Sitges 2012

1. Introducción 45ª edición Festival de Sitges, el Fin del Mundo

2. Room 237, La noche de enfrente

3. The Bay, V/H/S, Doomsday book, Holy Motors

4. Alois Nebel, The Lords of Salem, Safety non guaranteed, Cosmopolis

5. Maniac, Despite the Gods, Me @ the zoo, Antiviral, The Cabin in the Woods

 

1. Introducción: Nos vamos a morir (día -10)

 

 

El año pasado un grupo de amigotes bromeábamos en una de las colas de Sitges sobre cómo la presente edición, la de 2012, iba a ser nuestro último certamen. Poco imaginábamos por aquel entonces que la realidad iba a superar lo que aquel año, y tantos otros atrás, habíamos visto en las pantallas del Auditori Melià, del Prado y del Retiro; habíamos visitado el fin del mundo de muchas maneras, y ahora, visto en perspectiva, todas esas películas que trataban con el Apocalipsis eran tan solo un entrenamiento para lo que nos sucederá de aquí en diez días.

Hoy empieza la cuenta atrás, y para pasarla hemos elegido volver al lugar donde nos sentimos como en casa, con los de casa. Venir a Sitges, otro año más, como si todo siguiera igual y reforzar así la ilusión de que realmente no sucede nada fuera de lo común. Año tras años hemos peregrinado hasta aquí para sentir que nuestra realidad era feliz, estable, completa; casi cualquier realidad era mejor que aquellas que sufrían los personajes de las películas que veíamos en pantalla. Este año, sin embargo, buscamos el máximo acercamiento posible a esos terrores cinematográficos para poder huir del que se nos avecina. Si el cine fantástico era hasta ahora una manera de entender los miedos de una sociedad en un tiempo concreto, este año -el último de nuestra existencia- nos lleva a querer buscar en las películas el olvido de la realidad, la distancia tranquilizadora con lo que nos atañe… Que el mundo llega a su fin en diez días.

Quizás el final nos sorprenda con una gran explosión, o quizás con un sollozo, como decía T. S. Elliot, pero lo que sabemos a ciencia cierta en esta 45ª y última edición del Festival de Sitges es que nos hemos reunido para vivir los últimos momentos con la normalidad de nuestro peregrinaje anual, envueltos en el búnquer del cine fantástico y dispuestos a redactar la crónica de las jornadas que se sucedan hasta que empiece el final.

Diez días quedan para el fin del mundo…, y esta es su crónica.

 

Crónica 2: Vivir vs. Existir (Día -9)

 

Es extraño pasear por estas calles sabiendo que tan solo quedan nueve días. Quizás esa desagradable sensación pasará cuando acaben de llegar las caras conocidas que faltan y logremos entre todos tapiarnos de la realidad, pero lo cierto es que ahora mismo todos nos cruzamos con una dura pesadumbre aunque nos esforcemos en revestirla de aparente cotidianeidad. El trato está claro: optamos por este final, en nuestro estimado festival, porque queremos aplicarnos el carpe diem que nos permita morir dándolo todo, siendo algo más felices mientras hacemos aquello que más nos gusta. Mirar a los ojos de la muerte en la pantalla nos permite que, esa misma realidad en nuestras calles, sea más digerible.

Más extraño ha sido, no obstante, recorrer de nuevo los pasillos del hotel de El resplandor con Room 237. Cuando en una rápida visita a un amigo he paseado por los pasillos tapizados del Melià, no he podido evitar recordar los de la película de Kubrick; si de eso hubiese logrado sacar algún tipo de teoría sobreinterpretativa, no solo habría hecho las delicias de Susan Sontag sino que quizás Rodney Ascher me habría llamado para formar parte de su documental. Quizás lo más interesante de su película es precisamente el alegato a favor de la sobreinterpretación y del espectador como eslabón final en la elaboración de una película, aunque ciertamente llega años tarde para lograr que su discurso resulte revelador y no anecdótico. Haber trabajado esa sobreinterpretación a través de las imágenes, haciendo de su filme un ensayo visual y no una “simple” compilación de entrevistas telefónicas con materiales gráficos de El resplandor como apoyo, habría ayudado a convertir su documental en un auténtico manifiesto de lo que expone. En esta ocasión, sin embargo, fondo y forma no solo no iban de la mano sino que tomaban caminos completamente diferentes…

