Cumbres borrascosas

Miradas indómitas, pasiones desbocadas

 
Lo primero que llama la atención en esta nueva versión de Cumbres borrascosas es que el personaje de Heatcliff es negro. Esto puede parecer tan solo un libérrimo pretexto para adaptar el libro a un espíritu crítico contemporáneo propio de un enfoque postcolonial, tan en boga en la intelectualidad británica. Y en parte lo es. Pero no debemos olvidar que en la novela de Emily Brontë se dice del personaje que tiene la piel oscura como un gitano. Si bien no se llega nunca a hacer explícito que Heatchliff es negro, algunas teorías han intentado probar que, habiendo sido recogido de las calles de Liverpool, muy probablemente se tratara de un esclavo de origen afrocaribeño escapado de un mercado de esclavos en la ciudad portuaria inglesa. Sin duda, no podía ser tan blanquito como Laurence Olivier en la clásica adaptación de William Wyler (Wuthering Heights, 1939), ni como Ralph Fiennes en la versión de los noventa (Wuthering Heights, Peter Kosminsky, 1992). Tampoco como en las de Buñuel (Abismos de pasión, 1953) o Rivette (Hurlevent, 1985), aunque ellos tenían la excusa de adaptar la novela a otra región. Dicho esto, lo que tenemos que recalcar es que en esta nueva versión Adrea Arnold explota los motivos de clase, raza y género que están latentes en la obra de Brontë. No se trata solo de un simple ejercicio de adaptación, sino también de criticismo. El filme, de este modo, debe ser entendido como una lectura desde el presente de la novela.

En cuanto a la adaptación, esta versión presenta otra novedad: la historia toma el punto de vista de Heatchliff, con lo que no sigue la estructura de relato indirecto de la novela y, en tanto solución formal, de la versión de Wyler. Al fin y al cabo no se trata de ser fiel al libro, sino de trasladar la historia y poner énfasis en algunas imágenes que nos sugiere. De esta manera, Arnold aprovecha este relato de pasión y de venganza para explotar lo que mejor sabe hacer: filmar las miradas y los cuerpos. En su anterior película, Fish Tank (2009), una imagen en particular se me quedó grabada: la adolescente protagonista le echa una mirada al nuevo novio de su madre (Michael Fassbender) mientras sube las escaleras. Son apenas unas décimas de segundo en las que le observa el trasero, gracias a lo que se descubre un principio de atracción que tendrá más tarde repercusiones funestas. Pensé que yo nunca podría filmar algo así. Se notaba detrás de la cámara una visión femenina que se transmitía directamente a las actrices. Algo que repite en Cumbres borrascosas (Wuthering Heights, 2011), especialmente en la primera parte del filme con la actriz que encarna a la joven Catherine. La directora británica es otra vez capaz de mostrarnos en pocos planos el paso del odio inicial de Catherine hacia Heathcliff a un principio de pasión entre los dos. Lo hace acercándonos a las miradas de uno y de otro y al contacto que se establece, todavía de forma inocente, entre ambos, a veces sin ni siquiera tocarse. Las miradas de la protagonista adquieren un peso increíble en la película: densifican la imagen, el tiempo, por muy fugaces que sean, y acercan al espectador a la imagen y a la trama sin que este pueda escaparse.

Es precisamente esa fisicidad de la imagen que Arnold explota la que engancha al espectador al filme. La cámara se acerca a los cuerpos para captar el denso significado de los contactos, como ocurre en la memorable secuencia en que Catherine le lame las heridas a Heathcliff. La imagen se vuelve salvaje, como el paisaje, como los personajes, como la pasión que circula por toda la película. La cámara capta la peculiaridad de la zona de Yorkshire, con sus moors (páramos), zonas de monte cubiertas de pequeños matorrales, que conforman un entorno que se torna bonito, pero a veces desolador, cubierto de niebla y barro. Lo salvaje del paisaje se acentúa con el viento, que se introduce en el campo sonoro y que, obviamente, también afecta a los personajes. Aquí podríamos hacer un paralelismo con la última película de Béla Tarr, The Turin Horse (A Torinói ló, 2011), que también transcurre en una recóndita casa en medio de un paisaje azotado por el viento. Sin embargo, si en la película húngara el viento acaba por minar las esperanzas de los personajes (si en algún momento las hay), en el filme de Arnold el viento añade un aspecto brutal e irracional a los sentimientos de los protagonistas. La manera en que estos tratan a los animales -por ejemplo, Heatchliff cuelga cruelmente a un perro de una valla sin razón aparente, algo que repetirá más tarde el hijo de Hindley- también recalca ese salvajismo, lo que se traduce en la manera en que expresan sus pasiones. El fuerte acento de West Yorkshire que la directora pone a sus personajes los aferra más si cabe a este lugar y los hace también más abruptos. Entre la violencia de la imagen y su enorme fisicidad, habrá algunos que se sientan incómodos, incluso violentados, que preferirían cierto distanciamiento. Pero precisamente se trata de eso, de hacer a los espectadores partícipes de esa pasión y de sus resoluciones contradictorias.

