Reflexiones preCannes 2013
La bulimia del crítico
Empieza una nueva edición del Festival de Cannes, certamen de certámenes al que un servidor, hasta la fecha, no ha podido acudir nunca. No obstante no me cuesta empatizar con los compañeros que, por fortuna u obligación, sí conocen de cerca los entresijos de un festival megalómano, de exigencias extenuantes, que se rige por un sistema de castas difícil de justificar: según la importancia del medio por el que acudas a cubrir el festival, tu acreditación tiene un color u otro, lo que te va a conceder ciertos privilegios o te va a condenar a largas colas que a veces no te llevan al lugar deseado (muchos se habrán perdido más de una película, tras una dura espera, porque la sala estaba llena). Esas dificultades no eximen nunca al cronista de su obligación: ver cuantas más películas mejor, ser capaz de construir un mínimo discurso crítico a su alrededor (que más adelante podrá ser ampliado) y, especialmente, dictar un veredicto rápido sobre el valor del film (lo que definitivamente todo el mundo está esperando).
Dicho esto, en los últimos años me ha sorprendido la tibieza, cuando no rechazo absoluto, con la que mayoritariamente se han despachado desde Cannes algunos films que, a su llegada a la cartelera española, me parecían obras soberbias, de lo más destacado del año, y que curiosamente, entonces, la crítica trataba con mayor benevolencia. Por citar tres ejemplos recientes, casi nadie pareció entusiasmado el año pasado con De óxido y hueso (De rouille et d’os), de Jacques Audiard, o Reality (2012), de Matteo Garrone, dos films que me parecen, como mínimo, notables. Peor fue la recepción en 2009 del Anticristo de Lars Von Trier, que muchos despidieron con sarcásticas risas y ovación irónica al final de su proyección, y que yo tan solo puedo calificar de obra mayúscula, sino maestra.
¿Es probable que el listón de las expectativas en Cannes sea demasiado exigente? Y lo que es más importante, ¿está un ser humano capacitado para diferenciar la aguja del pajar cuando debe ver seis o siete películas al día? Hay que considerar que, por más conocimientos que posea, y por mucho bagaje que lleve en la mochila, el crítico nunca puede ser objetivo. Factores externos que nada tienen que ver con la película (cansancio, saturación mental, estrés, expectativas apriorísticas alrededor del film) van a influenciar inevitablemente en su juicio. Otras veces, ante la duda, se dejará llevar por el sentir general. Y como todo ser humano, el crítico también puede dormirse en una sesión, y no por ello estará eximido de opinar sobre la película en cuestión.
Quizás lo ideal sería que un medio mandara a dos o tres cronistas al festival… y sí, ya puedo escuchar desde aquí vuestras risas burlonas. Obviamente, tal y como está el panorama, ya es meritorio que aún haya medios que mandan críticos a Cannes, y no redactores sin conocimientos suficientes, o gente aún menos preparada. La avalancha de títulos en la programación, el abrumador encargo que supone para un crítico cubrir un festival como este, nos obliga a tomar con cautela todos los juicios que desde Cannes nos lleguen. Siempre nos fiaremos más de unos que de otros, pero he visto a profesionales excelentes, de esos a los que uno quiere parecerse, escribir sus textos más dubitativos y endebles desde la vorágine de La Croissette. Así que, un año más, mi consejo es no condenar ninguna película por lo que nos digan desde Cannes, y esperar a que nuestros escritores de cabecera empiecen a soltar aquello de “pues ahora, vista con la justa distancia del tiempo, aquella película que vi en Cannes me parece…”.