Cannes 2015: Mad Max: Fury Road

Espectáculo inmersivo

 
No tengo claro si la mejor manera de empezar este Festival de Cine de Cannes 2015 era, precisamente, con el visionado de una producción de la magnitud de Mad Max: Fury Road, que poco o nada tiene que ver con la gran mayoría de las películas que veremos estos días. Sea como fuere, lo cierto es que el juguete digital de George Miller ha dado pie a apasionados debates entre sesiones y a una nada desdeñable ovación en el Gran Teatro Lumière. Tras ver la película, la primera cuestión que cabe plantearse es la siguiente: ¿Ha logrado Miller ser fiel al espíritu iconoclasta de su trilogía original? La respuesta no es fácil, ya que el cineasta australiano conserva aquí el desparpajo grotesco del universo Mad Max, pero, a su vez, se adapta a las exigencias de mercado de un blockbuster dirigido al gran público.

mad-max-fury-road-tom-hardy-

Conversando en la sala con el crítico Alejandro G. Calvo, coincidíamos en que el tratamiento de la violencia en Mad Max: Fury Road carece de la crudeza y de la explicitud que gastaban las dos primeras partes de la saga, donde un atropello o una quemadura dolían de verdad. El miedo y la desesperación que sentíamos en las carnes magulladas de Mel Gibson son substituidos aquí por un espectáculo pirotécnico, cinético y desmesurado, donde prácticamente no se vislumbra una gota de sangre y donde el atractivo se encuentra casi exclusivamente en la acción, sin tenerse muy en cuenta traumas o psicologismos de los personajes. Nada tengo en contra de ello, pero cabe advertir que estamos lejos de los matices de una película tan compensada como Mad Max 2 (1981) y que apenas nada queda (salvo unos flashbacks chillones poco adecuados) del pasado del protagonista y del planeta. Del mismo modo, la nitidez de la imagen digital no siempre logra hacer tangibles unos vehículos que, en sus movimientos imposibles, parecen extraídos de una cinta de dibujos animados.

Fury-Road-Guitar-680x388

Considerando lo apuntado, Miller convierte su película en un conjunto de extensísimas set-pieces automovilísticas en las que los diálogos se vuelven innecesarios y en las que solo caben dos condiciones posibles: la de perseguidor o la de perseguido. Sin apenas pausas (la película solo nos concederá unos minutos de descanso, a modo de intermedio, tras su primera hora), la montaña rusa de Miller circulará a todo volumen (impagable el guitarrista que con sus solos encabeza uno de los coches) dejando cuerpos y chatarra por el camino, pero también una estrafalaria galería de personajes y una iconografía poderosa del pueblo del villano. Todo ello apoyado en una planificación que nunca pierde la claridad expositiva, pero que tampoco renuncia a una cierta abstracción visual, que resulta muy palpable cuando los vehículos atraviesan una tormenta en el desierto que (con)funde arena, polvo y fuego o cuando la llegada de la noche tiñe la pantalla de tonos azulados y halos de luz.

mad max -storm

La experiencia inmersiva que acaba suponiendo la extenuante Mad Max: Fury Road no debe hacernos olvidar, en cualquier caso, la incorporación progresiva de lo femenino (las mujeres pasan de ser cuerpos deseados y maternales a cuerpos guerreros y poderosos) y la disolución del propio personaje de Mad Max, que pierde protagonismo y acentúa su condición de llanero solitario de western: solo dispuesto a ayudar si puede llevarse algo a cambio.
© Carles Matamoros, mayo 2015