un yo confesional, la del campesino indio, protagonista de la fábula. Penetramos en un pasillo vegetal a través de un movimiento de cámara que, acompañado de la seductora cadencia de la voz del nuevo narrador, propicia el trance, la hipnosis, la suspensión espacio-temporal propia de los cuentos de hadas. Casi podemos sentir el camino de tierra bajo nuestros pies y los arañazos de las ramitas secas que jalonan el camino al bosque… Toda una invitación al viaje.

2004. Apichatpong Weerasethakul filma Tropical Malady. La primera parte del filme desarrolla una historia de amor, la de Tong y Keng. El registro formal y narrativo, cercano al documental, muestra el día a día de los jóvenes amantes. Vemos a Tong trabajar en una fábrica de hielo o compartir las comidas con su familia en su casa en la jungla mientras Keng, enrolado como militar, frecuenta el espacio urbano. La rutina de los enamorados transcurre en perpetuo tránsito entre la ciudad y la selva. Como en la película de Rossellini, en la segunda parte del filme, un travelling anuncia la metamorfosis; de la estructura narrativa, de las formas, pero también de los personajes. Una noche más, Tong lleva a Keng a su casa en moto, viajamos con ellos… Después de la despedida de los amantes, vemos la figura de Keng avanzar hacia la oscuridad de la jungla hasta que su minúscula figura se vuelve invisible. En la última secuencia de la primera parte del filme, Keng pasa las páginas de un álbum de fotos; la cámara se acerca, más y más, tanto que, al final, solo vemos una mancha de color carne, parte ínfima y gigante de la mano de Keng pasando otra página del álbum… Abandonamos la factura realista cercana a lo documental… y La vía del espíritu se abre con un largo fundido en negro que invita a la ensoñación, como el hipnótico zoom in de India Matri Bhumi. De nuevo, toda una invitación al viaje.

En las imágenes finales de las dos fábulas, se da el encuentro epifánico del hombre con la naturaleza y escuchamos retumbar en el bosque, donde el anciano hindú y el joven tailandés se enfrentan a un tigre -quién sabe si encarnación de la misma Naturaleza, de sus miedos o de sí mismos…-, la famosa poesía de Baudelaire Correspondencias: “La creación es un templo donde vivos pilares / hacen brotar a veces vagas voces oscuras; / por allí pasa el hombre a través de espesuras /de símbolos que observan con ojos familiares. / Como ecos prolongados que a lo lejos se ahogan / en una tenebrosa y profunda unidad, / inmensa cual la noche y cual la claridad, / perfumes y colores y sonidos dialogan”. En el fragor del bosque las trayectorias del campesino y el cazador convergen, se entrecruzan, se confunden, en un juego de correspondencias entre los perfumes de la India y Tailandia, y también los sonidos y colores de las imágenes alumbradas por dos cineastas poetas con casi cincuenta años de diferencia.