HotDocs Canadian Documentary Festival (2011)
Crónicas desde donde no poder elegir
Los habitantes de Toronto se sienten muy orgullosos del HotDocs; cualquier conversación casual con alguien del público así lo revela: apuestas, comentarios, comparaciones y críticas, muestras de vídeos conseguidas en las sesiones de preguntas y respuestas, aportación de datos no pedidos. No importa que llueva y, aquí, para hastío de propios y extraños, sucede con frecuencia: ha sido raro el pase para el que no se hayan articulado largas colas, más o menos coloridas por la presencia de paraguas. Así, desde el 28 de abril hasta el 8 de mayo se ha llegado al total de 151.000 espectadores, una cifra que marca récord en su historia. El HotDocs es, junto con el Festival Internacional de Cine de Toronto, el otro “ojito derecho” del amplísimo panorama de festivales de la ciudad, plagada de apasionados del cine.
El HotDocs cumple en 2011 dieciocho robustos años y no tira en saco roto la entrega de su público. En la reciente edición, ha expandido su presencia más allá del downtown de la ciudad, donde se concentran la mayoría de las salas que permiten un recorrido relativamente sensato de documental a documental. El certamen sigue la estrategia de acercarse y de ir rebasando fronteras, sean artísticas o culturales. Mientras tanto, el público de la ciudad, una de las más multiculturales del mundo, le responde como perfecta pareja de baile. Los organizadores del HotDocs y de otros festivales presumen de ese público de muy diversos orígenes, cuya característica unificadora es el hambre por conocer otras realidades. Las discusiones facilitadas por las preguntas tras cada proyección han sido más que interesantes. La crónica de esta periodista se nutre de la idea de mosaico que la ciudad presenta, y de la percepción de un “baile” a dos entre algunos de los trabajos proyectados. Un momento personal que clama por que el mundo sea de otra manera define asimismo parte de la selección de documentales que comentamos a continuación.
1. A las afueras de “América”
Dragonslayer (Tristan Patterson, 2011) ha sido el documental ganador en la categoría de mejor largometraje internacional del HotDocs 2011 por su “conexión original entre estructura y contenido, la frescura de su filmación y una innovadora forma de narración no lineal”, según lo resumido por el jurado del festival. Ya nos lo había advertido la programadora Angie Driscoll, era “el mejor documental de HotDocs”. Dragonslayer nos cuenta la historia de Josh “Screech” Sandoval, punk de veintitrés años, que pasa sus días practicando skateboard en las piscinas vacías de los suburbios de su California natal. El objetivo confeso de “Screech” es la búsqueda de placer: alcohol, drogas, ratos muertos con su chica narrados desde la combinación de una mirada intimista y otra objetiva. El documental se estructura dividido en una cuenta atrás tensa hacia la resolución de la encrucijada en la que “Screech” se halla: continuar con su divagar (que garantiza, gran y significativa paradoja, la existencia de un patrocinador) o entrar en la vida adulta, pues acaba de tener un hijo de una antigua novia. No he tenido la ocasión de ver Wasted Youth de la que escribe Covadonga G. Lahera en su crónica del XL International Film Festival Rotterdam, pero apuesto a que hay muchos elementos que sin duda darían lugar a la comparación y a la discusión.
Tristan Patterson descubrió al protagonista de su documental en una fiesta en Chino, California. Allí, conoció a un grupo de jóvenes -“Screech” entre ellos- que le parecieron los hijos de los personajes de En el abismo (Over the Edge, Jonathan Kaplan, 1979) o Instinto sádico (River’s Edge, Tim Hunter, 1986). Pensó entonces que sería interesante narrar una historia en la que no importase tanto el argumento como la necesidad de capturar sus comportamientos de forma auténtica. Dragonslayer se presenta como un retrato de una juventud emblemática de las consecuencias extremas del capitalismo, sus excesos y sus fracasos. La realidad que aparece ante nuestros ojos -bellamente filmada- es de retazos absurdos, de ausencia de futuro, de idas y venidas sin propósito.
Hasta el punto en que el documental provoca una especie de claustrofobia. Seguimos el movimiento de la tabla deskateboard de pared a pared, de las piscinas como metáfora de falta de salida, desde una perspectiva social pero, además, cinematográfica. Pensamos que este es uno de los problemas de la historia. “Screech” hiere por su falta de generosidad; por supuesto no juzgamos a la persona, sino al personaje que se proyecta en pantalla. Nos preguntamos si el rechazo que nos despierta no es precisamente el rechazo que el director quiere volcar hacia la sociedad que nos ha tocado vivir. Si bien es cierto que Dragonslayer nos sorprende con su originalidad, falla en hacernos creer que la historia va más allá de sus setenta y cuatro minutos y que los movimientos de Josh “Screech” Sandoval tienen una resonancia universal.
Being Elmo: A Puppeteer’s Journey (Constance Marks, 2011), gran premio del jurado del festival de Sundance 2011, logró otro lleno completo en el Isabel Bader, precioso anfiteatro en el campus de la Universidad de Toronto. Salimos de ver este documental en estado de levitación, con una sonrisa marcada en la boca, con el corazón esponjadito hasta decir no puede ser más. Being Elmo termina con la carcajada de su monstruo estrella y combina una serie de elementos que lo hacen irresistible. Por una parte, trata de un mundo tan curioso como desconocido en su “costura”: el de los Teleñecos (muppeten inglés: mezclas de marionetas y títeres), criaturas creadas por Jim Henson para Barrio Sésamo, y dotados de una expresividad excepcional por el movimiento de todas sus extremidades. Además, nos ofrece el “entre bastidores” de uno de los personajes más carismáticos de la serie: Elmo, el monstruo rojo de voz agudísima y risa contagiosa que ha cautivado a niños y adultos. Esta periodista se acaba de enterar de que es el primer (y único) no humano en declarar ante una comisión del congreso de los Estados Unidos a favor de la mejora de la educación musical en las escuelas estadounidenses. Ahí es nada. Cosas que pasan por este lado del océano.
