Spring Breakers

De fiesta

(…) la vida es, apenas, ese espacio que transcurre entre una fiesta y otra y que se recorre, siempre, una vez alcanzada la velocidad de las cosas. Hay —por lo tanto— gente afortunada que ha vivido poco y festejado mucho.

Rodrigo Fresán: Señales captadas en el corazón de una fiesta

Quizás encontremos alguna fiesta
No hay sitio [que] no tenga una discoteca
Las luces girando como planetas
Chicos que se estrellan como cometas

Dënver: En medio de una fiesta

 

Puede resultar particularmente extraño que, después de la radicalidad lo-fi de Trash Humpers (2009), Harmony Korine haya dirigido una película protagonizada por cuatro estrellas juveniles de la cultura pop, quienes por sí mismas justifican la desmedida producción de material promocional a nivel gráfico del que ha gozado la estrategia de marketing del film. Sobre todo si tenemos en cuenta que, con la ponderable salvedad de Mister Lonely (2007), ninguno de los largometrajes realizados hasta la fecha por Korine habían hecho concesión alguna a la creación de imágenes atractivas o armoniosas. Lejos de la mezcla de formatos (Super 8, 35 mm.) de Gummo (1997), la MiniDV hinchadísima de Julien Donkey-Boy (1999) o las deficiencias VHS de Trash Humpers, en Spring Breakers nos encontramos con una fotografía milimetrada, cálida y con colores de neón a cargo del belga Benoît Debie, dado a conocer por sus trabajos con Gaspar Noé. Y, en primer término, las estrellas: Selena Gomez, Vanessa Hudgens, Ashley Benson y James Franco; a Rachel Korine, pareja del director, no la metemos en el mismo saco —no al menos después de haberla visto haciendo el cabra en Trash Humpers—. ¿Acaso el cineasta californiano criado en Nashville ha dado un volantazo a su carrera para abrazar el mainstream?

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En realidad, nada más lejos. Spring Breakers se acomoda perfectamente a la obra desarrollada por Korine a lo largo de su espaciada filmografía y reincide en las mismas inquietudes que siempre ha demostrado acerca de las patologías del sueño americano, la alineación, la poética de lo grotesco, el humor negro y la fragmentación vodevilesca. Solo que en esta ocasión cambia la rugosidad visual por una explosión de fervor dionisíaco; los cuerpos insólitos y quebrados a lo Diane Arbus por los bronceados en bikini a lo Terry Richardson; la escatología en bruto de Paul McCarthy por la cursilería pulida de Jeff Koons; el pegamento esnifado por las rayas de coca en las tetas. Pero la esencia sigue inalterada en la nueva mutación, aunque es cierto que los habituales mosaicos corales de personajes han dado paso a una focalización casi absoluta en las andanzas de las cuatro chicas protagonistas. Son un grupo de amigas universitarias que quieren ir a Florida para vivir unas vacaciones de Spring Break inolvidables. Ante su falta de dinero, deciden atracar un restaurante y financiarse así un viaje lleno de fiesta, bailes en la playa y drogas.

Korine no pone excesiva atención a diferenciar una chica de otra; solo sabemos que Faith (Selena Gomez) lleva una vida más formal y contenida que sus amigas, pero una vez que el grupo abandona el campus universitario y llega a Florida el frenesí se desata en todas por igual. El cineasta nunca ha sido de trazar perfiles psicológicos para sus personajes, sino que prefiere quedarse fascinado por la superficie de los cuerpos. De hecho, muchas veces ha afirmado que no hace cástings de intérpretes, sino de cuerpos, de presencias. Ya sea por el impacto visual que generan, por connotaciones emocionales que tienen para él —como ocurre con la intervención de Linda Manz en Gummo o de Werner Herzog en Julien Donkey-Boy— o para disfrazarlos en un desfile de muertos vivientes de la cultura popular.

