Berlinale 2024

Notas de cartografía

Paralelos y paradojas

Cuando desperté, el avión aterrizaba en Asturias mientras sostenía entre las piernas el libro Parallels and Paradoxes: Explorations in music and society (2004). Contemplaba las líneas temblorosas, a causa de mi mal pulso y las turbulencias, que había dibujado o con las que había subrayado esas frases del libro que Matías Piñeiro nos había regalado a algunos espectadores de su última película, Tú me abrasas (2024), hacía menos de veinticuatro horas. Tras la proyección, el director argentino depositó algunos ejemplares sobre el escenario del salón de actos de la Akademie Der Künste, la Academia de las Artes de Berlín. Como acostumbro a sentarme entre las primeras filas, pude levantarme tranquilo y hacerme con uno de ellos sin requerimiento de esfuerzo o riña alguna.

Este libro, el cual desconocía, se construye a partir de un diálogo que se desarrolla a lo largo de ciento ochenta páginas entre el internacionalmente reconocido director de orquesta y pianista, Daniel Barenboim, y el crítico y académico musical, Edward W. Said. El título se sirve de las diferencias y puntos en común entre ambos conversadores. Barenboim tiene las nacionalidades argentina, israelí y palestina; de hecho, es la primera persona en obtener las de Israel y Palestina, esta última la logró en 2008 cuando le concedieron la ciudadanía honoraria tras un concierto en Ramala. Por otro lado, Said es de raíces palestinas y norteamericanas. En estas conversaciones alrededor de la música, como pasaría con cualquier otra representación artística, se termina tocando la vida: hogar, guerra o política son algunos de los puntos alrededor de los cuales se erige la charla y, por extensión, el libro.

Las concomitancias de esta obra con el marco de esta 74 edición de la Berlinale son bastante reveladoras. La controversia rodeó al festival desde sus inicios con la polémica invitación a miembros del partido ultraderechista alemán AfD. El festival finalmente revocó la entrada a esta formación y emitió un comunicado condenando contundentemente a la extrema derecha. Sin embargo, cuando en la ceremonia de clausura diversos artistas como Ben Rusell, o los ganadores del premio a mejor documental, Basel Adra (palestino) y Yuvak Abraham (israelí), mostraron su solidaridad con Gaza y lanzaron acusaciones contra Israel, la respuesta del festival y contra el festival, como ya hemos sabido, fue muy diferente.

Caminar, perderse

Solo he estado dos veces en Berlín y ha sido con motivo de la celebración del festival. Este año, mientras descansaba sentado en un sillón del centro comercial cercano a Postdamer Platz, corazón de la Berlinale, aproveché para cargar mi móvil. Mis amigos me preguntaban por Whatsapp si me estaba gustando la ciudad: les conté que me sentía como si estuviera dentro de un videojuego, donde debía desplazarme de un punto a otro en un mapa. Estos puntos eran los diferentes cines donde se proyectaban las películas de la Berlinale, claro. Con la ayuda de Google Maps y preguntando a algún viandante, lograba llegar sin problema a las localizaciones, disfrutaba de un café si tenía tiempo y luego entraba en la sala, me sentaba en la butaca y esperaba el comienzo de la siguiente sesión. Por la noche, al finalizar la última película de la jornada, me iba agotado al apartamento o me reunía un rato breve para tomar algo con conocidos que también estaban esa semana por allí. Les decía a mis amigos en ese mensaje que, dejando el cine a un lado, no me gusta estar así en un lugar, pues prefiero caminar sin rumbo, dejarme perder.

