Cannes 2015: Gomes, Oliveira, Kurosawa y Weerasethakul

Fantasmas

En un instante del segundo volumen (el mejor de los tres) de la inagotable Arabian Nights, un perro llamado Dixie se encuentra con un fantasma idéntico a él, que bien podría ser el del can que murió tiempo atrás en ese mismo lugar. La escena especular, muy bella, no desentona en la juguetona película de Miguel Gomes —sobre la que esperamos volver en profundidad en el futuro, pues el ritmo de Cannes no nos ha permitido asimilarla en su justa medida—, que a través de la voz de Sherezade combina con naturalidad las tradiciones populares portuguesas, los efectos de la crisis económica en los trabajadores del país y los personajes fantásticos (heredados, libremente, de Las mil y una noches) en un cuento de cuentos en el que un gallo puede hablar o un fugitivo, teletransportarse. Es lo que tiene la libertad del cine, que te permite narrar por narrar y estar en este mundo y en otros en un mismo relato.

El perro Dixie tiene un doble fantasmal en Arabian Nights

En la muy emocionante Visita, ou Memórias e Confissões —la película testamentaria que Manoel de Oliveira rodó en 1982 y que ha permanecido inédita hasta su fallecimiento (1)—, el fantasma bien podría ser el del propio cineasta portugués, que aparece en pantalla más allá de la vida para mirar a cámara y descubrirnos, con suma franqueza y generosidad, al hombre que se escondía tras el director. El filme alterna la declamación en primera persona de Oliveira (que, por aquel entonces, tenía 73 años) con el paseo sinuoso por las estancias del que fue su hogar durante cuatro décadas; un recorrido guiado por dos voces imaginativas y curiosas que empieza con un plano exterior de la valla del jardín que parece ser un guiño a los arranques de Rebeca (1940) y Ciudadano Kane (1941). Pues, al fin al cabo, Visita, ou Memórias e Confissões comparte con las películas de Alfred Hitchcock y Orson Welles esa indagación en el misterio de la vida de un individuo y de su casa. La principal diferencia es que aquí el que cuenta la historia y decide cómo contarla cinematográficamente es también su protagonista; un Oliveira que se despedirá del cine (y de la vida) asumiendo su desaparición, con una fotografía suya que se empequeñecerá en un fondo negro en un plano final tan sublime como el último de Alain Resnais en Aimer, boire et chanter (2014).

Oliveira - cinema

Oliveira nos descubre grabaciones familiares en Visita, ou Memórias e Confissões

Aunque, puestos a hablar de fantasmas, nadie mejor que Kiyoshi Kurosawa, cuya Journey to the Shore no distingue visualmente entre vivos y muertos, que comparten los planos con agradecida naturalidad. Son, al fin y al cabo, espectros corpóreos, que respiran, comen y beben, y que aún no han abandonado el mundo terrenal tras su muerte. En este contexto fantástico, el cineasta japonés nos invitará a compartir un viaje junto a una pareja conformada por una joven viuda y el fantasma de su marido, que ha vuelto de la muerte en busca de reconciliación. Journey to the Shore se aleja, en este sentido, del género de terror en el que tanto se ha prodigado Kurosawa y explora el drama sentimental sin caer, en apenas ningún momento, en lo relamido y lo forzado. De exquisito cabe calificar el modo en que el director de Cure (1997) cuida las apariciones de los fantasmas en escena mediante las luces y las sombras, que marcan la transición de uno a otro mundo con sencillez y sin estridencias. Impagables son también algunos otros detalles —la leyenda de una cascada como portal al más allá, la repentina degradación de un dormitorio tras el desvanecimiento del espectro que lo habitaba, el agresivo intercambio de planos/contraplanos entre la protagonista y la amante de su marido— de una película tan desequilibrada como apasionante en su imaginativa puesta en escena.

journey-to-the-shore_Kiyochi_Kurosawa

La cascada de Journey to the Shore es un portal al más allá

En Cemetery of Splendour, no nos cruzamos con ningún mono-fantasma como en El tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas (2010), pero Apichatpong Weerasethakul no renuncia a lo fantástico y a un cierto halo de misterio. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en Keng (Jarinpattra Rueangram), una médium que se comunica telepáticamente con los soldados eternamente durmientes que descansan en el hospital de Khon Kaen, la localidad natal del cineasta tailandés en la que se sitúa la acción. La película, que está más interesada en construir una atmosfera ensoñadora y apacible antes que en desarrollar un relato narrativo, contiene también un evocador paseo por el entorno natural en las cercanías del hospital que despierta todos los fantasmas (y las leyendas) asociadas a un lugar en el que, al parecer, hubo un cementerio y un palacio esplendoroso. Sin respuestas obvias, a medio camino entre el sueño y la vigilia, entre lo naif y lo inasible, Cemetery of Splendour nos traslada a uno de esos mundos en los que nos gustaría vivir; sobre todo ahora que ya hemos abandonado Cannes.

cemetery-splendour

Los soldados durmientes de Cemetery of Splendour son tratados con lámparas de múltiples colores

separador

 

(1) Para profundizar en Visita, ou Memórias e Confissões, recomiendo la lectura de este artículo de Miguel Blanco y de este otro de José Manuel Costa, ambos publicados en Lumière.

© Carles Matamoros, mayo 2015