En la Zona de Oz (Stalker/El mago de Oz)

Home at last / No place like home

Amé primero mis sueños, pues no conocía otra cosa.
Marguerite Yourcenar (en El tiempo, gran escultor)

 

 

El tornado ha callado. Sigue, la vagoneta. Algo se huele por encima de las nubes. Olor a color arco iris. Tru-cu-trú. Vías que chillan: ha de abrirse una puerta. Dorothy, ábrela. Es una puerta que invita a lo extraño, al extraño. Se abre, pero para atrás. Lo extraño es un corte. Él permite la entrada a ese espacio ajeno. Dorothy da un paso. La vagoneta se ha desvanecido, por ahora. El umbral-corte colorea, pinta, ilumina diferentemente. Estamos en la Zona de Oz.

Desde ese instante, Dorothy anhelará volver a casa (“There’s no place like home”) mientras Stalker le confiesa, atravesado por un sentimiento místico, que ya está en casa, otra vez, por fin (“Home at last”). Desencuentro que es también encrucijada. Dice Josep Maria Esquirol que “la existencia humana se inicia en la casa que es el otro”. El otro, el extraño. Cercanías del misterio.

Volvamos a la melodía. Sepias. El espectro tiene naranjas caseros y grisáceos de polígono industrial abandonado. En algún lugar, allá por encima del arco iris. Un sueño, un deseo: cantar, que venga el tornado o subirse a una vagoneta. Son tres y una. Todavía esperan: trance.

“Dura lo bastante, esta secuencia (una secuencia que se recuerda como una única toma, aunque en realidad consta de cinco), para abocarnos a una especie de trance. Entonces ocurre uno de los milagros del cine, uno de los diversos milagros de una película sobre un lugar supuestamente milagroso. No es un salto de imagen ni un fundido, pero súbita y delicadamente –el traqueteo y los ecos de la música y la vagoneta siguen sonando–, sin ambigüedad, entramos en el color y en la Zona. Puedes ver una y otra vez la secuencia de la vagoneta, puedes negarte a sucumbir a su hipnótica monotonía y nunca podrás predecir cuándo llegará ese momento de transición sutil y absoluta”. (1)

Dorothy no huele las flores porque no son flores. El mundo (el mundo es de color, lo otro es quizás la vida) se presenta sin presentarse: si huele a algo, será quizás solo a agua estancada. No dice nada, es silencio sin serlo. El color es mucho más fiel que la palabra. Esto fue un día la esencia de la cosa. El color era el directo reflejo de la sustancia. (2)

Reflejo, simulacro… y quizás sueño. Ahí habitan los Magos y Habitaciones que hacen realidad todos los sueños. El Escritor, el Profesor y Stalker. El León Cobarde, el Hombre de Hojalata y el Espantapájaros. Esté o no esté Dorothy, Dorothy está. Su fin es volver. Este es el deseo que se repliega sobre sí mismo, pues su deseo-sepia es el de otro mundo y su deseo-color es el de la misma vida. Stalker guía: su cartografía se llama Zona como podría llamarse Dorothy. Dorothy siempre está, replegada; mapa melancólico del sueño más elevado: la nada.

“Un pozo que se va ampliando, una barraca, restos de un hilo… y, en una planicie extensa y con zonas pantanosas, una niebla espesa que no se sabe muy bien por qué nunca acaba de levantarse. Cuesta encontrar el camino. ¿Dónde estamos? La angustia es como la humedad de esta niebla que va calando en el cuerpo. Íbamos hacia el nordeste. Pero el sol ya no sale, por lo que el mapa nos sirve de muy poco. ¿Dónde estamos? No hallamos el sentido; nos hemos perdido. Del sinsentido al absurdo. La comarca de la nada no nos resulta extraña: la tenemos muy cerca”. (3)

Andamos el camino trazado por los oráculos del vacío. Es el único motor que anima a este seguir en pie y en camino. El destino, imaginado, se acerca cuanto más obstáculos se presienten. La imaginación no ignora el vacío, vive en él (4). La casa que es el otro se empieza a empañar de dudas. El color comienza a evidenciarse no solo como mundo, sino también como utopía. El sueño está tan virtualizado que no se distinguen ya las sombras de donde uno proviene. El sueño se come al soñador. El color se come al cine. Volvemos ahí, a la nostalgia de lo imposible. La puerta-utopía.