«Los tonos mayores», de Ingrid Pokropek

Por los puntos de otra ciudad, Buenos Aires, se mueve Ana (Sofía Clausen), protagonista de Los tonos mayores (2024), primera película de Ingrid Pokropek (productora, entre otras, de Trenque Lauquen —Laura Citarella, 2022) y una de las mejores propuestas de la sección Generation Kplus. Un coming-of-age mágico sobre la aceptación de la pérdida. Ana es una chica de catorce años que comienza a recibir señales en código morse a través de una placa de metal que tiene en su brazo. Ha perdido a su madre, no sabemos hace cuánto, y su padre parece estar conociendo a alguien. Interpretando esas señales se le revelan a Ana una serie de palabras que resultan ser, aparentemente, diferentes coordenadas de su ciudad. Así, junto a ella, casi levitando, la película nos comienza a deslizar por un Buenos Aires magnético: no nos importa a dónde nos lleve, solo caminamos. Lugares a los que llegas, calles que recorrer de noche, el transporte urbano, gente con la que te cruzas, los amigos que haces, la gente que te ayuda y la que no, gente a la que ayudas tú. Una investigación hacia un lugar que al final no importa. En Los tonos mayores hay un halo de encantamiento y misterio que lo cubre todo y nos mece dentro de ese juego sin respuesta que es el crecer. Hace ya más de un siglo, Jorge Luis Borges publicaba con veinticuatro años su primer poemario, Fervor de Buenos Aires (1923). En ese libro, el autor ya se acercaba a la capital argentina y hablaba de recorrerla, de ser recorrido por ella, de crecer en paralelo a sus calles. Estos son algunos versos que lo integran y que me gustaría que Ana leyese, si es que no los ha leído todavía.

Del poema La plaza San Martín

[En busca de la tarde
fui apurando en vano las calles]

Del poema Un patio

[Con la tarde
Se cansaron los dos o tres colores del patio
Esta noche, la luna, el claro círculo
no domina su espacio]

Del poema Caminata

[Yo soy el único espectador de esta calle y si dejara de verla se moriría]

Del poema Amanecer

[Si están ajenas de sustancia las cosas
Y si está numerosa Buenos Aires
No es más que un sueño
Que erigen en compartida magia las almas]

De una forma muy distinta, camina Lee Kang-sheng por Washington D.C. en la nueva película de la serie The Walker de Tsai Ming-liang, Abiding Nowhere (2024), estrenada en uno de los pases especiales de esta edición. De nuevo rapado y vestido de monje budista, este personaje convierte sus pasos en una ralentización del tiempo que no es otra que la de detenerse, lo que nos obliga a pensar hacia dónde miramos. La cámara de Tsai no tiene ninguna prisa, al contrario que nosotros, que somos como todas aquellas personas con las que se cruza el monje y que tanto contrastan con el entorno natural y con su propia pisada. Entre los pasos suspendidos del monje, otro individuo más joven aparece. Se trata de Anong Houngheuangsy, que ya compartió película con Lee Kang-sheng en Days (Rizi, 2020). Tampoco sabemos nada sobre él, recorre los encuadres a un ritmo más ordinario: a veces en los mismos lugares, a veces en otros, configurando entre ellos una no-persecución del espacio. Abiding Nowhere comienza y termina en un contexto casi idéntico, con el monje paseando junto al agua que baña las columnas del Capitolio Nacional de Estados Unidos. Esta estructura cíclica crea una corriente, corriente que impide que la travesía se detenga. Una columna que no sujeta nada sujeta el cielo.


Hacia otro lugar

Esta edición ha sido la última para el equipo dirigido por Carlo Chatrian y Mark Peranson. A partir del próximo año la Berlinale estará a los mandos de Tricia Tuttle, la hasta ahora responsable del Festival de Cine de Londres. La sección Encounters, creada por Chatrian, ha sido una de las más claras improntas que ha dejado su dirección, dando un espacio a cierto tipo de películas más transgresoras y diversas.