Inventar en base a lo que otros han creado con anterioridad: ¿no es eso lo que el crítico (no del tipo recomendador, por supuesto) lleva a cabo? Como esas larvas que se colaban en los seres vivos de The Bay (Barry Levinson) para absorber sus entrañas, tomamos las películas para tratar de lanzar alguna reflexión, aunque a veces nos convirtamos en auténticos demonios que desfiguran para beneficio propio los filmes. Eso es lo que hacen los interlocutores de Room 237 con la obra de Kubrick, pero me pregunto si también algo de eso tiene el resultado final de La noche de enfrente, la película que Raúl Ruiz dejó inacabada. En la línea que separa la vida y la muerte, el pasado y el presente, y lo real de la creación ficcionada, Ruiz se siente como en casa. En territorio indefinido, el tránsito infinito entre la vigilia y la ensoñación, lo sucedido y lo imaginado, transcurre La noche de enfrente, como si el director tuviera claro que el mundo es demasiado extraño para mirarlo desde una sola perspectiva, consciente de que todo (desde las palabras hasta los hechos y las personas) están formadas por matices más que por verdades totales e inequívocas. El viaje, a través del placer del lenguaje (con personajes que se regodean en la fonética, en la derivación y que veneran y respetan la traducción), tiene parada también en la importancia de la creación (artística, imaginativa) como válvula de escape. Ruiz no esconde el trampantojo del cine y no solo trabaja con una luz antinatural sino que además se ocupa de colocar a personajes imposibles en lugares improbables. No importa, porque estamos en el mundo de Celso, un hombre obsesionado con el conocimiento y con su próxima muerte, la cual –según él mismo dice– llegará de mano de un hombre que lo asesinará tras su jubilación.

La noche de enfrente, y quizás sea esto un alarde de sobreinterpretación, recuerda a aquel lugar común que dice que cuando estamos a punto de morir vemos pasar ante nuestros ojos –como si de una película se tratara– la historia de nuestra vida. Poco sabemos, tras pasar casi dos horas con él, de Celso, pero bien podríamos decir que la película de Ruiz no es otra cosa que toda su vida como creación, todo aquello que él imaginó vivir, las conversaciones (con Beethoven, con el Capitán Pata de Palo…) que reprodujo en su mente a lo largo de su vida y que finalmente cobraron una entidad mayor que los hechos reales de su existencia. La noche de enfrente es una obra de amor a la creatividad, a los pensamientos paralelos, pero es también una película que se contrapone de manera muy interesante a Holy Motors y su alegato final en favor del goce de la vida como un hecho físico, no líquido. Un mensaje que, para quienes estamos viviendo el fin del mundo aislados en una sala de cine, llega como un jarro de agua fría.

Precisamente eso es lo que me lleva a parar aquí. Quedan nueve días para el final y con la película de Carax es imposible no preguntarse si hemos logrado vivir o si todo eran simulacros, como decía Benedetti.

 

 

Crónica 3: Del presente al futuro; queda la esperanza (Días -8 y -7)

 

Grabar, filmar, fotografiar, escribir, pintar… Todas las acciones relacionadas con el arte tienen una atractiva pátina de cápsula temporal capaz de trasladar el presente al futuro a base de años y suerte. Bazin hablaba de las artes plásticas por su capacidad de embalsamar los cuerpos, al más puro estilo de las momias egipcias, y mantenerlos en su forma física incluso después de la muerte, pero artes como el cine y la literatura tienen también la capacidad de transmitir el alma de los que ya no están, pues funcionan como botellas lanzadas al océano para ser recibidas por personas de otros lugares y tiempos. En resumidas cuentas, nos permiten comunicarnos (aunque unilateralmente) con el futuro y sin necesidad de un Delorean.

