El post-heroísmo revisado: Los mercenarios I y II

Me voy y vuelvo: el post-heroísmo revisado

 

“Me voy”: sobre paroxismos y parataxis

El año 84 está establecido, según todas las cronologías y acorde con la profecía orwelliana, como el año fundacional de eso que se llamara convencionalmente la “postmodernidad” y sus adláteres e ismos. En ese año verían la luz sendos manifiestos seminales para el movimiento, como son los antológicos textos de J.F. Lyotard y F. Jameson, La condición posmoderna y El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. El segundo y más controvertido sería editado en forma de libro definitivo en el año 91, dos años después de la caída del Muro de Berlín y la final capitidisminución de aquel “socialismo real”. 1984 y 1991 se nos aparecen, pues, como los años en los que una modernidad de tipo delicuescente (escatológico, líquido, de ficción, avanzado o tardío) se abre paso, instaurándose como entorno cultural. Sus signos epocales, según Jameson, son el paroxismo y la parataxis: la excitación extrema de las pasiones fruto de un contexto accidental y la fragmentación y la repetición esquizofrénicas. Síntomas de un momento histórico con su eventual traducción estético-política.

En el año 1984 se estrena la primera película protagonizada por Arnold Schwarzenegger como Terminator. La segunda verá la luz en el año 1991. Por su parte, Sylvester Stallone se encuentra en ese mismo año entre las filmaciones de la tercera y cuarta entregas de Rocky, años 1982 y 1985 respectivamente, cuya quinta película se pertrecharía en 1990. Schwarzenegger y Stallone se nos presentan, a todas luces, como los arquetipos de la cinematografía norteamericana postmoderna. Héroes con forma de superhombres neumáticos, hercúlea compulsión a la destrucción y parca locuacidad ensimismada. Como Conan y Rambo, otro par de personajes testosterónicos y postistas encarnados por Arnold y Sylvester, estos seres musculosos no hacen sino representar el/un papel ideológico (estético y político, nuevamente), caracterizado por la picnolepsia (una forma, en palabras de Jean Baudrillard, del “paroxismo indiferente”, esto es, sin pasión) y la falta de argumentos.

Ese momento hipermusculado, que señala igualmente el Rocky V de John G. Avildsen (1990), el Terminator 2 de James Cameron (1991) y la Guerra del Golfo de George H. W. Bush (1990-1991), duraría hasta el final de la época en el año 2001, en que se estrena la Obra de Arte Total 11-S, dirigida por George W. Bush. Arnold y Sylvester son la punta de lanza de un movimiento estético que incluye a superhombres como Dolph Lundgren, Jean-Claude Van Damme, Bruce Willis o Steven Seagal, todos ellos grandes héroes y protagonistas de un buen número de obras referenciales en la producción estadounidense entre los años 1984-2001, y todos ellos, excepto el último, co-protagonistas, con los propios Arnold y Sylvester, de Los mercenarios I (Sylvester Stallone) y II (Simon West), que aquí intentamos analizar como síntoma (repetido) de una época.

Poco después del año 2001, y acabada la época postmoderna que les viera nacer y encumbrara, Arnold y Sylvester se despedirían en cierto modo, y cada uno a su manera, del espectáculo cinematógráfico, aún cuando nunca llegaran a abandonarlo absolutamente. Su forma de decir “me voy” sería, en el caso de Arnold política, en el caso de Sylvester estética. Ambos, de manera terrorífica, llevarían a la práctica aquellas vertientes que señalara Walter Benjamin como la “estetización de la política” y la “politización del arte”. En el año 2003, tras rodar la tercera versión de Terminator, dirigida por Jonathan Mostow, Arnold se convierte en Gobernator de California, siguiendo los pasos de Ronald Reagan, primer estrella cinematográfica que da el salto a astro político. Ese mismo año, Sylvester protagoniza la premonitoria Spy Kids 3D: Game Over, de Robert Rodríguez, y pasará a concentrarse en sus verdaderas pasiones, saltando a su modo a la pospostmodernidad (o lo que aquí, en algún otro momento y lugar, se llamó la requetemodernidad): ebrio de mujeres y pintura, Sylvester quiere ser un buen marido y pintor, cosa esta última que logra oficialmente en el 2009, con su primera exposición, en la que muestra sus lienzos post-expresionistas.

Schwarzenegger

Del paroxismo ultra-emotivo y la parataxis beligerante a la política y el arte. El abandono de la lucha de los superhombres en 2003 será, como puede comprobarse en sendos ejemplos mercenarios, tan sólo momentáneo. O no. Se verá. Entretanto, el mundo de la cinematografía, tras la batalla postmoderna, se nos aparece tal y como lo escribió el teórico Fredric Jameson: “en el siglo XX el cineasta Ken Russell predijo que en el siglo XXI las películas normales no durarían más de quince minutos; y en cierto sentido tenía razón, y la cultura popular nos proporciona muchos indicios de este fenómeno, cuyo equivalente es la desaparición de la trama. Las películas de acción contemporánea realmente carecen de trama, ésta es un pretexto para las explosiones que, minuto a minuto, rellenan el visionado” (1).

Sylvester

 

“Y vuelvo”: el retorno de los héroes (que es un ocaso definitivo)

Sin entrar a considerar que obra está más “lograda” o “conseguida”, si La madre de todas las batallas, como la llamara Sadam Hussein, o la segunda versión de Terminator o la quinta de Rocky, lo que no podemos obviar es la pertinencia del análisis que señala el quehacer de Arnold y Sylvester, ya antes de su paso al acto, como un asalto a lo político. De tal forma, el periodo 1984-2009, entre los primeros filmes y los primeros mandatos y los finales de los mandatos, tiene a estos superhombres, más los Jorges (Padre e Hijo), como sus políticos y artistas prominentes. Los héroes de toda una época, que se cierra con el fin de la segunda legislatura de George W. Bush, el fin de la gobernancia de Arnold en 2011 y, definitivamente, el estreno de las dos partes, a falta de una tercera, de Los mercenarios, en 2010 y 2012.