“Porque estos espacios cuando se abren han de ser sentidos, no como conquistados, sino como recuperados, puesto que se ha vivido con la angustia de su ausencia; la nostalgia de lo que nunca se ha tenido hace sentir cuando al fin se lo goza, como un volver a tenerlo”. (5)

Home at last. En casa, finalmente. La Zona nos trae todo el hastío de la suspensión de la idea casa. De la pregunta que porta el estribillo invisible del sentirse en casa. Dorothy se atraviesa; sabiéndose over the rainbow acepta el limbo y la suspensión de ese sentir y señala el camino hacia la nada. Ellos la sienten, se giran, a veces, porque les parece haber escuchado una voces americanas que no pueden tener cabida lógica en la Zona. Pero Dorothy es la Zona, ya lo sabemos. Conviven, aún solo intuyéndose. Hay algo triste en ello. Puede que sea solamente la tristeza del cuadro, del negro cibernético que envuelve la doble pantalla, que despierta un espacio que ha de resguardar paralelismos que nunca quisieron ser paralelos. No hay forma de poder evitarlo: el arco iris tiene colores y es color aun sabiendo que no lo es, que es la magia de nuestros ojos, la mentira de la corporeidad del sueño.

“Uno, como volar o no morir, ha sido desde siempre un anhelo de la humanidad; el otro, como la electricidad o la informática, era inesperado. […] Por qué no temer que el sueño de suplantar el mundo real nos lleve mañana a otras invenciones inesperadas, hasta el punto de que no haya otra cosa que alteridad, puesto que el orden de lo inesperado lo habría cubierto todo”. (6)

El travelling in camina desde la vida al sueño siguiendo una natural atracción por el vacío. Como migajas de un vértigo resolviéndose. Pero enseguida hay que detenerse. Dorothy se asombra, la tríada de soviéticos también. Toda la materia entrante se ha percatado de la densidad que el sueño ofrece. El mundo coloreado no deja lugar a no alterarse (“volverse otro”). Esta es la presión que ejerce sobre los refugiados: la imagen cromática nos desconcentra con el múltiple juego de llamadas disonantes y anárquicas. (7)

There’s no place like home. No hay nada como estar en casa. La anarquía, el orden de lo inesperado cubriéndolo todo, como dice Raúl Ruiz. El otro, el extraño. La casa que se nos acerca a reconciliar la osadía de un mundo sin vida. Llega el tren. Cercanías del misterio, sí. Dejamos Habitación y Mago, pero no atrás, puesto no están en el camino. Ellos solos se han aislado en sus confines autárquicos. No entran ni salen. No son.

Pálpito de color, sueño-sepia hibernando. Habrá que encontrarse en casa, por fin.

© Marc Barceló, agosto de 2020

(Consultar canal de Vimeo del autor aquí: https://vimeo.com/marcbarcelo

(1) DYER, Geoff: Zona. Un libro sobre una película sobre un viaje a una habitación. Literatura Random House, 2013.
(2) VAL DEL OMAR, José: Escritos de técnica, poética y mística. Ediciones de La Central, 2010.
(3) ESQUIROL, Josep Maria: La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad. Acantilado, 2016.
(4) BARFIELD, Owen. El arpa y la cámara. Atalanta, 2019.
(5) ZAMBRANO, María: Hacia un saber sobre el alma. Alianza Editorial, 2000.
(6) RUIZ, Raúl: Poéticas del cine. Ediciones Universidad Diego Portales, 2013.
(7) VAL DEL OMAR, José: Escritos de técnica, poética y mística. Ediciones de La Central, 2010.