#III AtlántidaFilmFest: Los invisibles/Keep the Lights On/Ausente

Soy marica, ¿y?: las otras historias de amor

 

“¿Por qué preguntarse por qué? Lo importante es amar”, escuchamos en Los invisibles (Les invisibles, 2012) instantes antes de su secuencia final, que parece un homenaje directo al célebre colofón de Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959). En la popular película de Billy Wilder, Daphne, un travestido Jack Lemmon le revela a Osgodd (Joe E. Brown), tras unos cuantos rodeos, que es un hombre y este, con todo el aplomo del mundo, le contesta: “Bueno, nadie es perfecto”. Jerry/Daphne, ya sin peluca, se queda muy sorprendido tras la respuesta, pero Osgodd sigue mirando al frente y dirigiendo, sin inmutarse, el timón de la embarcación en la que navegan. El filme de Wilder venía a incidir en su clausura sobre ese hecho universal de que el amor no sabe de fronteras: ni de clases, edades, razas, etnias, colores, géneros

Los invisibles

Los invisibles, de Sébastien Lifshitz, se alza como un importante y emocionante documento colectivo donde quedan registrados los testimonios de varias personas nacidas entre las dos guerras mundiales. Mantienen un común denominador: una sexualidad practicada al margen de la norma en un período donde llevar una etiqueta distinta a la de heterosexual era motivo de discriminación laboral, social, religiosa y, a menudo, causaba el rechazo del sujeto en el seno de su propia familia y comunidad e, incluso, originaba vergüenza e inseguridad en uno mismo. Lifshitz reivindica las vivencias, felices, dolorosas y, por encima de todo, honestas, de quienes se atrevieron a practicar su sexualidad y desarrollar su amor libremente trascendiendo las despectivas miradas ajenas y los qué dirán. Esos cuerpos pioneros en tiempos intolerantes y oscuros nos arrojan una sabiduría lúcida, la otorgada por la libertad, las experiencias en primera persona y el paso del tiempo.

El realizador galo les da la palabra en presente, a ellos y a algunos de sus familiares, y convoca el pasado reuniendo pedazos de sus vidas en fotografías y vídeos familiares significativos. Dos hombres ancianos pueden amarse con tanta intensidad y durante tanto tiempo como el matrimonio que componen Georges y Anne en Amor (Amour, Michael Haneke, 2012) y un hijo puede emocionarse ante su madre cuando observa que acaba de renacer tras los cuarenta gracias a la caricia de otra mujer. Los invisibles nos recuerda que es necesario seguir inventando la realidad.

En Keep the Lights On (2011), Erik y Paul también se aman a lo largo del tiempo. Juntos trascienden la angustia que puede suponer la espera de una prueba de VIH, la materialización de un proyecto artístico que se prolonga en el tiempo para el primero y los embates que implica para su relación las adicciones del segundo durante los diez años en que se mantienen unidos. La cámara del americano Ira Sachs recoge esa relación en y con el tiempo, la crónica de sus encuentros y desencuentros. Mientras, Erik trata de sacar adelante un filme documental sobre Avery Willard, un poco conocido fotógrafo, realizador y activista gay que experimentó con la imagen y retrató el cuerpo masculino desde los años cuarenta en Nueva York. Se integra en el filme algo de ese material que, en paralelo, ha originado un documental de Cary Kehayan, Who Was Avery Willard?

Uno puede sentir que lo autobiográfico late bajo las imágenes de Keep the Lights On, cuyo guión nace de una compleja relación vivida por el propio Sachs. Se sirve del brillante actor danés Thure Lindhardt (Erik) como álter ego, dispone de la cámara con naturalidad y delicadeza y opta por una sobriedad alejada de subrayados. Es así cómo logra transferirnos la intensidad y honestidad de ese romance, sus dramáticos giros y sus altibajos y convertir un capítulo íntimo en un relato de alcance universal.

ATLANTIDA-3.2

La magnética Ausente (2011) abre reivindicando también la fisicidad con fragmentos de un cuerpo, primerísimos planos que nos van presentando parcialmente, antes de que podamos contemplar el conjunto, a Martín, el menor de edad protagonista que está pillado por su profesor de Educación Física. Los modos narrativos del filme, en primera instancia realistas, son alterados por una banda de sonido brillantemente utilizada donde uno de pronto se cree dentro de un thriller erótico con acechador y acosado, o con ratón y gato. La representación del deseo que consigue el realizador bonaerense Marco Berger (Plan B) es muy palpable, directa e intensa; lo logra a través de la filmación de los cuerpos, del uso de los espacios, de la incorporación de la música, los silencios…

Cuando lo accidental irrumpe en la pantalla, el registro da un vuelco y obra el milagro del montaje: la película vista hasta ese momento deriva hacia lo que podrían haber sido simples descartes del hipotético romance entre Martin y Sebastián. Se produce entonces una suerte de reconciliación poética y profundamente conmovedora con una secuencia muy hermosa, una partida de escondite entre taquillas. La repetición se convierte aquí en eco doloroso pero por fin liberado en un adulto que no supo ver o no se dejó amar. La represión es la mayoría de las veces la forma más efectiva de hacer algo presente y cuando aquello reprimido ya no puede tenerse, uno se arroja desesperado a juntar pedazos de recuerdos y fantasmas.

 

© Covadonga G. Lahera, abril de 2013.