X Festival Curtocircuito

Por diez años más

 

Alejados de acostumbrados argumentos como la mera tarjeta de visita o la plataforma de lanzamiento para entrar en la carrera del largo, los cortometrajes también pueden ser películas hechas por grandes cineastas, merecedoras de la máxima atención de público e industria. Historias en las que un plano congelado marca el pasado de una familia; en las que un desconcertante estallido de confeti en mitad de la cama, donde yace una pareja, da inicio al cruce de insólitos personajes en un motel de carretera; en las que un intenso beso entre dos secundarios dura el tiempo de un centrifugado o en las que un disparo pone a prueba la ética de un hombre ante la opresión de un sistema injusto; instantes suficientes para virar el rumbo de una película, apenas unos segundos que demuestran que la creatividad no depende de la duración.

Haciendo gala de ese mismo talante, el Festival Internacional de Curtametraxes – Curtocircuito de Santiago de Compostela ha conseguido celebrar una década en activo con la puesta en marcha, en un plazo muy limitado de tiempo, de una nueva edición (del 9 al 13 de diciembre de 2013) dedicada tanto a la exhibición y reivindicación del cortometraje, como a la puesta en debate de cuestiones que afectan a cineastas, organizadores, productores y crítica. Aquí solo importa el cine, de ahí que un mediometraje —Feux de Thibaut Piotrowski— inaugurase el festival; toda una declaración de intenciones del nuevo director de Curtocircuito, Pela del Álamo —y de su equipo—, que apuesta por un festival que sitúe el formato corto a la altura de cualquier otro.

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Casi cuarenta cortometrajes en una sección oficial —agrupados en cuatro categorías: Galicia, Nacional, Internacional y Explora— que destacó por su alta calidad y su diversidad. Películas que caminan entre los géneros, se asoman a la lucha social de una manera más o menos seria, y se mantienen entre la poesía y la realidad. Ante muchas de las obras vistas (y disfrutadas) esos días, resuenan en mi cabeza las palabras de Gonzalo de Lucas en La vida secreta de las sombras: “Un objeto en cine al ser filmado adquiere una nueva apariencia. Toda separación entre documento y ficción, por tanto, es absurda”. Con este mismo planteamiento revela Sergio Oksman en Una historia para los Modlin —Premio al Mejor Cortometraje Nacional— la vida secreta de esta familia estadounidense, a través de la filmación de sus propias fotografías, cartas y objetos hallados en una céntrica calle de Madrid. Todo un atlas nemónico con el que el cineasta se balancea entre la veracidad del documento físico y la fantasía construida al filmarlo. Y así, foto tras foto, gesto tras gesto, se va desplegando su otra historia, un pasado plasmado en viejas polaroids tomadas en su hogar madrileño que destilan el enclaustramiento y la exacerbada devoción por su primogénito, y en el que Oksman logra sumergirnos con ayuda de un narrador, encargado de hacer encajar las piezas de este puzle. Piezas que van construyendo una leyenda cincelada en los muros de esa casa que es también testigo, guarida y tumba imperturbable de las fabulaciones del matrimonio.

Sobre imágenes de archivo recuperadas que adquieren una nueva apariencia hallamos The Devil (Jean-Gabriel Périot), ganadora de la sección Explora. “No sabes lo que tenemos, crees que lo sabes, pero no sabes lo que tenemos”, nos increpa una mujer negra al inicio del cortometraje. La lucha revolucionaria del Black Power por recuperar la dignidad y conquistar los derechos sociales de los miembros de una raza cobra, ante el panorama actual, un interés doble. Y suena más fuerte que nunca el discurso del proletario con frases como: “Somos hombres, no somos bestias y no deben obligarnos o pegarnos como tales”; “Vivimos en un estado policial en el que los cerdos no hacen más que proteger a los empresarios y proteger su sistema explotador” o “Estamos cansados y hartos”. Périot incita, y mucho, con su montaje a gritar como ellos lo hicieron, convertidos también nosotros, cincuenta años después, en la cara del diablo.