Lo más sorprendente de Being Elmo, no obstante, es que nos descubre la vida de Kevin Clash, el titiritero detrás de Elmo desde 1984 y quien se puede considerar su auténtica “alma”. La historia de Clash es la de una vocación muy temprana que tropezó con múltiples obstáculos: afro-americano criado en el extrarradio de Baltimore, procedente de una familia sin recursos económicos, Clash tuvo que enfrentarse a las burlas de sus compañeros por dedicarse a coser “muñecas”. Being Elmo consigue trazar una continuidad mágica entre sueño y realidad sin caer en la ñoñería. Para ello, Constance Marks -quien siguió a Kevin Clash por un periodo de seis años- se sirve de las declaraciones de gente tan variada como los padres de Clash, Franz Oz -su mentor-, Rosie O’Donnell o Whoopi Goldberg, celebridad que ha aparecido con frecuencia en losshows de Elmo y los Teleñecos. Las imágenes de archivo nos ofrecen la imagen de Clash joven y tímido en sus primeros pasos, de momentos gloriosos del mundo de los Teleñecos. Podemos meter las narices en los cajones de un taller de costura de títeres-marionetas (infinidad de ojos, de bocas, ¡de gafas!). La voz entre todo esto que aparece con poder es la del mismo Kevin Clash, cuajada de ingenio, de humanidad, de recuerdos que van ilustrando una ambición por convertirse en maestro del arte titiritero. Para terminar la sesión de babeo, contaremos que Kevin Clash y, lo que es más importante, Elmo “en persona”, aparecieron en el Q & As.
2. Un cambio de mundo
El pasado dieciséis de mayo el multimillonario Donald Trump hizo oficial la retirada de sus aspiraciones como candidato a la presidencia de Estados Unidos en 2012. Después de haber visto You’ve Been Trumped (Anthony Baxter, 2011), es inevitable que el suspiro de alivio al leer esta noticia sea más sonoro aún si cabe. HotDocs realizó el estreno mundial de este documental el tres de mayo, por lo que la correlación de fechas nos deja desde luego que pensar. Rechazado por el Festival Internacional de Edimburgo, You’ve Been Trumped nos transporta a los imponentes paisajes del noreste de la costa escocesa (Menie, Aberdeenshire) para contarnos una historia relacionada con el vil metal: la construcción de un exclusivo complejo de golf, todo bajo el liderazgo y tras los dólares de “The Donald”. Un proyecto que, como el documental se encarga de demostrar a través de muy diversas fuentes, tendrá consecuencias desastrosas para el ecosistema de la zona. Yendo en contra de sus propias leyes de protección medioambiental, el gobierno escocés lo ha aceptado.
La sobriedad narrativa y un exhaustivo trabajo de periodismo de investigación caracterizan You’ve Been Trumped. Ya desde las imágenes de arranque se nos evidencia el desgarrador contraste entre el mundo de los residentes del estado de Menie -una anciana que nos muestra sus gallinas con orgullo- y la llegada de la troupe de Donald Trump, con sus coches todoterreno, sus guardaespaldas de traje de chaqueta y gafas de sol, prensa que acompaña al empresario y, oh ironía, un grupo de gaiteros. Todo un despliegue de poder. El desarrollo de los acontecimientos refleja la tensión galopante entre residentes que se niegan a vender sus propiedades y un Donald Trump que no escatima en críticas y presión y que se revela ante la cámara de Anthony Baxter como un cínico matón (bully). Son aquellos, en parte, los que nos regalan un delicioso sentido del humor en este documental y ayudan a entender la transformación del paisaje. La mirada de Susan Munro, residente a la que Baxter entrega una cámara, contribuye a crear un marco más íntimo del conflicto y documenta la desaparición de las dunas y, en definitiva, la pérdida de un mundo.
You’ve Been Trumped posee un notable montaje que contribuye a mantener ironía y buen ritmo narrativo. Los momentos en los que se ve cómo los residentes se organizan en su oposición están llenos de fuerza y de ternura. El público de la sala emitía gruñidos y quejas de desaprobación antes los desmanes de Trump, que llega a ser nombrado doctor honoris causa por la universidad de Aberdeen. Anthony Baxter incluso es detenido por la policía al intentar rodar unas imágenes. Eso también hace de You’ve Been Trumped un delicioso David contra Goliat.
“Los documentales pueden cambiar el mundo”, esas fueron las palabras de Lee Hirsch, director de The Bully Project(2011), en una de las charlas organizadas por el HotDocs para debatir el papel actual de los documentales. No en vano, el suyo ha servido para organizar un movimiento más amplio que pretende encontrar soluciones a la epidemia del acoso escolar en Estados Unidos. Si bien no todo lo complejo que podríamos esperar en definir el fenómeno del acoso, Hirsch consigue el objetivo que dice haberse marcado: lograr que el acoso no se confunda con otros tipos de comportamientos más excusables o con la idea de que “los niños son solo eso: niños”. El documental empieza con un chaval que se burla ante la cámara como declaración de intenciones. Fue conmovedora la larga ovación final del público puesto en pie tras la proyección de The Bully Project, todo un reconocimiento a la audacia del trabajo.
