Lamento por Vivien Leigh
Una historia íntima de unas pocas imágenes
* Este artículo forma parte del dosier especial «Cine, posverdad y burbujas»
Dejarse, abandonarse, no buscar nada. La omnipotente conciencia de uno mismo ha marcado el devenir de la imagen en la era contemporánea. Esta conciencia ha conducido a que la relación con el cine y la imagen haya perdido unidad: solo se mira y ve escondidamente. La posverdad ha confundido la intimidad relativista hacia la imagen con el anhelo individual de buscar historias íntimas del cine que reescriban su monolítico devenir histórico. Lamento por Vivien Leigh es una historia íntima de unas pocas imágenes. También intenta desvelar la condición mistérica del audiovisual personal: cuántas imágenes son intransferibles y, aun así, interpelan a quien las ve. Por lo tanto, es una búsqueda de una introspección, de una forma de usar la duda para no olvidar todas esas imágenes que hablaron de uno mismo. Cada vez es más complejo moverse en las grandes teorías y certezas, de ahí que este pequeño vídeoensayo solo aspire a ser un suspiro íntimo de unas entrañas amorosas extrañadas.
El carácter mistérico de un audiovisual cada vez más recogido en lo íntimo y personal se vislumbra en los ritos que cada individuo se crea para acceder a la imagen: construir una mitología individual de recuerdos, asociaciones metacinematográficas e instantes de una vida. La parábola de la lámpara contenida en el Evangelio de San Lucas decía que “tus ojos son la lámpara de tu cuerpo. Si tu visión es clara, todo tu ser disfrutará de la luz; pero si está nublada, todo tu ser estará en la oscuridad.” Hay muchas Vivien Leigh en este ensayo y los ojos que las miran son una lámpara que se apaga y tiene miedo a que esas Vivien Leigh desaparezcan. Tras estudiar a San Lucas, el asceta Pedro de Alcántara afirmaría que por la lengua se derrama el corazón y que el contemplativo ha de ser sordo, ciego y mudo porque “cuanto menos se derramó por fuera, tanto más recogido estará por dentro”. Es una sentencia curiosa porque hay que preguntarse qué vino antes, si la imagen —un lenguaje en si mismo— o la palabra —un lenguaje construido—; ¿qué se expresó antes?, ¿la imagen del amor o la idea del amor?
Estas son algunas de las dispersas cuestiones que vienen a querer enmudecer el recuerdo de todas esas Vivien Leigh que nunca volverán. Hablar de la historia íntima de todas nuestras imágenes, de su carácter mistérico e inasible, del deseo de refugiarse en el silencio cuando el lenguaje audiovisual y el lenguaje de la palabra no son suficientes. Nada evitará que el olvido se recoja dentro de uno mismo hasta que la Vivien Leigh que conocí sea una huella muerta en el pequeño paisaje de imágenes personales.
© Javier Acevedo (con la colaboración de Fidel Enciso Durán), agosto de 2021 / enero de 2022