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Es solo en los últimos años cuando Korine ha empezado a jugar también con las connotaciones que dichos cuerpos puedan tener para el público de las películas. Después de erradicar el reconocimiento a base de máscaras de látex en Trash Humpers, recurrió a la malograda anatomía de una exestrella como Val Kilmer en Lotus Community Workshop (1),su segmento para el film colectivo The Fourth Dimension (Harmony Korine, Aleksei Fedorchenko & Jan Kwiecinski, 2012). En Spring Breakers, la decisión de contar con ídolos juveniles multimedia cargados con una «imagen de marca» férreamente asociada como Selena Gomez —cantante y chica Disney Channel en la serie Los magos de Waverly Place (Wizards of Waverly Place, 2007-20012)—, Vanessa Hudgens —chica Disney en la trilogía High School Musical— y Ashley Benson —protagonista de la serie Pequeñas mentirosas (Pretty Little Liars, 2010-…)(2)— es una declaración de intenciones que, además de haberle asegurado a la película una repercusión mediática sin precedentes en la carrera del director, aporta toda la información de contexto que podamos necesitar para identificar a sus personajes. Aunque se llamen Faith, Candy, Brit y Cotty, para el espectador bien podrían ser Selena, Vanessa, Ashley y Rachel (Korine); igual que en Lotus Community Workshop el charlatán decadente de Val Kilmer se llama curiosamente Val.

La ambigüedad y la ficción difuminada en la identidad de los personajes es algo que Korine mantiene desde Gummo. En esta ocasión, decide dar entidad física a la fantasía latente en la psique de todo post-adolescente enfrentado al bombardeo constante de imágenes devotas y piadosas de Gomez o Hudgens: la perversión moral de las niñas Disney. Esta última, una construcción que las propias actrices ya se encargaron de cuestionar en la vida real con casos de fotos íntimas filtradas desde sus teléfonos móviles… pero que no erosionaron ni un ápice el estatus angelical ante su numeroso fandom, totalmente revolucionado por la supuesta transgresión de una película que, en realidad, podría ser tildada de light en comparación con las reacciones que provoca.

Korine también sigue fiel a la huida de una narración causal y canónica. Aunque Spring Breakers tenga apariencia de linealidad, son numerosos los flashbacks y flashforwards que se intercalan entre las imágenes, anticipando, repitiendo y desbordando unas secuencias sobre otras, como si estuviera siguiendo la cadencia narcótica de los temas de Cliff Martinez y Skrilex que empapan todo el metraje en un inacabable viaje musical en bucle infinito. Porque, a partir del punto de inflexión que supone el encarcelamiento de las chicas cuando son atrapadas en una redada antidrogas y su liberación gracias a que el gangsta Alien —James Franco, haciendo una interpretación barroca y excesiva de un rapero narcotraficante y blanquito que vive en un universo de videoclip de hip hop— paga sus fianzas, la película entra paulatinamente en un loop continuo de reiteración de temas, diálogos e imágenes. Quizás sea ahí donde el espectro agotador de Gummo y Trash Humpers se haga más visible; cuando el relato se repliega sobre sí mismo, en su propio Spring Break Forever y da vueltas en círculo alrededor de un universo tan cerrado como el supuesto pueblo de Ohio de su ópera prima o las cintas VHS del largometraje anterior.

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Al final, pese a la fulgurante superficie de brillos nocturnos y cuerpos jóvenes, o al impulso carpe diem que es capaz de insuflar a una audiencia receptiva —un éxtasis colectivo que yo mismo pude experimentar durante su proyección en el Festival de Sitges de 2012—, en Spring Breakers late desde el principio una curiosa melancolía asociada a la constatación de que el break no durará para siempre. El significado profundo del fabuloso momento de interpretación a cappella con piano de Everytime, de Britney Spears, engarza con ese sentimiento: las spring breakers son retratadas como pequeñas Ícaros en ascenso que van quemando sus alas, cayendo y desapareciendo del relato hasta que solo dos se quedan en el fulgor de la fiesta continua. El Spring Break Forever queda convertido en un espacio metafísico de hedonismo y despreocupación no muy distante del limbo de extrarradio por donde corretean los Trash Humpers. Puede que Korine nos enseñara primero la after-party y aquí hemos disfrutado de lo que la precede.

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(1) Obra que merece ser tenida en cuenta como antecedente directo de Spring Breakers en varios aspectos, sobre todo plásticos —las persistentes luces de neón—, pero también a otros niveles. Val Kilmer y su novia (Rachel Korine) mantienen una conversación de existencialismo pop en una piscina de noche que prefigura una de las secuencias más importantes de Spring Breakers y, significativamente, cuando están en un videoclub buscando una película para alquilar terminan decantándose por un videojuego de disparos en primera persona.

(2) Su papel inicialmente era para Emma Roberts —chica Nickelodeon en la serie Una chica corriente (Unfabulous, 2004-2007)—, lo cual habría reforzado aún más la coherencia del reparto, pero la actriz abandonó el proyecto antes de empezar a rodar debido a «diferencias creativas irresolubles» con Korine.

© Daniel de Partearroyo, marzo 2013