Vila do Conde 2013

La Meca del cortometraje de autor

 

Curtas-Vila-do-Conde-2013-cartelUn año más podemos ratificar que el festival de cortometrajes más interesante del verano se ha situado en la pequeña localidad portuguesa de Vila do Conde. Con veintiuna ediciones a sus espaldas, Curtas Vila do Conde sigue fiel a su estilo exigente y variado a pesar de los envites de la crisis, sin apenas notarse en su depurada organización. Su veteranía no hace sino reforzar su identidad año tras año, siendo foco de atención de cineastas y artistas que llegan de todas latitudes. La familiaridad del evento es tal que uno puede aproximarse a ellos con absoluta normalidad. La 21ª edición contó en sus filas con nombres tan sobresalientes como Bill Morrison, Georges Schwizgebel o la actriz Elina Löwensohn –vista en películas de Hal Hartley, Jean-Pierre Jeunet o Bertrand Bonello– y, de nuevo, supo combinarlos con autores que se han labrado una trayectoria en el formato corto, desde Yann Gonzalez a Bertrand Mandico pasando por Nicolas Provost, Theodore Ushev, Chris Landreth, Jeremy Brock, Laila Pakalnina y Sergei Loznitsa, a los que cabe sumar la apuesta del festival por nuevos cineastas, la mayoría jóvenes y talentosos, que significaron un descubrimiento para quien esto firma y para los que Curtas Vila do Conde supone una suerte de trampolín. En las siguientes líneas me centraré en la media docena de piezas que más me estimularon.

De entre las 34 producciones que configuraron la Competición Internacional –principal reclamo del festival, donde volvió a haber una presencia equilibrada entre animación, documental, experimental y ficción–, nos cautivó el trabajo de uno de los nuevos enfants terribles de la cinematografía francesa, Yann Gonzalez. Su cinta, Nous ne serons plus jamais seuls, es una historia en torno al mundo de los jóvenes, la fiesta y la noche que bien podría considerarse temáticamente como la antítesis de Spring Breakers, tanto por su sentido poético como por su mensaje más positivo y, en conjunto, por sus logros. Gonzalez nos recuerda en cierto sentido a otro joven genio francófono, Xavier Dolan, principalmente por su sensibilidad a la hora de filmar. No en vano las similitudes estéticas se confirmaron en el primer largometraje de Gonzalez, Les rencontres d’après minuit, también presente en la programación vilacondesa y uno de los escándalos del último Festival de Cannes. El hecho de ver ambas piezas, corto y largo, en un mismo contexto facilitó el entendimiento y la conexión con este joven cineasta, preocupado en igual medida por el mensaje y la forma. Estas dos obras podrían ser las caras opuestas de una misma moneda. En la culminación de ambas, nuestros sentidos asisten a un amanecer onírico, casi purificador, que libera a los personajes de las emociones más prohibidas de la noche, derivadas de una necesidad de carpe diem.

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Con Tokyo Giants el belga Nicolas Provost volvió a asombrarnos con su virtuosismo cinematográfico, un ejemplo a medio camino entre la ficción y lo experimental. Tras hacerlo en Nueva York (Plot Point) y Las Vegas (Stardust), el cineasta repite mecanismo en Tokyo y cualquier ciudadano anónimo vuelve a poder ser protagonista; de nuevo la gran ciudad como hervidero de delincuencia en estado puro. El autor corona su trilogía Plot Point sirviéndose de algunos de los referentes nipones del mal como los yakuza o los también urbanos serial killers, que se entremezclan con terroristas y violadores. El resultado final es una película coral en estado puro donde cualquier detalle podría ser importante, pero que quizá deja una sensación de vacío en algunos espectadores. Provost se define claramente como un cineasta de nuestro tiempo, un creador formado en una sociedad fundamentada en la imagen y que sabe crear historias allí donde un ojo saturado quizá no llegaría a verlas. En definitiva, consigue algo tan difícil como volver a despertarnos el interés por el estereotipo dentro de una suerte de thriller visual a partir de la más absoluta cotidianidad.

La apuesta de Vila do Conde por lo experimental, más allá de Cut y Just Ancient Loops, presentadas por el tándem Christoph Girardet y Matthias Müller y por Bill Morrison, respectivamente, estuvo también presente en el ámbito del documental con la última producción de Sergei Loznitsa. Pismo es una propuesta muy personal, tanto en su desarrollo como en su concepción, y se compone de apenas once planos fijos que se suceden en estructura circular y que se dilatan a lo largo de veinte minutos donde una cámara distanciada ejerce como testigo de una realidad apartada casi del mundo. La imagen posee un aspecto visual indefinido, como neblinoso, potenciado por un cierto desenfoque. Loznitsa, como el Sokurov de Madre e hijo, muestra así cierta impostura ante lo retratado alejándose de un registro naturalista. Sin duda, Pismo es una nueva genialidad del realizador ruso, principalmente por la belleza de las imágenes registradas, que en gran medida beben de otros artistas como el húngaro Béla Tarr y, principalmente, de su Sátántangó –incluso podemos escuchar y ver también música de acordeón–. Este documental podría definirse como un viaje en el tiempo a una vida pasada que se autoproclama como la representación más genuina de lo humano al margen de la artificiosa globalización.