Rodado durante un año, The Bully Project centra su mirada en el diario de una escuela en Sioux City, Iowa y, sobre todo, en la vida cotidiana de Alex, quien, debido a su aspecto físico, sufre todo tipo de vejaciones por parte de sus compañeros. Produce pasmo el hecho de que los niños sabían de la presencia de la cámara y el maltrato no se detenía a pesar de ello, hasta el punto que los documentalistas tuvieron que avisar a los padres de Alex de la violencia que presenciaban en el autobús hacia el colegio. Todo un síntoma de la banalización del ojo público. The Bully Project sigue, además, las experiencias de Kelby en Oklahoma, acosada por haberse declarado lesbiana y quien intentó suicidarse en tres ocasiones, y de Jameya, la cual decidió un buen día tomarse la justicia por su mano y acabó empuñando la pistola de su madre para amenazar a sus acosadores. Los padres de dos niños que terminaron con sus vidas también contribuyen a un poderosísimo collage de historias, voces desnudas de opiniones de expertos. La administración del colegio, por otra parte, aparece como la gran despistada, totalmente impotente ante un fenómeno que no sabe de qué manera afrontar. The Bully Project nos ofrece diálogos y escenas ante los que debemos pestañear fuerte para dar crédito a lo inútil de los consejos y discursos que se supone van a “poner paz” en los conflictos; a veces, tristemente, rozan lo cómico.
El uso de cámara en mano, una luz diáfana que en ocasiones da a las imágenes un efecto fantasmal y una música que se debate entre los angelical y lo siniestro son otros aspectos destacables de The Bully Project, un documental que, sí, arranca las lágrimas. Sabe a desconcierto de perfiles borrosos, pero sobre todo, a una lucha que se va formando con fuerza, a un alzar la voz.
3. Paz, vida y muerte
Un paseo entre las tumbas como manera de pasar una tarde relajante, la fotografía bellísima de In Heaven, Underground: the Weissensee Jewish Cemetery (Im Himmel, under der Erde – Der jüdische Friedhof Weißensee, Britta Wauer, 2011) envuelve de forma cálida. Son ciento treinta años de historia los que han contemplado este lugar, el cementerio judío más grande de Europa aún en funcionamiento. Wauer establece un equilibrio prodigioso entre el lirismo de las imágenes y su inserción entre pasado y presente, sin olvidar las voces que hablan de las historias ligadas al camposanto. Encadena la vivísima naturaleza -en la que el contraste de colores arroja mil matices sensuales- con el paso del tiempo, con las costumbres judías, con una historia del siglo XX, tan cruel; una historia que se sigue escribiendo con el momento presente del cementerio: a través de las personas que lo habitan -sí, que viven en él, una familia, de hecho-; los estudiantes que realizan proyectos; los familiares que vienen a rendir homenaje a los seres queridos que allí fueron enterrados; incluso los ornitólogos que investigan las aves de presa que habitan en el bosque lindante.
La vegetación brillante, la palidez de las tumbas, el rumor del viento. El esplendor de los colores: un plano se aproxima a un gusano de un verde rabioso, otro nos trae a un presente modernísimo, alegre: una chica de minifalda, una niña con un paraguas rojo intenso, juguetón, en forma de mariquita. Digno de memoria es el eslabonamiento de fotos en blanco y negro del cementerio y de las imágenes del mismo lugar, en color, en el ahora. Diversas voces van narrando la historia, las historias del cementerio, su funcionamiento, su valor, su vigencia. Destaca la del rabino William Wolff, quien con un chispeante gracejo nos cuenta de las creencias y tradiciones judías, del significado de muerte y más allá. Su naturalidad merece palabras aparte. Otros protagonistas hablan de sus familiares y de los crímenes en los campos. Weissensee fue el único lugar durante la persecución nazi donde los judíos podían estar a salvo. Gran ironía, la creencia en la existencia de un Golem los salvaba. Hay una imagen de archivo en la que aparece un grupo de niños que juega entre las tumbas, era el año 1942.
In Heaven, Underground es testigo de la transformación de costumbres (flores, ya no piedras), así como del paso de las estaciones; llega hasta el momento de su muy necesaria restauración -el cementerio quedó en la parte este de Berlín y desatendido por décadas. La armonía se ve un tanto rota por el exceso del contenido que se desea hacer llegar. El documental triunfa en la memoria y algo falla en la historia. Resulta complicado a ratos ordenar el aluvión de testimonios ciertamente conmovedores, pero que nos convocan a la compresión de un contexto histórico más complejo y enorme. En todo caso. La sensación que el filme transmite es de una absoluta y sobrecogedora paz, una fácil continuidad entre vida y muerte.
Ver How to Die in Oregon (Peter Richardson, 2011) es muy, muy duro. Verlo se convierte en una experiencia colectiva, por la universalidad de su contenido y porque llega un punto en que los sollozos del público forman parte del sonido del documental. Sin embargo, este no recurre a trucos gratuitos para desarrollar el tema en el que se centra: el del suicido asistido -permitido por ley desde 1994- en el estado de Oregón.
