Mud

A good man is hard to find

 

Mud es un paso adelante en la minúscula filmografía de Jeff Nichols. Atrás queda Take Shelter con elogios por desembalar. Nichols ha tenido los oídos justos para las generosas críticas a su filme anterior. No se ha creído los aplausos o los ha canalizado de la mejor manera posible, sin trascendencias. Porque el buen trato recibido por Take Shelter se debió tanto a su innegable talento, como a la variación apocalíptica introducida. Ese motivo secular convertido por los perezosos y melancólicos intelectuales del veintiuno en su Star Wars particular. No tardará en llegar el día, en que estos mismos recuerden lo felices que eran cuando el mundo se acabó.

 

I. Jeff going South

El apocalipsis llegó a Ohio y Nichols buscó refugio en casa. Hijo cinematográfico (Shotgun Stories, 2007) y biológico (1978) de Little Rock, traspasa ahora el umbral para adentrarse hacia el Este, en la llanura aluvial de Arkansas. Estado con uno de los índices de pobreza –y rednecks– más altos de Estados Unidos. Lejos de las hixploitation a las que invita el lugar, la relación que Nichols ha establecido con su tierra a través del cine es sentida. Ni Shotgun Stories ni Mud hurgan en el exotismo sensacionalista del paleto del sur. Es más, este díptico que quizá vea ampliadas sus láminas en el futuro, queda como una maravillosa invitación al conocimiento científico de sus gentes. Y lo hace no por acumulación o síntesis de referencias fílmicas y literarias. Cuando uno solicita que el arte abandone su condición endorreica (término más que apropiado en esta ocasión) para fundirse con la ciencia, piensa en ejemplos como este.

mud_jeff nichols

Con Mud podemos descargar una ristra de referencias interminable. Digo descargar y podría decir enlazar. Hoy no hace falta tenerlas en la cabeza o haberlas experimentado para apropiarse de ellas. Películas y literatura sureñas, por las que el propio Nichols declara admiración e influencia en su educación sentimental. Frente a la más o menos sincera erudición, quizá sea más valioso entender las bases conductuales de las personas que pululan por estas películas. Los personajes de Nichols no se comportan de una manera determinada porque Tyrone Power, Burl Ives o Rex Harrison les enseñaran el camino. Tampoco porque los relatos de Flannery O’Connor, Larry Brown o Mark Twain prendieran sobre arquetipos. Lo hacen por razones más tangibles y ancestrales, como explican Richard Nisbett y Dov Cohen en Culture Of Honor: The Psychology of violence in the South (Westview Press, 1996).

Antes que con la aristocracia, Mud emparenta con la cultura popular. Y por ese flanco podrán llegarle críticas injustas. A la hora de la verdad, Mud no se relaciona con célebres películas por el hecho de juntar niños con ríos (Oguri, Renoir) y fugitivos (Forbes, Erice, Eastwood). Ni tampoco por contar con adultos a los que idolatrar (Stevens), de los que recibir protección (Mulligan) y para los que ejercer de mensajeros (Losey) en islotes donde varan los granujas (Stahl). Igual que la narración se aleja de Twain para acercarse a Saroyan, Mud revive películas olvidadas y maravillosas. Cintas que ya lucían andrajosas en la estantería del videoclub, pero a las que el tiempo ha vestido de domingo. Relaciones de apoyo recíproco entre niños y adultos como las de Marvin & Tige (Eric Weston, 1983) o, de manera más directa, la recuperación de la figura paterna de La barca del infierno (The River Rat, Thomas Rickman, 1984).

 

II. Big bad love

Existe un serio problema de enfoque –o peor, de infantilización– en la actualidad, si vemos Mud como cine de autor en el sentido rancio del término. Mud es simple cine de aventuras, cine popular de alta calidad con niños y no solo para niños. De la misma manera, y salvando los cambios generacionales, que lo eran Capitanes intrépidos (Captains Courageous, Victor Fleming, 1937), Dirkie (Jamie Uys, 1969), Sammy huida hacia el Sur (Sammy Going South, Alexander Mackendrick, 1963), Los contrabandistas de Moonfleet (Moonfleet, Fritz Lang, 1955), etc. Ahora bien, el prejuicio dicta que hoy tal cosa solo es posible vía Pixar. También resulta incomprensible que Nichols se convierta en icono de una cinefilia que lo jalea como el nuevo Malick, al tiempo que desprecia la verdadera rama de la que nace (Spielberg), o que ni siquiera considera oportuno rebajarse a ver productos comerciales como Un puente hacia Terabithia (Bridge to Terabithia, Gábor Csupó, 2007) o Las Crónicas de Spiderwick (The Spiderwick Chronicles, Mark Waters, 2008). Que alguien trate de explicárselo a este Peter Pan (esa ventana, esa madre) de camisa de lino, botas crucificadas y diente partido.

