Tokyo Sonata

Un padrenuestro japonés

 

En el nombre…

Acercarse a esta película de Kiyoshi Kurosawa bajo la aún presente sombra de Kairo (Pulse, Kiyoshi Kurosawa, 2001) hace que nos cuestionemos una aproximación a Tokyo sonata (Kiyoshi Kurosawa, 2009) a través de la ya llamada dictadura del auteur. Tras un plano en el que una hoja de periódico revolotea a su libre albedrío en una estancia vacía y después de una escena en la que vemos el despido de un trabajador de una gigante empresa (gran maestría la de Kurosawa para situar, desenvolver y crear el primer punto de inflexión de la trama) nos damos cuenta de que todo esto nos suena, pero no era japonés, así que dejamos de lado la visión autoral para inspeccionar otras opciones.

 

…del padre…

En American beauty (Sam Mendes, 1999), Kevin Spacey interpretaba a un cuarentón que decidía dejar de ser un zombi al poner patas arriba su estable vida de clase media para instaurar la anarquía en su lugar. Forzaba su despido en el trabajo (de una forma similar a la empleada en Tokyo sonata) y evidenciaba su fracaso en todas las facetas personales de las que disponía (como también ocurre en el film de Kurosawa). Tras un inicio de filme en el que el propio Lester nos anuncia que al finalizar la película estará muerto, sus decisiones y rupturas se perciben como el grito desesperado de quien sin miedos decide poner punto y final a una vida forzada por las apariencias sociales. Irónicamente, como todo en American beauty, Lester acaba siendo asesinado por alguien que siguió sus pasos sin conseguir los mismos resultados. Así tenemos la certeza de que ante una misma situación, dos personas (y menos cuando son de diferentes culturas) no actúan (ni deben hacerlo) de la misma forma. En el personaje del señor Sasaki, Kurosawa parece plantearse el álter ego del Lester de Mendes filtrado por la diferencia cultural. Ante un despido forzoso/forzado de similares características, los caminos de ambos personajes se convierten en paralelos destinados a no tocarse nunca: el americano disfrutará de su nuevo estado (trabajando orgulloso en un fast food) mientras que el japonés se “enchicará” en su situación de caos (ocultando la vergüenza de ser un empleado de la limpieza). El americano dominará, a través de sus decisiones, el mundo que le rodea; el japonés aceptará cabizbajo la situación heredada de otros y acogerá frustrado las tristes consecuencias de las pocas decisiones tomadas en primera persona.

 

…del hijo…

En la película de Kurosawa, la crítica que en American beauty se subrayaba con la ironía queda remarcada por la comedia (sugerida) que se deriva de la extrema importancia que tienen las apariencias en la sociedad japonesa. El respeto ante los rangos es algo que solo se ve trastocado cuando se detecta una brecha en el sistema, momento en el cual la sociedad da la espalda -radicalmente- a quien ha dado un paso en falso. En una clase en la que se está enseñando el uso de la voz respetuosa en el lenguaje hablado (minipunto de ironía para Kurosawa), el profesor castiga a Kenji por algo de lo que el hijo menor de los Sasaki no es el único culpable, haciendo que el muchacho acabe espetándole al profesor haberle visto con un cómic porno. Esa afirmación sirve por sí misma para romper en mil pedazos la imagen de autoridad que el maestro tenía ante sus alumnos. “Has iniciado la revolución”, le dice uno de sus compañeros al chaval. Es tal la presión social por la perfección dentro de la sociedad nipona, que un retrato tan cínico como el de American beauty hubiera acabado siendo una comedia localista. Kurosawa, conocedor de ello, subraya de manera más sutil y dramática, gracias a la subtrama del maestro, la presión a la que los japoneses están sometidos en su entorno social. El acto que en American beauty liberaba al personaje se convierte en su cepo en Tokyo sonata.

 

…y del Espíritu Santo…

Takashi, el hijo mayor, divaga sin rumbo. A través de un impulso lleno de buenas e inocentes intenciones, se suma a los militares americanos para combatir junto a ellos y proteger así “a su familia y a su país”. La influencia ejercida por Estados Unidos en las naciones del primer mundo es algo palpable a nuestro alrededor, pero la aceptación que en un país como Japón tiene el gigante de McDonalds es difícilmente calculable. Los valores y las tradiciones de las generaciones preglobalización han sido sumidas en el olvido y los jóvenes japoneses congenian mucho más con el american way of life que con sus propias raíces, alegando que “Japón ha sido incapaz de defenderse solo” durante toda su historia. Educar a generaciones enteras bajo el respeto por quien mantiene la fachada, no podía lograr otra cosa que llevar a la juventud a adorar al país que construye su fama a través de anuncios de felicidad vendida en latas de coca-cola. Kurosawa analiza a través de este “espíritu santo” (surgido del joven como si de un autómata respondiendo al ping de su creador se tratara) el por qué la juventud de su país mira con admiración a otras naciones y desprecia lo propio.

 

Amén

Planos perfectamente encuadrados, movimientos suaves de cámara… Toda la película está pensada al servicio de que el operador no cobre protagonismo. Tokyo sonata es (aparentemente) perfecta y clásica, como también lo es la vida de la descuidada, hasta el momento, en el triunvirato protagonista. La mujer (no ya la madre o la esposa) vive su primer momento relevante cuando la cámara toma vida, hacia la última media hora final, durante un atraco en su propia casa. Por primera vez en la película y en su vida, la Sra. Sasaki pasa a estar en primer plano. Conduce un coche robado, recoge sus ahorros para dárselos al atracador, desplanta a su marido en un encuentro casual y finalmente, aparca en una playa en la que se derrumba su apariencia estoica. Mientras que Annette Benning se tiraba al líder de la competencia, la Sra. Sasaki se muestra destrozada ante una vida que solo le ha satisfecho en la parte social de las apariencias. En un momento en el que se cuestiona el todo de su existencia (“qué maravilloso sería despertar y ver que toda mi vida ha sido solo un sueño”), se vislumbra una luz de esperanza que finalmente se esconde tímida para regresar a la perfección del clasicismo. Con él, los protagonistas van de vuelta a la familia perfecta que contempla cómo su hijo menor cambia la revolución escolar por el piano. Todos callan, todos asienten, todos deciden que “así sea”.