Nele Wohlatz, que ganó el Leopardo de oro en Locarno a mejor ópera prima con El futuro perfecto (2016), estrenó en esta sección su segunda película, Dormir de olhos abertos (2024), donde, de nuevo, las relaciones entre los personajes y su propia identidad se disponen alrededor de los procesos de migración, lengua y cultura. En la ciudad brasileña de Recife, la película establece una estructura de historias cruzadas nada efectista, al contrario, liviana. ¿Qué mejor (no) lugar que un aeropuerto para comenzar una película sobre la disolución de la identidad? Allí, la taiwanesa Kai (Liao Kai Ro), después de que su novio la haya dejado plantada, coge un avión hacia la localidad costera de Brasil. Kai conoce a Fu Ang, el propietario de una tienda de paraguas para turistas, que desaparece de un momento para otro dejando solamente como rastro una caja de postales. Estas están escritas por Xiao Xin, una joven china que se mudó a una de las grandes torres de la ciudad junto a su tía, una poderosa empresaria local. Las postales se convierten así en el dispositivo articulador de la narración y evidencian las conexiones entre los personajes. Wohlatz logra una mirada sobre la emoción de la identidad migrante en la que la captura exacta del detalle, en el ambiente y la comunicación, conforma una atmósfera vaporosa, por momentos casi onírica. La lírica del montaje funciona como un factor determinante para este hallazgo. Es justo hacer un último inciso poniendo en valor la importancia del humor en la película, a veces inclinándose más a lo absurdo o surrealista y otras hacia lo irónico, tanto desde la autopercepción del personaje como desde la total desubicación. No es casualidad que el personaje de Xiao Xin tenga tatuado “Made in China” o el de Fu Ang aparezca en una escena con una camiseta que reza uno de los muchos mensajes fascistas que nos encontramos dentro del discurso capitalista: “Weakness is a choice”.

«Dormir de olhos abertos», de Nele Wohlatz

En la misma sección vimos la también brasileña Cidade; campo (2024), de Juliana Rojas, que narra la historia de dos mujeres migrantes en el país suramericano. El primer relato lo protagoniza Joana (Fernanda Vianna), cuyo pueblo ha sido arrasado por una catástrofe natural y debe mudarse con su hermana y la nieta de su hermana a São Paulo. En el segundo, Flavia (Mirella Façanha) debe regresar al hogar en el pueblo de su padre recién fallecido. Allí, irá descubriendo junto a su pareja diferentes aspectos que nunca había conocido sobre él y su familia. La dualidad no solamente reside en el título o en su estructura episódica sino que toda la película se vertebra sobre lo dicotómico: la vejez y la juventud, la pérdida de un hogar frente a la recuperación de un hogar perdido, lo naturalista y lo fantástico, la infancia y la muerte, el capital contra lo humano.

«Cidade; campo», de Juliana Rojas

Es otra mujer migrante la que protagoniza A traveler’s needs (Yeohaengjaui pilyo, 2024) de Hong Sang-soo. Iris, interpretada por una magnífica Isabelle Huppert, es una mujer francesa que imparte clases de su lengua materna en Corea del Sur. Nadie sabe más de ella ni qué hace ahí. Como espectadores tampoco nos enteramos de mucho más, si acaso que le gusta el vino de arroz, la poesía y puede que un chico. La película comienza en medio de una de sus clases. Quizás porque al cineasta coreano no le interesa introducirte, prefiere acogerte; como entrar a un bar o una casa en la que la conversación ya estaba empezada pero enseguida te sientes a gusto. En esta clase vemos a Isabelle Huppert llevando a cabo su peculiar método de enseñanza de idiomas basado en la indagación a base de preguntas. La profesora, atenta, deja suceder las acciones, las palabras que se van diciendo. Su alumna le muestra cómo toca su piano, después Iris le pregunta cómo se sentía cuando lo estaba tocando. Las primeras respuestas son huidizas, poco sinceras. Persistiendo, la profesora llega a la verdad, esa verdad Iris la traduce al francés en una sentencia de intención poética y emocional, algo parecido a un haiku. En la segunda clase ocurrirá lo mismo pero con una mujer algo mayor y una guitarra. Tal y como explica más adelante a la segunda alumna y a su marido mientras toman makgeolli, si uno aprende un idioma a través de lo que siente, lo aprenderá de verdad. De esta manera, primer y segundo acto, con una serie de elementos repetidos de manera casi idéntica, conforman una especie de anáfora, pese a que cada secuencia tiene su vida propia y podría funcionar perfectamente de manera aislada. Su consecución conjuga algo de gran importancia en el cine de Hong Sang-soo: la repetición con las pequeñas diferencias de lo dicho.