Mud_matthew mcconaughey

Mud es menos una película sobre la madurez que sobre la inmadurez. Retrata ese instante de la vida donde el adolescente atisba un muro de hormigón. Y como la ansiada evolución mental de todo rito iniciático conlleva peaje físico, coge carrerilla y la emprende a cabezazos. Las veces que sea necesario. La leyenda cuenta que madurar es derribarlo, cuando la experiencia nos dice que madurar es tomar conciencia de la imposibilidad de tirarlo abajo. Madurar es aceptar las limitaciones, saber renunciar. El truco de la iniciación está en descubrir a tiempo la cámara oculta de esta broma biológica alimentada por el ambiente, aun a costa de ser tildados de cobardes y conservadores. Algunos lo hacen demasiado tarde y las secuelas son las de un boxeador sonado. Otros siguen percutiendo sine díe y lo llaman romanticismo cuando solo es torpeza o, siendo generosos, tenacidad.

Mud-McConaughey es una mezcla de estos últimos. Nadie puede dudar de su carismático romanticismo, pero tampoco de su inestabilidad mental. La suya es una presencia rotunda, como regada de oxitocina, que encandila al muchacho Ellis. Una ficción construida para rellenar todos los vacíos dejados por su pusilánime progenitor. Pura idealización en la que una mejana hogar de serpientes deviene nueva Citera. Y así transita el pobre Ellis bajo el influjo de Mud, como un Nazarín de la vida esperando que la gente se ame. Aprendiendo que a las mujeres hay que tratarlas como princesas y que, de vez en cuando, merecen un cambio. Aguardando que las caderas de venus prehistórica de una arpía adolescente le den la razón.

 

III. Out of the blue/past

Nichols reconoce que Mud es la película a la que le ha dedicado su mejor esfuerzo y de la que se siente más orgulloso. Al tiempo, concibió y filmó Take Shelter como un paréntesis nada despersonalizado, pero sí más alejado de sus inquietudes como cineasta. En la cabeza de Nichols nunca dejó de dar vueltas esta historia de ribera. Y en su cabeza estuvo durante todo el proceso de escritura, la figura de McConaughey. Un actor rehabilitado a lo grande desde el exceso, pero totalmente desubicado en aquel momento. El empeño puesto por Nichols en su película –y su capacidad como cineasta– se advierte en detalles decisivos. En la presentación de McConaughey.

Presentar un personaje de la manera adecuada es, ante todo, un triple acto de respeto: hacia tu oficio, hacia tu personaje y hacia el público. No se puede –o sí se puede, pero no se debe– presentar un personaje con el ademán de quien tira un huevo a la sartén, temiendo que la cocina se convierta en Herculano. Nichols lo sabe y qué mejor forma para presentar al hombre que ocupó su cabeza mientras lo modelaba, que hacerlo salir de ella una vez terminado. Un ligero escorzo de Ellis, acompañado por un imperceptible movimiento de cámara y un suave cambio de foco para ajustar la profundidad, nos descubren a Mud. El ascendiente sobre el chico estaría menos logrado si no hubiera sido mostrado de esta manera. El cine como medio para materializar vínculos afectivos. Mud se ha inscrito literalmente en su cerebro.

Mud_ mosaico

La filmografía de Nichols se asienta, como la historia del hombre, en torno al agua y a la familia en descomposición. Ofrece esperanza y pide paciencia. Esperanza en su capacidad para realizar grandes películas, y paciencia en no consagrarlo antes de hora como maestro. A su vez, nos recuerda que sigue vivo ese clan sureño de donde salieron su amigo y paisano David Gordon Green o Craig Zobel. Una geografía para añadir al mapa cinematográfico del nuevo siglo. Un veintiuno que, agoreros y nostálgicos al margen, está siendo de una riqueza y variedad asombrosas. Lo cual no debe ocultar ni las dificultades industriales, ni los peligrosos cambios en su aceptación por según qué sociedades. Un cine quizá polarizado en formas y público donde la clase media, que bien podría quedar representada por esta obra de Nichols, promete ir cerrando la herida.

© Roberto Amaba, agosto de 2013