Diario del Xcèntric 2017 (2): Patrick Bokanowski + Chick Strand

La canción

 

—Bueno, seguimos vivos. Seguimos aquí.
—Sí. Aquí seguimos.
—Ay, tía… Me ha gustado mucho venir a ver esto, de verdad. Gracias por sacarme de casa.
—Tenías que salir de casa. Era de justicia que salieras de casa.
—¿De justicia para quién? ¿Para mí?
—Bueno, más bien para nosotras, que tenemos derecho a ver tu cara bonita.
—Lo tenéis, lo tenéis, cierto es. Y estoy flipando con este tal Bokanowski.
—Vaya con Bokanowski.
—A mí me ha gustado, me ha gustado…
—Era… hipnótico.
—Me gustaron mucho las imágenes que se centraban en los fuegos artificiales e iban generando como un cielo estrellado, a cámara lenta.
—Y a mí cuando aparece como una figura, con un sombrero, que va cambiando de estilo constantemente, muy rápido, y también cambia el fondo, puntos, líneas… y luego la figura se desvanece, tal como ha sido dibujada, se desdibuja.

Un rêve solaire, de Patrick Bokanowski

—Pero es que es muy fuerte, es muy fuerte…
—Y a partir de cierto momento, parece que la peli empiece a estructurarse sobre ese desplazamiento de la cámara desde un coche, imagino, ese travelling que nunca pierde de vista al sol colándose entre las ramas de los árboles, como si volvieras al atardecer, medio dormido, de un pícnic en el campo. O al amanecer, de una rave o de un castillo o de hacer el amor en el bosque. Como si fueras ese niño cuyo rostro vemos hacia el final, ese niño que lo está soñando todo…
—¿Y la ventana? Que luego se ve como en perspectiva, desde arriba.
—Eso fue alucinante. Que se va haciendo pequeña.
—Yo pensé que la película se acababa ahí, que eso era como el logo de la productora o la firma del director.
—Yo también pensé algo así. Estuvo muy bien el momento tribal, cuando suena esa música de tambores, y vemos la silueta de un niño que baila.
—¡Eso! ¡Eso es lo que os quiero decir y no me dejáis! ¡Que esa canción estoy harta de oírla y es muy fuerte que me la haya encontrado, aquí, hoy!
—¿En serio la conocías? ¡Pero qué locura!
—A ver, cuenta, cuenta…
—Pues mira, tengo un amigo, un amante o puede que ambas cosas, que es un friki de la música, escucha cosas muy raras, y a veces le digo que me pase canciones… en plan: pásame algo para que lo escuche ahora, y una vez me pasó justamente esa canción, la de los tambores, y la verdad es que la escuché mucho durante un tiempo. La cosa es que no nos vemos a menudo con ese chico. Justo hoy estuve pensando en él, porque quiero ir a verle pronto… y, ¡zas!, de repente empieza a sonar la canción, ¿es fuerte, no?
—¿Dónde vive tu amigo?
—En Bruselas. Es agente de la CIA o algo así… nunca me quedó muy claro. Lo que puedo decir, lo que yo he visto al menos, es que va mucho con dos hermanos gemelos, negros, músicos de jazz y de flamenco, según el día, y se pasan horas encerrados en la trastienda del bar de un amigo suyo, tocando e introduciendo códigos raros en un ordenador del año de la kika. Puede que, a fin de cuentas, sólo sea algún juego online, de esos para iniciados. Quizá se tiran el rollo, no sé… Pero son muy misteriosos esos tres.
—¿El año de Kika? ¿El año de la peli de Almodóvar, dices? Por aquel entonces yo empezaba a trastear mi primer 386…
—No. Ya me entendéis.
—¿De veras o qué? ¿Y tú qué haces mientras ellos se encierran ahí?
—Era broma… es eurodiputado de Podemos en el Parlamento Europeo.
—Ah, eso suena más creíble.
—¿Y qué hay de la historia de la cucaracha? Cuando se ve esa especie de pantalla de televisión con las figuras distorsionadas, y alguien dice: “¿No me puedes contar algo más inteligible?”.
—Ah, sí. Ya no me acordaba de ese momento.
—Vamos, vamos a tomar algo. Tenemos que hablar sobre el café. Creo que es importante.
—¿Sobre el café?
—Sí, sobre el café. Hablaremos sobre café mientras comemos y bebemos. Pero no tomaremos café, porque si no no dormiremos. Beberemos cerveza, puede que caigan un par.
—De acuerdo. A mí nadie me espera con un plato de sopa caliente en la mesa, así que conforme.
—Me parece fetén.

