Paseos guardados en nuestra memoria

Los caminos perdidos

The only hope is the next drink.

If you like, you take a walk.

No time to stop and think,

The only hope is the next drink.

Useless trembling on the brink,

Worse than useless all this talk.

The only hope is the next drink.

If you like, you take a walk(1)

 

Por su propia naturaleza, un paseo nunca está cerrado ni es exhaustivo. Ya sea en solitario o, mejor, acompañado, el rumbo de quien camina siempre está en constante reconstrucción y abierto a toda clase de alteraciones, pausas y quiebros improvisados. Pasear implica cambios espaciales y temporales a lo largo de su duración: mientras se mueven los pies, se pueden hacer muchas otras cosas y desear hacer otras. De las múltiples acciones que propicia un paseo, siempre distintas en cada situación, algunas han sido exploradas por el cine, otras siguen reinventándose cada vez que alguien echa a caminar.

La aleatoriedad de las películas y secuencias escogidas viene a demostrar la imposibilidad de trazar un recorrido único, del mismo modo en que un paseante no se dirige hacia ningún lugar en concreto, simplemente se deja llevar, en nuestro caso, a través de cuadros o escenas que reverberan en nuestras memorias imperfectas. Un juego sin reglas ni limitaciones, tus películas y las mías, un “quién es de quién”. Ante todo, asumimos plena responsabilidad frente a lo caprichoso de nuestra propuesta.

Nadja trabaja en una tesis sobre Proust, ese es el motivo oficial de su estancia en Francia. Mientras tanto descubre París paseando por sus barrios, observando a los viandantes, charlando con sus amigos pintores y escritores en el café de siempre. Cuando visita el museo de arte moderno, dice: “Voy directa a lo que me gusta. Dejo el resto para los demás”. Está segura de que pasear por sus calles acabará por enseñarle más de sí misma que de la propia ciudad.

Encuentro casual en un principio, en el que a medida que avanzan las horas, ambos se vuelven cada vez más emocionalmente dependientes el uno del otro. Miedo continuo a perderse entre dos extraños. El espectador, tercero en discordia, cruza los dedos para que nunca jamás tengan que separarse.

La búsqueda de una persona desaparecida se transforma en paseo distraído por la naturaleza. La batida pasa a un segundo plano y la pesquisa se traslada hacia el alma de esa chica de largos cabellos morenos que te hace desear tener amigos, solo para contarles que la conociste.

Dos espíritus solitarios comparten sus desdichas en las noches nevadas. Contar a otro la propia historia para exorcizarla. La compañía humana actúa como el mejor analgésico contra el dolor; crea dependencia y, en cuanto falta, conduce a un profundo pesar.

En la gran ciudad es imposible pasear; allí se va de un sitio a otro. Años cincuenta, España de provincias: la calle Mayor es el espacio social privilegiado. Lugar de entretenimiento y diálogo, para ver y ser visto. Se construye la intimidad a la vista de todos los demás. Las casas tienen ojos.

Tender puentes con la persona que acompaña. Dejar que nazca el amor. Los lugares recorridos pasan a pertenecer al ente abstracto de la pareja. Se impregnan de sus cuerpos, de la oportunidad de un gesto captado al azar. Espacios físicos sobrecargados de tantos nombres de personas ajenas que han recibido a lo largo de su historia.

Huida, de Madrid a Toledo. La pareja joven que escapa de la oprimente mirada familiar, de unas convenciones sociales que la ahogan y viaja por un día al paraíso del anonimato y la libertad. Sin planes concretos, sin objetivo fijado más allá de ser queriéndose, hasta descubrir de la forma más dolorosa que la importancia del lugar se diluye instantáneamente en la de la compañía.

Película-paseo en la que se produce una continua fluctuación entre conceptos opuestos. Lo íntimo en constante choque con lo público. Dentro del coche, fuera del coche. Dentro del restaurante, fuera del restaurante. Dentro de la carne…

No hace falta comprenderse, ni siquiera hablar el mismo idioma, para compartir un paseo con alguien. El tiempo de caminar es ambivalente: sirve para dar rienda suelta a la palabra, pero las mayores conversaciones pueden surgir del silencio, cuando se vuelve a casa con el equilibrio alcoholizado, deambulando entre las gotas de lluvia y la música de la calle.

Caminatas que derivan en lo fantasmagórico y sobrenatural. Momentos que flotan suspendidos, que escapan fuera de la diégesis narrativa, rompiendo toda lógica del relato. En la primera, del mundo de los vivos pasamos al de los muertos sin solución de continuidad. En la segunda, un acontecimiento mágico: la luna muda de color tímidamente y tiñe la escena de un exótico tono parduzco.

Ir al lado de alguien no implica ir juntos. George y Lucy, dos vidas paralelas despidiéndose definitivamente. Aunque siempre han caminado juntas, nunca se han comprendido. La desconexión también traza lazos que la despedida no se atreve a tocar.

Lorenzo pasea por su Salamanca natal tras su regreso de Inglaterra, donde acaba de pasar el verano. Allí conoció a Berta, amante fantasmal a la que busca en otras chicas y en la que piensa mientras besa a su novia de toda la vida. Sumido en una profunda angustia existencial y ante la incomprensión de su familia, Berta es lo único que le mueve a seguir respirando: “No soy capaz de otra cosa que soñar y soñar en nosotros”.

Breve paseo en plano secuencia que recoge, por un lado, las ansias adolescentes por empezar a vivir y, por el otro, el nihilismo y subsiguiente agotamiento postjuvenil. Las estatuas que rodean a los personajes, desposeídas de la capacidad de envejecer, les acechan incesantemente.

La madre corrobora el estado decadente en el que se encuentra la casa donde antiguamente residió la familia, metáfora de la situación actual. Cada ladrillo, cada cristal roto, habla de un tiempo pasado de bonanza y un presente en continuo deterioro. Fin de raza, como dice Michi.

Recorrer los espacios compartidos con el ser querido desaparecido, para así ser capaces de reconciliarse con él y tratar de entender por qué ya no está con nosotros y cuáles fueron los motivos que le llevaron a tomar esa decisión.

 

Imágenes:

Nadja à Paris (Eric Rohmer, 1964).

Quiet City (Aaron Katz, 2007).

Exótica (Exotica, Atom Egoyan, 1994).

Noches blancas (Le notti bianche, Luchino Visconti, 1957).

Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956).

Grandes esperanzas (Great Expectations, Alfonso Cuarón, 1998).

El buen amor (Francisco Regueiro, 1963).

Vendredi soir (Claire Denis, 2002).

H Story (Nobuhiro Suwa, 2001).

Morrer como um homem (João Pedro Rodrigues, 2009).

El cuarto mandamiento (The Magnificent Ambersons, Orson Welles, 1942).

Nueve cartas a Berta (Basilio Martín Patino, 1965).

Les veuves de 15 ans (Jean Rouch, 1965).

El desencanto (Jaime Chávarri, 1976).

Le père de mes enfants (Mia Hansen Løve, 2009).

 

(1) LOWRY, Malcolm: “No time to stop and think”, Selected Poems, City Light Books, San Francisco, 1962.