Cody Curtis tiene cincuenta y cuatro años, un marido, dos hijos y un cáncer terminal de hígado, que se ha reproducido tras un doloroso tratamiento. No le dan más de seis meses de vida. Afirma con humor que si tuviera otra salida no optaría por el suicidio asistido: “muchas gracias”, dice. Para ella, el bote de cien comprimidos que guarda en el cajón de su dormitorio representa la posibilidad de poder elegir cuándo y cómo, de irse cuando aún mantenga la dignidad. “Me crié en el campo”, cuenta Cody, “allí matábamos a los animales que estaban sufriendo”.
Richardson lo cuenta a través de planos austeros y desde una mirada caleidoscópica: con la presentación de distintos casos y declaraciones, voces en desacuerdo incluidas. Vemos asimismo la campaña que Nancy Niedzielski emprende para que una ley similar se apruebe en el vecino estado de Washington; este ha sido el último deseo de su marido. El hilo principal, sin embargo, es el del avance de la enfermedad de Cody, a la que siempre volvemos a lo largo del documental. Ella refleja la complejidad de la decisión, los altibajos y distintos ángulos desde los que puede ser observada. Nos permite compartir momentos intimísimos de conversaciones con su oncóloga, paseos con su familia, el momento en el hospital en que drenan el fluido que se ha acumulado en su tripa, su visita a la peluquería poco antes de morir, cuando ya se encuentra muy hinchada. Cody Curtis narra la evolución de sus sentimientos de una manera franca y profunda. De How to Die in Oregon destacamos la naturalidad de entrevistados y diálogos entre los protagonistas. El humor negro dice de la esperanza tan humana de que algo va a detener ese destino, la que todos llevamos dentro.
Las imágenes con las que How to Die in Oregon empiezan y terminan no caben en palabras que pueda volcar en este texto. Pertenecen a ese espacio interior: el del espectador ante la pantalla.
4. La identidad en cuestión
Uno de los documentales más perturbadores de la edición de 2011 del HotDocs, Imagining Emanuel (Thomas A. Østbye, 2011), realiza una pregunta valiente, cuya respuesta probablemente parecería trivial si es tomada a la ligera, desde una perspectiva de “occidente cómodo”: ¿Cómo sabemos que una persona es quien es? Tras esto: cuáles son las formas en las que la identidad se convierte en identidad, en un hecho reconocible y aceptado, probado, que nadie puede negar. Qué sucede cuando no hay forma de definirla, qué consecuencias trae esta imposibilidad. ¿Nuestro futuro depende de nuestra identidad?
El refugiado político Emanuel se convierte en una especie de sujeto de estudio ante la cámara de este joven director: Emanuel ha llegado a Noruega como polizón de un barco y es investigado por las autoridades de inmigración. Østbyeexpone los hechos directa y crudamente y prescinde de cualquier tipo de adorno que ayude a perfilar emociones. En este documental no hay música, casi nos recuerda a un proyecto de Dogme 95. Imagining Emanuel experimenta con diversas formas de narración documental y se divide en diez apartados; cada uno de ellos nos presenta una perspectiva diferente desde la cual examinar el “caso” de Emanuel. ¿Y quién es Emanuel? La respuesta depende de los distintos ángulos y, sobre todo, se plantea como algo relacionado con la ausencia de papeles, de un documento que acredite que Emanuel es, efectivamente, quien dice ser y es de donde dice ser. Mientras tanto, su existencia transcurre en una suerte de limbo del que no parece haber salida.
El joven ¿africano? es observado: por las autoridades de inmigración de Noruega, quienes dudan que, tal como él afirma, se trate de un ciudadano de Liberia, lugar al que no puede volver porque, de acuerdo con las pruebas efectuadas, no es de allí, sino de Ghana. Este último país ya lo ha rechazado dos veces. Especialmente sobresalientes e inquietantes son los primeros planos -retenidos por segundos- de las personas que trabajan en los servicios de inmigración, mirando a la cámara directamente. De manera recurrente vemos a Emanuel de pie, mientras se nos muestra su persona desde distintas posiciones. Las imágenes del centro de detención al que finalmente Emanuel es llevado son escalofriantes. Aparece ante nuestros ojos un informe en el que, cada veinte minutos, se han detallado los movimientos de Emanuel en su celda. Nada ayuda a aclarar quién es, solo a evitar su desaparición.
Imagining Emanuel nos habla del absurdo burocrático que tiene la última palabra en definir a los seres humanos. Con una dramática ironía, Østbye hace que la historia de una persona provoque el replanteamiento de un tipo de mentalidad encuadrada en esquemas rígidos, como la celda de un centro de retención.
En Family Portrait in Black and White (Julia Ivanova, 2011) ganador del premio al mejor documental canadiense del HotDocs 2011, la gama de colores es inmensamente variada, nada que ver con los sugeridos por el título. La misma directora ha confesado que su propósito inicial -hablar de los problemas de racismo en Ucrania- se terminó convirtiendo en un análisis de las complejas relaciones de la familia protagonista. En el documental convergen diversos temas, hasta el punto de que al final nos encontramos un poco perdidos sobre las posibles claves de una discusión. Donde está la virtud también se encuentra el pecado. Ese es el gran mérito y, a la vez, el gran problema de Family Portrait: si bien nos deleita con una realidad trazada desde múltiples dimensiones y de tal complejidad que, como sucede con las grandes obras, se escurre cuando intentamos atraparla, son demasiados los temas gigantescos hacia los que dirige su foco. El resultado es tanto de fascinación como de brumoso desconcierto.