Imagino a ciertos cinéfilos como auténticos arqueólogos de lo audiovisual; gente que se dedica a escarbar entre pilas de cintas Beta y VHS en busca de material reaprovechable o auténticas joyas desconocidas. A partir de El proyecto de la bruja de Blair entró en auge el found footage en el género de terror y en esta edición del Festival de Sitges le han dedicado un maratón (no en vano, el propio cartel de esta edición apocalíptica muestra la importancia de las filmaciones domésticas en el audiovisual actual). The Bay, la incursión de ¡Barry Levinson! en este subgénero, tiene dentro de su propio metraje a los “montadores” interesados en sacar a la luz estas imágenes, a esos arqueólogos de los que hablaba. Este es posiblemente el toque más innovador de esta más que decente película que consigue que el espectador acabe con auténticos picores en su butaca. Levinson utiliza a una periodista becaria como hilo conductor de su película, y alrededor de su deseo de denuncia utiliza material fílmico privado (de ámbito familiar) y público (cámaras de seguridad) para dar forma a su trama de terror medioambiental. Aunque en ocasiones el material resulta poco creíble como found footage, llama la atención el atrevimiento de Levinson con el uso de los materiales pixelados, procedentes de las cámaras con paneos hiperactivos (fruto de usuarios inexpertos), y el empeño por crear una trama conspirativa que lanza puyas ante la falta de responsabilidad de las autoridades políticas e incluso policiales en una situación de alto peligro para la sociedad. The Bay, pues, trasciende su forma al ofrecer un contenido muy concreto que va más allá del interés por el género de terror o por los mashups de formatos audiovisuales.

En V/H/S¸ también una película basada en el falso found footage, nos encontramos con una línea argumental que liga (como en The Bay) un conjunto de set pieces, cada una de las cuales está filmada por un director diferente. Mucho más inscrita en el género de terror que la anterior, V/H/S cuenta con algunas firmas ya ilustres del mundillo (especialmente con Ti West, posiblemente el más talentoso de los directores participantes), si bien hay que destacar las piezas obra de Joe Swanberg y especialmente la de Radio Silence, nombre de conjunto para Matt Bettinelli-Olpin, Tyler Gillett, Justin Martinez y Chad Vilella. El resultado, pese a resultar irregular en conjunto, no es desdeñable aunque la trama que une a todos esos “cortos” no acaba de funcionar tan bien como debiera en su función unificadora. Aun así, el filme redunda en el que está siendo uno de los rasgos más repetidos de las producciones presentadas en esta edición del festival: la autoría coral.

Fotograma del fragmento de Joe Swanberg (V/H/S)

Lo corroboramos, por ejemplo, con Doomsday book, una película dividida en tres fragmentos (obra de dos directores diferentes) que giran conceptualmente alrededor de, precisamente, este final del mundo que estamos a punto de vivir. La pregunta, no obstante, es: cuando se escribe o se filma algo llamado “el libro del día del Juicio Final”, ¿a quién se dirige uno como destinatario? La película podría ser el último legado lanzado ante el Apocalipsis, y Yim Pil-sung y Kim Ji-woon (que firma el mejor fragmento de los tres) optan por cerrar sus historias con una chispa de optimismo… Dicen que de la caja de Pandora salieron todos los males excepto uno; uno que, por más y más años que han pasado, nos hemos empeñado en seguir considerando como una bondad. En efecto se trata de la esperanza, ese motor de motivaciones, de insistencias y de búsquedas eternas que permiten avanzar y mantenerse activo. ¿Cómo conservar la esperanza tras escribir sobre el final? ¿A quién se dirigen esas misivas? Posiblemente una pregunta responda a la otra…