democracia_cobeaga

Otro buen ejemplo de que el corto no es antesala de nada es Democracia de Borja Cobeaga, donde el director de Pagafantas nos adentra en el pasado reciente nacional, con tintes, eso sí, más cómicos que las anteriores películas citadas. El humor negro que desprende la cinta funciona como un cercano reflejo de la llegada del proceso democrático en España, y, así, asistimos al entusiasmo con el que los empleados reciben la disparatada propuesta del gerente al grito de “democracia” y la indiferencia de ver morir a un compañero para salvar el culo, eso sí, siempre bajo el auspicio de la mayoría. Chema García Ibarra firma Misterio, que, tras recorrer festivales como el de Berlín o Sundance, se llevó la Mención Especial Sección Nacional en Curtocircuito. Aquí vuelve a hacer gala de ese llamado posthumor, nacido entre el absurdo y el costumbrismo que siempre acompaña a sus piezas. Con un imaginario muy reconocible y efectivo compone una historia en la que las señoras de barrio copan esta vez los planos. Si en sus anteriores trabajos los viajeros en el tiempo o los ataques alienígenas eran el germen fantástico, aquí lo es una aparición mariana. A base de planos fijos, una estética algo almodovariana y un reparto en el que hasta aparece la propia familia del director, no es caprichoso que Misterio logre conmover y divertir hasta dejar una cierta sensación de extrañeza, y sobre todo muchas ganas de seguir viendo qué más puede ofrecer el ilicitano.

Con más inocencia relata David Pantaleón su fábula A lo oscuro más seguro, protagonizada y realizada por personas con discapacidad del Centro Ocupacional de Valleseco (Las Palmas). Un cuento que arranca más de un sonrisa y derrocha mucha ternura, con bellos planos en los que la luz y la música inundan la imagen componiendo un ambiente, por momentos, mágico. Otro de los cortometrajes que dejaron huella fue El Otro (Jorge Dorado). Pocos diálogos y planos sobrios para crear una historia ubicada en un frío e inquietante paisaje a lo Fargo que obtuvo la Mención Especial Xurado Novo. Si de conmover y divertir hablamos, Burning hearts (James McFay) arrancó los aplausos de un público entregado a la historia de un héroe anónimo, a la sazón conductor de taxi, que aguarda su destino “a falta de una señal”. El travelling inicial desde la cima de un rascacielos con el monólogo en off del joven conductor, la desvalida chica víctima de su destino, la marcada estética de los personajes, el plano secuencia de la pelea final, el título dibujado en neón rojo o la música de base electrónica remiten a películas de corte neo-noir como Drive (Nicolas Winding Refn), pero McFay emplea estos elementos con destreza y conserva la habilidad de asombrar, lo que le ayudó a ser galardonado con el Premio al Mejor Cortometraje Internacional.

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Algo más de enjundia y reflexión social trajo la ganadora del Premio del Jurado Joven, The Mass of Men (Gabriel Gauchet), marcada por la misma rotundidad con la que Henry David Thoreau escribió  la cita que pone nombre a la película: “La mayoría de los hombres llevan una vida de silenciosa desesperación”. Y desde ese planteamiento, Gauchet construye un discurso que va desde las grabaciones de las cámaras de seguridad del centro de empleo donde se desarrolla la historia, hasta las imágenes de una cámara que se mueve con la misma tensión que sufre su protagonista. La cinta inglesa discurre en los límites del realismo social que caracteriza su industria, sin embargo da un paso más allá e, invocando la desobediencia civil del filósofo estadounidense, presenta la violencia como única salida a un sistema podrido, y la contrapone a la postura de la mayoría, una en la que sobrevivir es ya un problema de ética y de conciencia.