Las imágenes con las que abre son las de la Ucrania de nuestros días, país que experimenta una escalada de racismo, como lo ilustran las manifestaciones de militantes neonazi. Ese es el contexto más general en que transcurre la vida de Olga Nenya, quien se ha convertido en la madre de acogida de veintitrés niños, dieciséis de los cuales son mulatos. El vecino de Olga y sus hijos, un hombre alcohólico al que le han quitado la custodia de sus propios vástagos, se permite un exabrupto sobre la mezcla de razas. El documental nos lleva al día a día de esta peculiar familia y nos otorga una perspectiva más profunda de las historias de algunos de los niños.
Olga Nenya es una mujer generosa, llena de complicaciones y contrariedades, una persona eminentemente polémica. Madre entregada y protectora, por una parte; por otra, actúa de forma controladora, irracional e incluso egoísta cuando se niega a que algunos de sus hijos de acogida sean adoptados por familias de otros países europeos, donde podrían tener una mejor vida y otras oportunidades. “Ucrania necesita a estos niños”, alega. Llega a esconder el pasaporte de una de las niñas para evitar que se marche a Italia. Olga escoge sus favoritos, como su propio hijo biológico al que los otros describen como un “delincuente” y al que siempre da la razón, sea cual sea su comportamiento.
La familia de Olga presenta otra faceta mucho más turbadora, no obstante. Uno de los hijos mulatos, Kiril, se queja de que su madre privilegia los valores relacionados con la disciplina y el trabajo físico y trata de suprimir la libertad individual. De tal manera sucede esto, que Olga reproduce en su familia, según la opinión de este chico, la estructura de un sistema totalitario, estalinista, para más señas. Microcosmos de la época soviética, y familia que ejemplifica una esperanza de tolerancia para el futuro a partes iguales. Family Portrait no deja lugar a la indiferencia.
En la última proyección de Family Portrait un alfiler habría tenido que pedir permiso para hacerse un hueco. Los habitantes de Toronto aman su cine y apoyan con entusiasmo los documentales canadienses. Como nota de contexto espacial, diremos que este es el primer año que el HotDocs también tiene lugar en el Bell Lightbox, edificio que alberga las oficinas generales del Festival Internacional de Cine de Toronto y maravilla arquitectónica con salas de cine de las que quitan el sentido.
5. Queriendo creer
Un grupo de devotos del gurú Kumaré (Vikram Gandhi, 2011) sigue completamente concentrado los ejercicios propuestos por el maestro, un hombre joven e impresionante, de largo pelo y barba, ataviado con ropajes sueltos, de tonos penetrantes y con un marcado acento indio. Estamos en Arizona, Estados Unidos. Sus discípulos se acercan a Kumaré como quien espera un milagro, la respuesta a sus problemas existenciales, una guía que les inspire y les marque un camino de espiritualidad. Todos lo miran con embeleso y repiten sus enseñanzas. Sin embargo, hay un leve problema: el venerado gurú Kumaré es en realidad Vikram Gandhi, el director de este documental. Natural de Nueva Jersey y hastiado de las convicciones religiosas que lo rodearon desde pequeño, decide poner en práctica un experimento social a través de la cámara: hacerse pasar por gurú, mientras transmite a sus discípulos el mensaje de que no es necesaria mediación alguna, de que ellos deben ser sus propios gurús.
El experimento se le escapa a Gandhi de las manos y arroja resultados sorprendentes. Cuando queremos creer, lo hacemos, sobre todo si se pertenece a una sociedad tan hambrienta de respuestas como la estadounidense. Ghandi se ve cada vez más metido en la piel de Kumaré y se da cuenta, para su asombro, de cómo amplía su capacidad como ser humano en la representación del papel. Su carisma es más del esperado; no le sirve de nada decir que él es un impostor. Así nos lo va narrando a lo largo de documental. Pasamos de escena insólita a otra más todavía. Diálogos en que protagonistas involuntarios acuden a Kumaré pidiendo ayuda ante las dificultades que deben resolver. Posturas de yoga ridículas -que provocan las risas del público- pero que son ejercitadas con la mayor seriedad y dedicación. La parte ética del documental claro está que representa un dilema. La fe y confianza de los seguidores de Kumaré está siendo traicionada.
¿O no? El embalaje de este documental es grueso -tuve exactamente la misma impresión con Pom Wonderful Presents: The Greatest Movie Ever Sold de Morgan Spurlock, documental que inauguró el HotDocs de 2011. Sin embargo, quedan dudas de que en realidad el mensaje que podamos extraer sea tan profundo. Quizá se trate de la misma condición postmoderna. Suspiro. El caso es que Kumaré dice algo de un proceso en el que las mentiras conducen a ciertas verdades y del poder de la fe y el deseo como instrumentos de transformación. Aunque solo sea por eso, merece la pena verlo.
El teatro del museo ROM (Royal Ontario Museum) es una joyita encubierta que proporciona un marco de lo más coolpara pasarse una tarde de cine. Resulta un poco extraño en pleno mes de mayo -aun en el gélido Toronto- ver un documental tan navideño como Becoming Santa (Jeff Myers, 2010), pero fue una auténtica diversión, para qué negarlo. Perteneciente a la sección “Trabajadores del mundo”, el documental sigue las andanzas de Jack Sanderson -quien por cierto es el productor- en su anhelo de recuperar el “espíritu de la Navidad” tras la muerte de sus padres. Desea ejercer de Santa Claus. Con su historia, tenemos la oportunidad de meternos de lleno en lo que hay detrás de este personaje tan popular, mucho más sin duda que un tipo disfrazado por prescripción de un trabajo de temporada. Representa una excursión fascinante por los más variopintos personajes de la “América profunda”. Otro documental que confía en el cambio físico en pos de significado.