Ayer, después de sufrir el cacheo de un agente de control de Biohazard en la cola del Prado, constatamos que la esperanza persiste en todos nosotros. La esperanza de poder parar el final del mundo, la esperanza de encontrar una película que sea LA película, la esperanza de estar escribiendo para el futuro… El compañero de Cineuá Sergi Fabregat escribía en su Twitter: “Suenan los acordes finales de #holymotors y siento que si ardiera la historia del cine pero nos quedara esta película podríamos recomenzar”. En efecto, la esperanza está ahí, nos persigue porque la buscamos pero nunca llegamos a tocarla. Pienso en esa frase, en Holy Motors, y vuelvo a lo que en la anterior crónica apuntaba sobre La noche de enfrente. Salgamos a vivir la vida, a disfrutar la fisicidad, lo real, lo tangible. Alejémonos de imaginaciones y romanticismos, de ideales y sombras platónicas, porque solo así podremos abrazar lo imperfecto de lo que nos rodea. ¿Es realmente ese el mensaje final de Holy Motors? Léos Carax ha tenido muchos años para elaborar la que ha sido su nueva película, y cuando la ha llevado a cabo —y como apunta el compañero antes citado— parece que lo haya hecho para ofrecer el filme definitivo sobre el cine. Holy Motors es un homenaje al cine en su amplia gama de géneros y autores, pero también un reconocimiento al oficio de la interpretación —con un Denis Lavant que anonada, enamora, asusta y enternece— y a la vida. No sé si esta sería la película que salvaría si existiera un arca de Noé para las artes (como ocurría en aquella interesante sobre el papel pero aberrante en su ejecución Deep Impact), pero sin duda sería la película que, de cara al fin del mundo, me hubiese gustado firmar. Carax, en cambio, parece estar dando respuesta al silencio que ha protagonizado durante estos años de sequía cinematográfica: la vida es para vivirla, el cine es solo una parte de ella.

Quizás por eso las siguientes jornadas de este Festival de Sitges no tuvieron muchos más visionados para quien esto firma. La experiencia importante de este certamen siempre fue la convivencia en un piso con siete compañeros del “gremio”, las películas de género con un público entregado, comer un día en el argentino de la playa, otro en la pizzería de la plaza, las visitas a la cafetería habitual y las carreras entre el Auditori, el Retiro y el Prado… Tratar de ver películas entretanto que vivimos, no al revés.

 

 

Crónica 4: Volver a empezar (días -6, -5, -4)

 

Se empiezan a oír voces que afirman que el final del mundo no es tal sino un simple borrón y cuenta nueva, una necesaria limpieza de todo aquello que no ha funcionado y nos ha llevado a esta crisis económica y moral para poder comenzar desde cero con una propuesta distinta. Quizás sea de nuevo la esperanza hablando, pero en cualquier caso, ahí están esas voces que, para más inri, han tenido sus ejemplos prácticos en algunas películas que hemos ido viendo en esta apocalíptica edición del Festival de Sitges.

El Holocausto tuvo en la caída del muro de Berlín ese momento de inflexión en que parecía necesario proclamar el final de una era para poder afrontar una nueva situación con ánimo esperanzador, aunque en la película de animación Alois Nebel se nos muestre que erradicar todo un pasado es una idea ilusa e irreal. La tristeza de su animación −presentada más en luces y sombras que en blancos y negros− acompaña una historia de personajes cabizbajos, acomplejados, enfadados y desilusionados por un acontecimiento histórico que no les permite avanzar o enfrentarse al presente a causa de la pesadez del pasado. Una historia de fantasmas de carne y hueso que buscan, precisamente, pasar página a través de la clausura de un pasado que les arrastra y no les permite darse cuenta de que en lo que al tiempo se refiere, solo el futuro existe.

Esa eterna búsqueda del momento de inflexión, de la situación que libere las almas de tantos checos que sufrieron las consecuencias del Holocausto, no logra nunca ser saciada, pues no existe el olvido y sí el trauma. La maldición que les cayó, no tanto por haber vivido aquellos tiempos sino como herederos de la generación que sí estuvo allí, les acompaña en su día a día y solo la venganza les otorgará la paz. Curioso paralelismo, este, con la propuesta de reinicio que Rob Zombie plantea en su The Lords of Salem, una película que gira alrededor de la maldición de las brujas de Salem y su vigencia en el siglo XXI. Zombie despide el mundo tal como lo conocemos para dar la bienvenida a un nuevo statu quo, un paradigma en el que el centro es el Diablo y no Dios, y en el que una venganza que ha pervivido durante siglos ha logrado finalmente llevarse a cabo. Zombie, consciente de esa dualidad (el mundo del bien contra el mundo del mal), perpetra una película asimétrica con dos claras partes; la primera, más narrativa, lenta e incluso limpia, podemos interpretarla como el paradigma existente en la actualidad cinematográfica, un suma y sigue de lugares comunes del cine de terror que, llegados a su segunda parte, él mismo se encarga de dinamitar. El Zombie descontrolado y original aparece en el tramo final de The Lords of Salem para declarar el fin de ese cine blanco e instaurar la dictadura del Diablo, tanto en su trama como en su forma: imágenes bellas e impactantes, sin ton ni son, un esperpento barroco de radiantes luces y sombras que rompen con el tono de la película y que funcionan como un bonito paralelismo de ese cambio de mundo que llega en la película. Zombie apuesta por que el fin del mundo sea un cambio en el sistema de base, y que este sea más rudo, más visceral…, más auténtico.

