Atlántida Film Fest 2015

Cine sin salir de casa

 

1.

Decir que en el cine actual la propensión hacia la mezcla de formatos es uno de sus rasgos característicos no es decir nada nuevo. Sin embargo, la última edición del Atlántida Film Fest viene a corroborar esta tendencia cada vez más acuciante que incluso, si extendemos su significado, nos lleva a hablar de un cine más y más fragmentado, cuyas partes dejan entrever sin rubor las piezas que constituyen la tramoya fílmica. Piezas venidas de diferentes lugares para transmitirnos nuevos lenguajes, formas de expresión alternativas y más propias, quizás, de la era digital.

Así pues, una película tan cuidada estéticamente como Violet (Bas Devos, 2014) recurre a varios planos intermedios pixelados y grabados presumiblemente con un teléfono móvil, cuyo sentido escapa en un principio a la lógica narrativa del film. Hasta en seis ocasiones esas imágenes nerviosas y saturadas, cuyas manchas abstractas sugieren a veces una presencia humana y otras parecen ser un recorrido de Google Street View, conectan diferentes secuencias (a través de la continuidad del sonido) sin aportar mayor significado a la narración. Es como si esa imagen sucia y venida de otra parte poseyera a la capa de realidad que persigue la historia. ¿Acaso no comienza la película con unas imágenes filmadas por una cámara de seguridad? Cuando el joven protagonista regresa al lugar del asesinato de su amigo, ¿no se queda mirando fuera de campo, quizás a la cámara que registró el suceso y a su cobarde pasividad?

VIDEOPHILIA_2

De posesiones también va Videofilia (y otros síndromes virales) (Juan Daniel F. Molero, 2015), donde la mezcla de drogas duras y una exposición excesiva a la red produce la distorsión del plano físico del film, la pantalla por la que somos absorbidos a esa virtualidad sin control. Aquí esos planos intermedios son más bien interrupciones en la percepción de la realidad que observa el espectador, unas veces provocadas por la ingesta de alucinógenos y otras por la expansión de la dimensión digital, como un virus que busca la corporeidad de la que carece. Esta presencia va adquiriendo más poder al tomar posesión del cuerpo filmado de la chica protagonista. El sexo, aquí, se convierte en experiencia insaciable que ha de ser repetida en su reproducción digital y compartida en la red. Y el chico que la graba con sus Google Glass caseras cae preso de la venganza en su propio terreno, hasta que lo vemos literalmente convertido en un avatar que pulula atemporalmente en la pantalla digital. Una posesión en toda regla, como si cambiásemos la cámara Súper 8 de Arrebato (Iván Zulueta, 1979) por una digital, ansiosa de nuevos contenidos para su archivo en la red y borrando todo atisbo de intimidad.

Desde luego, cuando todo queda registrado por cámaras de vigilancia y teléfonos móviles, la sensación de intimidad no es más que una ilusión. En Traffic Department (Wojtek Smarzowski, 2013) el cuerpo de policía polaco más que solucionar problemas los provoca en su afán por conseguir dinero fácil y prolongar sus fiestas. La corrupción está tan normalizada que los propios infractores recurren al soborno a sabiendas del posible resultado. La consecuencia, como es de esperar, es que alguna cámara pille a alguno de estos policías dejándose sobornar. El protagonista, que puede parecer la versión desmitificada del agente Bourne (no recuerda lo ocurrido después de una noche de borrachera y después se rebela contra sus superiores para conseguir justicia), es acusado de asesinar a un compañero policía después de descubrir que su mujer le era infiel con él.

No sabemos cuánto hay de verdad en la visión crítica que su director muestra sobre su Polonia natal. Lo que está claro son los elementos que hacen de esta una buena película: la mezcla de géneros (acción, cine negro y un toque de comedia macabra con sangre incluida), un montaje frenético con cambios bruscos de plano, un fuerte componente sarcástico y también esa combinación de distintos formatos de la que hablábamos, y que permite una mirada más auténtica ante problemas actuales.

 

2.

En los últimos años parece que hay una especie de necesidad de expresar creativamente la cinefilia (y que facilita el hecho de tener un mayor acceso a programas de edición), precisamente con piezas de esas películas tan deseadas. Lo hemos visto recientemente en obras tan peculiares como Final Cut (György Pálfi, 2012), que crea su propia narrativa con cientos de fragmentos, The Clock (Christian Marclay, 2010), que –como sus Telephones (1995)– utiliza montones de escenas alrededor de una misma idea, o el proyecto Star Wars Uncut: Director’s Cut (Casey Pugh, 2012), compuesto por escenas amateur hechas por fans copiando la película original. El Atlántida Film Fest refleja este impulso cinéfilo con varios films, con mayor y menor acierto en su propuesta.