«A traveler’s needs», de Hong Sang-soo

Es bello el modo en el que, a través de la metodología de Iris, el cineasta muestra sus cartas para que veamos la importancia que deposita en el acto de la conversación o, siendo más específicos, el intercambio de las palabras. En esta última película, Hong vuelve a incurrir en ciertos elementos comunes de su cinematografía reciente como su característico uso del zoom, una evidente ecología de la imagen que se demuestra en la escasez de planos y escenas a lo largo del metraje o los diálogos alrededor de una mesa con unas cuantas botellas de alcohol. Sin embargo, hay algo de diferenciador en este trabajo. La naturaleza adquiere un protagonismo o una importancia mayor en el encuadre, pues el cineasta coreano dirige su mirada hacia motivos como pueden ser plantas, riachuelos o el mismo cielo, para después servirse de ellos dentro de su poética cinematográfica como signos de puntuación; es decir, como un respiro. Esta mirada atenta al entorno natural también se pone de relieve en los versos del poeta Yun Don-ju que la protagonista se encuentra a lo largo de la película. Estos versos y la manera en que los interpretan los personajes dejan ver algo muy bello y triste: los límites del lenguaje, la imposibilidad de traducir ciertas cosas.

Alrededor de estas imposibilidades orbita la ya mencionada última película de Matías Piñeiro, Tú me abrasas, también en la sección Encounters. El cineasta argentino adapta el fragmento “Espuma de mar” de la obra Diálogos con Leucó (1947) de Cesare Pavese, cuya figura también aparece como protagonista. El prólogo de esta película desvela las intenciones del director y su relación con esta obra y su autor. El fragmento que Piñeiro adapta para su película narra el encuentro entre Safo (Gabi Saidón) y Britomartis (María Villar). Safo es una conocida poeta de la antigua Grecia de la que solamente se conserva un poema al completo, el resto de su obra son estrofas y versos fragmentados, hasta tal punto que, de algunas de sus poesías, permanece una sola palabra. De esta pérdida, esta ausencia, nace una nueva poética de la que Piñeiro se sirve a la hora de filmar y editar las imágenes. Una poética que es también una pregunta, el espacio desaparecido que rodea a la palabra, lo impalpable. De Safo se dice que se entregó a las aguas del mar tras un desengaño amoroso. Britomartis también acabó en el mar, pero, en su caso, por accidente al caer por un acantilado mientras escapaba de un hombre. Estas dos mujeres, reinterpretadas en un contexto metacinematográfico y cercano a lo teatral, conversan y se cuestionan la una a la otra sobre temas como el amor o la muerte.

«Tú me abrasas», de Matías Piñeiro

El visionado de esta película fue la experiencia más íntima y emocionante de la semana en Berlín, también la última. Tú me abrasas oscila entre la filmación de la palabra y el lirismo de la propia imagen. La construcción de las imágenes en el montaje resulta esencial para comprender la dinámica que Piñeiro y su equipo nos plantean con un dispositivo poético muy específico. Se opta por la filmación analógica con una Bolex en 16 mm, por lo que cada toma tiene una duración máxima de treinta segundos, creando así una limitación homogénea que crea una unidad de significado y tiempo; por tanto, de ritmo. Con este ritmo y el uso de la repetición —como ya habíamos podido ver en trabajos anteriores del argentino con otro tipo de textos— se logran asociaciones entre palabras/conceptos e imágenes. Piñeiro parece descubrirnos así la posibilidad de inventar a través de los planos cinematográficos infinitos abecedarios con los que jugar a conocer el mundo. Y lo celebro.

 

© Lucas Sellán, marzo de 2024