Sobre ‘Un brindis per Sant Martirià’, de Albert Serra

El cineasta más serio del mundo

Subrayar, tomar notas, marcar alguna que otra página. Cuando me dispuse a abrir este librito que recoge, revisado, el pregón de Albert Serra para la fiesta mayor de Banyoles de 2022, pensé que podía ser pertinente coger una libreta y amarrar alguna que otra frase aquí y allá. Al final no lo hice. No es que no hubiera pasajes que me llamaran la atención; ocurre, simple y llanamente, que soy así de terrible. Lo que hago ahora es ir abriendo de nuevo el libro, pasando nerviosamente las páginas, pensando por dónde empezar. Conociendo al cineasta, al personaje, uno se apresta a entrar en Un brindis per Sant Martirià (H&O Editores; editado también en castellano como Un brindis por San Martiriano) alerta, dispuesto para la gresca, para el choque, y es que ya en la primera página Serra se distingue del común de los mortales puntualizando que él se mueve entre autores validados por la crítica internacional, algo que no funciona precisamente como una captatio benevolentiae sino que más bien nos predispone para la enésima demostración de genio del cineasta bañolense.

En realidad, se tenga la opinión que se tenga de Serra, no se le pueden discutir la honestidad y la coherencia, pues el libro no deja de ser una recapitulación generosa de los dogmas vitales y cinematográficos que le hemos ido viendo desgranar en intervenciones y entrevistas. Lo que le da valor y le permite trascender la colección de provocaciones es el afectuoso entramado de relaciones, de amistades, que el cineasta juzga capitales para entender quién es, de dónde viene y hasta dónde ha llegado. A título personal, confieso que me intrigan sobremanera esos ocho años universitarios en Barcelona en los que sostiene que ni fue a clase ni trabó relación con nadie de allí, lo que desconcierta un poco proviniendo de alguien que poco antes habla de la importancia de la fiesta y de lo lúdico y que, más adelante, reivindica el extinto placer de la tertulia. Puedo imaginármelo, quizá, yendo al cine y a ojear librerías, algo a lo que yo también dediqué mucho tiempo a partir del segundo semestre de Periodismo. Digamos que Serra es coherente en la contradicción constante y honesto acorde al personaje que se ha creado.

 

«Honor de cavalleria»

No tiene mucho sentido tratar de desmenuzar aquí ese personaje, contabilizar afinidades y discrepancias o enjuiciar sus métodos cinematográficos. Otros lo han hecho antes y lo seguirán haciendo cada vez que Serra abra la boca o estrene una película. Lo que más me llama la atención es que este brindis conmueve y vuela alto, sobre todo, cuando habla de los demás: la transcripción de la presentación de Honor de cavalleria (2006) en la Filmoteca de Catalunya es todo un regalo ultraterrenal a su amigo Lluís Carbó, además de una síntesis diáfana de su credo fílmico, y su breve evocación de Jean-Pierre Léaud o la anécdota con Fernando Arrabal en Cannes —es cierto que, como dice Serra, las fotos en las que caminan de la mano son hermosas— dan fe del aprecio que les tiene. Es, parece, alguien agradecido de haber podido compartir su tiempo con un puñado de personas con nombres y apellidos. No falta, por supuesto, la gente de Banyoles, algunos de los cuales terminaron formando parte de Andergraun, su productora. Entre tanto, asoma también el Albert Serra encantado de conocerse, ese que presume de estatus y de cultura, que compagina a Balzac con el CEO de Ryanair y, cuando se pregunta a sí mismo qué tal está, en una autoentrevista incluida al final del volumen, responde: “Inmejorable, como siempre”. Uno termina preguntándose si no hay algo muy premeditado en esa estrategia de epatar al respetable, si queriendo darse importancia por la vía de la pompa y la bufonada, lo que en realidad pretende el cineasta es neutralizarse para disfrutar el caos que se forma alrededor suyo y frente a las cámaras durante los rodajes; un caos, y esta quizá sea la contradicción definitiva, del que Serra no es tanto protagonista como espectador privilegiado.

«La muerte de Luis XIV»

Terminé de leer el libro en un viaje en tren y, mientras me acercaba a gran velocidad a la ciudad donde nací, se me ocurrió que podría empezar este texto rememorando mi anécdota personal del pase de La muerte de Luis XIV (La Mort de Louis XIV, 2016) en la Filmoteca. Pensé que, en cierto modo, constituía un ejemplo o un síntoma de la ambición de Serra de desestabilizar la vida real por medio de la ficción o más allá de la misma. Horas después decidí que no era tan buena idea, pero finalmente voy a terminar con aquella escena fugaz que tuvo lugar en el Bar Marsella después de la proyección y que ya he contado en varias ocasiones: se me tildará de oportunista o incluso de enemigo de la patria, pero el caso es que hubo un cóctel y andaban por allí Léaud, el entonces conseller de Cultura de la Generalitat, Santi Vila, y demás gente del cine cuando la puerta se abrió y entró el mismísimo Carles Puigdemont, que se topó antes de nada con los que estábamos junto a la puerta y no pude hacer otra cosa que decirle “ei, president!” y estrecharle la mano, a lo que él contestó, algo azorado: “com va, nois?”. Comprenderéis que, visto en retrospectiva, aquel apretón de manos tenga hoy algo de irreal. Y, en fin, puede que el arte realmente incendiario, aquel que aspira a reinventar el mundo, ni lo huelan en Cannes y en Locarno, esos festivales de los que farda el autor de Un brindis per Sant Martirià. Pero también es posible que un primer paso para empezar a resquebrajar su fachada de gravedad y prestigio sea tomárselo todo un poco menos en serio, como predica Serra, aunque luego también aspire a ser el cineasta más serio del planeta.

 

© Toni Junyent, noviembre de 2023