Lo muestra Sanderson desde los primeros compases. Para hacer la cosa mucho más auténtica, decide aclarar su barba hasta llegar a la cana pura. Los momentos en la peluquería son hilarantes, tanto como singular -por no emplear otro adjetivo- su visita a una tienda especializada en la confección de disfraces de Papa Noel. Allí debe tomar una de las primeras grandes decisiones con respecto a su transformación: ¿quiere ser un Santa Claus tradicional o el de la coca-cola? Convertirse en Santa Claus, además, requiere una formación específica, por lo que Sanderson se matricula en una escuela de Denver dedicada a la educación de los “santaclaus” del mañana y capitaneada por una directora, en fin, un tanto extravagante. ¿Y de qué van las lecciones? Pues mire usted, de todo un poco. Desde cómo emitir el más eficaz “hohoho” hasta saber reaccionar con soltura a las peticiones de los niños (y no salir corriendo). Tan bien va el progreso de Sanderson, que la directora ve en él una futura estrella: como siga así, llegará a la cima de la profesión (afirma).
Becoming Santa, sin embargo, no es solo un documental de momentos muy, muy graciosos. Resulta que también tiene su parte informativa, con lo cual aprendemos una serie de curiosidades sobre la historia de Santa Claus y su tradición en el mundo occidental. También interviene, cómo no, la parte que coca-cola ha tenido para la difusión del personaje, desde una ilustración en 1931. Eso no es todo. El recorrido se continúa con las entrevistas a varios “santaclaus” profesionales, un extraño e informal club de personas que difuminan las fronteras entre realidad y leyenda. Hay gente para todo, pero es que esto es algo bienintencionado.
Becoming Santa no es memorable por los aspectos técnicos de su elaboración, si bien es un trabajo correcto. No hemos descrito las caras de los niños y sus reacciones a Jack Sanderson-Santa Claus, una delicia. El sentido del humor que el protagonista-productor exhibe es también de antología; sus respuestas en la discusión posterior no nos dejaron decepcionados. Después, “Santa Claus” aprovechó para ver unos cuantos documentales más del festival y disfrutó a más no poder en la proyección de Superheroes (Michael Barnett, 2011). No iba a ser para menos.
6. Posición de la estrellas
Lo de Leonard Retel Helmrich es pura poesía, una sensibilidad magistral tanto para captar las imágenes más hermosas como para mostrar los conflictos y contradicciones de la Indonesia actual. Position among the Stars (Stand van de Sterren, Leonard Retel Helmrich, 2011) cierra la trilogía iniciada con Eye of the Day (De stand van de zon, 2001) y Shape of the Moon (Stand van de Maan, 2004) y de nuevo nos hace partícipes de la vida de la familia Sjamsuddin, inseparable del destino de Indonesia y de los distintos cambios y tensiones a los que se enfrenta; en el caso de Position among the Stars vemos con fuerza los “enfados” generacionales, las fracturas provocadas por el implante de un mundo globalizado, la convivencia de pobreza y mundo rural y de mundo urbano y consumista. El documental se disfruta desde el principio hasta el fin, contiene algunas de las imágenes más bellas e impactantes que hemos podido ver en el HotDocs 2011 y nos hace verdaderamente viajar, introducirnos en esa realidad, la del cuarto país más poblado del mundo y primero en número de musulmanes: Indonesia. De forma muy sobresaliente, nos llena de momentos y seres completamente humanos, sin recortes o maquillajes. Es interesante saber que Helmrich -de madre indonesia y padre holandés- fue en una ocasión declarado persona non grata en Indonesia acusado de ser espía por seguir las protestas contra Suharto. Es por eso que centrarse en las “pequeñas” historias de la gente se convirtió en una forma de hablar de las “grandes” cosas. Una censura bien aprovechada.
El alma de la familia Sjamsuddin es Rumidjah, la abuela un tanto “gamberra” de fe cristiana -y una voluntad férrea- que vive empeñada en que su nieta Tari vaya a la universidad y sea la primera “ganadora” entre una familia de “perdedores”. El uso de estas dos palabras es sintomático de un mundo en que el American Way of Life lo viene a invadir todo e impone una serie de “obligaciones” y de cambios. El tiempo muda y la cámara de Helmrich nos los transmite con gracia; la abuela le arranca una cana a su hijo Bakti; intentan detener un tren como si fuera un taxi, pero el tren ya no se detiene, como lo hacía en el pasado. La omnipresencia del teléfono móvil se da en las situaciones que nos podrían parecer más chocantes. La traída de “innovaciones tecnológicas” nos regala momentos cuajados de ternura; todos los vecinos se escandalizan ante una hornilla de gas que ha ocasionado un fuego. El conflicto entre poseer y no poseer, la intervención de los bienes materiales y si en realidad mejoran nuestras vidas se discute en momentos tan conmovedores como el de la charla entre Rumidjah y una anciana amiga que vive en una aldea. La nieta Tari también viene a ser emblemática de una juventud que quiere pensar en la diversión y el consumismo y en imitar modelos occidentales. Por ejemplo, probándose lentillas de colores con sus amigas.
