Adventureland

Pesadilla (dulce) en el parque de atracciones

 

Admirablemente construida sobre una consistente mezcla de nostalgia e intuición, Adventureland (2009), la nueva película de Greg Mottola, no es, desde luego, el filme que uno podía esperarse después de la notable Supersalidos (Superbad, 2007). Aquella era una comedia juvenil pluscuamperfecta, que depuraba lo que había sido el género durante la última década y añadía las pizcas justas de espíritu gamberro para que crítica y público pudieran coincidir ante una película cachonda, pero equilibrada, lejos de toda deriva escatológica o temática, y que añadía al panteón de personajes míticos de este tipo de películas al entrañable McLovin (Christopher Mintz-Plasse). Una película a la que había poco que reprochar, aunque a los fans de las teen movies no nos enseñaba nada que no hubiéramos visto ya.


Adventureland, la penúltima película de Mottola (1), es otro experto trabajo de reciclaje, aunque esta vez el director se aleja de los parámetros de la comedia juvenil más desenfadada para ubicarse en un territorio fronterizo entre la comedia amarga a lo indie y la tradición ochentera más clásica. Ubicado en 1987, el filme narra un aterrizaje forzoso en un mundo, el de las relaciones sentimentales, en el que ya no hay cabida para cosmovisiones caballerescas y concepciones románticas de manual: ellas lo hacen con quien quieren y cuando quieren y si, entre tanto, se puede arreglar algo bonito, bien, si no, a otra cosa. Hay vómitos, sí, y algún que otro buen chiste, pero esta es una película más de atmósfera que de gags. Como referentes cercanos, y sin pretender hacer comparaciones, podríamos nombrar las películas juveniles de Richard Linklater, que trataban de fotografiar un estado de ánimo, uno o varios momentos y lugares como su Austin natal en Slacker (1991) o un último día de curso de 1976 en Movida del 76 (Dazed and confused, 1993). Mottola también persigue eso, la búsqueda del momento fatal -suma de otros cuantos momentos- en que James Brennan (Jesse Eisenberg) se hace mayor.

El primer plano de la película, una mirada del protagonista, ya es toda una declaración de intenciones: no será la última mirada. A lo largo del metraje nos encontraremos a unos cuantos personajes que, a veces, ponen cara de no entender o de no querer darse cuenta de alguna cosa. Mottola se permite recrearse en algunas miradas y en algunos silencios, que quizá irritarán a los que no les gustan los flirteos con el llamado cine de autor en las películas pretendidamente ligeras. Aquellos que se decanten por la teoría de la conspiración indie tendrán otra baza para sospechar en el apartado musical, ya que la banda sonora de la película la firman los Yo La Tengo. Y por más que me gusten estos chicos grandes de Hoboken (New Jersey) no puedo dejar de pensar que habría sido más adecuado contar con aquellos añorados Tangerine Dream, que firmaron las partituras de clásicos menores y mayores de los ochenta como Pánico a las tres (Three o’clock high) o Los viajeros de la noche (Near dark), ambas películas datadas en 1987 y dirigidas por Phil Joanou y Kathryn Bigelow, respectivamente.

Una película menor, pequeña, con vocación de retrato generacional. Adventureland no es menos que esa definición y, a ratos, cuando la química entre los personajes funciona, es algo más. Habrá momentos que pueden parecernos no sólo lógicos sino bellos, otros lógicos pero tristes, y otros tristes, ilógicos y forzados, y habrá quien se queje del final, quien reivindique la derrota como redención y quien haga lo mismo con la victoria. Pero se han reivindicado ya tantas veces todas estas cosas y tantas otras, se ha escrito tanto encima y debajo de las imágenes, se han descifrado tantos enigmas y significados ocultos, que uno puede llegar a juzgar que los ríos de tinta son a menudo injustos por el mero hecho de existir, de amargar la existencia de cineastas que sólo quieren hacer películas.

Y, al fin y al cabo, Adventureland es solo una película. Una película que, como decía al principio de este texto, recicla y depura los estilemas y los tópicos de cierto tipo de filmes para lograr algo relativamente emocionante y sincero. Porque, a estas alturas, ya no estamos para absolutos ni para imperativos categóricos. Las obras maestras, ese término tan empleado a la ligera, son cosa del pasado. En esta no hay mujeres desnudas. Pero sí algunas canciones que no están mal. Y una bonita historia de amor y amistad. Y, bueno, todo esto podría resumirse en que no voy a ser yo quien les diga que Adventureland no es una buena película.

 


(1) Tras Adventureland, el director ya tiene en posproducción Paul, una comedia de ciencia-ficción escrita e interpretada por Nick Frost y Simon Pegg.