Beyond_Clueless

Destacamos Beyond Clueless (Charlie Lyne, 2014), que se acerca más al videoensayo que a otra cosa y que refleja cómo un análisis de un determinado género cinematográfico puede dar lugar a una obra independiente. La gran cantidad de películas para adolescentes que han salido en las últimas décadas de Estados Unidos evidencian, según su director Charlie Lyne, una serie de patrones y de reglas a seguir, a partir de las cuales los jóvenes alcanzan la madurez. El film, que está dividido en episodios con sus respectivos colofones llenos de música para celebrar la pasión adolescente, se adentra no solo en la búsqueda identitaria de los jóvenes a su paso por el instituto, sino que también muestra cómo Hollywood ha creado un modelo estricto y moralista para influir en su potencial público.

Si en Beyond Clueless vemos una concordancia entre el relato narrado y las imágenes, que se define en un uso inteligente del montaje, Love Is All (Kim Longinotto, 2014) resulta ser todo lo contario, pues ni hay narración ni una correspondencia clara en las imágenes con el tema amoroso que supuestamente se pretende ensalzar. Muchas escenas parecen escogidas al azar, bajo la excusa de darle al play a la banda sonora que queda naturalmente desconectada visualmente, pues ni siquiera funciona como conjunto de videoclips.

Stand By for Tape Back-Up (Ross Sutherland, 2015) parte de una premisa atractiva: la utilización de una vieja cinta de vídeo casera para indagar en el pasado familiar. El problema es pensar que toda esa información personal puede interesar al espectador, sobre todo cuando hay tanta paja que difumina el verdadero contenido, además de una repetición excesiva de las mismas imágenes. Cierto narcisismo se encuentra también presente en Mark Cousins, que participa nada menos que con tres largometrajes: una carta filmada a un escritor fallecido, una correspondencia con otra cineasta y un diario filmado de un viaje a Albania. Documentales en primera persona que pecan del mismo problema, aunque consigue sacar mayor partido a sus historias.

En su serie de quince horas de duración The Story of Film: An Odyssey (2011), Cousins desgrana cada época histórica tendiendo puentes entre los diferentes periodos a través de influencias o conexiones de todo tipo. Consigue, de esta manera, hacer un relato más ameno que uno de manual. Sus otros documentales también se ven salpicados por fragmentos de películas con los que establece relaciones. De sus tres obras a competición, Here Be Dragons (2013) es la más atractiva, pues hay un verdadero argumento de peso en su viaje para dar sentido a la película: el descubrimiento del archivo cinematográfico albanés en muy malas condiciones, que le lleva a reflexionar sobre la situación actual del país, su gente y su cultura, la importancia de conservar el patrimonio, la memoria, y por supuesto su cine. Empatizar con la obra de Cousins es una cuestión personal. No cabe duda de su destreza a la hora de sacarse de la manga el argumento para un documental; su punto de vista a la hora de abordar los temas que trata, la tonalidad de su voz que parece terminar cada frase en forma de pregunta o la estética digital de andar por casa que se conforma con cualquier ángulo, ya son otra cosa.

Here_Be_Dragons

Fragmentos, puzles en movimiento, piezas sueltas que encajan a su manera dentro de una propuesta o idea determinada: muchas de estas obras enseñan su esqueleto, el interior de la tramoya. Pero los fragmentos mal encajados dan lugar a obras superficiales y ligeras, como una sinopsis que no explica el argumento sino que traza influencias gratuitas y difícilmente acertadas (se imaginarán de lo que hablo). Las imágenes de archivo que utiliza Mark Cousins vienen al dedo a la hora de relacionar ideas o imágenes, y ofrecen, además, un componente casi didáctico que recuerda a su serie de televisión. El mejor Cousins es sin duda el de las digresiones, cuando va más allá de sus cartas a escritores y dictadores fallecidos para ofrecernos idas y venidas creativas.

 

3.

Si algo caracteriza a un festival de cine online como el de Filmin es su inclinación por unas obras lo más variopintas posibles: de lo experimental a lo convencional, pasando por todos sus matices. Olvidemos (casi) todo lo aprendido en los festivales de cine al uso. El mundo de internet tiene que buscar otras derivas, precisamente para ofrecer lo que uno no está acostumbrado a ver en una sala tradicional (no hay que dejar de lado, claro está, la búsqueda cualitativa). De hecho, buena parte del cine que se viene haciendo no está pensado para ser proyectado en una de estas salas oscuras y llenas de butacas. Aunque algunos sigamos buscando ese efecto cine en nuestro propio cuarto, evitando cualquier distracción para poder ver la película de continuo y en su máxima calidad, este concepto se está perdiendo. Ver una película online no solo nos permite pararla, volver a ver ciertas escenas o verla entera en varias etapas… sino también sentirnos parte de Videofilia si nuestro ordenador o conexión no son los adecuados. Ayuda a su visualización que el repertorio de la presente edición esté compuesto por obras de poco más de una hora, aunque tener veinticinco películas en Sección Oficial también lo convierte en una empresa un tanto inabarcable. Y creo, personalmente, que la selección de este año ha tendido más a la cantidad que a la calidad.

