Entrevista con Gaspar Noé

De fiesta con Gaspar Noé

 

 

Cuando recoges los despojos de un Gaspar Noé cansado tras una tarde de entrevistas con medios de comunicación fundamentalmente generalistas y alentados por la figura de aquel que violó analmente a Monica Belluci, solo te quedan dos opciones: sugerirle ignorar el objeto de la cita que nos reúne en aquella terraza de Sitges para irnos de fiesta, u ofrecerle tal fiesta en forma de charla sobre su cine.

“Charla antipasional”: así definiría mi encuentro con el enfant terrible por excelencia en la 42º edición del festival de Sitges (la organización no sabe referirse a él de otra manera). Con alguien como él, y si uno se proclama apasionado de su cine, durante la entrevista uno se ve enseguida atrapado en una vorágine de soberbia y necesidad de ser altivo para hacerse un pequeño espacio y expresar aquello que el entrevistador (yo mismo) quiere compartir para luego recibir a modo de réplica -eso sí, entusiasta- un montón de ideas elementales, superficiales y no menos divertidas que trazan la parábola de la razón de ser de los trabajos del bonaerense.

Gaspar no gasta demasiadas convicciones teóricas ni discursivas sobre su propio cine; es un hombre práctico, enamorado de aquellas facetas de la condición humana que puedan ayudarle a explotar las más extremas y psicodélicas posibilidades del lenguaje y los recursos narrativos cinematográficos. Quizá Seul contre tous (1998) no sea formalmente nada marciana, pero también sabemos que esa era la carta de presentación a muchos niveles de alguien que quería ganarse más tarde un lugar y la firma de un nuevo estilo formado por una técnica y la opción temática personal que la motivaba.

Le hemos visto tirar de «la Moral» anunciándola con un gran titular que por si solo llenaba toda la pantalla. Y la llena porque no hay letra pequeña a la que atender. No pretende hacer un ensayo sobre tal cosa, le basta con viciar el uso de tan vasto vocablo para que de forma automática surja un motivo argumental y unos personajes que tiren de él para crear una historia. Cuando tiene esa historia, la sitúa bajo su óptica y sus obsesiones más primarias; luego, no le queda más que decidir de qué forma va a contarla y, por el momento, sabemos de una que lo convierte en un auteur en toda regla, la suya.

No gasta, o no le interesa gastar, el bagaje de un sociólogo o filósofo existencialista; ello otorgaría ciertas dimensiones a su discurso (casi inexistente, aunque si usted no lo cree así, entonces sí, trivial y, a veces, contradictorio) que causarían merma en el golpe de efecto, en el shock de su propuesta. ¿Por qué? Porque ofrecería lecturas a un ser reflexivo y pensante que ocuparía su tiempo en analizarlas y desarrollarlas en vez de  sentir, muy en bruto, la experiencia cinematográfica en sí misma bautizada con el apoyo racional de una idea relacionada pero siempre semialeatoria, como en el caso de Irreversible (Irréversible, 2002): “EL TIEMPO LO DESTRUYE TODO”.

Su propuesta ha originado un reguero de seguidores que provienen de los reductos más oscuros del cine R y, por otra parte, aquellos aficionados que provienen del gusto por un cine más ligado a los sentidos y no tanto a la consciencia ni a la razón. Si alguien se reconoce devoto de Gaspar por los temas y el tratamiento de estos en sus tres films, o bien se las da de gafapasta, miente como un cosaco o pocos libros relacionados ha leído.

Este hombre ofrece experiencias que no puede recoger un espectador formado en un sentido crítico tradicional, ni siquiera formado en un sentido crítico. Para ver su cine, hay que dejarse llevar. El mismo Gaspar intentará pasarte a buscar por la butaca donde te encuentres con el arrastre de sus efectos estroboscópicos o la pericia de sus planteamientos, destinados a generar un efecto hipnótico. Luego decidirás si es el tipo de viaje que va contigo. Yo, durante el segundo visionado de sus films, hago una cosa para facilitarle el trabajo: beber, sí. ¿Y qué? “Ya tú sabes, trabajar es para los esclavos”.

 
 
Entrevista realizada en octubre de 2009.