La canción es Le serpent, del percusionista argelino Guem, fechada en 1978. Y la película de Patrick Bokanowski que vimos se titula Un rêve solaire (2016).

Un rêve solaire, de Patrick Bokanowski

 

Conocerse es el relámpago

 

El domingo al mediodía, en una cafetería de la Rambla del Raval, me dispongo a terminar un texto sobre Blue (Derek Jarman, 1993), que tengo que leer en unos días en el Club Rosbif, un cónclave que este mes de enero cumple un año de vida: comemos rosbif y leemos textos sobre un tema previamente escogido. También podemos no leer nada, a condición de llevar durante toda la velada —copas posteriores en antros incluidas— una voluminosa piel de asno como la que lleva Catherine Deneuve en la película de 1970 de Jacques Demy. La gente, normalmente, prefiere leer, ni que sean un par de poemas de Dorothy Parker o una de las recetas de la Cocina caníbal (1970) de Topor. El tema de esta edición del Rosbif es el azul.

Un amigo con resaca me comunica que a las siete de la tarde tiene intención de ir a ver Locke (Steven Knight, 2013) en la Filmoteca. Le digo que yo iré al Xcèntric y que debería venir porque va a estar muy bien. Me pregunta por qué va a estar bien y le paso el evento de Facebook, para que se lo lea. Tiene ganas de ver algo de corte más convencional, dice, y le disculpo aunque, antes de darme por vencido, le sugiero que tenga en cuenta que esto no van a ser películas experimentales de esas abstractas, sino que parece que vamos a ver algo parecido a un retrato directo y humilde de una persona, un trozo de vida o varios trozos de vida. Él me dice que no es algo que se pueda estrenar en Cinesa y vender palomitas, y que eso es lo que busca hoy. Leyendo días después en la web de Lumière un perfil de Chick Strand, la cineasta cuyos filmes voy a ver, me acordaré de lo de las palomitas: “Las proyecciones tres veces a la semana estaban acompañadas de vino, palomitas, almohadas, sillas prestadas de un depósito de cadáveres cercano y los disfraces de Strand, que cobraba 1 dólar de donaciones o recogía pagarés en un cesto de costura en la puerta u organizaba con Baillie rifas (como los pasteles caseros que hacía Baillie) en los descansos”. Eso, entre otras cosas, cuenta Irina Leimbache, autora del texto, acerca de las primeras proyecciones de cine experimental que Strand y Bruce Baillie organizaban en el área de la bahía de San Francisco a mediados de los 60.

Anselmo, de Chick Strand

“Hago películas sobre las personas que conozco y los lugares en los que he estado”, dijo Strand en una entrevista en 2004, y creo que prefiero que esa frase sirva como presentación; la gente de Lumière ya se ha encargado de contextualizar a fondo su figura en un completo dossier. Yo puedo regresar al azul, porque si mi memoria no ha desordenado los planos, lo primero que vimos después de los créditos del primer corto, Anselmo (1967), letras rojas sobre un fondo también azul, fue un avión sobreimpreso sobre un cielo claro mejicano. Desierto, cielo azul, contra él se recorta un hombre, Anselmo Aguascalientes, caminando hacia algún lugar, bandadas de pájaros, unos caballos trotando; brota la música, antes incluso de que ese hombre reciba de manos de la misma Chick Strand una trompeta enorme que va a darle, literalmente, la vida. La trompeta será su instrumento de trabajo, es músico callejero. “Conocerse es el relámpago”, escribió a rotulador en algún fanzine Conxita Herrero (el verso es de Pedro Salinas). Anselmo es un poco una celebración a todo color de ese relámpago inicial.

