Albert Serra: entre el prestigio y el malditismo

Lo dejo o no lo dejo

 

Albert Serra ha hecho dos películas que casi nadie ha visto. Parece que tampoco lo pretendía y que su intención prioritaria era “pasárselo bien”. No obstante, ha sido encumbrado entre los directores actuales lo suficiente como para que se le haya dedicado una exposición y una retrospectiva de su obra en la Filmoteca de Cataluña. En el debate que cerraba el ciclo, Albert Serra manifestó que no entendía el sentido de todo ello, aunque se asocia con la edición de un pack que recopila sus dos películas estrenadas, Honor de cavalleria (2006) y El cant dels ocells (2008), varios cortometrajes y Waiting for Sancho (Mark Peranson, 2008), un documental sobre el rodaje de Honor de cavalleria, así como un análisis en forma de libro de la misma obra, prologado por el poeta Pere Gimferrer (1).

Como Albert Pla, otro ilustre provocador que se asienta aparentemente en la escatología y en el lugar común, pero cuyas canciones contienen una buena dosis de poesía en crudo y una profunda crítica de nuestra sociedad actual, Albert Serra ha creado un personaje cuyas intervenciones oscilan de la serenidad cinematográfica a la declaración más explosiva. No por casualidad aparece Pla en Honor de cavalleria. En ambos casos la elaboración artística va de la mano de una voluntariosa construcción de una figura contestataria, algo simplista, pero que en el caso del director de cine tiene mayor enjundia de la que podría parecer a primera vista.

El cine de Albert Serra proviene, como declara con orgullo, de la cinefilia. No hay escuela de cine que pueda presumir de él como alumno (no sé si muchas se arriesgarían ahora a solicitar su colaboración). Sin embargo, más allá de las muestras pedestres de amateurismo e incluso de pasotismo que son buena parte de los cortometrajes realizados e incluso de la festiva Crespià (2001), tanto Honor de cavalleria como El cant dels ocells revelan una obra elaborada por un autor culto que sabe aportar, destilar, en sus imágenes diversas referencias pictóricas, literarias y filosóficas.

Su voluntad es básicamente hedonista, una alegría de vivir que impregna y desborda toda la imperfecta pero contagiosa Crespià, una alegría de vivir que subyace bajo la bonhomía de Sancho y la obnubilación del Quijote, una alegría de vivir que despunta en las naranjas que se comen en el portal de Belén y en los baños de los Magos de El Cant dels ocells. Autodidacta, su método oscila entre el juego y la erudición. Plantea improvisados diálogos entre los personajes a partir de una palabra elegida al azar. “I don’t know what I’m doing”, dice. Y, sin embargo, declara escoger imágenes que le atraen de entre centenares de horas de rodaje y las mezcla con otras que considera menos interesantes tratando de lograr el contraste. Busca la autoironía y también que el resultado obtenido al mezclar los ingredientes sea superior a los ingredientes mismos, “aunque sea raro”. Pero hace referencias continuas al primitivismo y a que las obras no son buscadas sino encontradas, yendo del concepto a la imagen.

Serra puede ser autodidacta a nivel técnico pero su formación cinéfila y su formación académica revelan otra cosa. En cuanto a su obra, tanto Honor de cavalleria como El cant dels ocells son sendas creaciones ricas en sensualidad y con auténticos toques místicos. Pese a la excesiva duración de determinadas escenas y al desconcierto generado por algunos diálogos ambas constituyen una obra que merece la pena destacar y revisar en más de una ocasión.

De hecho, Albert Serra es uno de aquellos casos en los que el autor es más conocido por sus declaraciones que por su obra. Pocos habrán visto alguno de sus largometrajes y aún menos habrán visto los dos estrenados. Sin embargo, muchos se han quedado con su cara. O, al menos, con unas boutades que lanza como con cañón recortado, despreciando la mezquindad y la incultura en la industria del cine y los propios espectadores.

Hay, sin embargo, gran coherencia y mucho sentido en las declaraciones del autor de Girona. Quiere gustar básicamente a quien entienda, de cine, de la vida, aunque sea un grupo reducido. Y quiere mostrar todo lo preciso, para que la gente se quede con ganas de menos y no con ganas de más. A partir de allí, la provocación. Consciente, buscada, basada en teoría del arte, en estética. Los directores de cine no deberían leer libros, como planteaba Paradjanov. Y, en cierto modo, como reivindica Werner Herzog, con quien Serra comparte (¿es consciente de ello?) el interés por lo sublime y por la fisicidad, la búsqueda de lo místico, lo superior, en la Naturaleza. Y, luego, la Revolución, en mayúsculas, con lucidez y también con humor, despreciando a un público al que desafía, en lugar de buscar la conexión con él. Si acaso, que sea el público quien encuentre la conexión.

Cuidado, no obstante, con que no se produzca un cortocircuito. Cahiers du Cinéma le presenta como uno de los más importantes directores del siglo XXI. El visionado de su cine, las entrevistas, la lectura de su libro y la recopilación de los referentes que cita aún me descolocan. No se hasta qué punto Serra es un inspirado autor que ha construido dos obras panteístas con sumo cuidado, persiguiendo la sensualidad en todas las escenas, experimentando con el contraste, o se trata de un cinéfilo con buenas ideas que ha contado con buenos directores de fotografía, mucha paciencia para el montaje y la suerte de ser sacralizado por Cahiers. Releyendo su libro, revisando a la par Honor de cavalleria, me siento tan fascinado como desconcertado. Junto a la innegable belleza de algunos planos, la sospecha de que Serra haya construido explicaciones o justificaciones para muchos otros insatisfactorias y que ahora vende como planificadas o, mucho mejor, “encontradas”. Sin duda, El cant dels ocells le afianza como autor de calidad, pero la gratuidad de los cortos y sus jocosos comentarios de que en el montaje fueron ayudados por la imagen divina de Juan Pablo II y Stalin descolocan completamente. Sin duda, humor no le falta y es algo muy de agradecer.

Sin embargo, como a Albert Pla, a Albert Serra le amenaza el riesgo de la repetición y del ombliguismo: de la trivialidad de algún cortometraje pasamos a la falsa trascendentalidad de otros, y, aunque en sus declaraciones viene a decir que varios fueron realizados como encargos, ello no impide ver que la desgana y la rutina superan la habilidad creadora. Lectura d’un poema (2010) se basa en la pedantería más que en la provocación y Fiasco (2008) hace auténtico honor a su nombre. Esperemos que persiguiendo la “qualitè” no se pierda la calidad y Serra no se nos quede encuadernado.

 

(1) SERRA, Albert: Honor de cavalleria. Plano a plano, Intermedio/Prodimag, Barcelona, 2010.