Murieron por encima de sus posibilidades

Cine y otros desvaríos

 

Isaki Lacuesta ha desarrollado una trayectoria audiovisual de múltiples registros y no circunscrita a lo habitualmente reconocido como medio cinematográfico, ideando también propuestas para ser degustadas en otras esferas, como son Internet o los espacios museísticos, donde la dialéctica tejida entre las imágenes puede ser ofrecida a los espectadores desde varias pantallas a la vez. Se trata, pues, de un cineasta que no solo ha desarrollado un estilo propio de puesta en escena, plasmada en diferentes géneros y metrajes, sino que además vislumbra las posibilidades creativas de los diversos itinerarios de exhibición que se le formulan. Por todo ello, la aparición de una nueva obra suya siempre incita a la expectativa.

Con su último largometraje, Murieron por encima de sus posibilidades (2014), se confirma que el director, lejos de acomodarse en los parámetros estéticos conocidos, huye de posibles inercias y se reinventa en una nueva propuesta fílmica que sorprenderá a algunos de sus más fieles devotos al tiempo que despertará la atención de un público recién llegado. La cinta requiere sumergirse sin ideas preconcebidas en su vorágine expositiva, aceptando que el universo Lacuesta se expande poliédricamente desde muchas más aristas cinematográficas de las que algunos pudieran pensar. En este sentido, en Murieron…, lejos queda uno de los trazos fundamentales de su mirada: la permeabilidad entre el documental y la ficción, la transgresión constante de las fronteras que separan ambas delimitaciones estéticas en propuestas fílmicas que, si bien se enmarcan en una u otra categoría, poseen rasgos identitarios de ambos modos de abordar la realidad, de representarla. Esta vez el filme se posiciona totalmente en la ficción, sin posibilidad de injerencias estilísticas, para llevar a cabo su voraz crítica sociopolítica y dar rienda suelta a su onda expansiva.

Cinco individuos desencantados con la realidad social que les condiciona, la Banda de los Panda, se fugan de un psiquiátrico en el que permanecían recluidos con el objetivo de secuestrar al presidente del Banco Central y obligarle a reinvertir la situación actual de España, marcada por la acuciante crisis económica y por numerosos casos de corrupción. En la medida de sus limitadas posibilidades organizativas, incurren en la violencia no solo como vehículo para alcanzar el fin, sino como válvula de escape a sus frustraciones personales. Resulta especialmente sorprendente el uso que hace Lacuesta de la violencia explícita, así como del humor negro, dos pilares de la puesta en escena de Murieron… Cómo llegó a dichos recursos novedosos en su filmografía nos lo explica el propio cineasta: “De entrada, pensé que el esperpento era la mejor forma de contar nuestra España. El siguiente problema era cómo visualizar la crisis y los recortes. Estaba claro que había que huir del lenguaje de los medios de comunicación, tan anestésico, repleto de eufemismos, de estadísticas y de números que sobre todo sirven para enmascarar los rostros y las historias personales. También está el problema de la saturación: cuando vemos las cosas de la misma forma demasiadas veces, a menudo dejamos de verlas. Por eso pensé que, frente a las formas institucionalizadas de representar la crisis, podíamos utilizar fórmulas del cine popular, del cómic, y, en concreto, del cine gore. Crecí viendo cine gore, del que era un fanático, sobre todo de Freddy Krueger y Pesadilla en Elm Street, cuya idea central me sigue pareciendo brillantísima. ¡No puedes dormirte! Me gustaba que nuestros políticos terminaran comportándose como Freddy Krueger. Era una forma de recuperar la visualización de la violencia que implican los recortes. Por lo demás, creo que ese humor negro también tiene que ver con Makoki, El Jueves, y sobre todo, con las canciones de Albert Pla. Hemos pasado mucho tiempo juntos con Albert Pla. Y en fin, he vuelto a los referentes de mi adolescencia” (1).