Y tras el relámpago, la vida que no se detiene. Chick Strand le dedicaría dos películas más a Anselmo, las que vimos a continuación, que abarcan dos décadas durante las que Strand y su marido, el pintor Neon Park, visitaban a menudo a su amigo y a su familia durante los veranos: Cosas de mi vida (1976) y Anselmo and the women (1986). Mis problemas con la somnolencia me juegan una mala pasada y quedo como ofuscado durante Cosas de mi vida, luego me carcomerá conservar tan pocos recuerdos de ese filme: Anselmo en la puerta de una casa con una maleta marrón, al principio, la pared es de color lila y él echa a andar calle arriba. Su voz fuerte e inocente a un tiempo, como si su único pecado fuera haber nacido donde nació y ser quien es, con todo lo que ello conlleva. Su inglés de circunstancias, que la propia Strand le enseñó, al no encontrar otra voz que le convenciera para narrar. Decido abrir bien los ojos para que nada se me escape en Anselmo and the women, que empieza con Anselmo en el campo, recogiendo hierbas, y hablando de su mujer, Adela. En esta película, Anselmo habla sobre su esposa y también sobre su amante, Cruz, y ellas hablan de él, pero rara vez o nunca comparten planos. Sus vidas son un poco como compartimentos estancos cuya razón de ser es proporcionar un sustento a los hijos. Me impresiona cómo la película entrelaza esos flujos de infelicidad: vemos, a corta distancia, sus rostros, sobre todo los de las mujeres, y oímos sus pareceres, sus quejas, sus lamentos. No parece que pueda ser de otra manera, al menos no en ese momento y en ese lugar y para esa gente. Pero no queda otra, concluyen, hay que vivir. Las manos de esas mujeres tejiendo, lavándose. Manos retorciendo el desconsuelo como ropa mojada. Se prueban vestidos cuando los hombres no están. También recuerdo a unos niños jugando a la pelota en un patio donde, al fondo, hay un inodoro.

Señora con flores, de Chick Strand

No sé exactamente cómo condensar o extraer aquí, sobre el papel, la belleza y la energía, los colores con los que arranca Señora con flores, el último filme que vimos, que Chick Strand rodó en 1986 y montó en 1995, aunque no se pudo ver hasta después de su muerte en 2009. Probablemente no se pueda explicar fielmente con palabras. La cámara baila, alborotada, feliz, siguiendo de muy cerca un cesto con flores de distintos colores. La música celebra el movimiento, el desplazamiento de esas flores, que lleva en un cesto la señora del título, y a continuación, la primera vez que el punto de vista se aleja para mostrar un paisaje, ahí está ese púrpura del que habla Max Goldberg en el texto introductorio de la hoja del Xcèntric: “Nunca he visto un púrpura como ese”. No leí ese texto, ni ningún otro, hasta después de ver las películas, pero podría suscribir esa afirmación. También el color del agua, y el del cielo, y el de la hierba, y el sol que refulge en la superficie del río. Y la voz de la señora con flores que cuenta la cruda historia de sus días, una historia tan cruda, tan de miedo, que es como si la cineasta quisiera ahogarla en los colores más hermosos, contraponerlos a toda la tristeza y el desamparo del mundo.

Ya en casa, antes de ponerme a escribir, veo Fake fruit factory (1986), otro corto precioso de Strand, literalmente filmado a flor de piel, con las lentes de telefoto que solía usar. Manos y rostros y colores y comentarios soeces de índole sexual —emitidos no por hombres acerca de mujeres, como es más habitual, sino al revés— y un pícnic y un niño y un yanqui bebiendo cerveza y gente bañándose. Yo no os diré que lo veáis, pero podríais hacerlo si os apetece.

 

© Toni Junyent, enero de 2017

 

 

* Este artículo es el segundo capítulo del «Diario del Xcèntric 2017». El primero, dedicado a Manon de Boer y José Val del Omar, se puede leer aquí.

* Las sesiones del Xcèntric 2017 del CCCB comentadas en este artículo son Patrick Bokanowski. La pantalla como lienzo y Cosas de mi vida: el cine etnográfico de Chick Strand.