Amer
Anatomía de un giallo
La primera vez que me detuve, durante la 42ª edición del Festival de Sitges, a examinar el póster de Amer (Hélène Cattet & Bruno Forzani, 2009), me vino a la cabeza, más que nada por una trivial asociación de ideas, La tarántula del vientre negro (Paolo Cavara, 1971), un giallo (1)↓ primerizo con algo más de reputación de la que merece. Pese a esa conexión y a los comentarios de gente que aún no había visto la película, pero decía que era “algo parecido a un giallo” -subgénero por el que, a épocas, siento especial debilidad-, la ópera prima de Hélène Cattet y Bruno Forzani seguía sin pertenecer al grupo de las imperdibles, esas que decido que voy a ver llueva o truene. Finalmente, terminó siendo la última película que vi en Sitges’09 y una de las mejores de dicha edición.
Para empezar, hablemos del título: Amer. Cuatro letras. Con excepciones honrosas como Ténebre (Tenebre, Dario Argento, 1982), una de las características del género eran los nombres largos. La dama rosa mata siete veces (Emilio Miraglia, 1972), Los cuerpos presentan señales de violencia carnal (Sergio Martino, 1973) (2)↓ o La corta noche de la muñeca de cristal (Aldo Lado, 1971) serían algunos ejemplos. Tanto era así que, con frecuencia, aunque el título original de la película no fuera tan largo, los distribuidores españoles se las ingeniaban para añadir unas cuantas palabras, a menudo con resultados nada desdeñables. Mio caro assassino (Tonino Valerii, 1972) se llamó en España Sumario sangriento de la pequeña Estefanía y L’etrusco uccide ancora (Armando Crispino, 1972) pasó a ser El dios de la muerte asesina otra vez. En España, el hoy llorado Paul Naschy escribió y protagonizó algún que otro giallo, como la estimable Los ojos azules de la muñeca rota (Carlos Aured, 1973).
Pero luego resultó que la película gustó, y mucho, a la gente que la vio durante el festival. Y todas las dudas que podía haber acerca de la misma se evaporaron tras verla y disfrutarla en la oportuna maratón del Auditorio el último día del festival. La proyección fue toda una juerga, ya que a determinados sectores de la platea les estaba gustando tan poco que decidieron pasar a la acción, combinando los silbidos y las onomatopeyas con imprecaciones del tipo que se pueden oír en el Festival de Terror de Cotxeres de Sants o en una sesión parlamentaria particularmente tensa. Degustar Amer en estas condiciones fue casi más reconfortante, ya que le daba a uno la, por otra parte ridícula, sensación de formar parte de una selecta minoría. Me sentía feliz, en la acepción de la felicidad que consigna Ambrose Bierce en su imprescindible Diccionario del diablo: “Sensación agradable que nace de contemplar la miseria ajena”.
Me atreveré a afirmar que el cine de género fantástico y terrorífico italiano de las décadas de los sesenta y setenta, más allá de una serie de temáticas y motivos recurrentes, jugaba sobre la base de la atracción que el sexo y la muerte, elementos combinados en infinitas derivaciones argumentales, ejercían sobre unos espectadores ávidos de asomarse al lado oscuro del placer, de mirar a través de las cerraduras del vicio. Hermosas mujeres en el centro de enrevesadas tramas a lo largo de las cuales íbamos a verlas desnudarse y, según la suerte que tuvieran, morir, ya fuera mediante algún rito ancestral o a merced de los calculados cuchillazos de un psicópata obsesionado con la geometría de la sangre.
Amer no es una película escandalosamente sangrienta, pero su pareja de directores comprende a la perfección que, si se mueven los hilos correctos y se dispone una buena atmósfera, nada hay más atractivo que una mujer en peligro. Y de eso trata la película: son tres momentos de la vida de una niña, luego mujer, tres encuentros con el miedo, con esa sensación de amenaza que toda buena película de terror debe aspirar a crear. Pero, ojo, que esta no es una de esas películas de historias de terror. Lo que hace maravillosa a Amer es su nada oculta intención de ser un homenaje consciente a una determinada manera de filmar, de jugar con las imágenes, el sonido y el montaje para evocar las películas no solo de Bava, Fulci y Argento, sino también de tantos artesanos de los que apenas se habla como Massimo Dallamano, Sergio Martino, Luciano Ercoli, Fernando di Leo, Umberto Lenzi o el primer Joe d’Amato (3)↓, entre otros muchos.