Sin duda, una apuesta valiente y optimista (a pesar de todo), pues confía en que el futuro que tiene que venir es mejor que cualquier pasado que haya sido presente, algo que se encara de bruces con la propuesta de Safety Not Guaranteed. Esta, además de continuar casi al dedillo las reglas de lo que es el cine indie americano (solo es necesario escuchar las primeras notas musicales de sus títulos iniciales para situarnos ante lo que estamos por ver), propone volver al pasado para enmendar el presente y volver al cauce vital correcto antes de que torciéramos su camino. Como viene siendo habitual en estas películas, los personajes son freakies sociales, algo marginados, pero tiernos y buenos. Solo en su época adulta encuentran amigos y parejas que les entienden y es ahí donde empiezan a potenciar (y a ser reconocidos) por sus habilidades. Se ha incluido a Safety Not Guaranteed en el mumblecore americano en lo que es una muestra más de poco acierto crítico, pues el debut de Colin Trevorrow es una película pequeña pero con un acabado visual más cuidado y, a pesar de su bajo presupuesto, es una apuesta mucho más guionizada y menos visceral que las del mumblecore. Safety Not Guaranteed es, pues, una película cercana al espíritu y a la forma Sundance, con personajes desviados del camino común de la sociedad y un acabado formal luminoso visto en muchas otras de estas producciones.

Posiblemente Eric Packer se hubiese aburrido mucho con todo ese fluir de buenas intenciones y de ternura hacia personajes que son auténticos losers. El protagonista de Cosmopolis vive aislado en su torre de marfil en una sociedad que, curiosamente, conoce mejor que nadie; al fin y al cabo, ha logrado amasar su fortuna en lo que es la cocina de nuestra sociedad: la economía. Cosmopolis, sin llegar a ofrecer una solución general a la situación apocalíptica, sí estudia la caída de un sistema en los pequeños gestos suicidas de un joven multimillonario al que sigue en el día de su inmolación. Cuando se ha sido el rey de la colina y el paradigma cambia, Eric Packer empieza a sentirse más cerca de los personajes de Safety Not Guaranteed: perdidos, sin pertenecer a ningún lugar. David Cronenberg roba de Robert Pattinson toda su asepsia  a medida que el metraje avanza y poco a poco vamos observando en su rostro componentes humanos que en el primer plano de la película parecían impensables para él. Compuesta a base de escenas de tan solo dos personajes y con diálogos algo pomposos, Cronenberg pone a prueba a su actor y parece encararle (hasta llegar al gran duelo final) con su estatus de estrella cinematográfica. ¿Podrá Pattinson enfrentarse a Binoche, Giamatti, Morton…? ¿Está preparado (¿lo está Eric Packer?) para el mundo post-Crespúsculo (para el mundo postneocapitalista?)? Cronenberg no abandona a su personaje en ese particular final del mundo y para ello no duda en dejar casi en off todo lo que sucede fuera y que no puede penetrar en la limusina que le acompaña, a excepción de aquellos que tienen pase VIP para entrar en ella o lo que consigue ser visualizado a través de los vidrios del vehículo. El exterior, el mundo físico, no tiene sentido y por eso Cronenberg se apoya en las palabras (muchas de ellas de Don DeLillo) para dar traza al mundo líquido en el que vive su personaje. Con Cosmopolis no nos queda claro qué llega tras el Fin, pero sí que ese Fin es ya una realidad.

