Fuller’s War
El falso tráiler de Fury (Corazones de acero)
“En la embriaguez entusiasta que nos embarga cuando acosamos al enemigo en el ataque,
¿quién se preocupa de los proyectiles y de los hombres que van cayendo?
¿Es posible que, a ojos cerrados, nos libremos por un momento a los fríos brazos de la muerte,
ignorando si seremos nosotros u otros los que escaparán de ella,
cuando nos hallamos cercanos a la meta dorada de la victoria,
próximos al fruto reconfortante al que aspira la ambición?”.
Carl von Clausewitz
Un tráiler debe recoger la esencia y el espíritu de una película para seducir al espectador potencial en apenas un par de minutos. Es un ejercicio de economía narrativa asombroso porque debe ser fiel, además de condensar las ideas que serán desarrolladas durante un par de horas. El tráiler podría haber sido descartado como elemento publicitario dada la gran cantidad de herramientas de las que dispone la industria del cine para promocionar sus obras. Pero, pese a todo, sigue ahí, al pie del cañón, siendo casi siempre bien recibido por cualquier tipo de espectador antes de la proyección de una película o si se cuela como anuncio previo a un vídeo de YouTube. Y, claro está, todavía sigue siendo altamente esperado entre los fans de las sagas más populares. ¿Qué hubiera pasado si, por ejemplo, Lucas Art no hubiera lanzado el tráiler de su séptima entrega de Star Wars antes de que llegara a las salas?
Entonces, ¿por qué no utilizar sus códigos, su lenguaje o su gramática como una herramienta más del ensayo audiovisual? Cristina Álvarez y Adrian Martin nos iluminaron enormemente con su texto “Entender el montaje en el ensayo audiovisual”, que, entre otras muchas cosas, presenta y analiza el particular tráiler que Godard creó a partir de las imágenes de Mouchette de Bresson. Pese a su simpleza, organizado alrededor del nombre de la protagonista, una canción y nueve momentos clave del filme, lograba condensar la esencia, la idea central sobre la que orbitaba aquel trabajo que vería la luz en 1967. Sin duda, los compañeros tienen razón cuando apuntan que “el tráiler se acerca al original y lo refracta con admiración tierna y crítica mordaz”.
Pero, ¿por qué limitarse a una sola película? ¿Por qué no utilizarlo para llegar al núcleo, al concepto central que siempre anima la filmografía de un gran director? Fuller`s War o el falso tráiler de Fury (Corazones de acero) intenta descubrir y recoger la esencia de las películas adscritas al género bélico que Samuel Fuller rodó a lo largo de su carrera. Acto seguido, trata de (re)utilizar dicha esencia para evocar, reconstruir a partir de ella, la naturaleza de una película como Corazones de acero (Fury, David Ayer, 2014), que sin duda bebe tantísimo del trabajo del cineasta que afirmó en Pierrot, el loco (Pierrot le fou, Jean-Luc Godard, 1965) que “el cine es como un campo de batalla”. Dicho legado va más allá de aquellas imágenes de Corazones de acero que parecen un calco de algunos momentos de Uno Rojo: división de choque (The Big Red One, Samuel Fuller, 1980): el más llamativo es el del arranque de ambas películas, donde un soldado recorre un campo de batalla fantasmal lleno de muertos. El realizador de Sin Tregua reproduce el pesado avance de la compañía por un terreno completamente embarrado, como Fuller ya lo había hecho en el episodio de la campaña en Bélgica.
La esencia de las películas bélicas de Fuller con la que David Ayer pretende entroncar su cine es aquella en la que la guerra es tratada simplemente como situación de excepción, como un espacio vacío de derecho donde la humanidad ha sido conducida hasta un límite extremo. A los hombres en el campo de batalla solo les queda cumplir las órdenes y aferrarse a lo único que tienen: su cuerpo y su vida. Lo importante ya no son las pugnas, la estrategia, el honor, la victoria o el país como lo sería en una película bélica al uso. Todo esto ya no es nada más que un decorado atravesado por seres humanos. Si Uno Rojo: división de choque nos sigue causando un impacto tan grande a día de hoy, se debe a la fragilidad que emana de los hombres durante sus misiones, en cada una de las campañas que realizan a lo largo de medio mundo en guerra. Solo ellos, su avance como equipo, lo poco que portan en sus mochilas, la relación que mantienen con cada una de sus penurias y lo que comparten con aquellas personas con las que se cruzan en cada territorio que tratan de liberar de la ocupación nazi. La guerra desnuda, alejada de cualquier tipo de visión propagandística, tanto de exaltación patriótica o heroica como moral, antibelicista o pacifista.
Cabría matizar que Corazones de acero, al igual que las películas de Fuller, realmente no es una película bélica. De hecho, todas las (buenas o interesantes) películas de este género no son películas de guerra. Son relatos de aprendizaje de unos hombres que viven dentro de situaciones de anomia, donde ya solamente cabe una dicotomía en su clasificación: los que están muertos o los que van a morir. Sin duda, cualquiera de estas películas de guerra que no pretenden reconstruir un tiempo ya pasado, hacer historia, se muestran importantes a día de hoy por la manera en que pueden edificar, a través de la evocación, una nueva mirada sobre ese tenue umbral donde la vida siempre continúa. Allí donde la vida no es más (ni menos) que una travesía sin bordes asignables; donde los hombres no disponen de una identidad, ni de un futuro más allá del minuto siguiente que marcará el reloj. Una travesía que es una vida que sucede pese a todo; que sigue siéndolo pese a estar constantemente amenazada por la muerte. He aquí presente lo que muchas veces olvidamos: la vida (y ya no el cine) como campo de batalla.
© Ricardo Adalia, febrero 2014