Los héroes arquetípicos, como Schwarzenegger y Stallone, han recorrido el viaje de ida y vuelta entre el escenario cinematográfico y el escenario de la realidad política y artística: como lo real reprimido, ambos vuelven a la cinematografía por la Puerta Grande, esa que Arnold atraviesa en Los mercenarios 1, para desaparecer antes de que Sylvester responda a las palabras de Mr Church (Bruce Willis) acerca de por qué está Arnold tan raro, tan estupendo y tan subidito: “Nada, que quiere ser presidente”. En la segunda parte, donde Arnold aparece más intermitentemente, asistimos a un constante uso del chiste meta-cinematográfico, cuando Arnold, hasta en tres ocasiones, pronuncia aquello del “me voy y vuelvo”, haciendo una paráfrasis nada sutil de las palabras de su personaje Terminator.

Le repetición de lo mismo con o sin variaciones, se encuentra en el centro de la modernidad postista y paroxística que estos personaje encarnan tan prístinamente. “Se repite porque se reprime” era un dictum típicamente lacaniano que Santiago Carrillo re-escribió en una de sus últimas entrevistas, concedidas a Jordi Evolé, en su programa Salvados: “Se repite porque se olvida”. En las versiones de Los mercenarios, como veremos, se repite no porque se olvide, sino para olvidar.

Por última vez. Ahora no un héroe. Un grupo de ellos. Igual que Los vengadores, que aglutina a toda una horda de superhéroes míticos y mitológicos, Los mercenarios llama a escena a lo más granado de la acción-con-esteroides de las dos últimas décadas, con la excepción clamorosa y ya mentada de Steven Seagal. El grupo mercenario viaja en un avión por el globo, desarrollando misiones en lugares alejados del continente americano, al que regresan a descansar y echar unas risas. En la primera película, la trama es inexistente, el despliegue explosivo es constante. Los niveles de acción coreografiada y de montaje espasmódico rozan los límites de lo sublime, y Sylvester se muestra como un realizador capaz de filmar una danza de Merce Cunninghum sin perder el torcido rictus. En medio de tal actividad frenética, como set pieces íntimas, se dispone lo mejor del film: las conversaciones. Los mercenarios logra lo nunca visto en el género de acción: que los diálogos sean lo más pregnante de todo el metraje. Ya no hay acción aquí, ni trama: sólo los héroes en el limbo, haciendo acrobacias o chotándose los unos de los otros.

Mercenarios-Stallone

En Los mercenarios 2 la trama se hace algo más compleja. Hay un malo muy malo (Van Damme) y una mina de plutonio soviética y un pueblo esclavizado al que liberar. Aún y así, hay tiempo en esta versión (ya no dirigida por Stallone sino por Simon West) para grandes intercambios dialógicos que hacen de esta película menos una de acción que una pieza de cámara, y se mantiene, como la primera, como un ejemplo diáfano de globalización a la americana. O, en otro orden de cosas, como el capital financiero, es un “signo otoñal”. El periodo glorioso de estas figuras es aquel de este tardío estadio económico, que bien podríamos leer aplicado a la cinematografía estadounidense: “implantación del capitalismo; producción y desarrollo; saturación y especulación financiera. El capitalismo (como la cinematografía), después de ésta última, se desplaza a un territorio virgen” (2).

Nadie conoce la vida media de un héroe, o la duración de un superhombre. Seguramente sea menos que la vida media del Plutonio, que dura lo que el Gran Año Babilónico, esto es, 24000 años. Frente a tal duración, estos héroes mercenarios se nos aparecen como efímeras apariciones, cuya entidad bien podría ser la misma que un número en una lista de muertos en campo de batalla. Los mercenarios, en su ejercicio de poses postrimeras, en la parodia de sí misma, se nos ofrecen en sacrificio, y parecen decirnos: nosotros, héroes y superhombres, nosotros los mercenarios, no duraremos tanto como el Plutonio. Estamos aquí para irnos. Y quizá lo hagan definitivamente, sumándose, sin más, como Números en el Libro de Notas Rojo:

3.000 soldados estadounidenses muertos en Afganistán

6.000.000 de niños mueren de hambre por inanición al año

200.000.000 de años para que la Galaxia gire en torno a su eje

2.000 el máximo que he ganado por una declamación de poesía

67 películas protagonizadas por el superhombre Stallone

40 películas protagonizadas por el superhombre Schwarzenegger

80.000 delfines muertos por redes de arrastre

4.000.000.000 de años desde que nació la tierra

7 películas originales en 1991

0 películas originales en 2011 (3)

Loss-of-Originality

Como fruto del paroxismo, la parataxis y el capitalismo financiero-mercenario, obtenemos asimismo este gráfico o Números en el Libro de Notas Negro (cuyo conocimiento he de agradecer, aquí y subrepticiamente, al compañero Miguel Blanco Hortas).

 

© Julius Richard, febrero 2012

 

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(1) Fredric Jameson, El postmodernismo revisado, ed. Abada, Madrid, 2012, pág. 3

(2) Fredric Jameson, El posmodernismo revisado, ed. Abada, Madrid, 2012, pág. 51

(3) Allen Ginsberg, Oda plutoniana (Poemas 1977-1980), ed. Visor, Madrid, 2008, pág. 73 (con algunas variaciones)