Shoes

Retrato de la miseria cotidiana

En los años diez del siglo pasado no solo era Lois Weber (1879-1939) una de las cineastas más importantes de Estados Unidos sino también una de las más comprometidas. De hecho, mucho antes de haber entrado en contacto con el mundo del cine, Weber había estado realizando trabajos sociales en los barrios más pobres de Nueva York, donde conoció de primera mano la miseria de las clases más desfavorecidas. Eso quizá pueda explicar la extrema sensibilidad con que encaró una de sus mejores obras, Shoes (1916), la cual partía de un relato corto aparecido en la revista Collier’s que, a su vez, se inspiraba en un libro de la época sobre prostitución.

La protagonista es Eva, que trabaja de dependienta en una tienda por cinco dólares a la semana con los que tiene que mantener a su madre, su padre y sus dos hermanas menores. El progenitor de la chica es, además, un vago reticente a buscar empleo que prefiere dejar en su hija la responsabilidad de traer el dinero a casa, pero su exigua paga apenas les da para vivir. Eva tiene solo una necesidad apremiante: unos nuevos zapatos. Los suyos están tan desgastados que ya no hay forma de aprovecharlos, y además le avergüenza llevarlos por la calle. Pero su necesidad no puede ser satisfecha: el sueldo debe gastarse casi íntegramente en mantener a la familia. Una compañera de trabajo le presenta un día a un cantante de cabaret, Charlie, que se siente instantáneamente atraído por ella, pero esta no responde a sus atenciones. No obstante, la necesidad de conseguir esos nuevos zapatos la obligará a corresponderle.

Shoes es de esos filmes que no resultan tan llamativos en primera instancia porque lo que los hace tan rompedores es precisamente su sutileza, su delicadeza. El alegato social que propone aquí Lois Weber no se basa en un enfoque trágico, ya que opta en su lugar por un tono comedido mucho más realista. Existen muchas películas en la historia de Hollywood sobre caídas en desgracia, pero lo remarcable de Shoes es que lo que le interesa a Weber no es el funesto desenlace, sino el lento proceso que lleva a él. Resulta significativo que inicialmente la directora concibiera la película como un drama breve de dos rollos, y que decidiera ampliarlo de duración al comprobar el potencial de la historia y de su protagonista. Seguramente en su fase inicial sí que fuera Shoes un cortometraje más escueto sobre una muchacha obligada a prostituirse para poder pagarse un par de zapatos nuevos, pero en el filme que tenemos entre manos Weber se recrea en el día a día de Eva para que experimentemos en nuestras carnes su impotencia, la frustración de no ver ninguna salida a su situación. Lo que en una película más convencional se habría solucionado con un par de escenas de causa-efecto que desembocan en su caída en desgracia, aquí se da a entender mediante una serie de situaciones cotidianas que no constituyen una gran tragedia en sí mismas, pero que en su acumulación sí nos hacen entender el agotamiento y la desesperanza de la protagonista. Es ahí donde reside el aspecto más moderno de Shoes, en la necesidad de alargar ese día a día para meternos en la piel del personaje sin necesidad de adornarlo con escenas estridentes a nivel dramático.

Una de las claves del filme reside en cómo Weber da a entender una situación global (la pobreza de la familia) a partir de un detalle pequeño y en apariencia insignificante. Eva no se ve obligada a irse con un hombre para pagar medicamentos para una hermana gravemente enferma. Eso sería una trágica situación de vida o muerte que resultaría más comprensible, pero que no reflejaría la realidad de mucha gente al borde de la pobreza. Lo que lleva a Eva a cometer ese acto es un elemento aparentemente insustancial: unos zapatos nuevos. Puede parecer excesivo que ella pase por una humillación así por algo tan menor, pero qué poco importantes nos parecen las cosas de las que nunca hemos carecido. Unos zapatos nuevos no son algo irrelevante, y la película lo muestra claramente: constituyen un bien necesario para su día a día (especialmente en un trabajo que implica estar horas de pie) y resultan un vergonzoso reflejo de la situación de pobreza en que la que ella se encuentra y que no quiere que descubran los demás. Weber, consciente de ello, ofrece a lo largo del filme numerosos primeros planos de dichos zapatos en una película que en general opta por planos largos. Son el pequeño detalle que representa un mal mayor.