Pismo-(Letter)-Sergei-Loznitsa

En el apartado de animación de autor, es inevitable no hablar del alto nivel de las dos producciones de la reputada National Film Board of Canada. Gloria Victoria, premiada en la categoría animada, es el último prodigio del búlgaro Theodore Ushev, un artista que pasó al limbo de los genios con la excepcional Les journaux de Lipsett (Lipsett Diaries), particular acercamiento al cineasta Arthur Lipsett. En cuanto a Gloria Victoria, se trata del capítulo final de una trilogía que completan Tower Bawher y Drux Flux, donde Ushev condensa y explota los recursos narrativos utilizados anteriormente y los lleva hasta sus límites. Parte de la premisa de la industrialización como herramienta propicia para la competitividad y la guerra. La puesta en escena se inspira en el constructivismo ruso de inicios de siglo como símbolo visual. A partir de todo esto, se sucede un rico abanico en torno a las diferentes vanguardias pictóricas de principios de siglo que van desde el Fauvismo hasta la Bauhaus, pasando por referencias directas a artistas como Pablo Picasso. También cabe destacar la música, donde un fragmento de la séptima sinfonía de Shostakovich, uno de los crescendos musicales más largos de la historia, contagia a las imágenes, sin olvidarnos de las connotaciones semiológicas de dicha composición, que narra el acercamiento de las tropas nazis a Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial. Al final de las imágenes, victoria equivale a destrucción, y viceversa, y Ushev firma otra obra única, crítica y ecléctica.

El norteamericano Chris Landreth ha desarrollado un talento poco convencional a la hora de generar imágenes 3D mediante ordenador (CGI, la técnica más comercial de cuantas se usan en animación). Vuelve a demostrarlo en su nueva fantasía mental, Subconscious Password, donde retorna a sus orígenes, en los que coqueteaba con la comedia surrealista. La pieza presenta a un hombre que no es capaz de recordar el nombre de un compañero –que resulta ser el mismísimo John Dilworth, el célebre animador neoyorkino– y cuya mente acaba convirtiéndose en el popular concurso televisivo Password, a la vez que se encadenan situaciones inverosímiles con familiares y otros personajes célebres como Carl Jung, Lovecraft, Yoko Ono o James Joyce. Subconscious Password no alcanza el prodigio de Ryan (Óscar en 2005), pero Landreth sigue sorprendiéndonos con sus juegos mentales convertidos en imágenes, a la altura de otros genios como el desaparecido Satoshi Kon.

Subconscious-Password-Landreth-2

Más allá de todo esto, y como ocurriera en ediciones precedentes, en nuestra memoria del certamen queda grabada una obra superior que destaca por encima de todas las demás. Si hace dos años tuvimos el honor con Apele tac, un corto rumano de Anca Miruna Lazarescu, y hace uno quedamos asombrados ante Prtljag de Denis Tanovic, no cabe duda de que este año el corto de Vila do Conde 2013 ha sido La résurrection des natures mortes (Living Still Life), última creación del francés Bertrand Mandico, ganador de la edición de 2011 y curiosamente olvidado en el palmarés de este año. Se trata del trabajo más completo a todos los niveles, con un arranque quizá no demasiado alentador, pero en cuyo desarrollo acaba cobrando toda su fuerza y sentido. El corto pretende ser un homenaje al cine de animación y así nos lo hacen saber las palabras del cineasta al inicio. Este fue estudiante de la escuela francesa de animación Les Gobelins y aquí se remonta, agradecido, a sus orígenes creativos. Ya sabíamos que algunas de sus propuestas de ficción anteriores estaban salpicadas de tributos animados, como el mediometraje Boro in the Box, sobre el cineasta Walerian Borowczyk, pero Living Still Life va más allá.

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El corto nos sitúa en un mundo casi fantástico, digno de la mente de Lewis Carroll, y está protagonizado por su musa Elina Löwensohn, otro de los atractivos indiscutibles de la película. A través de varios capítulos, el cineasta busca transformar la naturaleza muerta, animales concretamente, para dotarla de vida mediante la animación, proceso que nos conduce hasta el último fotograma en el que una mujer inánime cobra vida durante unos segundos, lo que convierte al director en moderno Prometeo. Esta invocación animada no hace sino conectar con otros importantes pioneros del cine como Edward Muybridge o Segundo de Chomón y su El hotel eléctrico (1908). El alma y la calidez de las imágenes de Mandico acaban imponiéndose sobre su propia naturaleza inerte y nosotros deseamos volver al 22º Curtas Vila do Conde en 2014 para seguir encontrándonos en las pantallas con propuestas tan renovadoras, arriesgadas y reveladoras como esta.