Kotoko / Mouchette / Eraserhead

Mitochondrial Eve

 

 

Este montaje es la culminación de una larga investigación en los archivos de la Magyar Nemzeti Filmarchívum. En ella pude (1) encontrar los descartes del filme Lumière Repas du bébé (1895) y diversos nitratos que daban cuenta de su tramoya. El hallazgo no obsta para que este vídeo de presentación tenga una estructura causal tramposa y una narración deliberadamente naif.

 

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Todo conocemos la célebre frase de Louis Lumière sobre el imposible futuro del invento una vez amortizada la curiosidad científica. Su rotunda equivocación no ha impedido que hoy siga existiendo gente empeñada en ejecutar la profecía. El incuestionable triunfo comercial y artístico del cinematógrafo, en cambio, sí terminó por borrar la intuición de tantos pioneros sobre esa posibilidad científica del aparato. Con ello no me refiero al abandono del género documental específico, sino al estudio en profundidad del Homo sapiens.

Porque el cine es un inmenso acuífero de conocimiento científico que los exégetas no estamos sabiendo explotar. Cómodos en descripciones pintorescas y en hermenéuticas de faralaes, ignoramos cómo la ficción ha documentado nuestra especie. Nos hemos conformado con ir expoliando la jerga científica de manera caprichosa, mientras acusábamos a los de la bata blanca de intrusos -cuando no de nazis deterministas- por hurgar en nuestro cerebro y avisarnos de que, tal vez, las cosas no sean como creemos. El cine pide a gritos ayuda metodológica seria, no retórica. Empezando por la arqueología de la mente y terminando en las ciencias de la cognición. El problema es que la solicitud sigue sepultada por el compro oro y los masajes tántricos en la sección de clasificados de la cinefilia.

Hemos convertido el cine en un monolito cultural, cuando también deberíamos haber levantado a su lado un gran menhir biológico. Sin recaer en biologismos superados, no podemos seguir obviando lo que el arte -su origen, su producción y su percepción- tuvo y tiene de necesidad fisiológica.

Un cine científico nos está esperando porque es todo, no solo el que toma prestado el microscopio o el que fotografía ballenas. Por eso es tan importante –diría que histórico- el descubrimiento de estos materiales del filme Lumière, porque en ellos emerge el instinto y el tabú sobre la ceremonia cultural. Para hacernos una idea del poder del instinto, tenemos que predicar con el ejemplo. Mejor que una leona en la sabana, una mujer en un apartamento de Nueva York preocupada porque su hijo está siendo acunado con demasiada fuerza. Siendo su hijo como es, vástago del diablo.

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Además, entre los descartes de ese decimonónico plano secuencia con Auguste y Marguerite alimentando a su hija Andreé, descubrí otras imágenes que ilustraban nuevas anomalías proscritas del idílico metraje. Anomalías en madres y nodrizas que en la realidad no siempre son consecuencia directa de una enfermedad, de la ausencia de parentesco ni de males asociados a modos de vida modernos. Mi orgullosa condición de esteta meapilas y la falta de acuerdo con los herederos de Céline –la niñera al servicio de Auguste Lumière-, impidieron su incorporación al final cut. Son imágenes que no venían acompañadas de nobleza artística; de Medea. Las he recluido en un lazareto accesible mediante hyperlink: (1) (2) (3) (4).

El soporte (35mm.) y los haluros de plata, el tiempo y nuestra fofa taxonomía, han otorgado a la película familiar de Lumière el rango de cine. Pero estas imágenes hórridas, clandestinas y sin intención estética, también debían ser rescatadas.

 

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En definitiva este vídeo, además de tramposo y diegéticamente naif, es profundamente elitista. Responde a una aristocracia de las formas y de la construcción del sentido.

 

NOTAS

(1) Eterno agradecimiento a Péter Forgács por sus gestiones y consejos.

 

© Roberto Amaba, marzo 2013