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El director critica a todos los estamentos sociales sin excepción, tanto a aquellos que han ocupado posiciones de responsabilidad en la administración del país (y, por extensión, a la Unión Europea) como a los ciudadanos que sufrieron las consecuencias de los excesos acontecidos formando parte del engranaje del sistema. De ahí que la reprimenda recaiga en los gremios político, judicial, empresarial o de la banca, pero también en la alternativa ciudadana que se formuló en su día como respuesta a semejante situación de desamparo social. Y, cómo no, la propia Banda de los Panda no podía ser una excepción, primero porque al cumplir con la regla básica de la autocrítica se puede proyectar esta sobre los demás sin complejos, y segundo porque los personajes interpretados por Raúl Arévalo, Albert Pla, Jordi Vilches, Iván Telefunken y Julián Villagrán llegan a dicha actitud por necesidad o casualidad y no por concienciación política previa, con todas las incoherencias y autoparodias que ello genera.

Es en la presentación de los protagonistas donde se articula la estructura narrativa de la película, ya que los dramas personales de dos de ellos son presentados previamente a su llegada al manicomio, mientras que los del resto de pandas son ofrecidos a modo de flashbacks tras entrar en contacto unos con otros. Toda la secuencia del centro de reclusión psiquiátrico es de vital trascendencia no solo porque la precaria situación psicológica de los protagonistas justifica su violenta deriva posterior, sino porque el resto de alteridades mentales que configuran el atrezzo de dicho recinto están interpretadas por escritores, músicos, un filósofo…, es decir, personas vinculadas al arte, la cultura o el conocimiento. Sobre la cuestión de si es un acto de locura dedicarse a dichas actividades en una sociedad como la actual, en la que algunos de sus dirigentes desconfían de este tipo de actitudes creativas, y las posibilidades metafóricas de dicha secuencia, explicaba el cineasta: “Me gusta que el manicomio de la película esté lleno de gente a la que quiero y admiro. El filósofo Miguel Morey aparece en la película abriendo puertas que dan a paredes de ladrillos: creo que tenemos que seguir abriendo esas puertas cueste lo que cueste” (2). En este sentido, no es de extrañar que la secuencia posterior de la fiesta submarina cuente también con la participación de otros tantos perfiles dedicados al mundo de la cultura –como pude comprobar al ser uno de sus figurantes–. Una vez fugados, el punch expositivo de Murieron… se eleva numerosos decibelios. Los pandas se dan rienda suelta.

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A nivel estético, el largometraje cuenta con momentos de notable interés, como la conversación entre Julián Villagrán y Ariadna Gil, filmada en un nada clásico plano-contraplano, ya que el salto de eje es sistemático en su relevo y en cada uno de los escorzos, la parte superior adquiere un curioso protagonismo (de manera central en la imagen); o la escena en que Jordi Vilches conduce su moto, una sucesión de fotogramas de la que el propio cineasta se siente especialmente satisfecho y cuyo visionado ofrece en el blog de la película. En otras ocasiones, los recursos estilísticos ceden el protagonismo a la contundencia de los diálogos (gestados por el tándem Isaki Lacuesta e Isa Campo), como ocurre en la conversación entre Sergi López y Jordi Vilches, dos delincuentes de poca monta que se entregan a un debate económico de alto standing.

Existen también, más allá de la ubicación de la cámara y de la capacidad corrosiva del guión, otras aportaciones al conjunto de la obra que contribuyen a su cohesión de manera relevante. Una es, sin duda, la presencia de Albert Pla, tanto en su rol interpretativo como en su faceta musical. Voz y rostro configuran un referente icónico indisociable de sus actuaciones músico-teatrales, alcanzando su cénit con su monólogo Pues a mí lo que me gustaría (importado de su espectáculo Manifestación), que no dejará indiferente a nadie. Otra contribución, los títulos de crédito iniciales en clave de animación diseñados por Albert Coma, que nos ubican en la atmósfera de fabulación de la que hace gala el filme. Sin embargo, más allá de este catálogo de méritos, no se puede obviar que, en el otro lado de la balanza, hallamos algún sonido innecesario destinado a potenciar la comicidad de alguna escena, recurso marginal que no quita brillo al conjunto de rasgos que aúnan forma y contenido.