 

SITGES finale: Días -3, -2, -1, Continuará…

 

Dicen que la historia la escriben los vencedores, por eso heme aquí. Esta vez, no obstante, trataré de ser justa con quienes dieron sus vidas para que el fin del mundo no fuese, al fin, el fin, sino un to be continued que pueda significar un cambio de paradigma (moral como en The Lords of Salem, económico como en Cosmopolis, político como en Alois Nebel, madurativo como en Safety…)… pero que dependa de nosotros. Por aquellos (cuatro o cinco) que se sacrificaron para permitirnos seguir adelante y luchar por el cambio climático, el cambio de nacionalidad, el cambio de moneda y todos los cambios que vengan… Va por ellos.

Cambiar para adaptarse a los cambios que llegaron antes que nosotros, moldear lo que antes nos sirvió para poder vivir en paz con lo que ya es el ahora, un sistema que se ha renovado (o está en proceso de llegar a ello) y que, por lo tanto, nos solicita (a través de fricciones) que nos adaptemos nosotros también. En resumidas cuentas, tomar lo útil del pasado para llevarlo a una nueva forma de vida. Khalfoun, el responsable del remake de Maniac, lo ha entendido perfectamente: no hay fin del mundo sino fin de una era. Su película cuenta con el beneplácito del director, William Lustig (quien además ejerce de productor para esta nueva versión), y logra traspasar el homenaje para actualizar una historia que demandaba una aproximación más acorde con los nuevos formatos. Elijah Wood “interpreta” a Frank, el maníaco protagonista, aunque poco vemos al actor en pantalla, puesto que Khalfoun opta por hacernos vivir los asesinatos desde dentro de la piel de su protagonista; para ello, filma prácticamente todo el metraje a través de la cámara subjetiva. La razón, no obstante, va más allá del modismo y tiene su explicación narrativa: Frank es acuciado por unas voces que le hablan y de las cuales a veces, solo a veces, se puede distanciar. Es en esos momentos de extrañamiento subjetivo en los que la cámara sale de su perspectiva y nos muestra a Wood en la calma que le rodea tras la tormenta; ha vuelto a matar y solo entonces es capaz de recuperar el poder sobre sí mismo. Este desdoblamiento, que en la original consistía en meros apuntes insinuados, le otorga al remake una enjundia dramática que legitima a Khalfoun para lucir a su actor más allá de mostrarlo en tantos espejos y reflejos como pueda. Por así decirlo, el director se ha preocupado por entender el contexto del Maniac original y trasladarlo a las formas del presente; como quizás deberíamos hacer nosotros con esto del fin del mundo, él decidió que todo esto era solo un cambio de era, por lo que se toma el tiempo para parar, pensar y plantearse qué le sirve de su predecesor y de qué forma puede adaptarlo al ahora.

¿Y qué forma más directa de heredar, que a través de la línea genética? Jennifer Lynch presentaba Chained, su cuarta película como directora, y el documental Despite the Gods, en el cual es la absoluta protagonista. Precisamente en este último se recoge una conversación en la que Lynch hija (que está en India filmando su tercer proyecto, un encargo realizado desde la industria de Bollywood) comenta que el filme se está convirtiendo en su particular Dune. La (mala) experiencia de su padre, que perdió el apoyo de la industria para sus siguientes proyectos, funciona en ella como en un niño una moraleja de cuento; a través del conocimiento experiencial de la generación anterior, Jennifer sabe que llevar mal ese rodaje puede impedirle continuar con su carrera de directora. El documental sigue y finalmente se nos hace saber que, igual que hizo su padre, Jennifer logró desvincular su nombre del resultado final del filme. La transmisión entre generaciones ha funcionado.

Antiviral

En efecto, los errores de la generación anterior funcionan como aprendizaje para la siguiente, pero comentaba antes que para lograrlo, para llegar al cambio de paradigma, quizás no haya que empezar desde una tábula rasa sino tomando los conocimientos pasados válidos y actualizarlos a la nueva situación. En esta línea trabaja Brandon Cronenberg, quien en Antiviral entrega un poquito de la nueva carne y del interés científico de su padre pero llevándolo a un nivel más moral y esperpéntico, más acorde con las problemáticas actuales. El protagonista de Me @ the zoo, Chris Crocker, podría vivir perfectamente en el mundo que Brandon Cronenberg presenta: Chris quiere ser como su ídolo, Britney Spears, y a través de la viralidad de sus vídeos de Youtube (en el más famoso de los cuales espetaba llorando a cámara un “Leave Britney alone!!” en referencia al acoso de los paparazzi a la cantante) logra una popularidad que le permite actuar como si fuese su ídolo durante el tiempo en que trabaja en un programa de televisión en Los Ángeles. Chris se toma fotos emulando algunas de las “robadas” de Spears, su habitación luce empapelada con la imagen de la cantante e incluso, cuando se le pregunta sobre su comportamiento, no duda en afirmar convencido que tienen mucho en común: son las dos mujeres más guapas del mundo (sic).

