For those in peril / Real / Leviathan

La (bella) mar y la bestia

 

wordsworthNo lo podemos evitar, cada cual tiene sus obsesiones…, y cada año una de las mías surge en este festival: el Romanticismo inglés encarnado en la figura de William Wordsworth. Puede parecer gratuito que inicie esta quinta crónica hablando de un poeta, pero tiempo ha pasado desde que quedé prendada de la historia de este hombre que, después de ser junto a Samuel Coleridge el impulsor del Romanticismo en Inglaterra, renegó de él tras sufrir una triste pérdida. William Wordsworth perdió a su querido hermano cuando este estaba en alta mar; quedó engullido por las olas y nunca más se supo de él. El poeta, que siempre había hablado de la Naturaleza como la expresión de Dios y su magnificencia, renegó a partir de entonces de ella y abandonó su vida de poeta para adentrarse en el aburguesamiento que tantos le echaron en cara.

For those in Peril comienza con la desolación de todo un pueblo tras haber perdido a un grupo de pescadores que faenaban en alta mar. El único superviviente es Aaron, un joven inexperto que ha sufrido la pérdida de su hermano Michael y que, a su regreso al pequeño pueblo pesquero de Escocia de donde es, queda totalmente estigmatizado: entre los vecinos, se respeta a quienes desaparecieron y se señala a quienes sobrevivieron. Con esta premisa, la sombra de la tragedia personal de Wordworth no podía sino venir a mi mente, sobre todo porque la película surge del drama personal de Aaron. El director, Paul Wright, se cuida mucho de filtrarnos los sucesos a través de la mirada de su protagonista; sentimos su desconcierto, su enorme pena, su frustración… pero sobre todo su pura inocencia infantil, la de un joven desvalido y perdido que ha vivido toda su existencia agazapado tras la sombra (no siempre protectora) de su hermano mayor.

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Durante el metraje vivimos un descenso a la locura/cordura de un personaje que, a través del realismo mágico, nos confunde en su apreciación: ¿es un iluminado o un desequilibrado? Aaron persiste: si no hay cuerpo, no hay muerto, y esposado a ese timón conduce su existencia mediante la huella que dejó en él una antigua historia de un monstruo marino que se alimentaba de niños. Aaron es todavía un niño, y es en las enseñanzas de aquel entonces donde halla la verdad. Wright le acompaña en su proceso de desnudez, desde esos primeros instantes en que le vemos vestido con corbata a modo del adulto que es, hasta llegar a una escena final en que, desnudo, el filme cierra con el increíble The End. Antes, no obstante, hemos podido disfrutar de la confusión, de la clarividencia y de la determinación de alguien que, pese a ser tachado de loco, persigue y persigue su objetivo: el convencimiento de que el monstruo del mar lleva en su seno a su hermano vivo.

real-kurosawaOtro monstruo del mar reaparece muy entrado el metraje de Real. Kiyoshi Kurosawa vuelve a la ciencia ficción en una historia que tiene más de psicológica que otra cosa. Ya le suele ocurrir con los guiones a Kurosawa, la sobreexplicación teórica ahoga su pulsión creativovisual, si bien el agotamiento de los varios giros argumentales de Real acaban tamizados gracias a un final de cuento. De nuevo regresamos a la niñez del protagonista, al yo infantil que trata de lidiar con un trauma (como ocurría en For those in peril); también aquí se trata de enfrentarse con una muerte de un tercero y con la culpa, la cual queda simbolizada en un monstruo: un plesiosaurio. Su aparición marca el último giro argumental de la película y gracias a ello Kurosawa se adentra en un campo más emocional y tierno; antes de ello, habíamos pasado por una ciencia ficción ligera (la posibilidad de adentrarse en el subconsciente de una persona en coma es ya una posibilidad real); y por una historia psicológica en busca de las razones por las que un personaje está en coma. Del mismo modo en que algunos psicólogos aconsejan visualizar y dar forma a los miedos para combatirlos, en Real la lucha ¿real? con el plesiosaurio adquiere cotas legendarias. Como ocurría en For those in peril, estamos ante una lucha con uno mismo, de superación, con una parte del subconsciente más recóndito que reaparece reminiscencia mediante. A Kurosawa le gustan las historias enrevesadas, sin duda, pero su mayor virtud reside en los detalles fantasmagóricos con que riega sus películas: las apariciones de los zombis filosóficos (una suerte de extras que la mente coloca en las ensoñaciones para rellenar la realidad onírica), las interferencias realidad/mente, y, por supuesto, la aparición de ese monstruo que logra.

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Para completar la jornada de bestias marinas, pudimos asistir al pase de Seven Chances de Leviathan, en segunda fila para tener la pantalla sobre nosotros y vivir la inmersión como merecía. La experiencia es sin duda merecedora de una pantalla grande, pues Lucien Castaing-Taylor y Véréna Paravel nos permiten ser testigos de excepción y disfrutar de visiones y sonidos como si de un juego en primera persona se tratara. Un grupo de pescadores están faenando en alta mar y la cámara Go Pro de los directores recoge, en primera instancia, justo en medio de la acción de su día a día, el vaivén de las olas, el trabajo y las duchas de los pescadores, el vuelo de unas gaviotas que pescan en la superficie del mar y todo con una banda sonora de excepción: el sonido de los peces escurridizos, el impacto de adentrarnos en el mar de golpe para a continuación salir volando hacia el cielo… La película, a ratos bellísima a ratos terrible, da testigo de muerte y vida, de la dureza de un trabajo y de los consiguientes instantes de relajación… de todos los ciclos que se esconden en un barco pesquero y de cómo cualquier acto puede contener a su alrededor, si se mira con el foco adecuado, belleza y horror al mismo tiempo.

© Mónica Jordan, octubre 2013.