Tampoco uno se siente muy confortable al ver la primera película de Arnold, Red Road (2006), una historia de venganza que toma un camino angustiante. La mirada que se establece desde el principio del filme entre la protagonista, Jackie, y el culpable de la muerte de su marido y su hija es a través de unas cámaras de vigilancia. Jackie trabaja en el departamento de seguridad del ayuntamiento de Glasgow y aprovecha su posición de panóptico para acercarse a aquel de quien se quiere vengar. El acercamiento que se produce es, obviamente, tenso. Pero el contacto físico que acaba por suceder es terriblemente cruel e irritante, aparte de visualmente muy físico e incluso molesto para el espectador, que a veces no se cree lo que está viendo. Esa tensión, ese contacto físicamente cruel, se da también en la segunda parte de Cumbres borrascosas. Heathcliff vuelve años después (en una también memorable y larga secuencia de transición en que se ve su marcha y su regreso) para llevar a cabo sus planes de venganza y lo incómodo toma la pantalla.

Aun así, las brillantes miradas entre los dos adolescentes de la primera mitad de la película pierden peso en esta segunda, lo que rebaja la intensidad del filme. Ahora el contacto que se establece entre los personajes es violento, la película toma tintes de venganza y las situaciones se resuelven de manera tortuosa. Es verdad que el encanto que aportaban los jóvenes actores al inicio se diluye, pero todavía queda parte de ese espíritu punk con el que la revista británica Sight & Sound ha definido la actitud con que Andrea Arnold ha adaptado la novela. La segunda parte está llena de rencor y el filme refleja bastante bien esos mecanismos que utilizan unos y otros para llevar a cabo sus principios de resarcimiento. Si bien la película falla en algunos momentos clave para plasmar toda la fuerza de la historia (pienso, por ejemplo, en el reencuentro o en el momento en que Heatcliff abraza el cuerpo muerto de Catherine), en otros transmite como una bala ese sentimiento de revancha que él había guardado durante años bajo ese semblante parco en palabras.

En esta película también se puede hablar de fantasmas y esto es así porque realmente los fantasmas no son nada más que esas imágenes del pasado que vuelven y aparecen con toda su fuerza en el presente. Con ellos tiene que lidiar Heatchliff una vez muerta su amada Catherine. Los momentos felices del pasado, cuando  surgen, a veces sirven para reconfortarse, pero indudablemente dejan a uno sujeto a algo que ya no existe. Por eso también pueden hacer daño, mucho daño. El filme acaba con unas imágenes del pasado que resucitan esas primeras pasiones entre los dos protagonistas, bellas pero también, ahora, dolientes. Mientras aparecen, suena una canción pop que, a mi parecer, chirría bastante. Pero, como comentaba al principio, esto es una lectura desde el presente que irremediablemente tiene que mostrar las huellas de tal anacronismo. Tales huellas pueden incluso verse entre las palabras de la directora refiriéndose a su adaptación de Cumbres borrascosas: “Es gótica, feminista, socialista, sadomasoquista, freudiana, incestuosa, violenta y visceral. Intentar mezclar todo eso en un filme es una tarea ambiciosa y quizá alocada.” Pero precisamente esa locura que Arnold imprime en la película es, sin duda, su principal virtud, lo que hace algunos de sus fragmentos intensamente poderosos.

 

© Daniel Mourenza