La deseada legitimidad del digital (Assayas + Carax)

Nubes de píxel

* Este artículo forma parte del Especial 10 años de Transit (2009-2019)

Me parece que no puedo expresar la intensidad a la que late en mis sentidos. Yo no tengo a mi disposición la magnífica riqueza de color que anima la naturaleza... Miren esa nube, ¡me gustaría ser capaz de pintar eso! Paul Cézanne 


Nuestras discusiones sobre cine parecen reducirse a una cuestión de legitimidad y validación. Durante la última década, la imagen digital ha buscado legitimarse como real y los universos alternos que esta puede crear han sido validados con un discurso que defiende la complejidad moral, psicológica o social de determinadas superproducciones. Sin embargo, su poder más grande y simbólico es el económico.

El lenguaje digital se nutre de movimientos y gestos humanos para parecerse lo más posible al mundo tangible, de la misma forma que una nube va sumando cúmulos para moldear una silueta reconocible, pero ¿cuál de las dos está más cerca de la idea de nube? ¿Una compuesta de cristales de agua o nieve o la que está compuesta por píxeles? La diferencia parece radicar en lo que tomamos como real.

La argumentación se ha intercambiado por la adjetivación a medida que los medios audiovisuales persiguen replicar cada vez más la realidad a escalofriante detalle. Cada píxel debe ir encaminado a robustecer una imagen realista, pero dicho esfuerzo no nos ha acercado a la realidad, sino más bien ha creado un efecto alienante.

En los últimos diez años, la tecnología ha tratado de eliminar a detalle todo asomo de falsedad de las imágenes que genera y, al mismo tiempo, ha propuesto utopías dictadas por agendas económicas y sociales. Superhéroes inclusivos y dotados de una complejidad psicológica que es defendida fervientemente por toda una generación como legítima, mientras otro sector de la audiencia lo desestima con escepticismo e ironía. Verdad y artificio, discusiones que no se han dejado de tener desde que el cine nació.

Viaje a Sils Maria

La conversación que mantienen la actriz Maria Enders (Juliette Binoche) y su asistente Clementine (Kirsten Stewart) en la película Viaje a Sils Maria (Clouds of Sils Maria, Olivier Assayas, 2014) mientras miran una película en 3D es muy ilustrativa. Mientras Maria se burla sin piedad del espectáculo, desestimando su construcción dramática como pueril y absurda, Clementine lo mira con seriedad y admiración mientras que, con inusual elocuencia, articula un discurso en defensa de la convención que proponen las pirotécnicas películas recargadas de efectos especiales y que crean su mundo con ordenador. Imágenes de lo falso buscando legitimarse y volverse vivas.

Assayas plantea algo que encontraría ecos muy claros en Dobles vidas (Doubles Vies, 2018): la organicidad de lo digital y su eventual legitimidad en las formas de consumir cine o literatura. Las innovaciones tecnológicas son recibidas con una mezcla de escepticismo y entusiasmo que rápidamente da lugar a convenciones formales, estándares que serán rotos por el eventual advenimiento de un novedoso avance… ¿Qué es lo que permanece? La ansiedad de innovar.

Holy Motors

Ese impulso innovador toca un punto climático en la reflexión que Leos Carax propone en Holy Motors (2012), una película tan indescriptible como clara. La figura de Mr. Oscar (Dennis Lavant) funge como una suerte de alegoría cinematográfica: un ente que cambia de forma e identidad sobre demanda a bordo de una limusina que viaja por París. En una de sus primeras misiones, Mr. Oscar llega a un lote vestido con un entallado traje dispuesto con sensores de movimiento y de reconocimiento facial que actualmente son recurrentes en los sets de las grandes producciones hollywoodenses.

Instantes después, aparece una atlética mujer en un traje similar al de Mr. Oscar, solo que de un vibrante color rojo. Hay un magnetismo animal entre ambos de inmediato y comienzan una audaz coreografía que posteriormente se digitaliza y se convierte en el espectacular y gráfico coito de dos seres monstruosos. La belleza y fuerza del encuentro pierde mucho en la traslación digital, pero obtiene algo que no obtendría de otra forma: una dimensión mitológica.

Dicha dimensión es la que Clementine parece ver en este encuentro dentro de la sala cinematográfica que planteamos en nuestro videoensayo, una que apela a la dimensión sobrehumana de los superhéroes, seres cuyos poderes son otorgados por los efectos digitales y legitimados por su agenda capital/inclusiva aderezada con retazos de “psicología pop”, como le llama Maria.

El intercambio de ambas refleja el giro que ha tomado la discusión cinematográfica en la actualidad, enfocada en discutir el valor e impacto social de un producto audiovisual, ya no solo “películas”, resaltando dichos valores sobre méritos o intenciones artísticas. El cine que Clementine admira es uno que prioriza ideología sobre ideas con la intención de que este sea “democrático”; es decir, uniforme, comprensible y aspiracional en el que la figura del “autor”, valiosa para la generación que Maria representa, se diluye.

Esta disolución salpica a las imágenes mismas, nunca como antes tan reales y tan falsas. Esta ambivalencia permea el baile de Mr. Oscar y la joven en Holy Motors, el encuentro de dos cuerpos que se diluyen en una fantasía. Una peculiar simbiosis que quedaría patente en una película/espectáculo como Avatar (2009) de James Cameron, en la que hombre y criatura digital se fusionan alcanzando una dimensión sobrehumana que ha dominado el panorama durante la última década ante la consolidación del monopolio Disney y Marvel, su filial más poderosa.

Viaje a Sils Maria

Holy Motors

“No hay menos verdad que en una película seria” le dice Clementine a Maria durante su intercambio, pero ¿qué es lo que estamos considerando como “verdad”? Las imágenes y sus discursos buscan esa verdad a través de una narrativa que les otorgue profundidad y gravedad. Los superhéroes, dioses y monstruos se alejan de la mitología en aras de ser considerados serios y se acercan a la historia, sin percatarse que ese camino lleva irremediablemente a la falsedad.

Esta suerte de neoimpresionismo digital ha buscado llegar a alcanzar la perfección a través de una reproducción de la realidad tan pulcra que incluso intenta capturar sus deficiencias, buscando que la naturaleza se vea incluso más real en pantalla que fuera de ella. Cézanne decía que toda la naturaleza se puede reducir al cubo, la esfera y el cilindro, pero la tecnología digital ha logrado reducir eso al lenguaje binario y los códigos de programación, ejecutados por millares de técnicos, pero el esfuerzo debería ir abocado no a lo que vemos sino a la forma en la que vemos.

“Llegará el día en que una sola zanahoria, observada con los ojos nuevos, desencadenará una revolución”, decía Cézanne, pero tal día cada vez será más lejano siempre que resulte más sencillo renderizar la naturaleza que filmarla. La realidad ha aumentado a tal grado que necesitamos auxiliares (lentes, visores, la “magia” digital) para poder apreciarla en su totalidad. Las imágenes causan una ceguera muy peculiar.

Los amantes del Pont-Neuf

En Los amantes del Pont-Neuf (Les amants du Pont-Neuf, 1991) de Leos Carax, Juliette Binoche interpretaba a una mujer que gradualmente perdía la visión, mientras que Dennis Lavant daba vida a un hombre que se esforzaba en retenerla, aunque fuera haciéndola prisionera. En nuestro videoensayo (donde reaparecen sendos intérpretes muchos años después), ella ya no puede ver y él busca retenerla a fuerza de entretenerla. Los amantes del Pont Neuf se han reencontrado en una sala de cine para verse separados nuevamente por un cielo de nubes de píxel.

 

© Jorge Negrete, octubre de 2019