En el mundo de Antiviral todos quieren convertirse en sus ídolos, lo desean con tanto ahínco que compran los virus que han sufrido los famosos, así como también alimentos con aromas de sus estrellas favoritas. Como el Levi (Giamatti) de Cosmopolis –que quiere ser Packer (Pattinson)– o como Crocker con Britney, el mundo de Antiviral desea lo incalcanzable, lo inasible, por eso a medida que avanza la película y el protagonista va teniendo acceso a su objeto de deseo su moralidad bascula. Un discurso en contra de la carnaza televisiva, y una dirección consciente que refuerza la frialdad del mundo superficial de la empresa (con pocos elementos en encuadre, cámara fija y colores fríos) frente al miedo que genera el subsuelo social (escenarios repletos de objetos, cámara al hombro y tonos verdosos y rojizos) hacen de la primera película de Brandon Cronenberg un interesante y prometedor debut en el que, más allá de la herencia, parece que hay madera.

Día 1: Reinicio

De herencias hablan también Wolf Children y Wu Xia (Dragon), las dos fantásticas ganadoras de Anima’t y Casa Asia, y ocurre lo mismo con la que para quien esto firma ha sido la gran experiencia del certamen: La cabaña del bosque. Escribir sobre el final del mundo unos días antes de que sea una realidad, desde un festival y mientras se ven películas de terror, es algo que pareció alinear a los planetas. Si explicaba en crónicas anteriores que la esperanza de la Humanidad me sorprendió en una cola en la que nos cacheaban por si estábamos contaminados (si íbamos a morir, ¿qué más daba que fuésemos Biohazard?), debo decir también que sufrí el ataque de esa misma esperanza cuando ante mis ojos se proyectó esta película. Difícil es hablar de La cabaña del bosque sin desvelar nada, pero ya que estoy escribiendo esto cuando la cuenta atrás ya va en positivo a nadie fastidiaré si digo que…: no, finalmente no se acabó el mundo.

La razón hay que buscarla en esta película que llegó para iluminarnos. La cabaña del bosque + la reunión de los aficionados al fantástico + el Apocalipsis, tenía un objetivo final muy claro: seguir apretando el botón de Perdidos para que la isla no explote o, lo que es lo mismo, [Spoiler] cumpliendo con el ritual de la película de Goddard para continuar salvando el mundo. El sacrificio de cuatro críticos de cine (el virgen se libró) durante el Festival de Sitges fue lo que nos permitió seguir con el mundo; nos reunieron allí a sabiendas de que entendíamos mejor que nadie las reglas del juego, del slasher… En la programación, y a medida que avanzaba el festival, íbamos viendo pistas que nos llevaban a construir un discurso en el que existía realmente la posibilidad de salvarnos. Primero, la sobreinterpretación de las películas para, al llegar a La cabaña del bosque  saber qué teníamos que hacer; luego, mantener la esperanza para impedir bajas innecesarias; a continuación, acercarnos a la idea del cambio de paradigma, del borrón y cuenta nueva en lugar del final total; y finalmente, aceptar que ese cambio de paradigma pasa por recoger la herencia y traspasarla con nuestras nuevas adaptaciones, es decir: entregarle al dragón nuevas víctimas mientras esperamos que llegue nuestro particular San Jorge.

El final del mundo finalmente no llegó, logramos pararlo y posponerlo durante otros X años. Pero el festival sí llegó a apagar sus luces. Esto es solo una parte de lo que ha dado de sí Sitges 2012, pero en nuestro recuerdo queda como la edición en que cuatro críticos de cine se entregaron a un sacrificio ancestral para salvarnos a todos. Lo que decía: va por ellos.

See ya in anotha life, brotha!