Sitges 2015 (2): «Francesca» (Onetti) y «We Are Still Here» (Geoghegan)

Sitges anacrónico

 

“¿Hasta qué punto son originales los argumentos cinematográficos?”. Esta pregunta es la primera línea de la contraportada de un libro más que básico para todo crítico que se precie: La semilla inmortal de Xavier Pérez y Jordi Balló. A dicho interrogante, cabría añadir la reflexión sobre qué valor debemos dar a la originalidad, o incluso llevar la cuestión no solo a los argumentos (temas) sino al uso de las herramientas propias del audiovisual, dejando de lado la herencia narrativa de la tradición folklórica oral y la literatura, ámbito en que se centra el libro. Ante tales reflexiones, surge siempre la duda: ¿qué sentido, si es que lo tienen, concedemos a los remakes, las copias, los homenajes de obras anteriores? ¿De qué manera nos acercamos a esas películas que, de forma totalmente anacrónica, nos llegan sin su debido contexto sociocultural o incluso industrial? ¿Qué debemos valorar de esos ejercicios: su adaptabilidad a unas circunstancias ajenas o su resultado como película per se?

Cuando en un giallo vemos a un personaje sostener una novela con tapa amarilla, es imposible no percatarse de que tras la cámara y el guión hay mentes conscientes del material que tienen entre manos. A partir de ahí cabe preguntarse qué lleva a dos hermanos argentinos a emular estar en la Italia de los setenta, qué les inspira a llevar a cabo ese gesto anacrónico que es calcar el estilo audiovisual de un género (doblaje al italiano incluido) que ha llegado al siglo XXI siendo el recuerdo kitsch de una época y una circunstancia. Primerísimos planos para objetos y partes del cuerpo, una trama detectivesca regada con excentricidades barrocas en su dirección artística, un asesino en serie que encontrará su explicación en un trauma de infancia, y muertes dramáticas estilizadas desde el interés por la carne y la sangre, por el contacto físico de un punzón y un ojo, un punzón y una columna, un punzón y lo que quiera que se cruce en su camino…: todo ello son componentes típicos del giallo, un subgénero a caballo entre el thriller y el terror que lleva años, décadas, finiquitado en los libros de Historia.

Francesca-giallo

Sin embargo, cada año en Sitges hallamos algún filme que saca la tabla de ouija para organizar una sesión de espiritismo con el subgénero italiano. En algunas ocasiones, llevándolo a la personal y moderna reinterpretación (Amer, Hélène Cattet y Bruno Forzani, 2009); en otras, para hacer uso de la potencia de su imaginería visual (Horsehead, Romain Basset, 2014) o para homenajearlo desde la admiración (Insidious, James Wan, 2010). En este 2015, es Francesca (Luciano Onetti) la película que se niega a olvidar y que busca reclamar un lugar para dicho subgénero. Francesca no actualiza el género, no trae a nuestros tiempos el giallo, sino que simplemente (simplemente, quizás) emula, copia, simula, hace un ejercicio de reproducción fiel al recuerdo de lo que fue el campo de cultivo de Dario Argento y Mario Bava. Hablamos, pues, de un trabajo artesanal, prácticamente al estilo de un fetichista o de un arqueólogo que reconstruye su objeto de estudio tras una cuidadosa investigación histórica. Quizás por esa condición analítica y por su plena autoconsciencia (y a pesar del increíble trabajo de mimetismo de la película), Francesca se percibe impostada, desalmada, como un replicante al que no brillan los ojos o como ese Paul Walker que el CGI revive para Fast & Furious 7 (James Wan, 2015).

Algo similar vivimos con We Are Still Here (Ted Geoghegan), una película que revisita el cine de terror de los setenta y ochenta, sin llegar por ello al similar ejercicio que Ti West llevó a cabo en La casa del diablo (2008). La gran diferencia resida, muy posiblemente, en que Geoghegan reconoce abiertamente haber tomado prestada como guía Aquella casa al lado del cementerio, película de Lucio Fulci filmada en 1981.

WE-ARE-STILL-HERE_Geoghegan

En su debut como director, Ted Geoghegan entremezcla elementos de diferentes subgéneros (casas encantadas, slasher, terror psicológico…), pero se mantiene en las directrices clásicas, sin querer actualizar los tópicos. We Are Still Here destaca por su ambientación, por la extrañeza que genera ese pueblo pequeño y sus vecinos, y por esa casa con cementerio que actúa como un personaje más de la historia. No estamos ante una biopsia del terror, ni por supuesto ante un análisis forense, sino ante una ejecución más que correcta de las lecciones aprendidas después de años de consumo terrorífico. El resultado es esperanzador, aunque añoramos el atrevimiento que ha convertido a gente como James Wan en los directores capitales del género.

 

© Mónica Jordan Paredes, octubre 2015

 

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