Del mismo modo, como todo filme que pretende mostrar un retrato fidedigno de la pobreza, Shoes da mucha importancia a las cantidades de dinero, y por ello se nos indica el sueldo que Eva cobra cada semana y el precio exacto de los zapatos. Películas posteriores que han retratado a personajes al borde de la pobreza o en una situación precaria, como Give Us This Day (1949) de Edward Dmytryk o Une Simple Histoire (1959) de Marcel Hanoun, también optarán por dar detalles concretos del dinero del que disponen los protagonistas, cuánto les va quedando a medida que lo gastan o cuánto les falta para lograr su meta. El dinero es importante, pues debemos entender la incapacidad de Eva para llegar a esa pequeña meta de comprar un par de zapatos nuevos, y se nos ha de contagiar su frustración al corroborar cómo nunca se aproxima a su objetivo aunque parezca inicialmente viable.

En sintonía con esta idea, uno de los aspectos en los que Weber más sobresale aquí es en su fidedigna representación de ese ambiente de pobreza en que se mueve la protagonista. Todos los encuadres del hogar de la familia de Eva están cuidadosamente recreados, desde la sensación de desorden y suciedad hasta los objetos que aparecen sobre mesas y armarios, que en combinación con todos los planos filmados en exteriores reales aportan una sensación de autenticidad muy por encima de la mayoría de filmes de esos años con propósitos similares (1).

También contribuye decisivamente a ese tono más realista el haber confiado el papel protagonista a una joven de dieciséis años descubierta por Weber llamada Mary MacDonald, que cambiaría su nombre a Mary MacLaren y aparecería en más obras de la directora. Weber evitó así contar con una actriz ya conocida por el público o que tuviera apariencia de estrella de cine, lo que habría ido en contra de esta representación tan fidedigna de esos personajes miserables. Y ello no quita que la interpretación de MacLaren sea magnífica, captando la tristeza y frustración de su personaje pero de una forma contenida, acorde con el tono del filme. El único momento en que Weber rompe con esa austeridad y ese realismo es cuando nos muestra las pequeñas fantasías de Eva, en las que se imagina viviendo en una familia rica o, simplemente, en una familia feliz. Son pequeñas recreaciones que parecen casi escenas sueltas de otra película totalmente distinta, y que nos hacen pensar en cómo este tipo de ensoñaciones quizá han surgido precisamente como influencia del cine en la protagonista, una de las pocas vías de escape del gran público en aquella época para abstraerse de su realidad.

Cuando en el tramo final de la película Eva decide finalmente sucumbir a la prostitución, Weber, lejos de darle a la película un tono más trágico, se mantiene fiel a su apuesta por la sutileza y los pequeños detalles como representación de un drama mayor. El plano más recordado de la película nos muestra a nuestra protagonista, que se ha cambiado el peinado para visitar el cabaret donde se encuentra Charlie, mirándose en un espejo roto que devuelve el reflejo de ese rostro de mirada fatigada y consciente de lo que va a hacer. La escena habla por sí misma sobre lo que está sucediendo en el interior del personaje. Del mismo modo es muy remarcable el plano en el cabaret en que Eva se deja seducir por primera vez por un hombre: simplemente vemos la mano del seductor posándose sobre el hombro de ella, y a la pobre Eva bajando la mirada compungida, ocultando su rostro a cámara tras su sombrero, como si sintiera bochorno ante el espectador. Solo esos dos gestos ya dan a entender la idea de posesión y de vergüenza.

Weber, en su afán por tratar una situación tan humillante con la máxima delicadeza posible, no nos mostrará nada más y dejará que imaginemos el resto. Al volver Eva a casa solo su madre entenderá qué ha sucedido y se lamentará junto a su hija de lo ocurrido. Cuando su padre regresa orgulloso porque por fin ha encontrado un trabajo, ambas ocultan lo sucedido pero, comprensiblemente, no le corresponden en su alegría. Él, molesto por esa recepción tan fría ante una buena noticia, se sentará en la mesa a leer el periódico. Este será el final de la película, en el que la situación de la familia seguirá igual que cuando empezó, sin ninguna esperanza hacia un posible futuro mejor para Eva, únicamente la incógnita de si tendrá que volver a prostituirse cuando surja una nueva necesidad que no pueda permitirse con su paga. La grandeza de Shoes reside en cómo Weber filma, a partir de una sencilla premisa, un retrato fidedigno de la miseria cotidiana sin estridencias ni dramatismos.

 

© Guillermo Triguero, septiembre de 2023

(1) Curiosamente, otro de los ejemplos más destacados en cuanto a representación realmente fidedigna de un ambiente de clase baja tanto en interiores como en exteriores es otra película filmada por una mujer: Just Around the Corner (1921), la segunda y última obra dirigida por la prestigiosa guionista Frances Marion, que a diferencia del filme de Weber fue un fracaso en su época.