Entre las favoritas de este apartado, dos coproducciones, la grecoalbana Hamomili (Zinxhiria Neritan) y la suizogermana Palim, Palim (Marina Klauser). La primera carga su peso sobre el rostro y la espalda de su protagonista, la anciana que tras ver morir a su marido debe luchar contra el aislamiento y un paisaje nevado indomable para lograr enterrarlo. Con planos muy potentes y bellos, Neritan muestra la inquebrantable voluntad y fortaleza de una mujer frente a una naturaleza adversa. Tal y como hiciera Béla Tarr con El caballo de Turín, la cámara nos sitúa tras sus pasos, sintiendo el cansancio y la torpeza de sus extremidades al caminar por la nieve, el peso del ropaje y la impotencia a la que la soledad la somete. Palim, Palim, por su parte, es una historia entrecruzada que logra desconcertar tanto como atraer con un ambiente patético y aparentemente inconexo. Localizada en un extraño motel con cierto aire lynchiano, Klauser nos acerca a unos personajes que viven su existencia con la misma actitud inerte que un personaje de Bresson. El filme contiene momentos tan sobresalientes y bizarros como el de la actuación musical de una de las secundarias acompañada por unas bailarinas enfundadas en bañadores de natación sincronizada, a juego con el que lleva la cantante.

El único corto de animación en la sección Internacional, Comme des Lapins, se llevó la Mención Especial. La historia de Osman Cerfon es la segunda parte de sus Chroniques de la poisse, una recomendable sátira que exuda mala leche, camuflada por trazos amables y coloridos. La otra pieza animada de Curtocircuito comparte con la anterior esa misma contraposición entre fondo y forma. De sello gallego, Unicorn Blood (Alberto Vázquez) —Mejor Cortometraje Galicia— es una fábula protagonizada por amorosos ositos y elegantes unicornios transformada en una sangrienta historia a lo Caín y Abel, donde asistimos al inicio del mal de la humanidad y a la destrucción de la fantasía. Entre el resto de películas gallegas, destacaron la sencillez de Curta nº3 (Xoan Escudero), sobre el devenir de tres mujeres jóvenes en una ciudad que no es la suya, que testimoniamos con la distancia de la cámara y la cercanía de sus conversaciones telefónicas; la interesante propuesta de tintes surrealistas de As vacacións do verdugo (Sonia y Miriam Albert Sobrino), aunque no acaba de cuajar en algunos momentos; o el homenaje a Tarantino y a su señor Lobo de Mr. Bear —Mención Especial Sección Galicia y Premio AGAG al mejor guión gallego—. Otro que hizo doblete fue el vigués Lois Patiño (que sigue recogiendo premios con el largometraje Costa da Morte) y su Montaña en sombra —Premio CREA a la Mejor Dirección Gallega y Mención Especial de la sección Explora—. Un cortometraje en el que vuelve a explorar las posibilidades del paisaje al filmar una montaña nevada que adquiere una textura casi pictórica y unas dimensiones diferentes. Patiño se aleja del realismo del documental para sucumbir ante la poética de la imagen, y nos permite experimentar su fisicidad, tocar con los ojos la oscuridad de esas laderas, cortar la densa niebla que las cubre, y deslizarnos por ellas como el ciego que requiere del tacto para llegar a ver el rostro de su interlocutor.

montaña en sombra_ Patiño

Las celebraciones por los dos lustros de vida del festival compostelano se completaron con un repaso a los mejores cortos que se han proyectado allí, una retrospectiva de la escena gallega y una pequeña, aunque maravillosa, muestra de otro espacio que ha cumplido los mismos años en 2013, Play-Doc, donde pudimos descubrir talentos de difícil acceso como el polaco Bogdan Dziworski (con dos piezas, Biathlon y Hokej). Y ante este torrente de cine parece necesario retomar la pregunta que ya planeaba durante el festival, ¿pueden los cortos competir al mismo nivel que los largometrajes? Vean y juzguen por sí mismos… ¡Larga vida a Curtocircuito!

© Ana Aitana Fernández, diciembre 2013