Ya hemos mencionado que parte del poder de Position among the Stars radica en sus imágenes. La técnica de filmación de Leonard Retel Helmrich es conocida como “cine de una sola toma” y consiste en usar la cámara de manera flexible, que enfatice una visión subjetiva e íntima de la realidad captada. Las tomas realizadas son largas y dan el efecto de que la cámara está flotando en un gesto orbital. Un tipo de uso de la cámara, sin obstrucciones y con sabor a cinéma verité, es el que este director defiende como “la” manera de rodar un documental. Un regalo para la vista que no distrae de la historia familiar.
7. De donde viene la fuerza
Muchos viviremos con las imágenes de desolación en nuestras retinas, con las pilas de escombros, cadáveres y edificios destruidos tras el terremoto que devastó Haití, el país más pobre del hemisferio occidental. Al finalizar When the Drum is Beating (Whitney Dow, 2011), sin embargo, se queda incrustado en nuestro estómago algo más de esta tierra tan desconocida: los ritmos cubanos, el redoble del tambor vudú y la inmensa energía de la Orchestre Septentrional que ha sobrevivido durante sesenta y dos años a todo el maltrato feroz a que este país ha sido sometido. Nuestros pies estaban todo alegres pateando el suelo. El recorrido de la orquesta y su inserción en la historia de Haití constituyen uno de los documentales más originales y poderosos del HotDocs 2011.
Las imágenes son alucinantes y casi sentimos el sudor en nuestra piel, los colores se salen de la pantalla, el montaje -magnífico- esculpe más vida aún de la pantalla plana. Los momentos de la actuación de la orquesta son absolutamente grandes. El pueblo haitiano no es solo un pueblo pobre sujeto a calamidades: ligado a su música como fuente de no rendición transmite una vida palpitante y poderosa ante tanta muerte.
“Todo lo que pasa se pone en música”, “cuando la orquesta toca, soy rico; cuando para, soy pobre”. La parte sombría de Haití por supuesto no se deja de lado. Imágenes de archivo nos transportan a distintos momentos de la historia del país siempre con el hilo de la Septentrional. Ilustraciones de esclavos golpeados, gracias a ellos llegó a ser la colonia más rica del mundo hacia la segunda parte del siglo XVIII. “Papa Doc” Duvalier, la esperanza en Jean-Bertrand Aristide, las terribles imágenes desde el cielo de las chabolas apelotonadas. Después, unas impactantes imágenes tomadas por las cámaras del Palacio Nacional durante los primeros temblores del terremoto de 2010.
When the Drum is Beating termina con baile ante la orquesta de nuevo, los cascos azules tomando fotos desde sus tanques. Toda una canción de amor al futuro.
8. Una genialidad de locura
En Bobby Fischer Against the World (Liz Garbus, 2011) la conexión entre genio y locura que de alguna forma la directora intenta establecer -un tanto tímida por afán de ser sutil y matizada- no llega a convencernos en absoluto. Tanto da. Bobby Fischer es un personaje fascinante y la prestigiosa Garbus realiza un trabajo soberbio en ofrecernos material de archivo y entrevistas que van documentando la vida del campeón de ajedrez de manera exhaustiva. Genial, egoísta, introvertido, desconcertante, centrado en su objetivo, polémico, paranoico, antisemita. Algunas claves importantes se nos presentan para tratar de entender la complejidad de Bobby Fischer como ser humano, a través de la historia de sus padres y la relación que mantuvo con ellos. Su tirria a la fama, su afán por proteger su privacidad nos dan (ciertas) pistas sobre cómo se va precipitando a la locura. Ir tras el rastro de su personalidad es una tarea ímproba.
La paranoia de una época y la paranoia del mismo juego del ajedrez, en el que ya solo después del primer movimiento hay cuatrocientos posibles combinaciones (cuarenta y cuatro ceros en el total de movimientos) sí que se entrelazan muy bien para darnos “idea” de la experiencia de Fischer. La guerra fría hizo que una partida de ajedrez fuera mucho más: la prueba de que un mundo era intelectualmente superior al otro. Tal como explica Garry Kasparov -quien interviene varias veces con su encanto habitual-, el ajedrez era una forma de la que la Unión Soviética se servía para demostrar ser mejor que el decadente “mundo libre”. Bobby Fischer era consciente de ello; al final de sus días, paradójicamente, perdió la ciudadanía americana. La parte central del documental desarrolla la partida entre Bobby Fischer y el campeón mundial que defiende su título: Boris Spassky. Somos testigos de este acontecimiento en Reykjavik, en 1972. La intriga es de aupa; además de cómo se desarrolla el campeonato -explicado de forma muy didáctica, genuina y emocionante por diversas estrellas del mundo del ajedrez- está el comportamiento inaudito de Fischer, quien aparece y desaparece a placer por los más absurdos motivos, o sin ellos.
El montaje y la música en Bobby Fischer Against the World son maravillosos. Otra parte que seduce es la presentación de distintas fotografías, un auténtico trabajo detectivesco, como declaró Garbus en el Q & A. Las fotografías son las que nos dan el lado más humano de Fischer: con solo quince años y una mirada entre inocente y curiosa. Fischer practicando gimnasia, obsesionado por ejercer control absoluto sobre su cuerpo, incluso mostrando su cuerpo desnudo de espalda en la ducha. Acariciando un caballo. El contraste es fuerte, dado que el documental llega casi hasta los últimos días del campeón de ajedrez, cuando vive en Islandia y se dedica a martirizar a cualquiera que hable contándole de sus teorías sobre una conspiración. Pasen y vean este retrato de la degeneración del ser humano.