Desde luego hay películas que no tienen sentido fuera del ámbito en que nos encontramos. ¿Alguien se imagina una película como Stand By for Tape Back-Up en el cine de su barrio? A pesar de la ineficacia de su propuesta, me quedo con una frase reveladora. Cuando vuelve a un momento anterior de su cinta de vídeo, el narrador dice con ironía: “Así es como funcionan los flashbacks en analógico”. El flashback como algo que deja de ser sutil y en cierto modo mental, pues deja de lado el montaje y la idea que conlleva para el cine. Y qué decir de los proyectos de Cousins, casi más pensados para la (otra) pequeña pantalla. No hay que olvidar su identificación de las imágenes filmadas como imágenes para su memoria que hace en Here Be Dragons. ¿A quién van dirigidas, al espectador o a él mismo?

Hemos hablado de lo fragmentarias que se presentan algunas obras hoy en día. También de nuestra dedicación igualmente parcial ante su visualización. Fragmentaria será también, por tanto, nuestra crónica. Aquí va una breve selección de otras películas llamativas para finalizar nuestra deriva.

 

4.

La escena que abre Dos Disparos (Martín Rejtman, 2014) nos retrotrae a un momento similar de Violet: un adolescente baila en mitad de la discoteca, rodeado de gente aunque solo, iluminado a ráfagas por luces de colores, mientras la música lo inunda todo. Como en Violet, la escena cobra sentido al situarnos en la vida de un joven que sale por la noche, vive, siente, pero también calla, sufre y padece algo en su mundo interior que el espectador no puede ver. En las dos películas se nos presenta una porción de su vida, pero sin explicaciones, sin pistas fáciles para asimilar qué hay detrás de esa barrera personal.

En el film argentino, Mariano se pega dos tiros con una pistola que encuentra en casa. Nadie sabe por qué, y quizás él tampoco lo sepa. Vemos el comienzo en que realiza el intento de suicidio. Después, él mismo, que hace las veces de narrador, nos vuelve a relatar lo que acabamos de ver. Este impresionante arranque sirve de leitmotiv para descubrir su vida, la de su hermano y su madre, entre situaciones cómicas y absurdas, mientras el verano avanza lentamente. Con un punto de partida existencialista, entre personas que no sonríen y hablan fríamente sin esperar respuesta, el idilio vacacional no es lo que parece.

En una jornada de vacaciones también se centra Fish & Cat (Shahram Mokri, 2014), un plano secuencia de dos horas de duración donde unos jóvenes van a hacer una fiesta en un bosque. Desde el comienzo ya conocemos a los dos dueños del restaurante que, como rezaba el prólogo, cocinan carne humana. La película se centra más en el acoso de estos individuos que en la violencia explícita. Es un lento transcurrir que tiene su punto más interesante en los saltos temporales cada vez que la steadycam se cruza con otros personajes y los empieza a perseguir. Ahí nos damos cuenta de que hemos vuelto hacia atrás para conocer las andaduras de los otros, y cómo todo ello confluirá de alguna manera. Pero mantener todos esos desplazamientos en un solo plano tiene su riesgo: los momentos intermedios llegan a resultar tediosos, pues es difícil mantener durante toda la historia la misma atracción.

La balanza que podría equilibrar Mercuriales (Virgil Vernier, 2014) no aparece por ninguna parte. Y no lo decimos porque las dos chicas protagonistas comiencen una amistad que parece derrumbarse a cada instante. Más bien es porque el film no atina a conseguir una personalidad propia (un hilo conductor sólido, una chispa de emoción en algún lugar), pese a los elementos que podrían hacer de él una sugerente propuesta. Las bellas y peculiares imágenes de París, el colorido intenso del celuloide, pequeños detalles como una elipsis a través de un calendario de madera, un búho que se presenta en mitad de la noche, conversaciones sin mayor trascendencia, palabras lanzadas hacia ninguna parte por la voz narradora, entre recuerdos y ensoñaciones.

Mercuriales

Algunas de sus imágenes parecen venidas de otra parte, de otra época. Pero no terminan de encajar en una historia que confunde, a la que le falta coherencia, una buena base. La amistad de estas dos chicas es breve, aunque no por ello menos intensa. Pero nos quedamos con la secuencia final donde un edificio es derribado, como ya antes estas chicas habían comenzado su impulso destructivo: aparece como símbolo de su relación frustrada y también de la propia película.