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Murieron por encima de sus posibilidades ha sido una película de difícil gestación, víctima también de una crisis económica que a punto estuvo de frustrar su rodaje y relegarla a un ensayo sobre lo que pudo haber sido (3). Es un filme nacido fruto de la firme creencia de su necesidad, tanto de su propio director como de la totalidad del equipo técnico y artístico —destacable la nutrida confluencia de actores y actrices—, que lo han llevado a cabo en modo cooperativo. Su rodaje, tal y como indican los títulos de crédito finales, transcurrió entre 2012 y 2014, años en los que la crisis había alcanzado sus cuotas más dramáticas. Es precisamente en 2012 cuando Lacuesta rueda también el cortometraje La matança del porc, de idénticas inquietudes aunque desde una óptica documental. Sobre este hecho y ante la pregunta de si sentía la necesidad de abordar esta problemática desde todos los ángulos cinematográficos posibles contestó: “¡Bien visto! La matança del porc está en el origen de Murieron… Cuando mi amigo Pep Armengol, cineasta amateur y promotor inmobiliario, me contó su plan para torturar a un banquero, y la misma semana escuché cosas parecidas de labios de varios ciudadanos, comprendí que esa fantasía formaba parte del imaginario colectivo español, que el deseo de torturar banqueros resumía muy bien un país y un momento. Respondiendo a la pregunta: siempre que empiezo una película pienso que en realidad debería hacer dos, tres o cuatro películas. Siento la necesidad de mirar las cosas simultáneamente desde distintos puntos de vista, desde distintas aproximaciones formales. A veces es posible hacerlo dentro de una misma película, pero otras no, y necesito seguir dando vueltas a los mismos asuntos en otras piezas. Eso, por ejemplo, me ocurre con respecto a la lucha armada, un tema que he tocado en Los condenados, Herencia, ahora en Murieron…, y sobre el que volveré. Me gusta pensar en las películas como si dialogaran y discutieran entre ellas: es mi forma de seguir pensando”.

En definitiva, y de vuelta a la “superproducción de cuchufleta” que nos ocupa —como gustó de calificarla su autor—, ante la imposibilidad de reformular democráticamente un sistema cuya dinámica se nutre de la cosificación y expoliación de sus ciudadanos y en el que los imperativos morales son relegados a meras florituras decorativas en demasiadas ocasiones, la única esperanza de cambio queda depositada en manos de cinco individuos que deciden ejercer la lucha armada vestidos de osos panda. Ahí es nada. Murieron por encima de sus posibilidades es una radiografía de la sociedad española actual, un reflejo de los males que nos aquejan ofrecido de forma desmesurada y alocada en sus contornos, pero al mismo tiempo con un compromiso de denuncia innegable, que confirma que estamos ante un cineasta que sigue desbordando creatividad, más allá de la seriedad formal de trabajos anteriores. Merced a esta novedosa extravagancia, en este caso podríamos afirmar —haciendo mías las palabras del propio Isaki Lacuesta al conocer la publicación a la que iba destinada este texto— que se trata de “cine y otros desvaríos”.

 

© Daniel Seguer, abril 2015

 

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(1) Todos los comentarios del cineasta que se incluyen a lo largo de la reseña proceden de la entrevista que tuve ocasión de realizarle con motivo del preestreno de Murieron por encima de sus posibilidades en Barcelona (Cines Girona, 15-04-2015). Asimismo, deseo manifestar también mi agradecimiento por permitirme hacer uso de los fotogramas y la fotografía que ilustran el texto.

(2) Ciertamente, la actitud de Miguel Morey, catedrático emérito de Filosofía de la Universidad de Barcelona, denota connotaciones de mayor trascendencia que las acciones de otros internos con la única aspiración del guiño cómico hacia el espectador. En este sentido, resulta llamativamente coincidente con su presencia en el psiquiátrico su interés por la obra de Michel Foucault, autor de libros como Enfermedad mental y personalidad, Historia de la locura en la época clásica, El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica o El poder psiquiátrico. Entre las publicaciones de Morey destacan, respecto a este punto, Lectura de Foucault y Escritos sobre Foucault.

(3) Véase a este respecto la entrevista que realicé al cineasta con motivo del rodaje de esta película el 30 de abril de 2013: La mirada de los pasos perdidos. Entrevista a Isaki Lacuesta, publicada en Contrapicado.