9. El mejor resultado
Jig (Sue Bourne, 2011) y Koran by Heart (Greg Baker, 2011) son documentales con ingredientes con los que casi se garantiza el éxito del plato -y esto que no valga para menoscabar el trabajo de los realizadores; nada más lejos de nuestra intención. Los protagonistas son niños y jóvenes que trabajan con muchísima disciplina para cumplir sus sueños y erigirse en vencedores de un concurso. A pesar de su corta edad en muchos casos, sobresalen por su madurez -arrancan una sonrisa en numerosas ocasiones con la seriedad y buena argumentación de sus declaraciones, nada falseadas. La recreación y el proceso hacia el momento de los concursos alrededor de los que se ruedan ambos documentales nos mantienen al borde del asiento, cruzando los dedos en apoyo de los chavales a los que seguimos. Nuestras pupilas no pueden dejar de recrearse por las maravillas de las distintas partes del mundo que aparecen. Resulta tan curioso como conmovedor desplazarnos a lugares alejados, pero donde palpita un deseo común: el de una mejor clasificación, el de la victoria que recompense horas y horas de trabajo.
Koran by Heart es la historia de un concurso internacional celebrado en El Cairo: a él acuden niños y jóvenes de todas partes del mundo para presentarse ante un tribunal, ante el cual deberán recitar un extracto del Corán, libro de seiscientas páginas que se saben de memoria. El dedo pulsa en la pantalla del ordenador, el azar decide la parte que deberán recitar, entonces su propia voz y retentiva irán marcando la entonación, la melodía diferente cada vez. Las escenas de nervios, de las recitaciones, de los sesudos miembros del tribunal haciendo sus correcciones -y también emocionándose-, de la pequeña Rifdha que se queda dormida en el hombro de su padre mientras espera su turno son gloriosas. Abandonamos la sala de un sublime buen humor.
Djamil, de diez años y senegalés, hijo de un imán; Rifdha, de siete años, niña inteligentísima de las Maldivas que quiere ser oceanógrafa en el futuro; Nabiollah, tayiko de voz privilegiada y analfabeto son los tres protagonistas de Koran by Heart. Ninguno de los tres habla árabe. La cámara de Baker va cincelando un mundo musulmán a todas luces más elaborado del que podemos percibir frecuentemente de acuerdo con los medios de comunicación: la diversidad de orígenes, de visión, de apertura, de tolerancia. Nada más pertinente en la época de la que somos testigos. Destaca la voz entre los entrevistados de Salem Abdel-Galil, quien desasocia Islam y terrorismo, Islam y machismo. Si se puede pensar que el “mensaje de transigencia” resulta demasiado evidente como para creerlo a pie juntillas, está el padre de Rifdha para desmentirlo: quiere que su hija se eduque, pero que sea ama de casa en el futuro. Le decepciona la falta de ortodoxia de los musulmanes egipcios. Complejidad y más complejidad.
Resultó divertido observar el tipo de público que se dio cita para Jig: cantidades ingentes de muchachas rubias, aparentemente muchas de las cuales se dedican a la danza irlandesa, tema en el que se centra el documental. El HotDocs presenta los trabajos de cada edición de forma individual a distintas comunidades de Toronto y aquí la cosa era tangible. El entusiasmo era tremendo. La mismísima Sue Bourne habló con distensión de cómo su madre le había comentado de la similitud entre un grupo de bailarinas de danza irlandesa y una “convención de Shirley Temple”, mujeres y niñas vestidas como muñecas, con pelucas de marcados tirabuzones, de estética un tanto kitsch. Las apariencias como ocurre con asiduidad no se corresponden con lo real.
Irlanda, Escocia, Inglaterra (adonde se ha mudado un chico californiano para ponerse bajo la tutela de un prestigioso profesor), Rusia, Holanda (un joven adoptado de Sri Lanka practica parar asistir al concurso), Estados Unidos son los escenarios a los que se desplaza Jig (por cierto, bien saben ya a estas alturas que es el nombre que esta danza folclórica recibe). El número de concursantes a los que se ha seguido es quizá demasiado. De acuerdo con que nos da la idea de un fenómeno internacional que no sospechábamos; quita un poco de energía a la hora de centrarnos en un posible ganador y sus avatares. En eso también consiste después de todo. El despliegue de entrevistados es interesante, las declaraciones muy naturales.
Jig apela a la vista, no a la discusión; las imágenes de las prácticas de los distintos participantes son espectaculares. Merecen mención aparte los primeros planos de los pies en movimiento, la luz en la que se pueden observar las motas de polvo que bailan al unísono. Los pies saltando en la única danza, se dice, que permite volar. Al final, también nos quedamos extasiados con el momento de la verdad: el del concurso. Si bien la votación es filmada de forma un tanto confusa y el documental se extiende un poco más de lo necesario para lo que quiere contar, son más sus virtudes que sus defectos.
Miramos la lista de documentales del HotDocs 2011 con pena, porque algunos se nos han quedado en el tintero de esta crónica (qué importa mencionarlos, no se los pierdan si tienen la oportunidad: Project Nim, Buck, Mama Africa, The Black Power Mixtape 1967-1975, Fightville, Inside Lara Roxx). Para otros, no nos dieron las horas del día.