A veces, viendo películas italianas de esa época, te encuentras con alguna particularmente tediosa, pero a la vez absurdamente estilizada y piensas que lo mejor que podría haber hecho el director es quemar el guión y dedicarse a filmar, valiéndose tan solo de la intuición. Da igual si son largas tomas siguiendo a una prostituta elegante, ángulos desquiciados de escaleras de caracol, asesinatos libidinosos o delirios oníricos mezclando indolentemente a Freud con Manara y Lovecraft. La idea es abandonar la disciplina de la historia, esa trama policiaca que tan poco nos interesa, dejar que se evapore y que de esa niebla surjan los paseos macabros, eróticos y perfectos que nos gustaría que poblaran nuestras pesadillas. Cattet y Forzani persiguen ese efecto, que nos abandonemos a su merced y que miremos por el placer de mirar. Quizá por ello el primero de los tres fragmentos, un pequeño cuento de terror espléndidamente iluminado, es el más creepy de todos, el más pensado para gustar y abrir el apetito de celuloide. En él, los especialistas en el fantaterror italiano van a poder advertir referencias bastante explícitas a Rojo oscuro (Dario Argento, 1975) y a Las tres caras del miedo (Mario Bava, 1963). El sonido, los colores, una habitación en la que reposa un cadáver, una niña que podría ser la de Operazione paura (Mario Bava, 1966), todos los elementos se conjuran para atraparnos y, a la vez, generar la sensación de que estamos ante algo remotamente familiar.
Narrada con la más juguetona de las convicciones, Amer es una película trepidante en la que lo trepidante proviene no tanto de la historia en sí como del abanico de recursos empleados para contarla. Podríamos, de hecho, hablar del filme como de una especie de documental subjetivo, un greatest hits que reúne todo aquello que nos atraía de las películas italianas de género. También es digno de mención el estupendo envoltorio sonoro de la película, que logra que sintamos en nuestras carnes el mínimo roce en la piel de la protagonista, así como los excelentes títulos de crédito de la serie Dexter subliman el arte de cortar un filete o partir en dos una naranja para exprimirla. La de Hélène Cattet y Bruno Forzani es una ópera prima ejemplar en su valentía, en el amor cinéfago que destila y en conseguir que la frase “el cine es (o debe ser) una experiencia visual” adquiera el mayor de los sentidos.
Habrá quien tenga reticencias ante todo cine que lleve la etiqueta de “experimental” o quien, para disfrutar de una película, necesite siempre asirse a otro personaje que no sea él mismo como espectador de la misma. Y es innegable que no todo el mundo será capaz de percibir los hermosos ecos italianos, pero, si se me permite una última teorización, creo que, por encima de todos esos obstáculos posibles, los directores de la película confían en que Amer funcione casi a modo de íntima confesión, de voyeur a voyeur, pues tras esa apariencia de película para festivales se esconde una sensual compilación de placeres culpables cuya ambición última es la de erigirse a la vez en autopsia y quintaesencia de aquellas películas italianas con nombres largos, colores hermosos y mujeres en el punto de mira de uno o varios maníacos sexuales.
(1)↑ Para que se hagan una idea los no iniciados, el giallo es un subgénero del cine de terror italiano, que inauguró oficialmente Mario Bava con Seis mujeres para el asesino (1964). En resumidas cuentas, los giallos vendrían a ser historias criminales, a lo Agatha Christie, de descubrir quién es el asesino, pero pasadas por un filtro perverso que las hace más retorcidas y gráficamente violentas. Los traumas infantiles de víctima y asesino, las obsesiones sexuales y los elementos oníricos y fantasmagóricos están a la orden del día en todo giallo que se precie.
(2)↑ Película que quizá les suene más por su otro título: Torso, el nombre que se le dio en EEUU. En España, Filmax la ha editado en DVD como Torso: violencia carnal.
(3)↑ Venga, una película de cada uno de ellos. Dallamano: ¿Qué habéis hecho con Solange?; Martino: Todos los colores de la oscuridad; Ercoli: La muerte camina con tacón alto; Di Leo: Avere vent’anni (no es de género, pero es buena); Lenzi: Spasmo; D’Amato: Venganza de mujer.